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Elena García
Jueves, 23 de Febrero de 2023 Tiempo de lectura:

El concepto de mujer (II)

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Primera parte de este artículo

 

Fue hace 20 siglos, y de una manera revolucionaria, cuando surgió una religión, el cristianismo, base de la cultura occidental, que conformaría la vida durante todos estos siglos, y que no solo proclamó el igual valor de todos los seres humanos, libres y esclavos, sino también el de hombres y mujeres. La cultura occidental-cristiana –no la griega, ni la romana, por cierto− eleva doctrinalmente la consideración de la mujer; si Eva, una mujer, supone la caída del género humano, María, otra mujer, hace posible su salvación. Es a partir de la doctrina cristiana de la igualdad cuando se hace a la mujer tan valiosa como el hombre, donde se considera que todos los seres humanos son igualmente valiosos por el hecho de ser “hijos del mismo padre” y todos hermanos en Cristo. ¿Qué mejor ejemplo que la cantidad de mujeres beatificadas o santificadas por la Iglesia? Otra cosa es el tiempo que se tarde en llevar a la práctica estas ideas, que calen en la sociedad y que la gente las haga suyas; y también las circunstancias y condiciones que permitan hacerlo así.


No vamos a negar que en siglos pasados hubiese abusos sobre la mujer, consideraciones negativas y sometimiento a ciertas condiciones de vida que, con el paso del tiempo y de las circunstancias deberían haber cambiado con más rapidez; si bien en algunas situaciones y épocas estas condiciones pudieron ser aceptables, porque al mismo tiempo protegían ciertos aspectos de la vida de la mujer. Pero la sociedad tiene sus inercias.


Por otra parte, hablar de que la mujer, y solo la mujer, tenía unas condiciones de vida durísimas en los siglos pasados y un riesgo elevado de morir en los partos, es simplificar las cosas en demasía. Sí, ellas morían en los partos, pero ellos morían en las guerras u otras situaciones igualmente duras y calamitosas. Hoy las muertes por complicaciones en el parto prácticamente han desaparecido y se han aligerado, con la técnología, trabajos de gran esfuerzo físico. En cuanto a los trabajos más peligrosos, siguen siendo privativos de los hombres. Sin embargo, no se conocen reivindicaciones de la ideología feminista sobre cuotas del 50% en este sentido.


Decíamos que ha sido la cultura cristiana y no la Ilustración -al contrario de lo que ciertos intelectuales afirman y hacen creer- la que ha impulsado más allá de los usos y costumbres el considerar a hombres y mujeres como igualmente valiosos, aunque estimulando siempre el fundamental papel de madre de la mujer . Lo que hicieron los ilustrados fue secularizar la teología política cristiana, y así hoy los ideólogos, desconectadas sus ideas de la raíz, tienen difícil dar un fundamento a sus valores, que se reducen a eslóganes repetidos una y otra vez.


Lo cierto es que, precisamente porque se dio un marco teórico o doctrinal, algunas mujeres excepcionalmente, ya en la Edad Media, cuando ellas lo quisieron y pudieron, en condiciones adversas, pues la vida no era fácil en siglos pasados para nadie, tuvieron la posibilidad de desarrollar sus dotes más allá de la maternidad. La Iglesia dio alternativas y una gran autoridad y poder a las mujeres al permitirles dirigir sus propias abadías, que en la Edad Media manejaban enormes recursos. Pienso en esas figuras excepcionales que fueron Hildegard de Bingen, (s. X), abadesa, mística, médica y compositora, o en Eloísa (s. XII), erudita, cuyos conocimientos de griego, latín, hebreo y autores antiguos llamaban la atención en París, a quién su tío, canónigo, ¡un hombre!, proporcionó una educación esmerada, con todas las dificultades de la época, dada la inteligencia y el afán por el estudio que mostraba Eloísa. Ejerció de abadesa, con el poder y mando que suponía dirigir una abadía. En otro orden, tenemos a Leonor de Aquitania (s. XII), mujer de gran coraje, que finalmente se impuso a su marido el gran Enrique II (solo hay que ver la tumba de ambos en la abadía de Fontevrault) . Cristina de Pizán (s. XIV), autora de La Ciudad de las damas, mujer de gran cultura, de cuya formación se encargó ¡su padre!; que polemizó con Jean de Meung, intelectual de prestigio en la universidad de París. Este había atacado duramente a la mujer, en cuya defensa sale Cristina y es respaldada nada menos que por el canciller de dicha universidad ¡un hombre! De nuestra reina Isabel, basta decir que cambió el mundo con su apoyo al descubrimiento de América y sus Leyes de Indias, entre otras muchas cosas. Santa Teresa de Jesús (S. XVI) escritora y fundadora de una orden religiosa, primera doctora de la iglesia. O la pintora italiana Sofonisba de Anguissola, la mayor de cinco hermanas, a quienes su padre dio una esmerada educación, pintora de la corte de Felipe II, protegida por la reina y por el propio Felipe II a la muerte de aquella. O la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz (s. XVIII), que decide ingresar en un convento para poder dedicarse a la tarea intelectual, cosa harto difícil si hubiese seguido la vía del matrimonio (algo, que por lo demás, también se dio entre muchos intelectuales hombres: la soltería para poder entregarse al estudio). La publicación de su primer libro de poemas fue gestionada por la mujer del virrey de México. Estas y otras mujeres, llevadas por su voluntad y su talento, sobresalieron, pero también se las dejó sobresalir y, además, tuvieron acceso a una formación intelectual esmerada; todas ellas contaron con apoyo y admiración al reconocerse el brillo de sus cualidades. Todas ellas, anteriores al siglo de las luces.


