Desactivando el nacionalismo vasco
Todo mi proyecto intelectual –ya lo habrán advertido, supongo, los lectores de esta serie de El balle del ziruelo– consiste en desactivar el nacionalismo vasco. Considero que esta ideología nos hace profundamente infelices y que los ciudadanos vascos no nos la merecemos de ninguna de las maneras. Nuestra propia dignidad queda mancillada por ella. Nos degrada, nos humilla, nos hace peores.
No es democrática, puesto que privilegia entre sus miembros rectores a los que cumplen determinadas características etnológicas: de nacimiento, ascendencias, apellidos. Si no las cumples entras en un nivel subordinado y quedas al pairo de lo que decidan otros por ti: te conviertes en un meritorio.
Y eso que la discriminación por apellidos es lo más injusto, arbitrario e injustificado que hay, puesto que los apellidos, si el fundador del nacionalismo vasco pretendía considerarlos como marca de la raza, se empezaron a poner desde el siglo XV entre la gente común (antes de esas fechas solo los nobles y poderosos se apellidaban), y se cambiaban a voluntad, incluso durante la vida del portador, y no llevaban fijeza de padres y madres a hijos, puesto que al recién nacido se le podían poner los apellidos del padre o de la madre o de cualquier ascendiente o de fuera de la familia, y solo a partir del siglo XIX empezaron a ponerse con la fijeza que tienen hoy. ¿Cómo se van a considerar, por tanto, marca de raza o de origen étnico, si se podían poner a voluntad?
En cambio, el nacionalismo vasco, mediante los apellidos, ejerce una discriminación soterrada (es decir, no declarada o reconocida, pero igualmente efectiva) entre unas personas y otras, calificándolas a unas de mejores por nacimiento y a otras de meritorias por adopción. El que nace cumpliendo las características exigidas adquiere un estatus que el que no nace con ellas tiene que esforzarse durante su vida en alcanzar, para ser aceptado, para suplir los méritos que no tiene por nacimiento. ¿Quién puede considerar como bueno semejante panorama para su vida y la de sus hijos?
El nacionalismo es intrínsecamente perverso.
¿Por qué creen ustedes que me importa tanto este tema, si no fuera porque, teniendo esas características, se trata de la ideología dominante en el País Vasco actual?
Mi único propósito es desactivarlo, primero teóricamente y luego en la práctica.
Para desactivarlo teóricamente me puedo servir de mí mismo. Lo puedo hacer yo solo. Pero para desactivarlo en la práctica es necesario que cada vez más gente entienda lo que quiero decir, que lo considere al menos.
Con mi artículo de hace un par de semanas titulado Aberri Eguna: farsa viejuna considero que se marca un hito en el estudio del nacionalismo vasco. Quizás la mayor parte de ustedes no lo hayan advertido (no es culpa de ustedes, faltaría más), porque no son especialistas en el tema. Pero que sepan que se trata de un descubrimiento capital, que marca un antes y un después en el estudio del origen del nacionalismo vasco, consistente en que el propio hermano del fundador del nacionalismo, a quien este consideró nada menos que su mentor, le engañó vilmente durante al menos siete años: entre 1893 y 1900, puesto que no le dijo la situación familiar en la que vivía, en la cual había tenido un hijo con una mujer sin apellidos ni ascendencias vascas y encima había permanecido cinco años sin casarse con ella, entre 1893 y 1898.
Con semejante panorama, de haberse sabido, el nacionalismo vasco no habría podido echar a andar siquiera, al menos en la fecha en que lo hizo: ni se habría fundado el partido en 1895, ni sus primeros periódicos habrían existido, ni el primer vachoqui se habría abierto, puesto que en todas esas actividades Luis Arana Goiri, que es de quien estamos hablando, ejercía un papel decisivo, imprescindible, como organizador, catalizador, aglutinador, impulsor: todo pasaba por él.
