Las guerras en Europa
No hace mucho nos preguntábamos qué Europa queremos. La respuesta no quedaría completa si no analizamos las guerras en Europa. Pero no las guerras pasadas sino las que estamos librando en este momento y que nos ocultan para que no seamos conscientes de los riesgos que vivimos y no tomemos partido. Las élites europeas, esto es, los políticos y burócratas de los Estados y de Bruselas, procuran que pasen desapercibidas muchas de sus decisiones, que nos afectan a todos y que, poco a poco, van socavando nuestra historia, nuestros valores y nuestra libertad.
Hoy no se puede dudar de que tales élites están imponiendo la Agenda 2030 y otras políticas que no han sido plebiscitadas previamente por los europeos de ningún país. Su apego a ciertas políticas pasa desapercibido en programas electorales que nadie lee y sobre los que no se debate, de modo que, también con cierta razón por nuestra incuria y nuestro desapego, algunos podrán decir que llevaban tales medidas en sus programas electorales y que las votamos en su día. Pero si lo hemos hecho hasta ahora, es el momento de llamar la atención sobre esos extremos y tenerlos en cuenta en las próximas elecciones europeas. Lamentablemente, no se podrá hacer debidamente si no surgen más medios como este latribunadelpaisvasco.com, que pongan el acento sobre tales programas de ingeniería social destructiva de Europa. El pensamiento políticamente correcto de la casi totalidad de los medios y prensa europeos oculta tales programas, unas veces de forma explícita y otras bajo el manto de algún consenso general falaz, como en el caso del cambio climático. Estamos hablando de auténticas guerras silenciadas que, de no ganarlas, nos abocarán a la segura destrucción de la Europa que conocemos y a la pobreza.
La primera guerra que se libra en Europa en este momento es contra los productores. Se libra en un doble campo de batalla: por un lado, como decíamos en nuestro anterior artículo, con políticas que ahogan a los sectores productivos: agricultura, pesca, política energética que nos empobrece e importación de productos de menor calidad de mercados ajenos para que compitan en mejores condiciones que los producidos en Europa. Las revueltas de los agricultores holandeses (que han convertido a un partido político en el hegemónico en un acto de valentía y rebeldía que deberíamos imitar en el resto de Europa) ha sido sólo una pequeña batalla ganada, pero esto no debe hacernos albergar esperanzas vanas.
Sería necesario que despertaran sectores como el de la pesca en España y el de nuestra agricultura, aún pujante, pero que sufre desde hace años la competencia desleal de los productos marroquíes (desde que saltó el escándalo de los sobornos a los miembros del Grupo Socialista del Parlamento Europeo lo comprendemos mucho mejor). Somos partidarios del libre mercado, pero no del mercado organizado y planificado en cuotas por los burócratas, y mucho menos cuando ese espacio de mercado para los productos marroquíes supone la introducción en condiciones ventajosas de productos de menor calidad que muchas veces no cumplen ni los parámetros básicos de sanidad. Bastan estos ejemplos para mostrar el problema, pero no debemos olvidar uno de los aspectos más importantes, que ha sido el favorecimiento de la deslocalización de nuestras empresas (incluso en sectores estratégicos), debido principalmente a la imposición confiscatoria, y que provoca que actualmente Europa esté a merced de países extranjeros, en muchos casos auténticos enemigos de nuestra civilización. El ejemplo más evidente es el mercado de la energía, cuya explotación se prohíbe en los países europeos dejándonos a merced de esos terceros en un acto de traición sin precedentes en la Historia.
