Farenheit 451 en el planeta 'woke'
![[Img #23787]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/03_2023/1188_screenshot-2023-03-01-at-16-23-54-charlie-y-la-fabrica-de-chocolate-busqueda-de-google.png)
La última “hazaña” de la censura woke en pro de lo “políticamente correcto” pasa por el intento de reescribir las obras del escritor infantil Roald Dahl. Por lo visto, al igual que Sócrates, corrompía a la juventud, pues en sus obras se usaban palabras tan terribles como “gordo”, “fea”, “calva”, “hombres” o, aún peor, se aludía a los relatos de Kipling.
Nuestros modernos inquisidores han propuesto decenas de cambios en sus coloridos textos originales, algunos de más de cincuenta años, para hacer que sus personajes sean menos «grotescos».
Así, Augustus Gloop, el gordo de Charlie y la fábrica de chocolate, pasará a describirse como «enorme», y la «fea y bestial» Sra. Twit de Los cretinos, ahora solo será «bestial». La gordura y la fealdad no existen en el mundo woke. Pero no solo se cambian adjetivos, sino que también se añaden pasajes no escritos por el autor, para “adecuar” algunos párrafos a lo «políticamente correcto».
Así, en Las brujas, al párrafo que describe a las protagonistas como “calvas” debajo de sus pelucas se ha añadido una nueva línea: «Hay muchas otras razones para que las mujeres puedan usar pelucas y ciertamente no hay nada malo en eso». No sea que se ofendan las personas con alopecia que llevan peluca.
También se ha cambiado la profesión de una de estas brujas: la que hasta ahora se hacía pasar por «cajera de supermercado» ahora trabaja como «científica». A lo mejor las cajeras de supermercado (ministras incluidas) podían ofenderse por lo de brujas.
“Matilda” tampoco ha escapado a la censura woke. Su protagonista ya no lee a Rudyard Kipling, autor del ahora «racista» El libro de la selva, sino a Jane Austen, autora de Sentido y sensibilidad. Será para prevenir que a los niños lectores les dé por emular las ideas del imperialismo inglés. Aunque me da que el censor woke tampoco ha leído nunca a Jane Austen, formidable escritora, que describe un mundo patriarcal y clasista,… y también imperialista.
En fin, para suerte de Roald Dahl la parca se lo llevó en 1990. Por ello, no tendrá que beber cicuta como Sócrates, y se ha ahorrado comprobar cuántos tontos woke hay entre sus herederos, que parece que han aceptado y hasta aplaudido los cambios.
Esta campaña woke contra los relatos universales de la literatura juvenil tiene antecedentes. Hace unos meses escribí en un ensayo que todos los cuentos y obras clásicos que conocimos de niños están amenazados pues están en su punto de mira. Pero, ¿qué tienen en común las historias de “Caperucita Roja”, “Alicia en el país de las maravillas” y “Matar un ruiseñor”, aparte de que millones de personas aprendimos a amar la lectura gracias a ellas? Resulta que junto a otros centenares de títulos están en las listas de libros sospechosos para los censores woke, y son sistemáticamente retirados de bibliotecas, colegios y universidades por la presión de las organizaciones ligadas al “pensamiento único” y sus grupos mediáticos.
¿Qué razones se argumentan contra “Matar un ruiseñor”? Seguro que los lectores han leído el libro y visto la película, con el inolvidable Atticus Finch interpretado por Gregory Peck. Pues sus censores dicen que su argumento (el juicio de un joven negro, acusado falsamente de violación en un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos) alude a sexo, violencia y racismo. Además, el texto contiene la palabra negro (“niger”), hoy tabú para las gentes políticamente correctas. No les importa que hechos de tal tipo sean habituales, sino lo que cuentan. No se deben relatar cosas incómodas o que perturben la mentalidad “Bambi”. Por ello, “Matar un ruiseñor” es un libro inconveniente y debe retirarse.
Lo mismo, las historias inquietantes de la rebelde Alicia, la Reina Roja y el espejo, o la fábula sangrienta de Caperucita Roja, su abuela, el lobo y el cazador. Muestran realidades incómodas para las mentes planas de neurona única.
Con idéntico criterio los nuevos censores de lo correcto acabarán intentando quitar de las estanterías por inmorales, violentas o corruptoras, la Biblia, el Corán, los Vedas, Homero, Platón, Virgilio, Lucrecio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe y prácticamente toda la literatura universal, pues los libros cuentan la vida de la gente y lo que a ésta le sucede en la realidad, sea bueno o malo. Quizás lo que les disgusta es la propia realidad y pretenden edulcorarla con la excusa de “protegernos”.