Sabino Arana, con alguien así a su lado, de haber sabido lo que no sabía, con qué autoridad moral habría podido decir nada de los maquetos, a los que fustigaba sin piedad, tratándoles como personas sin religiosidad, sin amor a la familia, sin principios, sin capacidad para ser católicos. ¿Cómo habría podido decir todo eso sabiendo que su hermano llevaba la vida que llevaba, contradiciendo todos sus principios religiosos y morales, teniendo un hijo en concubinato con una maqueta?
Sabino Arana Goiri queda de ese modo automáticamente desactivado como ideólogo y como impulsor de un partido político nacionalista bajo los principios de Dios y Leyes Viejas, puesto que su propio hermano, en quien él más confiaba, ni seguía los preceptos de la religión católica ni los de su propia raza vasca, que eran los dos pilares de la ideología que propugnaban.
Gran escándalo habría sido si esto se hubiera sabido, pero no se supo hasta ahora que lo hemos sacado a la luz. Sin embargo, a nadie le afecta que se sepa eso ahora: el PNV está consolidado. En las próximas elecciones municipales y forales del 28 de mayo continuará aquilatando e incrementando más si cabe su presencia política y social y a nadie le importará una higa lo que hizo el hermano de Sabino Arana mientras se ponía en marcha el partido.
Pero lo cierto es que los fundamentos de ese partido quedan así denunciados, descubiertos, convertidos en una farsa, en una enorme mentira. Ni siquiera sobrevive el origen del Aberri Eguna, porque esta festividad central del nacionalismo vasco está basada en la creencia, inculcada por el fundador, de que un día de 1882 Luis le comunicó a Sabino la buena nueva de la patria vasca. ¿Luis, el que mantuvo en secreto su relación con una maqueta, el que tuvo un hijo con ella sin decir nada a su familia, sin casarse siquiera? ¿Ese fue el que le inculcó a su hermano la ideología nacionalista?
A partir de ahora, estén seguros de que no oirán a ningún nacionalista hablar nada de esto. Un manto de silencio se impondrá sobre esta cuestión. A nadie le interesará. Todos harán como que no existe. Nada se moverá. El nacionalismo seguirá como si tal cosa. Y dentro de poco tocará celebrar el aniversario de su fundación, un 31 de julio, cuando Sabino de presidente y Luis de vicepresidente fundaron el primer Vizcay Vuru Vachar. Y todo seguirá como hasta ahora. A nadie le importará lo que pasó. Nadie querrá saber nada de todo esto.
Pero, díganme, ¿cabe mayor superchería para cualquier partido político que la de saber que quien lo fundó fue engañado sistemáticamente por quien él mismo decía que se lo había comunicado todo, esto es, por su propio hermano?
Decía Sabino Arana, en su “discurso de Larrazabal”, de 3 de junio de 1893, esto es, en el pistoletazo de salida de su proselitismo político, con su hermano Luis sentado a su lado: “mi mente, comprendiendo que mi hermano conocía más que yo la historia y que no era capaz de engañarme, entró en la fase de la duda y concluí prometiéndole estudiar con ánimo sereno la historia de Bizkaya y adherirme firmemente a la verdad”.
¿No les entra la risa floja? Que su hermano no era capaz de engañarle, dice. Cuando en ese mismo momento tenía a una mujer con la que no se había casado y a un hijo de ambos, de cuatro meses de edad (ya que había nacido el 9 de febrero de 1893), viviendo a casi 300 kilómetros de Bilbao, en Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza. A esto hay que añadir que además de que Luis le engañaba porque no le decía algo fundamental de su vida, además de eso, es que el propio Sabino también pretendía engañarnos a nosotros, puesto que los dos hermanos, todavía entre 1888 y 1890 (por tanto, seis años después del año 1882 en el que fijaron el descubrimiento de la patria vasca), eran integristas españoles, que colaboraban con donativos y adhesiones en el periódico El Euskaro, que era el órgano en Vizcaya del integrismo español, bajo la dirección del periódico madrileño El Siglo Futuro, al que con motivo de la separación entre las dos ramas del tradicionalismo, la carlista y la integrista, fechada en 1888, se adhirió el primero fervientemente.