Las élites europeas, esto es, los políticos y burócratas de los Estados y de Bruselas, procuran que pasen desapercibidas muchas de sus decisiones, que nos afectan a todos y que, poco a poco, van socavando nuestra historia, nuestros valores y nuestra libertad
El segundo campo de batalla contra los productores es la imposición confiscatoria a los productores para sostener los chiringuitos de imposición ideológica de las élites, sus gigantescas instituciones nacionales y europeas, y el favorecimiento de grandes masas de subsidiados a costa de lo que se esquilma a los productores. Hemos insistido en ocasiones en que en España no hay más que dos clases sociales: los productores y los parásitos. Lo mismo podemos decir que ocurre a nivel de la Unión. Ésta derrocha el 50% del gasto social de todo el mundo. Entre las grandes masas de extrabajadores europeos subsidiados y de inmigrantes también beneficiarios de nuestro dinero se está creando una división social de imposible regeneración. Alguien dijo que hace siglos había que ser rey o aristócrata para vivir sin trabajar. Hoy puede hacerlo cualquiera si es lo suficientemente desvergonzado o pillo para buscar los entresijos del sistema y obtener alguna de las miles de ayudas que se regalan por doquier en toda Europa. Si, encima, eres inmigrante y lloras un poco, te basta con eso para poder vivir en Europa sin trabajar. Mienten cuando nos dicen que necesitamos la mano de obra extranjera. Necesitamos poca y la que necesitamos podría venir con contratos si no se facilitara la inmigración ilegal para cambiar el mapa humano de Europa. Entre los desocupados europeos y la tecnificación no son necesarios los miles de inmigrantes sin cualificación que llegan a Europa para vivir de sus rentas sin aportar apenas.
Estas masas fagocitan el sistema productivo, que ve con desaliento cómo el trabajo no se recompensa y, en cambio, se protege la apatía y el parasitismo. O se libera nuestro sistema productivo o la pobreza y el abandono provocarán una ruina inminente de Europa en tan sólo unas pocas décadas.
La segunda guerra que se libra en Europa actualmente es la de los ciudadanos contra sus Estados. Éstos, el brazo largo del parlamentarismo europeo, no dejan pasar una sola ocasión de implantar una vorágine legislativa que ahoga cualquier expresión libre y espontánea de la sociedad. Los Estados cada vez más multiplican sus potestades, los servicios que dicen ofrecer y cercenan libertades. No sólo nos restan capacidades de hacer restringiendo nuestra libertad y la necesaria responsabilidad que debía derivarse de ella, sino que cada vez más limitan nuestra capacidad de hacer multiplicando las regulaciones sobre cualquier ámbito de la vida, especialmente la económica. Hoy no queda ámbito que no haya sido usurpado por el poder estatal. Se dice que existen bancos privados, pero es falso: son de gestión privada pero sometidos al obligado alineamiento del Banco Central Europeo y de los bancos centrales nacionales. Si el bienestar del pueblo ha sido siempre la excusa de los tiranos, como acertadamente decía el gran Albert Camus, hoy este principio se está llevando al extremo.
Al igual que ocurría con la revuelta de los agricultores holandeses, el primer bofetón a esta guerra entre Estados y ciudadanos ha sido la victoria de Giorgia Meloni en Italia. Muchos ciudadanos de Italia, como en otros lugares de Europa, están viendo que viven peor que sus padres (en España, la renta per cápita no para de bajar desde los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero); los jóvenes ven que estudian y obtienen títulos devaluados que no les sirven para nada bajo el manto de un sistema universitario despreciado en el mundo entero; ven que sus padres podían obtener un trabajo digno, formar una familia y comprar un coche y una vivienda. Hoy esto es una quimera para millones de jóvenes. Los maduros ven que tras una vida de trabajo su dinero vale cada vez menos. Y se incrementan las muchedumbres de parásitos a su costa, y que aunque los partidos de izquierda apenas ganen elecciones en los países concretos, las agendas de la izquierda woke, con sus limitaciones de libertad, sus piedras de molino y los ataques a la familia se multiplican sin posibilidad de resistencia.
Hoy, los Estados europeos, en su mayoría, no defienden los valores liberales y abiertos de hace unas décadas sino que están al servicio de agendas distintas de las que proclaman oficialmente en muchos casos y siempre en contra del ciudadano. La prohibición de los motores de combustión es un ejemplo palmario, impuesta sin consultar a los ciudadanos que tendrán que someterse obligatoriamente con el elevadísimo coste económico y social que conllevará y que promete destruir la productividad europea en apenas una década desde el momento en que se imponga.
Late en nuestra sociedad la sensación de que el sistema democrático y los valores liberales que lo inspiraron no sirven, pero no es cierto. Lo que ocurre es que han sido arrinconados por una clase política profesionalizada y endogámica, problema que afecta a toda Europa, donde los partidos políticos ya no son correas de transmisión de las aspiraciones de la sociedad sino instituciones impuestas y coactivas sobre esa sociedad. Estados que nacieron pequeños, que provocaron un crecimiento económico y social y elevaron la renta de sus ciudadanos en un éxito sin precedentes en la Historia han visto cómo sus maquinarias de poder se volvían gigantescas y mastodónticas aplastando a esas sociedades y provocando un cambio de ciclo tal que de no renovarse en breve terminará por abatirnos.
