Cuando las IAs nos gobiernen
Que sean los seres humanos quienes gobiernen sociedades humanas lo damos como lógico, pues hasta ahora siempre ha sido así. Pero en un futuro puede que la responsabilidad en la toma de decisiones no sea monopolio exclusivo de las personas. Tendremos competidores más inteligentes: las IAs, inteligencias artificiales.
Frente a los políticos profesionales, humanos con sus limitaciones, a veces vanidosos y casi siempre un poco trapaceros, las IAs manejarán mejor los datos, harán mejores predicciones y no tendrán prejuicios, ni amiguismos, ni egos absurdos, ni la costumbre de mentir (o eso espero). Por ello, puede que en unos pocos años decisiones claves de gobierno serán adoptadas en todos los países por IAs, o estas colaborarán decisivamente con los humanos para tomarlas.
Las IAs como parte del gobierno son el futuro, pero tenemos experiencia para valorar su potencial. Hace ya tiempo que los robots y los grandes ordenadores conviven con nosotros. Y hacen una labor inmensa y positiva. Pese a ello hay gente que los consideran una amenaza, visión posiblemente influida por la imagen negativa que traslada de ellos el cine y la literatura en ocasiones. Los agoreros inicialmente predecían que los robots humanoides dominarían a los humanos. En 1921, el escritor checo Karel Capek acuñó la palabra robot, a partir de la palabra checa “robota” que significa servidumbre o trabajo forzado. En su novela los robots se rebelan y acaban con la humanidad.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el miedo se trasladó hacia los cerebros electrónicos. En nuestros días el temor se centra en que las IAs actuarán como Skynet en Terminator, y nos darán la puntilla. Pero el peligro para la humanidad somos nosotros mismos, no necesitamos ayuda.
En los gobiernos del futuro seguramente la ayuda de las IAs será imprescindible. ¿Cómo convivirán y colaborarán los humanos con ellas? La informática y la robótica, más aún cuando se generalicen los ordenadores cuánticos, desarrollarán sus propias respuestas y estrategias. Pero también los escritores y directores de cine han realizado planteamientos curiosos, y de ellos vamos a hablar.
En 1942, Isaac Asimov creó las “Leyes de la Robótica”, que establecían los límites de la actuación de los robots respecto a los seres humanos para evitar causarles daño como individuos (las Tres Leyes) o como especie (la Ley Cero). En aquellos días se suponía que los robots acabarían gobernando las sociedades, y por ello era importante programarlos para que no actuaran como el malvado robot de Metrópolis, película de Fritz Lang que creó el arquetipo del robot malvado. Por ello Asimov crea sus leyes morales para “cerebros positrónicos”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento exponencial de la capacidad de los ordenadores llevó a pensar que los cerebros electrónicos tendrían rápidamente capacidad para dirigirlo todo. Por ello se convirtieron en fuente de inquietud para los agoreros. Y una obra maestra del cine fijó el arquetipo del ordenador cuasi consciente y capaz de matar: 2001: Odisea del espacio.
Los dos personajes principales de 2001 no eran humanos. Uno era el Monolito extraterrestre, incomprensible y ajeno al hombre. El otro era “HAL 9000”, el ordenador encargado de controlar la nave. Quienes hayan visto la película no habrán olvidado el “ojo de pez” de color rojo con el que HAL vigilaba el puente de mando de la nave Discovery y espiaba a los astronautas. Digno de Orwell.
HAL era una inteligencia artificial heurística que imitaba el razonamiento humano. Casi parecía viva y consciente. Pero su comportamiento se fue modificando a lo largo del viaje hacia Júpiter. En su programación se anteponía, sobre cualquier otra consideración, el alcanzar el destino fijado. Además HAL estaba programado para ocultar a la tripulación humana ciertos datos secretos. Fuentes de confusión en la programación de una IA: prioridades y secretos.
Minado por las anomalías lógicas que encontraba en su programación, cuando HAL detectó las dudas que su extraño comportamiento generaba entre los astronautas e interpretó que estos ponían en riesgo la misión.
Según su lógica, debían considerarse mecanismos fallidos y ser desconectados. Así, HAL se convirtió en homicida e intentó eliminar a toda la tripulación. Al final, el último astronauta superviviente, Bowman, logró desconectarlo y culminó el viaje con un sorprendente final.
En aquellos años se confiaba que en unos decenios los superordenadores permitirían gobernar no solo naves, sino todo tipo de organizaciones, incluso países. Todo era cuestión de desarrollo tecnológico y, al fin y al cabo, un país era como una enorme nave, donde los habitantes eran la tripulación y el gobierno debía garantizar el alcanzar el destino elegido. ¿Por qué no poner una IA al frente?