En definitiva, todo mentira. El nacionalismo se funda sobre una gran mentira, o sobre una serie de mentiras acumuladas y sucesivas para convencernos de lo imposible: que los vascos nunca fueron españoles, españoles a su manera, pero españoles. Y que toda la ideología está basada en un único motivo: el rechazo a los españoles procedentes de otras partes de España que llegaban por miles al País Vasco a raíz de la súbita industrialización de finales del siglo XIX. Un motivo, el del origen del nacionalismo vasco, completamente insolidario, injusto, inaceptable, atroz. Porque los vascos han formado parte de la historia de España desde su mismo origen.
Y luego desde el nacionalismo nos vendrán diciendo que todo esto del hermano es anecdótico, que no altera para nada el origen del nacionalismo, porque, según ellos, el origen del mismo está en el fuerismo o en el carlismo que le antecedieron. Y que incluso si Sabino Arana no hubiera existido, otro en su lugar habría hecho lo mismo. Pero resulta que tanto fuerismo como carlismo fueron rechazados agriamente por el fundador del nacionalismo vasco, porque los consideraba, a ambos, españoles (como efectivamente así lo eran). Y resulta también que la ideología nacionalista vasca tiene a Sabino Arana como su referente principal, al que se homenajea todos los años en cuatro ocasiones al menos: nacimiento, un 25 de enero, con la entrega de los premios Sabino Arana; Aberri Eguna, con la conmemoración de la famosa revelación de 1882; fundación del partido, 31 de julio, con colocación de flores en la estatua del prócer sita en los Jardines de Abando de Bilbao; y fallecimiento, un 25 de noviembre, con colocación de flores en su tumba de Sukarrieta (antes Pedernales).
Estamos desactivando el origen del nacionalismo para desactivar, así, la ideología nacionalista vasca en su conjunto. Porque estamos dejando a esta ideología con un fundador, y con su hermano el supuesto precursor, completamente impresentables, por mentirosos (entre ellos mismos y ellos con los demás), por estúpidos, en definitiva, por impresentables, por un par de mamarrachos a los que hoy honra y homenajea la mayoría de la población vasca. Sabino Arana tiene calles, cuando no avenidas, por todos los pueblos y ciudades de nuestra comunidad. Lo cual convierte esta cuestión en algo profundamente inaceptable y denunciable. No podemos seguir soportando vivir en un País Vasco que se considera avanzado y europeo con esta lacra, con este baldón en su historia.
No podemos aceptar el nacionalismo vasco. Hay que luchar denodadamente contra él. Tenemos motivos de sobra parar hacerlo. Básicamente porque sus propios motivos son falsos, injustos y crueles, del mismo modo que su origen fue falso, injusto y cruel. Tan cruel como tener un hijo con una mujer en secreto y dejar a ambos, madre e hijo, abandonados y ocultos, hasta que al padre le dio la gana de acordarse de nuevo de ellos, al cabo de cinco años. Y no piensen que por eso volvió a Bilbao seguido. Qué va. No quería ni por una vida que en Bilbao se supiera nada de su familia. Y anduvo dando vueltas por ahí, por el País Vasco francés, por Madrid, por Vitoria y luego por diferentes pueblos de Vizcaya, hasta que volvió, ya cumplidos los 64 años, a su Bilbao natal, en 1926, con toda su familia, salvo un hijo de los cinco que tuvieron, que falleció con pocos años (luego fallecería otro también joven). Y todo con tal de mantener oculto su secreto: que se había casado con una maqueta, con una española, de esas que tanto odiaban él y su hermano. No me digan si esto tiene un pase.
¿Cómo es posible, después de saber esto, que podamos tomar en serio esa ideología, que podamos tenerle ni un mínimo de respeto siquiera?