La tercera guerra que libramos es, como se ha visto en los párrafos anteriores, de los ciudadanos contra el socialismo. Todo lo que hemos expuesto más arriba es fruto de una concepción estatista y, por tanto, socialista, de la sociedad y el Estado. La vorágine legislativa, el control multiplicado de cualquier sector social, la legislación contra el hombre con la coartada de la falsa protección de la mujer, el progresismo impuesto a rajatabla, el control total de nuestra antigua libertad, la imposición de agendas establecidas por las élites políticas, las políticas de confinamiento y de enmudecimiento del disidente, las políticas de ingeniería social y los ataques a la familia y a la historia cristiana de Europa, son todos modos socialistas de gobernar, imposiciones que vienen desde arriba para someter a los ciudadanos. Hoy, el Estado te puede destrozar la vida sin paliativos y sin oposición posible. En España está oculto y no se muestra ni a los jueces el sistema de incentivos que tienen los inspectores de Hacienda para hacernos la vida imposible. Y tales funcionarios, si uno tiene la suerte de obtener una sentencia judicial contradictoria, no serán responsable del daño causado. Hemos permitido que las instituciones públicas se conviertan en netamente extractivas de nuestros esfuerzos y nuestra renta, de modo que trabajamos para el Estado la mayor parte del tiempo, dejándonos sólo un resto casi de miseria para satisfacer nuestras necesidades particulares. Hoy, una renta media ha de pagar al fisco el equivalente a entre cuatro y seis meses de su trabajo, lo que constituye una nueva forma de esclavitud. Hoy, los políticos europeos y sus partidos son lo más parecido a la Mafia que se ha visto en la historia política de la Europa de después de la II Guerra Mundial.
Desde Bruselas se está fomentando que nuestras empresas tecnológicas queden rezagadas respecto a las americanas y las asiáticas al imponerles multitud de controles. Se están controlando todos los mercados, como el de la vivienda, que suponen sacrificar la propiedad privada en función de parámetros obsoletos y que han mostrado su ineficacia en reiteradas ocasiones. Aunque se ha dicho para España no está muy lejos la burocracia de Bruselas de imponer un INE como el franquista, que controle los mercados. Todos sabemos cómo acaban las planificaciones socialistas, pero brillan por su ausencia las protestas de nuestros políticos supuestamente no socialistas. Es evidente que hoy el Partido Popular europeo (y el español) son la representación evidente de una socialdemocracia que ha fracasado. Son partidos que no rehúyen la planificación y el control social. No hay partidos verdaderamente liberales en Europa y lo estamos pagando en forma de pérdida de libertades y de fracaso económico y social.
Hoy, una renta media ha de pagar al fisco el equivalente a entre cuatro y seis meses de su trabajo, lo que constituye una nueva forma de esclavitud
Tales partidos, los llamados socialdemócratas y los llamados populares, no practican sino la política de la subvención y propician todo aquello que no se sostendría en nuestras sociedades si no fuera sufragado por las instituciones públicas (esto es, con nuestro dinero): la ideología de género, el nacionalismo, el animalismo, el sindicalismo o las falsas emergencias climáticas y la planificación económica.
Los Parlamentos se han convertido no en el centro de la vida política y del nacimiento de leyes escasas, claras y equitativas que permitan el libre desarrollo de las sociedades sino en meros ejecutores de las instrucciones de los dirigentes de los partidos y de sus grupos de intereses, que nada tienen que ver con los intereses de los ciudadanos.
Nuestra esclavitud avanza sin que seamos conscientes de ello, convencidos de la bondad del sistema por la apabullante propaganda institucional.
La guerra contra el Islam político es la otra guerra que se está librando y que estamos perdiendo claramente. El último ejemplo ha sido la difamación y cancelación de la antropóloga francesa Florence Berguaud-Blackler tras publicar un libro sobre las redes de los hermanos musulmanes. Actualmente ha de ser protegida, al tiempo que se ha anulado una conferencia suya en la Sorbona. Se trata, como se ha definido, de un libro sobre "las estrategias de la introducción de los islamistas en las instituciones europeas, en el campo académico y en el adoctrinamiento de mujeres y niños. La primera obra sobre la historia de las ideas del islamismo en Europa". El libro muestra (según se expolica en un artículo de VozPopuli) la estrategia de infiltración islamista en todas las esferas de la sociedad: universidades, empresas, asociaciones humanitarias, clubes deportivos y, especialmente, en la enseñanza secundaria.