Heine profetizó que allí donde se retiran, prohíben o queman libros por sus contenidos, se acabará aislando, prohibiendo o quemando personas por sus opiniones. Lo que profetizó Ray Bradbury en "Farenheit 451". Es evidente que en las primeras décadas del siglo XXI nuestras sociedades democráticas de Occidente empiezan a seguir un mal camino y se están volviendo cada vez más intolerantes y ridículas. Va surgiendo una suerte de censura político-moral que encorseta nuestra libertad. Pero no hay censura sin censores. ¿Y de dónde han surgido los actuales?
Aprovechando la mediocridad y apocamiento de las instituciones y de los políticos que las conforman, los nuevos gurús de la corrección y el pensamiento único (académicos radicales, demagogos sin escrúpulos e “influencers” varios), suman lentamente una conjunción de intereses y de ambición de poder. Una auténtica “Conjura de los necios” que inunda el planeta apoyado en las nuevas tecnologías y en la complicidad de muchos medios de comunicación. Poco a poco, van controlando nuestras vidas, fijando lo que es correcto y lo que no, e imponiéndonos en cualquier asunto -incluso científicos- su criterio, aunque este sea absurdo y sin fundamento.
¿Dudan que estamos sometidos a una creciente tomadura de pelo global? Les pondré un ejemplo académico: una prestigiosa revista científica hace no mucho publicó un artículo titulado “Glaciares, género y ciencia. Un marco de glaciología feminista para la investigación del cambio medioambiental global.” Sus autores recibieron 500.000 dólares para realizar el trabajo.
Según proclama el propio artículo: “Las relaciones entre género, ciencia y los glaciares -especialmente relacionadas con cuestiones epistemológicas sobre la producción de conocimiento glaciológico- se mantienen sub-estudiadas. Este estudio propone un marco de glaciología feminista”. Más aún: “...Uniendo estudios feministas poscoloniales y ecología política feminista, el marco de glaciología feminista genera un análisis robusto de género, poder y epistemologías en sistemas socioeconómicos dinámicos, conduciendo por tanto a una ciencia e interacciones hielo-humanos más equitativas”.
Leído esto, que cuando se publicó más de uno pensó que era una broma, no me extraña que los glaciares se derritan mientras los pretendidos expertos se dedican a las fantasías literarias y la comunidad académica, tan inflexible para otros asuntos, mira hacia otro lado. Quizás teme que cualquier crítica a este tipo de artículos podría interpretarse no como una respuesta científica, sino como un ataque al feminismo, a las denuncias de género, al conocimiento patriarcal, al machismo, un desprecio a los pueblos indígenas y no sé cuantos más pecados laicos de nuestra época. Así que, aunque el rey esté desnudo, los académicos aplauden su traje imaginario woke y todos pagamos la factura, que esa sí que es bien real.
La razón para que muchos callen es conocida: tienen miedo. ¿Qué sucede si alguien, sea una persona o una institución, cuestiona las “revelaciones” de los nuevos gurús y las discute? Inmediatamente se le tacha de retrógrado, insolidario, patriarcal, violento o, el peor insulto, “negacionista”. Casi la muerte civil para un ciudadano y la ruina para una institución. No importa que pueda tener razón en sus críticas, pues ya ha sido mediáticamente juzgado y condenado. Para el opositor a estos censores solo hay presunción de culpabilidad. Ahí reside el poder de los gurús.
La presión de estas gentes va lentamente calando en todos los aspectos de nuestra vida y no hay área que no invadan, hasta los libros infantiles. Así, consideran inadecuados, violentos y sexistas los cuentos clásicos de toda la vida: Caperucita, ¡asesina de lobos!; El príncipe de Blancanieves, ¡acosador sexual!; Cenicienta, ¡una provocación por dejar las tareas domésticas a la mujer!; Hansel y Gretel, ¡maltrato infantil!; la bruja que se los quería comer, ¡una incomprendida por la sociedad patriarcal, y una defensora de la herboristería natural y la nueva cocina...! Para los gurús, los cuentos aceptables solo deberán contener ilustraciones de colores y, como mucho, unas pocas líneas de texto, naturalmente inocuas y sin emoción ni alma alguna.