Todo mi proyecto intelectual –ya lo habrán advertido, supongo, los lectores de esta serie de El balle del ziruelo– consiste en desactivar el nacionalismo vasco. Considero que esta ideología nos hace profundamente infelices y que los ciudadanos vascos no nos la merecemos de ninguna de las maneras. Nuestra propia dignidad queda mancillada por ella. Nos degrada, nos humilla, nos hace peores.
No es democrática, puesto que privilegia entre sus miembros rectores a los que cumplen determinadas características etnológicas: de nacimiento, ascendencias, apellidos. Si no las cumples entras en un nivel subordinado y quedas al pairo de lo que decidan otros por ti: te conviertes en un meritorio.
Y eso que la discriminación por apellidos es lo más injusto, arbitrario e injustificado que hay, puesto que los apellidos, si el fundador del nacionalismo vasco pretendía considerarlos como marca de la raza, se empezaron a poner desde el siglo XV entre la gente común (antes de esas fechas solo los nobles y poderosos se apellidaban), y se cambiaban a voluntad, incluso durante la vida del portador, y no llevaban fijeza de padres y madres a hijos, puesto que al recién nacido se le podían poner los apellidos del padre o de la madre o de cualquier ascendiente o de fuera de la familia, y solo a partir del siglo XIX empezaron a ponerse con la fijeza que tienen hoy. ¿Cómo se van a considerar, por tanto, marca de raza o de origen étnico, si se podían poner a voluntad?
En cambio, el nacionalismo vasco, mediante los apellidos, ejerce una discriminación soterrada (es decir, no declarada o reconocida, pero igualmente efectiva) entre unas personas y otras, calificándolas a unas de mejores por nacimiento y a otras de meritorias por adopción. El que nace cumpliendo las características exigidas adquiere un estatus que el que no nace con ellas tiene que esforzarse durante su vida en alcanzar, para ser aceptado, para suplir los méritos que no tiene por nacimiento. ¿Quién puede considerar como bueno semejante panorama para su vida y la de sus hijos?
El nacionalismo es intrínsecamente perverso.
¿Por qué creen ustedes que me importa tanto este tema, si no fuera porque, teniendo esas características, se trata de la ideología dominante en el País Vasco actual?
Mi único propósito es desactivarlo, primero teóricamente y luego en la práctica.
Para desactivarlo teóricamente me puedo servir de mí mismo. Lo puedo hacer yo solo. Pero para desactivarlo en la práctica es necesario que cada vez más gente entienda lo que quiero decir, que lo considere al menos.
Con mi artículo de hace un par de semanas titulado Aberri Eguna: farsa viejuna considero que se marca un hito en el estudio del nacionalismo vasco. Quizás la mayor parte de ustedes no lo hayan advertido (no es culpa de ustedes, faltaría más), porque no son especialistas en el tema. Pero que sepan que se trata de un descubrimiento capital, que marca un antes y un después en el estudio del origen del nacionalismo vasco, consistente en que el propio hermano del fundador del nacionalismo, a quien este consideró nada menos que su mentor, le engañó vilmente durante al menos siete años: entre 1893 y 1900, puesto que no le dijo la situación familiar en la que vivía, en la cual había tenido un hijo con una mujer sin apellidos ni ascendencias vascas y encima había permanecido cinco años sin casarse con ella, entre 1893 y 1898.
Con semejante panorama, de haberse sabido, el nacionalismo vasco no habría podido echar a andar siquiera, al menos en la fecha en que lo hizo: ni se habría fundado el partido en 1895, ni sus primeros periódicos habrían existido, ni el primer vachoqui se habría abierto, puesto que en todas esas actividades Luis Arana Goiri, que es de quien estamos hablando, ejercía un papel decisivo, imprescindible, como organizador, catalizador, aglutinador, impulsor: todo pasaba por él.