La autora, como era de esperar, ha sido calificada de racista e islamófoba, y ha sido abandonada por las jerarquías del CNRS (CSIC francés) e ignorada por la Ministra de Universidades. Pero lo que nos debería llamar la atención y no lo hace porque ya es sabido es que quien la ha anatemizado no es el Islam, sino el otro enemigo de Europa y que hemos analizado en los puntos anteriores: la izquierda.
No podemos ser tan ingenuos para creer que es casualidad que la izquierda se alíe con el islam político. Lo hace porque tienen un objetivo común: la destrucción de Europa tal y como la conocemos. Para el Islam, por motivos obvios, para la izquierda porque quiere destruir la herencia cristiana y el capitalismo que nos hizo ricos y libres y convertir Europa en un paraíso woke. El temor fundado de que, una vez conseguido su objetivo, su socio se vuelva contra él no parece asustar a unos destructores profesionales que encontrarían en el Islam la horma de su zapato. Confían en una convivencia posterior que sería imposible.
Ya advirtieron muchos de que mezclar las civilizaciones sería catastrófico. Y a la catástrofe nos acercamos. Es cuestión de tiempo: mientras se ataca a las familias europeas desde las instituciones europeas y se condena a los países que no admiten la cultura woke en sus colegios, se fomenta con subvenciones la multiplicación exponencial de las masas de inmigrantes. Hoy son apenas un diez por ciento en Francia y están acaparando privilegios y poder. ¿Qué pasará cuando sean el treinta por ciento y cada vez más activos y fuertes y seguros de su poder? Creo que cuando ambienté mi novela Frío Monstruo en el año 2050 pequé de optimista. Ocurrirá antes, al menos en algunos lugares de Europa. Eurabia está en proceso de formación y no queremos verlo.
El cuadro anterior no deja lugar a otra opción que luchar: luchar contra la izquierda, contra las políticas de los burócratas de Bruselas y su planificación total y controlar la infiltración musulmana si queremos sobrevivir. Debemos utilizar nuestro voto a favor de quien se oponga a nuestra rendición, acudir a la desobediencia civil y realizar boicots a aquellas empresas que favorezcan nuestra derrota. Recientemente se ha realizado un boicot a la empresa norteamericana Target porque ésta favoreció la introducción de políticas a los niños niños. El boicot provocó que perdiera 9.000 millones de dólares de capitalización y la ha hecho rectificar. Deberíamos aprender en Europa.
O la lucha o la destrucción.
No hace mucho nos preguntábamos qué Europa queremos. La respuesta no quedaría completa si no analizamos las guerras en Europa. Pero no las guerras pasadas sino las que estamos librando en este momento y que nos ocultan para que no seamos conscientes de los riesgos que vivimos y no tomemos partido. Las élites europeas, esto es, los políticos y burócratas de los Estados y de Bruselas, procuran que pasen desapercibidas muchas de sus decisiones, que nos afectan a todos y que, poco a poco, van socavando nuestra historia, nuestros valores y nuestra libertad.
Hoy no se puede dudar de que tales élites están imponiendo la Agenda 2030 y otras políticas que no han sido plebiscitadas previamente por los europeos de ningún país. Su apego a ciertas políticas pasa desapercibido en programas electorales que nadie lee y sobre los que no se debate, de modo que, también con cierta razón por nuestra incuria y nuestro desapego, algunos podrán decir que llevaban tales medidas en sus programas electorales y que las votamos en su día. Pero si lo hemos hecho hasta ahora, es el momento de llamar la atención sobre esos extremos y tenerlos en cuenta en las próximas elecciones europeas. Lamentablemente, no se podrá hacer debidamente si no surgen más medios como este latribunadelpaisvasco.com, que pongan el acento sobre tales programas de ingeniería social destructiva de Europa. El pensamiento políticamente correcto de la casi totalidad de los medios y prensa europeos oculta tales programas, unas veces de forma explícita y otras bajo el manto de algún consenso general falaz, como en el caso del cambio climático. Estamos hablando de auténticas guerras silenciadas que, de no ganarlas, nos abocarán a la segura destrucción de la Europa que conocemos y a la pobreza.
