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Elena García
Sábado, 18 de Febrero de 2023 Tiempo de lectura:

El concepto de mujer (I)

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El feminismo actual o de tercera generación significa una nueva antropología. Nos estamos refiriendo a una antropología que se llama “de género”. Esta nueva antropología, que en realidad es una nueva ideología, como toda construcción mental está por ver cuánto tiene de feminista, puesto que niega la naturaleza esencial de la mujer ̶ desnaturaliza a la mujer y trata de construir algo diferente. Tiene su punto de arranque en 1995, en la Conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Beijing (Pekín), donde activistas de Europa, Canadá y EEUU definen esta nueva “ideología”, que consiste en la “deconstrucción” de la naturaleza de la mujer: no existe el sexo sino el género (ignora la genética, la biología, la neurociencia y, en una palabra, la realidad). De esta forma, el género es una cuestión de “papeles” creados por la sociedad y asignados a los seres humanos, que en principio serían “neutros”, en función de su anatomía o envoltorio. Esta asignación de papeles habría tenido una finalidad determinada: la creación de una clase dominadora y otra dominada, el patriarcado.


Todavía la gente tiene sentido común, pero poco a poco estos grupos de presión, minoritarios, infiltrados en todas las instituciones  ̶ y no solo en España sino a nivel mundial, especialmente en la ONU desde donde irradian al resto del mundo para conseguir un Nuevo Orden Mundial (NOM) ̶  van difundiendo o mejor imponiendo sus postulados. El tradicional concepto de mujer ha entrado en crisis, o lo han hecho entrar en crisis, en las sociedades occidentales a lo largo del siglo XX ‒y por asimilación, en otras sociedades que se han incorporado a la ciencia y a la técnica de Occidente y a una parte de sus formas de vida‒, como bien explica Julián Marías en su libro La mujer en el siglo XX. Durante siglos, dice este autor, la mujer tenía claro qué es ser mujer. Y eran las costumbres, las normas, la educación familiar ‒especialmente de madres y abuelas‒ las que iban definiendo y formando a la mujer particular, en su vida particular, pero ajustada a un modelo. ¿De dónde procedía este modelo? ¿A qué se ajustaban las costumbres y normas? Sin duda, procedían de las situaciones que la vida ofrecía, se ajustaban a la experiencia de acuerdo con la naturaleza, y su finalidad era resolver los problemas que la vida, los afanes y el entorno ̶ y con ello me refiero a acontecimientos como guerras, catástrofes, enfermedades, expectativas o adelantos científicos y técnicos, formas de producción ̶ iban planteando. Se trataba de un orden espontáneo y adaptativo en el sentido de que los usos y normas iban surgiendo al hilo de las necesidades y de las nuevas situaciones, de los problemas que se planteaban, no por imposición de unas mentes iluminadas o visionarias de ciertos modelos mentales o de ciertos fines espurios, divorciados de la realidad y de la experiencia, sino por una adaptación de la naturaleza –de su naturaleza tanto esencial como individual− a las condiciones que la vida y el entorno requerían. En términos orteguianos diríamos que el yo particular, sin dejar de ser yo, se adaptaba a, o era modelado por, las circunstancias, que eran particulares, pero también colectivas. Realidad frente a ideologías. Orden espontáneo frente a construcción visionaria, que no cuenta con la naturaleza, sino que la retuerce si es preciso para sus fines. Se trata de hablar de la mujer real, de sus sentimientos, de sus intereses, los suyos, no los impuestos por dichas ideologías, y de cómo adaptarse a los cambios vertiginosos que la ciencia y la técnica están imponiendo sin dejar atrás lo que es propiamente “suyo”.


Tenemos dos formas de concebir al ser humano, suma de su ser biológico y de su psique, sin entrar en su relación, unidad o diferencia de naturaleza material-inmaterial. Una es considerar que tiene una naturaleza esencial, y como consecuencia, que la educación tiene unos límites en su modificación; modificación que en todo caso debería tener como meta la perfección de su esencia a través del desarrollo de sus mejores cualidades. Y la otra, es la negación de naturaleza esencial alguna y, por tanto, la consideración de que los seres humanos tienen tal plasticidad que se puede hacer de ellos lo que se quiera, que se pueden construir según convenga ̶ este es el caso de la ideología de género o también de la LGTBI ̶ sin limitación alguna.