Sabino Arana, con alguien así a su lado, de haber sabido lo que no sabía, con qué autoridad moral habría podido decir nada de los maquetos, a los que fustigaba sin piedad, tratándoles como personas sin religiosidad, sin amor a la familia, sin principios, sin capacidad para ser católicos. ¿Cómo habría podido decir todo eso sabiendo que su hermano llevaba la vida que llevaba, contradiciendo todos sus principios religiosos y morales, teniendo un hijo en concubinato con una maqueta?
Sabino Arana Goiri queda de ese modo automáticamente desactivado como ideólogo y como impulsor de un partido político nacionalista bajo los principios de Dios y Leyes Viejas, puesto que su propio hermano, en quien él más confiaba, ni seguía los preceptos de la religión católica ni los de su propia raza vasca, que eran los dos pilares de la ideología que propugnaban.
Gran escándalo habría sido si esto se hubiera sabido, pero no se supo hasta ahora que lo hemos sacado a la luz. Sin embargo, a nadie le afecta que se sepa eso ahora: el PNV está consolidado. En las próximas elecciones municipales y forales del 28 de mayo continuará aquilatando e incrementando más si cabe su presencia política y social y a nadie le importará una higa lo que hizo el hermano de Sabino Arana mientras se ponía en marcha el partido.
Pero lo cierto es que los fundamentos de ese partido quedan así denunciados, descubiertos, convertidos en una farsa, en una enorme mentira. Ni siquiera sobrevive el origen del Aberri Eguna, porque esta festividad central del nacionalismo vasco está basada en la creencia, inculcada por el fundador, de que un día de 1882 Luis le comunicó a Sabino la buena nueva de la patria vasca. ¿Luis, el que mantuvo en secreto su relación con una maqueta, el que tuvo un hijo con ella sin decir nada a su familia, sin casarse siquiera? ¿Ese fue el que le inculcó a su hermano la ideología nacionalista?
A partir de ahora, estén seguros de que no oirán a ningún nacionalista hablar nada de esto. Un manto de silencio se impondrá sobre esta cuestión. A nadie le interesará. Todos harán como que no existe. Nada se moverá. El nacionalismo seguirá como si tal cosa. Y dentro de poco tocará celebrar el aniversario de su fundación, un 31 de julio, cuando Sabino de presidente y Luis de vicepresidente fundaron el primer Vizcay Vuru Vachar. Y todo seguirá como hasta ahora. A nadie le importará lo que pasó. Nadie querrá saber nada de todo esto.
Pero, díganme, ¿cabe mayor superchería para cualquier partido político que la de saber que quien lo fundó fue engañado sistemáticamente por quien él mismo decía que se lo había comunicado todo, esto es, por su propio hermano?
Decía Sabino Arana, en su “discurso de Larrazabal”, de 3 de junio de 1893, esto es, en el pistoletazo de salida de su proselitismo político, con su hermano Luis sentado a su lado: “mi mente, comprendiendo que mi hermano conocía más que yo la historia y que no era capaz de engañarme, entró en la fase de la duda y concluí prometiéndole estudiar con ánimo sereno la historia de Bizkaya y adherirme firmemente a la verdad”.
¿No les entra la risa floja? Que su hermano no era capaz de engañarle, dice. Cuando en ese mismo momento tenía a una mujer con la que no se había casado y a un hijo de ambos, de cuatro meses de edad (ya que había nacido el 9 de febrero de 1893), viviendo a casi 300 kilómetros de Bilbao, en Urrea de Jalón, provincia de Zaragoza. A esto hay que añadir que además de que Luis le engañaba porque no le decía algo fundamental de su vida, además de eso, es que el propio Sabino también pretendía engañarnos a nosotros, puesto que los dos hermanos, todavía entre 1888 y 1890 (por tanto, seis años después del año 1882 en el que fijaron el descubrimiento de la patria vasca), eran integristas españoles, que colaboraban con donativos y adhesiones en el periódico El Euskaro, que era el órgano en Vizcaya del integrismo español, bajo la dirección del periódico madrileño El Siglo Futuro, al que con motivo de la separación entre las dos ramas del tradicionalismo, la carlista y la integrista, fechada en 1888, se adhirió el primero fervientemente.