La primera guerra que se libra en Europa en este momento es contra los productores. Se libra en un doble campo de batalla: por un lado, como decíamos en nuestro anterior artículo, con políticas que ahogan a los sectores productivos: agricultura, pesca, política energética que nos empobrece e importación de productos de menor calidad de mercados ajenos para que compitan en mejores condiciones que los producidos en Europa. Las revueltas de los agricultores holandeses (que han convertido a un partido político en el hegemónico en un acto de valentía y rebeldía que deberíamos imitar en el resto de Europa) ha sido sólo una pequeña batalla ganada, pero esto no debe hacernos albergar esperanzas vanas.
Sería necesario que despertaran sectores como el de la pesca en España y el de nuestra agricultura, aún pujante, pero que sufre desde hace años la competencia desleal de los productos marroquíes (desde que saltó el escándalo de los sobornos a los miembros del Grupo Socialista del Parlamento Europeo lo comprendemos mucho mejor). Somos partidarios del libre mercado, pero no del mercado organizado y planificado en cuotas por los burócratas, y mucho menos cuando ese espacio de mercado para los productos marroquíes supone la introducción en condiciones ventajosas de productos de menor calidad que muchas veces no cumplen ni los parámetros básicos de sanidad. Bastan estos ejemplos para mostrar el problema, pero no debemos olvidar uno de los aspectos más importantes, que ha sido el favorecimiento de la deslocalización de nuestras empresas (incluso en sectores estratégicos), debido principalmente a la imposición confiscatoria, y que provoca que actualmente Europa esté a merced de países extranjeros, en muchos casos auténticos enemigos de nuestra civilización. El ejemplo más evidente es el mercado de la energía, cuya explotación se prohíbe en los países europeos dejándonos a merced de esos terceros en un acto de traición sin precedentes en la Historia.
Las élites europeas, esto es, los políticos y burócratas de los Estados y de Bruselas, procuran que pasen desapercibidas muchas de sus decisiones, que nos afectan a todos y que, poco a poco, van socavando nuestra historia, nuestros valores y nuestra libertad
El segundo campo de batalla contra los productores es la imposición confiscatoria a los productores para sostener los chiringuitos de imposición ideológica de las élites, sus gigantescas instituciones nacionales y europeas, y el favorecimiento de grandes masas de subsidiados a costa de lo que se esquilma a los productores. Hemos insistido en ocasiones en que en España no hay más que dos clases sociales: los productores y los parásitos. Lo mismo podemos decir que ocurre a nivel de la Unión. Ésta derrocha el 50% del gasto social de todo el mundo. Entre las grandes masas de extrabajadores europeos subsidiados y de inmigrantes también beneficiarios de nuestro dinero se está creando una división social de imposible regeneración. Alguien dijo que hace siglos había que ser rey o aristócrata para vivir sin trabajar. Hoy puede hacerlo cualquiera si es lo suficientemente desvergonzado o pillo para buscar los entresijos del sistema y obtener alguna de las miles de ayudas que se regalan por doquier en toda Europa. Si, encima, eres inmigrante y lloras un poco, te basta con eso para poder vivir en Europa sin trabajar. Mienten cuando nos dicen que necesitamos la mano de obra extranjera. Necesitamos poca y la que necesitamos podría venir con contratos si no se facilitara la inmigración ilegal para cambiar el mapa humano de Europa. Entre los desocupados europeos y la tecnificación no son necesarios los miles de inmigrantes sin cualificación que llegan a Europa para vivir de sus rentas sin aportar apenas.
Estas masas fagocitan el sistema productivo, que ve con desaliento cómo el trabajo no se recompensa y, en cambio, se protege la apatía y el parasitismo. O se libera nuestro sistema productivo o la pobreza y el abandono provocarán una ruina inminente de Europa en tan sólo unas pocas décadas.