Así pues, la primera y más antigua forma de conocimiento del ser humano es a través de la observación y la experiencia, que dan pie a la tradición y las costumbres. Es la observación de una manera de ser, una naturaleza integrada en un entorno, adaptada a ese entorno, buscando sobrevivir en su medio. De aquí surgen unos hábitos o costumbres que suponen una adaptación-imposición. Adaptación de la naturaleza a unas condiciones determinadas intentando que la naturaleza se desarrolle lo más posible o alcance su perfección; imposición porque cristaliza en normas que la comunidad hace cumplir para evitar el estar continuamente en una situación de ensayo y error. Hace 40 años todavía se podía escuchar: “qué razón tenía mi madre cuando me decía esto o lo otro, y lo que discutí con ella; ahora que soy independiente y tengo que tomar mis decisiones respecto a los hijos o el mundo, me doy cuenta de ello”. Hoy sería difícil encontrar este comentario. Se siguen las “teorías” de pedagogos, psicólogos, dietistas y expertos con no se sabe cuánta experiencia y no se sabe cuánta duración.

 

Subrayo la palabra expertos porque muchas veces son modas, sin suficiente comprobación, o que provienen de estudios muy deficitarios, o de ideologías que pretenden cambiar la sociedad sin contar con las personas reales, actuando como dioses creadores de la nada −impuestas por el Estado a través de su dominio en la educación, y los poderosos medios de comunicación dirigidos por grupos de presión o de propaganda actuales, que desautorizan el pasado como obsoleto y superado.


Parece que la salud mental y afectiva es difícil de determinar, y que se pueden hacer todo tipo de ensayos sin consecuencia alguna. Pero verdaderamente, tenemos ciertos indicadores que nos llevan a pensar que la salud psíquica no está hoy tan bien como cabría esperar si miramos cómo aumenta el fracaso escolar, cómo hay cantidad de niños con problemas afectivos o de conducta, y cómo se acrecienta el número de gente que necesita acudir al psicólogo. Eso en una época en que se dispone de más recursos de los que hubo nunca. Lo cierto es que no se airean demasiado los estudios que se realizan ni las estadísticas sobre los indicadores de la salud mental, más bien tratan de ocultarse. Y como antes decíamos, la ciencia avala la existencia de una naturaleza esencial del ser humano, que lo define como tal, y también de la diferencia esencial hombre-mujer, “diferencias cerebrales, estructurales, químicas, genéticas y hormonales”. Los estudios realizados a través de la neurociencia han dado grandes pasos en las últimas décadas con la incorporación de la tecnología (tomografías, escáneres, etc., para el estudio del cerebro), los estudios del genoma humano, la función de las hormonas, etc., que corroboran lo que tantos filósofos antes del s. XVII ya tenían claro: el ser humano tiene una naturaleza, una estructura común, diferenciada después en hombre y mujer, cada sexo con sus peculiaridades, y sus características individuales con mayor o menor intensidad. No es una tabla rasa sobre la que se pueda construir cualquier cosa, como concluyó la psicología conductista que durante todo el siglo XX dominó otras escuelas de psicología y concepciones antropológicas: “igualmente se puede hacer un criminal o un santo de cualquier ser humano, dependiendo de la educación que se le dé”, decía su fundador. Lo mismo se puede construir a un hombre, que a una mujer –que diría una feminista de hoy (radical) o ideóloga de género. Ignorando ¿voluntariamente?, de forma acientífica las diferencias estructurales que antes señalábamos entre los cerebros masculino y femenino, el sistema hormonal, etc., que dan lugar a una diferente forma de pensar, de sentir, de interesarse por la realidad. Y decimos diferente, con sus características propias, ni peores ni mejores.
 

Como muy bien describe el psicólogo evolucionista Steve Pinker, hay rasgos diferenciados entre hombre y mujer, que aparecen de manera universal en todas las culturas en el tiempo y en el espacio, entre los que están los siguientes: a) los hombres son más agresivos, practican más el robo, se inclinan más a la violencia letal (incluida la guerra) y son más propensos a cortejar, seducir y pagar para conseguir sexo; b) la mayor corpulencia del macho medio respecto a la hembra media denota una historia de mayor competencia violenta por parte del macho, del hombre, por las oportunidades de apareamiento. c) En todo el reino animal la hembra invierte más en la cría del hijo después del nacimiento, ya que sustituir un hijo resulta más caro para la hembra que para el macho; d) los mamíferos y especialmente los primates machos tienden a competir con mayor agresividad y a ser más polígamos; las hembras suelen invertir más en la maternidad. Los machos compiten con otros machos para aparearse y las hembras eligen a los machos de mejor calidad; d) los hombres tienen un cerebro mayor y con más neuronas, aunque las mujeres tienen un mayor porcentaje de materia gris.