En definitiva, todo mentira. El nacionalismo se funda sobre una gran mentira, o sobre una serie de mentiras acumuladas y sucesivas para convencernos de lo imposible: que los vascos nunca fueron españoles, españoles a su manera, pero españoles. Y que toda la ideología está basada en un único motivo: el rechazo a los españoles procedentes de otras partes de España que llegaban por miles al País Vasco a raíz de la súbita industrialización de finales del siglo XIX. Un motivo, el del origen del nacionalismo vasco, completamente insolidario, injusto, inaceptable, atroz. Porque los vascos han formado parte de la historia de España desde su mismo origen.
Y luego desde el nacionalismo nos vendrán diciendo que todo esto del hermano es anecdótico, que no altera para nada el origen del nacionalismo, porque, según ellos, el origen del mismo está en el fuerismo o en el carlismo que le antecedieron. Y que incluso si Sabino Arana no hubiera existido, otro en su lugar habría hecho lo mismo. Pero resulta que tanto fuerismo como carlismo fueron rechazados agriamente por el fundador del nacionalismo vasco, porque los consideraba, a ambos, españoles (como efectivamente así lo eran). Y resulta también que la ideología nacionalista vasca tiene a Sabino Arana como su referente principal, al que se homenajea todos los años en cuatro ocasiones al menos: nacimiento, un 25 de enero, con la entrega de los premios Sabino Arana; Aberri Eguna, con la conmemoración de la famosa revelación de 1882; fundación del partido, 31 de julio, con colocación de flores en la estatua del prócer sita en los Jardines de Abando de Bilbao; y fallecimiento, un 25 de noviembre, con colocación de flores en su tumba de Sukarrieta (antes Pedernales).
Estamos desactivando el origen del nacionalismo para desactivar, así, la ideología nacionalista vasca en su conjunto. Porque estamos dejando a esta ideología con un fundador, y con su hermano el supuesto precursor, completamente impresentables, por mentirosos (entre ellos mismos y ellos con los demás), por estúpidos, en definitiva, por impresentables, por un par de mamarrachos a los que hoy honra y homenajea la mayoría de la población vasca. Sabino Arana tiene calles, cuando no avenidas, por todos los pueblos y ciudades de nuestra comunidad. Lo cual convierte esta cuestión en algo profundamente inaceptable y denunciable. No podemos seguir soportando vivir en un País Vasco que se considera avanzado y europeo con esta lacra, con este baldón en su historia.
No podemos aceptar el nacionalismo vasco. Hay que luchar denodadamente contra él. Tenemos motivos de sobra parar hacerlo. Básicamente porque sus propios motivos son falsos, injustos y crueles, del mismo modo que su origen fue falso, injusto y cruel. Tan cruel como tener un hijo con una mujer en secreto y dejar a ambos, madre e hijo, abandonados y ocultos, hasta que al padre le dio la gana de acordarse de nuevo de ellos, al cabo de cinco años. Y no piensen que por eso volvió a Bilbao seguido. Qué va. No quería ni por una vida que en Bilbao se supiera nada de su familia. Y anduvo dando vueltas por ahí, por el País Vasco francés, por Madrid, por Vitoria y luego por diferentes pueblos de Vizcaya, hasta que volvió, ya cumplidos los 64 años, a su Bilbao natal, en 1926, con toda su familia, salvo un hijo de los cinco que tuvieron, que falleció con pocos años (luego fallecería otro también joven). Y todo con tal de mantener oculto su secreto: que se había casado con una maqueta, con una española, de esas que tanto odiaban él y su hermano. No me digan si esto tiene un pase.
¿Cómo es posible, después de saber esto, que podamos tomar en serio esa ideología, que podamos tenerle ni un mínimo de respeto siquiera?