La segunda guerra que se libra en Europa actualmente es la de los ciudadanos contra sus Estados. Éstos, el brazo largo del parlamentarismo europeo, no dejan pasar una sola ocasión de implantar una vorágine legislativa que ahoga cualquier expresión libre y espontánea de la sociedad. Los Estados cada vez más multiplican sus potestades, los servicios que dicen ofrecer y cercenan libertades. No sólo nos restan capacidades de hacer restringiendo nuestra libertad y la necesaria responsabilidad que debía derivarse de ella, sino que cada vez más limitan nuestra capacidad de hacer multiplicando las regulaciones sobre cualquier ámbito de la vida, especialmente la económica. Hoy no queda ámbito que no haya sido usurpado por el poder estatal. Se dice que existen bancos privados, pero es falso: son de gestión privada pero sometidos al obligado alineamiento del Banco Central Europeo y de los bancos centrales nacionales. Si el bienestar del pueblo ha sido siempre la excusa de los tiranos, como acertadamente decía el gran Albert Camus, hoy este principio se está llevando al extremo.
Al igual que ocurría con la revuelta de los agricultores holandeses, el primer bofetón a esta guerra entre Estados y ciudadanos ha sido la victoria de Giorgia Meloni en Italia. Muchos ciudadanos de Italia, como en otros lugares de Europa, están viendo que viven peor que sus padres (en España, la renta per cápita no para de bajar desde los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero); los jóvenes ven que estudian y obtienen títulos devaluados que no les sirven para nada bajo el manto de un sistema universitario despreciado en el mundo entero; ven que sus padres podían obtener un trabajo digno, formar una familia y comprar un coche y una vivienda. Hoy esto es una quimera para millones de jóvenes. Los maduros ven que tras una vida de trabajo su dinero vale cada vez menos. Y se incrementan las muchedumbres de parásitos a su costa, y que aunque los partidos de izquierda apenas ganen elecciones en los países concretos, las agendas de la izquierda woke, con sus limitaciones de libertad, sus piedras de molino y los ataques a la familia se multiplican sin posibilidad de resistencia.
Hoy, los Estados europeos, en su mayoría, no defienden los valores liberales y abiertos de hace unas décadas sino que están al servicio de agendas distintas de las que proclaman oficialmente en muchos casos y siempre en contra del ciudadano. La prohibición de los motores de combustión es un ejemplo palmario, impuesta sin consultar a los ciudadanos que tendrán que someterse obligatoriamente con el elevadísimo coste económico y social que conllevará y que promete destruir la productividad europea en apenas una década desde el momento en que se imponga.
Late en nuestra sociedad la sensación de que el sistema democrático y los valores liberales que lo inspiraron no sirven, pero no es cierto. Lo que ocurre es que han sido arrinconados por una clase política profesionalizada y endogámica, problema que afecta a toda Europa, donde los partidos políticos ya no son correas de transmisión de las aspiraciones de la sociedad sino instituciones impuestas y coactivas sobre esa sociedad. Estados que nacieron pequeños, que provocaron un crecimiento económico y social y elevaron la renta de sus ciudadanos en un éxito sin precedentes en la Historia han visto cómo sus maquinarias de poder se volvían gigantescas y mastodónticas aplastando a esas sociedades y provocando un cambio de ciclo tal que de no renovarse en breve terminará por abatirnos.
La tercera guerra que libramos es, como se ha visto en los párrafos anteriores, de los ciudadanos contra el socialismo. Todo lo que hemos expuesto más arriba es fruto de una concepción estatista y, por tanto, socialista, de la sociedad y el Estado. La vorágine legislativa, el control multiplicado de cualquier sector social, la legislación contra el hombre con la coartada de la falsa protección de la mujer, el progresismo impuesto a rajatabla, el control total de nuestra antigua libertad, la imposición de agendas establecidas por las élites políticas, las políticas de confinamiento y de enmudecimiento del disidente, las políticas de ingeniería social y los ataques a la familia y a la historia cristiana de Europa, son todos modos socialistas de gobernar, imposiciones que vienen desde arriba para someter a los ciudadanos. Hoy, el Estado te puede destrozar la vida sin paliativos y sin oposición posible. En España está oculto y no se muestra ni a los jueces el sistema de incentivos que tienen los inspectores de Hacienda para hacernos la vida imposible. Y tales funcionarios, si uno tiene la suerte de obtener una sentencia judicial contradictoria, no serán responsable del daño causado. Hemos permitido que las instituciones públicas se conviertan en netamente extractivas de nuestros esfuerzos y nuestra renta, de modo que trabajamos para el Estado la mayor parte del tiempo, dejándonos sólo un resto casi de miseria para satisfacer nuestras necesidades particulares. Hoy, una renta media ha de pagar al fisco el equivalente a entre cuatro y seis meses de su trabajo, lo que constituye una nueva forma de esclavitud. Hoy, los políticos europeos y sus partidos son lo más parecido a la Mafia que se ha visto en la historia política de la Europa de después de la II Guerra Mundial.