En 2023, aunque vemos pruebas palpables del avance de las IAs como ChatGPT, aún no tenemos ningún país gobernado directamente -al menos que sepamos- por una inteligencia artificial y sí muchos gobernados, por desgracia, sin ninguna inteligencia a su frente, ni artificial ni natural. Basta leer el periódico para ver ejemplos.
Pero es quizás más curioso que incluso en países desarrollados, y también en el nuestro, hay políticos humanos que pecan, cuando alcanzan poder, del mismo defecto que HAL: el considerar que lo importante es el llegar a cualquier precio al destino, a veces secreto, que han decidido, por su cuenta y sin consultarnos, que es la tierra prometida que necesitamos. Y lo intentan sin importar los medios necesarios ni el precio a pagar ni la opinión de los ciudadanos. Una vez al mando, ellos mandan. Los demás somos prescindibles.
HAL 9000 tiene imitadores humanos en su errónea gestión. Pero los humanos no tienen la excusa de HAL, que al fin y al cabo se debía a unas instrucciones mal programadas que él no eligió. Nuestros políticos y sus asesores escriben ellos su programa y fijan sus objetivos. Crean sus escenarios, diseñan sus rutas, urden sus alianzas y preparan sus estrategias secretas. Y luego, aunque todo salga al revés, no saben, o no quieren, bajarse del burro.
El resultado de “viajes” políticos mal gobernados y a ninguna parte, dirigidos por los imitadores de HAL, suelen ser pesadillas. Siempre arruinan al país y a sus habitantes. Y encima siempre hay gentes y grupos serviles que les jalean y animan a seguir en la ruta “triunfal”.
Convendría que los ciudadanos, siendo conscientes de todo esto y como hizo Bowman en la película, cuando lleguen elecciones utilicemos sabiamente nuestro voto y “desconectemos” del gobierno a los imitadores de HAL.
Deberíamos hacerlo incluso por instinto de supervivencia, pues como saben quienes han visto 2001, el viaje en busca del Monolito no consiste sólo en llegar a Júpiter, sino en llegar vivos. Y con HAL y sus imitadores al frente de cualquier gobierno eso es algo bastante improbable.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019.
Que sean los seres humanos quienes gobiernen sociedades humanas lo damos como lógico, pues hasta ahora siempre ha sido así. Pero en un futuro puede que la responsabilidad en la toma de decisiones no sea monopolio exclusivo de las personas. Tendremos competidores más inteligentes: las IAs, inteligencias artificiales.
Frente a los políticos profesionales, humanos con sus limitaciones, a veces vanidosos y casi siempre un poco trapaceros, las IAs manejarán mejor los datos, harán mejores predicciones y no tendrán prejuicios, ni amiguismos, ni egos absurdos, ni la costumbre de mentir (o eso espero). Por ello, puede que en unos pocos años decisiones claves de gobierno serán adoptadas en todos los países por IAs, o estas colaborarán decisivamente con los humanos para tomarlas.
Las IAs como parte del gobierno son el futuro, pero tenemos experiencia para valorar su potencial. Hace ya tiempo que los robots y los grandes ordenadores conviven con nosotros. Y hacen una labor inmensa y positiva. Pese a ello hay gente que los consideran una amenaza, visión posiblemente influida por la imagen negativa que traslada de ellos el cine y la literatura en ocasiones. Los agoreros inicialmente predecían que los robots humanoides dominarían a los humanos. En 1921, el escritor checo Karel Capek acuñó la palabra robot, a partir de la palabra checa “robota” que significa servidumbre o trabajo forzado. En su novela los robots se rebelan y acaban con la humanidad.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el miedo se trasladó hacia los cerebros electrónicos. En nuestros días el temor se centra en que las IAs actuarán como Skynet en Terminator, y nos darán la puntilla. Pero el peligro para la humanidad somos nosotros mismos, no necesitamos ayuda.
En los gobiernos del futuro seguramente la ayuda de las IAs será imprescindible. ¿Cómo convivirán y colaborarán los humanos con ellas? La informática y la robótica, más aún cuando se generalicen los ordenadores cuánticos, desarrollarán sus propias respuestas y estrategias. Pero también los escritores y directores de cine han realizado planteamientos curiosos, y de ellos vamos a hablar.