¿Y qué nos dicen de la literatura juvenil? Las novelas de aventuras y acción de toda la vida pronto deberán ser expurgadas de cualquier hecho que pueda causar miedo, tensión, alarma o inquietud al joven lector. De Julio Verne, Emilio Salgari, Enyd Blyton y Richmal Chrompton nos dejarán textos insulsos, modernizados, reducidos literariamente a su mínima expresión. “Los proscritos” y Guillermo formarán una ONG, “Santa Clara” será un club deportivo femenino, “Viaje a la Luna” tratará de una excursión en un tren de colores a un parque infantil y el pirata Sandokán se trasmutará en simpático marinero dedicado al reparto social de las riquezas ajenas. Nada de sangre, nada de sexualidad, nada de conflictos, nada de camaradería, nada de aventuras intrépidas, nada de mundos exóticos. Solo paz y flores.
De la literatura clásica, el cine, el teatro, el arte en general ¿qué dejarán en pie estas gentes? Para estos censores hasta “La cabaña del tío Tom” es racista y toda la literatura universal está bajo su escrutinio “moral”. Cuestionan en el fondo nuestro derecho a leer, escribir, pensar y opinar libremente. Incluso nuestro derecho a equivocarnos (pues esto es también un derecho). Poco a poco nos amedrentan y nos van controlando.
Si no reaccionamos un día nos impondrán una nueva versión del Quijote adaptada a los tiempos de lo políticamente correcto. Imaginen algo así : “En un lugar de la Comunidad Autónoma de Castilla La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme para evitar discriminar a lo otros, no ha mucho tiempo que vivía un ciudadano hidalgo, pero de convicciones democráticas y de izquierdas, de los de pancarta en astillero, adarga antigua pero reciclada, rocín flaco por falta de subvenciones públicas para el bienestar animal , y galgo corredor, al que cuidaba, aunque no lo sacaba a cazar, pues para él las perdices y los conejos tenían los mismos derechos que el can.“
Ayer vi en el escaparate de una pastelería un estupendo “brazo de gitano”, nombre cuyo curioso origen legendario lleva hasta un monasterio medieval en Egipto. Cualquier día la conjura de los necios woke nos dictará una nueva denominación: “brazo de minoría étnica”. Si es de crema o de chocolate, al principio nos dejarán seguir eligiéndolo, pero no nos confiemos. Con ellos, hasta los “Conguitos” peligran por “racistas” e imperialistas.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019
La última “hazaña” de la censura woke en pro de lo “políticamente correcto” pasa por el intento de reescribir las obras del escritor infantil Roald Dahl. Por lo visto, al igual que Sócrates, corrompía a la juventud, pues en sus obras se usaban palabras tan terribles como “gordo”, “fea”, “calva”, “hombres” o, aún peor, se aludía a los relatos de Kipling.
Nuestros modernos inquisidores han propuesto decenas de cambios en sus coloridos textos originales, algunos de más de cincuenta años, para hacer que sus personajes sean menos «grotescos».
Así, Augustus Gloop, el gordo de Charlie y la fábrica de chocolate, pasará a describirse como «enorme», y la «fea y bestial» Sra. Twit de Los cretinos, ahora solo será «bestial». La gordura y la fealdad no existen en el mundo woke. Pero no solo se cambian adjetivos, sino que también se añaden pasajes no escritos por el autor, para “adecuar” algunos párrafos a lo «políticamente correcto».
Así, en Las brujas, al párrafo que describe a las protagonistas como “calvas” debajo de sus pelucas se ha añadido una nueva línea: «Hay muchas otras razones para que las mujeres puedan usar pelucas y ciertamente no hay nada malo en eso». No sea que se ofendan las personas con alopecia que llevan peluca.
También se ha cambiado la profesión de una de estas brujas: la que hasta ahora se hacía pasar por «cajera de supermercado» ahora trabaja como «científica». A lo mejor las cajeras de supermercado (ministras incluidas) podían ofenderse por lo de brujas.
“Matilda” tampoco ha escapado a la censura woke. Su protagonista ya no lee a Rudyard Kipling, autor del ahora «racista» El libro de la selva, sino a Jane Austen, autora de Sentido y sensibilidad. Será para prevenir que a los niños lectores les dé por emular las ideas del imperialismo inglés. Aunque me da que el censor woke tampoco ha leído nunca a Jane Austen, formidable escritora, que describe un mundo patriarcal y clasista,… y también imperialista.