Pinker considera, además, que es el miedo de estas ideologías a que supongan un freno a su idea de igualdad lo que lleva a negar las diferencias entre hombres y mujeres, rechazando frontalmente las explicaciones de la ciencia. La explicación obsesiva que solo toma en cuenta el afán de dominio machista sería extremadamente reduccionista. Y la psicología evolutiva está documentando una red de motivos distintos a los del dominio de un grupo sobre otro (como el amor, el sexo, la familia y la belleza), que nos involucran en muchos conflictos y confluencia de interesas con los miembros del mismo sexo y del otro.”


Estos rasgos diferenciales, posiblemente llevaron a que el hombre tuviese cierta superioridad en muchos aspectos de la vida. Pero, por otra parte, hay que pensar que no sería la mujer el único ser vivo que no desarrollase un instinto de supervivencia y que no contase con sus propias armas para sobrevivir. Que tanto varones como hembras tenían sus recursos propios y que, aunque la mujer tuviese ‒y tiene‒ menos fortaleza física podía compensarla con otras “armas”. Así quedó hace milenios reflejado en la Odisea, donde Homero pone de manifiesto que la astucia puede competir con la fuerza e incluso vencer.


Hablamos de dos formas por las que se puede conseguir algo: la fuerza y la astucia. Y la mujer, que se sabía en inferioridad de condiciones respecto a la primera y además no iba con su forma de ser, desplegaba la segunda forma. Como dice la neuropsiquiatra Louanne Brizendine, “las niñas pequeñas no exhiben usualmente agresividad (…), eso no significa que los cerebros de ellas no tengan circuitos adecuados para lograr todo lo que se proponen ni que no puedan volverse tiranuelas con tal de conseguir sus propósitos”.


Podríamos hablar también de la prudencia. Y habría que preguntarse si la expansión de la ideología de género no está provocando en nuestros días el aumento de la violencia hacia la mujer, la mujer real, no la inventada, al dejarla sin recursos propios o habilidades para defenderse por sí misma al animarla a enfrentamientos a destiempo, cuando no está en las mejores condiciones por su menor fuerza física.


El caso es que, según las agrupaciones humanas se fueron haciendo mas amplias, es necesario una educación para poder convivir. Se enseña a controlar las pasiones más fuertes y se modela la naturaleza buscando su perfección, no yendo en contra de ella, no destruyéndola, sino mejorándola. Con la educación se trataba de frenar la ira, la agresividad, la avaricia, el afán de poder, la cobardía, la mentira, la envidia y todas aquellas predisposiciones de temperamento que presupongan hacer difícil la convivencia con los otros y lleven a una falta de confianza por parte de quienes nos rodean.


Los diferentes estudios que se han llevado a cabo actualmente con gemelos univitelinos, educados en familias diferentes, coinciden en señalar que no más del 30% de su forma de ser se debe a la educación recibida, sin embargo, ese porcentaje debido a la educación sería muy importante para el ajuste social del individuo y para el desarrollo de sus habilidades o talentos.


La otra forma de estudio del ser humano, que tiene su origen en las concepciones filosóficas empiristas que surgen a partir del s. XVII, conciben la idea de una naturaleza en blanco −una tabla rasa−, una mente sin estructura donde se irán escribiendo los caracteres de la persona; se irá construyendo totalmente a la persona desde fuera, a través de los estímulos adecuados. Esta concepción desemboca en la psicología conductista que dominará durante el s. XX y que servirá de base a la ideología feminista de tercera generación, que podríamos llamar radical ̶ “si partimos de la nada, podemos jugar a ser dioses” ̶ y que se diferencia de las primeras corrientes feministas en que lo que se reivindicaba era igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades, y la eliminación de los privilegios que pudiera tener el hombre, principalmente.


Uno no nace, sino que se hace y se puede hacer de cualquier “género”. Según tal ideología antes “te hacían”, y ahora la pregunta es, ¿cómo se llega a ser de otro género diferente al asignado según la anatomía? En realidad, resulta más que curioso que esta ideología de raíz atea y materialista se saque de la manga una psique -¿alma? ¿sentir?- etérea, inmaterial, y desconectada del cuerpo, que no sabemos en qué momento le llega al individuo y por qué. Es decir, la estructura mental y psicológica diferenciada no existe.


Se rechaza la observación porque está contaminada por el patriarcado y se rechaza la neurociencia ya que podría inducir a la “discriminación”. En una palabra, se deja de lado la ciencia porque sus conclusiones llevan a supuestos que no son convenientes para su “organización nueva de la sociedad”. Así pues, la mujer sería, según estas ideólogas, lo que culturalmente la han hecho ser y sentir, y hay que liberarla para llegar a su mujer nueva o no-mujer.

 

Segunda parte de este artículo

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