En 1942, Isaac Asimov creó las “Leyes de la Robótica”, que establecían los límites de la actuación de los robots respecto a los seres humanos para evitar causarles daño como individuos (las Tres Leyes) o como especie (la Ley Cero). En aquellos días se suponía que los robots acabarían gobernando las sociedades, y por ello era importante programarlos para que no actuaran como el malvado robot de Metrópolis, película de Fritz Lang que creó el arquetipo del robot malvado. Por ello Asimov crea sus leyes morales para “cerebros positrónicos”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento exponencial de la capacidad de los ordenadores llevó a pensar que los cerebros electrónicos tendrían rápidamente capacidad para dirigirlo todo. Por ello se convirtieron en fuente de inquietud para los agoreros. Y una obra maestra del cine fijó el arquetipo del ordenador cuasi consciente y capaz de matar: 2001: Odisea del espacio.
Los dos personajes principales de 2001 no eran humanos. Uno era el Monolito extraterrestre, incomprensible y ajeno al hombre. El otro era “HAL 9000”, el ordenador encargado de controlar la nave. Quienes hayan visto la película no habrán olvidado el “ojo de pez” de color rojo con el que HAL vigilaba el puente de mando de la nave Discovery y espiaba a los astronautas. Digno de Orwell.
HAL era una inteligencia artificial heurística que imitaba el razonamiento humano. Casi parecía viva y consciente. Pero su comportamiento se fue modificando a lo largo del viaje hacia Júpiter. En su programación se anteponía, sobre cualquier otra consideración, el alcanzar el destino fijado. Además HAL estaba programado para ocultar a la tripulación humana ciertos datos secretos. Fuentes de confusión en la programación de una IA: prioridades y secretos.
Minado por las anomalías lógicas que encontraba en su programación, cuando HAL detectó las dudas que su extraño comportamiento generaba entre los astronautas e interpretó que estos ponían en riesgo la misión.
Según su lógica, debían considerarse mecanismos fallidos y ser desconectados. Así, HAL se convirtió en homicida e intentó eliminar a toda la tripulación. Al final, el último astronauta superviviente, Bowman, logró desconectarlo y culminó el viaje con un sorprendente final.
En aquellos años se confiaba que en unos decenios los superordenadores permitirían gobernar no solo naves, sino todo tipo de organizaciones, incluso países. Todo era cuestión de desarrollo tecnológico y, al fin y al cabo, un país era como una enorme nave, donde los habitantes eran la tripulación y el gobierno debía garantizar el alcanzar el destino elegido. ¿Por qué no poner una IA al frente?
En 2023, aunque vemos pruebas palpables del avance de las IAs como ChatGPT, aún no tenemos ningún país gobernado directamente -al menos que sepamos- por una inteligencia artificial y sí muchos gobernados, por desgracia, sin ninguna inteligencia a su frente, ni artificial ni natural. Basta leer el periódico para ver ejemplos.
Pero es quizás más curioso que incluso en países desarrollados, y también en el nuestro, hay políticos humanos que pecan, cuando alcanzan poder, del mismo defecto que HAL: el considerar que lo importante es el llegar a cualquier precio al destino, a veces secreto, que han decidido, por su cuenta y sin consultarnos, que es la tierra prometida que necesitamos. Y lo intentan sin importar los medios necesarios ni el precio a pagar ni la opinión de los ciudadanos. Una vez al mando, ellos mandan. Los demás somos prescindibles.
HAL 9000 tiene imitadores humanos en su errónea gestión. Pero los humanos no tienen la excusa de HAL, que al fin y al cabo se debía a unas instrucciones mal programadas que él no eligió. Nuestros políticos y sus asesores escriben ellos su programa y fijan sus objetivos. Crean sus escenarios, diseñan sus rutas, urden sus alianzas y preparan sus estrategias secretas. Y luego, aunque todo salga al revés, no saben, o no quieren, bajarse del burro.
El resultado de “viajes” políticos mal gobernados y a ninguna parte, dirigidos por los imitadores de HAL, suelen ser pesadillas. Siempre arruinan al país y a sus habitantes. Y encima siempre hay gentes y grupos serviles que les jalean y animan a seguir en la ruta “triunfal”.
Convendría que los ciudadanos, siendo conscientes de todo esto y como hizo Bowman en la película, cuando lleguen elecciones utilicemos sabiamente nuestro voto y “desconectemos” del gobierno a los imitadores de HAL.
Deberíamos hacerlo incluso por instinto de supervivencia, pues como saben quienes han visto 2001, el viaje en busca del Monolito no consiste sólo en llegar a Júpiter, sino en llegar vivos. Y con HAL y sus imitadores al frente de cualquier gobierno eso es algo bastante improbable.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019.