En fin, para suerte de Roald Dahl la parca se lo llevó en 1990. Por ello, no tendrá que beber cicuta como Sócrates, y se ha ahorrado comprobar cuántos tontos woke hay entre sus herederos, que parece que han aceptado y hasta aplaudido los cambios.
Esta campaña woke contra los relatos universales de la literatura juvenil tiene antecedentes. Hace unos meses escribí en un ensayo que todos los cuentos y obras clásicos que conocimos de niños están amenazados pues están en su punto de mira. Pero, ¿qué tienen en común las historias de “Caperucita Roja”, “Alicia en el país de las maravillas” y “Matar un ruiseñor”, aparte de que millones de personas aprendimos a amar la lectura gracias a ellas? Resulta que junto a otros centenares de títulos están en las listas de libros sospechosos para los censores woke, y son sistemáticamente retirados de bibliotecas, colegios y universidades por la presión de las organizaciones ligadas al “pensamiento único” y sus grupos mediáticos.
¿Qué razones se argumentan contra “Matar un ruiseñor”? Seguro que los lectores han leído el libro y visto la película, con el inolvidable Atticus Finch interpretado por Gregory Peck. Pues sus censores dicen que su argumento (el juicio de un joven negro, acusado falsamente de violación en un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos) alude a sexo, violencia y racismo. Además, el texto contiene la palabra negro (“niger”), hoy tabú para las gentes políticamente correctas. No les importa que hechos de tal tipo sean habituales, sino lo que cuentan. No se deben relatar cosas incómodas o que perturben la mentalidad “Bambi”. Por ello, “Matar un ruiseñor” es un libro inconveniente y debe retirarse.
Lo mismo, las historias inquietantes de la rebelde Alicia, la Reina Roja y el espejo, o la fábula sangrienta de Caperucita Roja, su abuela, el lobo y el cazador. Muestran realidades incómodas para las mentes planas de neurona única.
Con idéntico criterio los nuevos censores de lo correcto acabarán intentando quitar de las estanterías por inmorales, violentas o corruptoras, la Biblia, el Corán, los Vedas, Homero, Platón, Virgilio, Lucrecio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe y prácticamente toda la literatura universal, pues los libros cuentan la vida de la gente y lo que a ésta le sucede en la realidad, sea bueno o malo. Quizás lo que les disgusta es la propia realidad y pretenden edulcorarla con la excusa de “protegernos”.
Heine profetizó que allí donde se retiran, prohíben o queman libros por sus contenidos, se acabará aislando, prohibiendo o quemando personas por sus opiniones. Lo que profetizó Ray Bradbury en "Farenheit 451". Es evidente que en las primeras décadas del siglo XXI nuestras sociedades democráticas de Occidente empiezan a seguir un mal camino y se están volviendo cada vez más intolerantes y ridículas. Va surgiendo una suerte de censura político-moral que encorseta nuestra libertad. Pero no hay censura sin censores. ¿Y de dónde han surgido los actuales?
Aprovechando la mediocridad y apocamiento de las instituciones y de los políticos que las conforman, los nuevos gurús de la corrección y el pensamiento único (académicos radicales, demagogos sin escrúpulos e “influencers” varios), suman lentamente una conjunción de intereses y de ambición de poder. Una auténtica “Conjura de los necios” que inunda el planeta apoyado en las nuevas tecnologías y en la complicidad de muchos medios de comunicación. Poco a poco, van controlando nuestras vidas, fijando lo que es correcto y lo que no, e imponiéndonos en cualquier asunto -incluso científicos- su criterio, aunque este sea absurdo y sin fundamento.
¿Dudan que estamos sometidos a una creciente tomadura de pelo global? Les pondré un ejemplo académico: una prestigiosa revista científica hace no mucho publicó un artículo titulado “Glaciares, género y ciencia. Un marco de glaciología feminista para la investigación del cambio medioambiental global.” Sus autores recibieron 500.000 dólares para realizar el trabajo.
Según proclama el propio artículo: “Las relaciones entre género, ciencia y los glaciares -especialmente relacionadas con cuestiones epistemológicas sobre la producción de conocimiento glaciológico- se mantienen sub-estudiadas. Este estudio propone un marco de glaciología feminista”. Más aún: “...Uniendo estudios feministas poscoloniales y ecología política feminista, el marco de glaciología feminista genera un análisis robusto de género, poder y epistemologías en sistemas socioeconómicos dinámicos, conduciendo por tanto a una ciencia e interacciones hielo-humanos más equitativas”.