Otros ejemplos, ya más recientes y conocidos, pero en continuidad, aunque se considere que son producto de la Ilustración, los tenemos en Emilia Pardo Bazán (1851-1921). Fue ¡su padre! quien procuró que Emilia desde pequeña tuviese las oportunidades que tenían los hombres. Su padre la ayudó en ambos aspectos, el intelectual y el económico. Aunque su candidatura a la Real Academia Española fuese rechaza por tres veces  ̶ al igual que la de Concepción Arenal o Gertrudis Gómez de Avellaneda ̶  presidió la sección de literatura del Ateneo de Madrid, y en 1910 fue nombrada Consejera de Instrucción Pública por Alfonso XIII. Todo esto con sus más y sus menos, pero al final acabó por aceptarse.


La diferencia entre el feminismo de una Emilia Pardo Bazán o el de Concepción Arenal, y el de las actuales ideólogas de género es que luchaban por abrirse hueco ellas mismas en ámbitos poco habituales para la mujer; tenían talento, voluntad, ambiciones y metas. Y al abrir camino para sí mismas se lo estaban abriendo a las demás. Las actuales mejoradoras-de-la-humanidad no tienen ningún camino que abrirse, simplemente se trata de estar donde están y luchar cómodamente por “los cincuenta por ciento”, lo que les proporciona pingües beneficios políticos o económicos, sin que necesiten o tengan un talento especial.


Por otra parte, la actual ideología de género considera que las normas y costumbres eran caprichosas, que no atendían a una naturaleza esencial de la mujer sino que tenían por objeto el sojuzgamiento y la explotación de la mujer, su dominio y su anulación. Y en ciertos aspectos, y en muchos casos es posible que así fuese. Pero no por un enfrentamiento hombre-mujer y una superioridad física del varón que le lleva a dominar, sino porque está en la condición humana que quien se sabe más fuerte en algún aspecto, físico o psíquico, tienda a abusar del que es más débil de manera general, sea hombre o mujer, joven o viejo. También es verdad que la mujer lo ha sido no solo por una menor fuerza física, sino por su generosidad con los suyos especialmente. Pero eso no quiere decir que según su carácter más o menos enérgico y según su habilidad, muchas no hayan impuesto sus criterios y gustos.


Además, no debe olvidarse que a lo largo de la Historia las mujeres no estaban solas. Y, sin duda, las madres se preocupaban por sus hijas, e igualmente el padre por sus hijas, y el hermano por sus hermanas, y resulta difícil pensar que no contemplasen algún tipo de protección para ellas . Costumbres y normas han tenido siempre la función de proteger contra alguna adversidad o alguna debilidad humana y también para contener alguna maldad o abuso. Han surgido para remediar alguna calamidad. Y en la mayoría de los casos para proteger a quién fuese más débil. Ciertamente, si nos referimos al poder, todo aquel que lo tiene tiende a arbitrar leyes que lo mantengan en él. Pero también que el que no lo tiene desarrolla mecanismo de defensa. Y la mujer, en determinadas circunstancias, también ha desarrollado “sus” formas de dominio, quizás no visibles pero efectivas, más efectivas que las que se siguen hoy.