Leído esto, que cuando se publicó más de uno pensó que era una broma, no me extraña que los glaciares se derritan mientras los pretendidos expertos se dedican a las fantasías literarias y la comunidad académica, tan inflexible para otros asuntos, mira hacia otro lado. Quizás teme que cualquier crítica a este tipo de artículos podría interpretarse no como una respuesta científica, sino como un ataque al feminismo, a las denuncias de género, al conocimiento patriarcal, al machismo, un desprecio a los pueblos indígenas y no sé cuantos más pecados laicos de nuestra época. Así que, aunque el rey esté desnudo, los académicos aplauden su traje imaginario woke y todos pagamos la factura, que esa sí que es bien real.
La razón para que muchos callen es conocida: tienen miedo. ¿Qué sucede si alguien, sea una persona o una institución, cuestiona las “revelaciones” de los nuevos gurús y las discute? Inmediatamente se le tacha de retrógrado, insolidario, patriarcal, violento o, el peor insulto, “negacionista”. Casi la muerte civil para un ciudadano y la ruina para una institución. No importa que pueda tener razón en sus críticas, pues ya ha sido mediáticamente juzgado y condenado. Para el opositor a estos censores solo hay presunción de culpabilidad. Ahí reside el poder de los gurús.
La presión de estas gentes va lentamente calando en todos los aspectos de nuestra vida y no hay área que no invadan, hasta los libros infantiles. Así, consideran inadecuados, violentos y sexistas los cuentos clásicos de toda la vida: Caperucita, ¡asesina de lobos!; El príncipe de Blancanieves, ¡acosador sexual!; Cenicienta, ¡una provocación por dejar las tareas domésticas a la mujer!; Hansel y Gretel, ¡maltrato infantil!; la bruja que se los quería comer, ¡una incomprendida por la sociedad patriarcal, y una defensora de la herboristería natural y la nueva cocina...! Para los gurús, los cuentos aceptables solo deberán contener ilustraciones de colores y, como mucho, unas pocas líneas de texto, naturalmente inocuas y sin emoción ni alma alguna.
¿Y qué nos dicen de la literatura juvenil? Las novelas de aventuras y acción de toda la vida pronto deberán ser expurgadas de cualquier hecho que pueda causar miedo, tensión, alarma o inquietud al joven lector. De Julio Verne, Emilio Salgari, Enyd Blyton y Richmal Chrompton nos dejarán textos insulsos, modernizados, reducidos literariamente a su mínima expresión. “Los proscritos” y Guillermo formarán una ONG, “Santa Clara” será un club deportivo femenino, “Viaje a la Luna” tratará de una excursión en un tren de colores a un parque infantil y el pirata Sandokán se trasmutará en simpático marinero dedicado al reparto social de las riquezas ajenas. Nada de sangre, nada de sexualidad, nada de conflictos, nada de camaradería, nada de aventuras intrépidas, nada de mundos exóticos. Solo paz y flores.
De la literatura clásica, el cine, el teatro, el arte en general ¿qué dejarán en pie estas gentes? Para estos censores hasta “La cabaña del tío Tom” es racista y toda la literatura universal está bajo su escrutinio “moral”. Cuestionan en el fondo nuestro derecho a leer, escribir, pensar y opinar libremente. Incluso nuestro derecho a equivocarnos (pues esto es también un derecho). Poco a poco nos amedrentan y nos van controlando.
Si no reaccionamos un día nos impondrán una nueva versión del Quijote adaptada a los tiempos de lo políticamente correcto. Imaginen algo así : “En un lugar de la Comunidad Autónoma de Castilla La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme para evitar discriminar a lo otros, no ha mucho tiempo que vivía un ciudadano hidalgo, pero de convicciones democráticas y de izquierdas, de los de pancarta en astillero, adarga antigua pero reciclada, rocín flaco por falta de subvenciones públicas para el bienestar animal , y galgo corredor, al que cuidaba, aunque no lo sacaba a cazar, pues para él las perdices y los conejos tenían los mismos derechos que el can.“
Ayer vi en el escaparate de una pastelería un estupendo “brazo de gitano”, nombre cuyo curioso origen legendario lleva hasta un monasterio medieval en Egipto. Cualquier día la conjura de los necios woke nos dictará una nueva denominación: “brazo de minoría étnica”. Si es de crema o de chocolate, al principio nos dejarán seguir eligiéndolo, pero no nos confiemos. Con ellos, hasta los “Conguitos” peligran por “racistas” e imperialistas.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019