Tomemos como ejemplo aquellas normas referidas a la moral sexual según las cuales el varón tenía manga ancha en el pasado en lo que se refiere al sexo, antes y después del matrimonio. Mientras que a la mujer se le exigía de manera rigurosa virginidad antes del matrimonio y fidelidad después. Más allá de este rigor desigualdad podemos plantearnos si no había otras pretensiones. ¿Qué se quería conseguir? No es difícil pensar que lo que los padres querían evitar era que sus hijas se quedasen embarazadas, abandonadas y desprotegidas posteriormente con un niño a quién criar, en tiempos en que las posibilidades de trabajo para la mujer eran muy escasas y duras. Se trataba de comprometer al varón mediante el matrimonio. Y, por otra parte, de no llevar a la familia a un hijo de otro.


En segundo lugar, las mujeres viven de diferente manera que los hombres la relación sexual; el sexo para ellas va más ligado al sentimiento amoroso mientras que para los hombres, en general, puede responder a una descarga de pulsiones, sin más; y claro está, un abandono de la mujer solía ser más doloroso para ellas. Esto no quiere decir que muchos hombres no se enamorasen de la mujer integral y no solo del aspecto sexual. Pero, en realidad, sancionar las relaciones sexuales fuera del matrimonio era una forma de proteger a la mujer.


Hoy día, las cosas no han cambiado tanto porque en la mujer, por más que les pese a las ideólogas de género, aflora la manera de sentir de siempre. Y la forma de vivir la relación sexual como decíamos es diferente para unos y otras. El hombre es más dado a ejercitar la poligamia y las relaciones sexuales sin compromiso, sin que sea otra cosa que un pasatiempo, mientras que la mujer suele quedar atrapada con más frecuencia en el vínculo afectivo y también en su inclinación hacia la maternidad. Esto tiene como consecuencia que la mujer sufra más si falta el amor y el compromiso. Un ejemplo de la diferencia innegable entre la sexualidad masculina y femenina es la prostitución -que se da en todos los tiempos y culturas- utilizada fundamentalmente por hombres, donde no hay sentimientos, sino descarga de instintos. No se conoce que la llamada profesión “mas antigua del mundo” haya contado con prostitutos para mujeres, aunque sí para hombres.

 

¿Acaso las ideólogas con sus propuestas de sexualización de la vida no están llevando al sufrimiento a muchas mujeres? Porque luego resulta que son demasiadas las que quedan atrapadas en una relación que para los hombres era solo un pasatiempo cualquiera. Por otra parte, la negación de la naturaleza de la mujer por parte de la ideología de género, que ignora la biología, al igual que lo hace su afín, la ideología LGTBI+, lleva a contradicciones que con un poco de lógica enseguida quedan al descubierto. Afirman, por una parte, que uno es lo que siente que es, y que la mente puede no estar de acuerdo con el cuerpo  ̶ y con los cromosomas, claro está ̶  por lo tanto hay que adaptar el cuerpo a la mente con operaciones, tratamientos hormonales de por vida y sus efectos secundarios entre otros, es decir, con gasto de dinero de todos los contribuyentes, según su exigencia; y, por otra, afirman que todo es cuestión de construcción social, de papeles que se enseñan a representar. ¿Cómo han cambiado el rol en que les habían hecho crecer? ¿Habrá sido por un mal amaestramiento? ¿Y qué sucede cuando después de cambiar una vez se quiere revertir dicho cambio? Porque si todo es cuestión de cómo se siente uno, ¿cada año?, ¿cada década?, podría suceder.


Ambas ideologías tienen los mismos fines, la negación de cualquier identidad y la construcción a capricho de la que a uno le parezca que le puede gustar. Y, paradójicamente, ya se están poniendo de manifiesto contradicciones en aspectos ciertamente importantes, que a ellos mismos los llevan o los llevarán al enfrentamiento. Por ejemplo, respecto a la llamada “violencia de género”; si uno, en cierto momento de su vida, “se siente” mujer, ¿dejaría de ser violento por el hecho de sentirse mujer o su violencia dejaría de ser menos dañina?, ¿dejará de ser machista?, ¿quizás antes no lo era?
En cualquier caso, la ideología de género juega ahora con la confusión para llevar a las mujeres donde quiere. No es lo mismo pervertir la naturaleza de la mujer negándola, que reivindicar que no se produzcan determinadas injusticias en ciertos ámbitos, algo en lo que todo el mundo estaría de acuerdo que debe ser eliminado.

 

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