Desde Bruselas se está fomentando que nuestras empresas tecnológicas queden rezagadas respecto a las americanas y las asiáticas al imponerles multitud de controles. Se están controlando todos los mercados, como el de la vivienda, que suponen sacrificar la propiedad privada en función de parámetros obsoletos y que han mostrado su ineficacia en reiteradas ocasiones. Aunque se ha dicho para España no está muy lejos la burocracia de Bruselas de imponer un INE como el franquista, que controle los mercados. Todos sabemos cómo acaban las planificaciones socialistas, pero brillan por su ausencia las protestas de nuestros políticos supuestamente no socialistas. Es evidente que hoy el Partido Popular europeo (y el español) son la representación evidente de una socialdemocracia que ha fracasado. Son partidos que no rehúyen la planificación y el control social. No hay partidos verdaderamente liberales en Europa y lo estamos pagando en forma de pérdida de libertades y de fracaso económico y social.
Hoy, una renta media ha de pagar al fisco el equivalente a entre cuatro y seis meses de su trabajo, lo que constituye una nueva forma de esclavitud
Tales partidos, los llamados socialdemócratas y los llamados populares, no practican sino la política de la subvención y propician todo aquello que no se sostendría en nuestras sociedades si no fuera sufragado por las instituciones públicas (esto es, con nuestro dinero): la ideología de género, el nacionalismo, el animalismo, el sindicalismo o las falsas emergencias climáticas y la planificación económica.
Los Parlamentos se han convertido no en el centro de la vida política y del nacimiento de leyes escasas, claras y equitativas que permitan el libre desarrollo de las sociedades sino en meros ejecutores de las instrucciones de los dirigentes de los partidos y de sus grupos de intereses, que nada tienen que ver con los intereses de los ciudadanos.
Nuestra esclavitud avanza sin que seamos conscientes de ello, convencidos de la bondad del sistema por la apabullante propaganda institucional.
La guerra contra el Islam político es la otra guerra que se está librando y que estamos perdiendo claramente. El último ejemplo ha sido la difamación y cancelación de la antropóloga francesa Florence Berguaud-Blackler tras publicar un libro sobre las redes de los hermanos musulmanes. Actualmente ha de ser protegida, al tiempo que se ha anulado una conferencia suya en la Sorbona. Se trata, como se ha definido, de un libro sobre "las estrategias de la introducción de los islamistas en las instituciones europeas, en el campo académico y en el adoctrinamiento de mujeres y niños. La primera obra sobre la historia de las ideas del islamismo en Europa". El libro muestra (según se expolica en un artículo de VozPopuli) la estrategia de infiltración islamista en todas las esferas de la sociedad: universidades, empresas, asociaciones humanitarias, clubes deportivos y, especialmente, en la enseñanza secundaria.
La autora, como era de esperar, ha sido calificada de racista e islamófoba, y ha sido abandonada por las jerarquías del CNRS (CSIC francés) e ignorada por la Ministra de Universidades. Pero lo que nos debería llamar la atención y no lo hace porque ya es sabido es que quien la ha anatemizado no es el Islam, sino el otro enemigo de Europa y que hemos analizado en los puntos anteriores: la izquierda.
No podemos ser tan ingenuos para creer que es casualidad que la izquierda se alíe con el islam político. Lo hace porque tienen un objetivo común: la destrucción de Europa tal y como la conocemos. Para el Islam, por motivos obvios, para la izquierda porque quiere destruir la herencia cristiana y el capitalismo que nos hizo ricos y libres y convertir Europa en un paraíso woke. El temor fundado de que, una vez conseguido su objetivo, su socio se vuelva contra él no parece asustar a unos destructores profesionales que encontrarían en el Islam la horma de su zapato. Confían en una convivencia posterior que sería imposible.
Ya advirtieron muchos de que mezclar las civilizaciones sería catastrófico. Y a la catástrofe nos acercamos. Es cuestión de tiempo: mientras se ataca a las familias europeas desde las instituciones europeas y se condena a los países que no admiten la cultura woke en sus colegios, se fomenta con subvenciones la multiplicación exponencial de las masas de inmigrantes. Hoy son apenas un diez por ciento en Francia y están acaparando privilegios y poder. ¿Qué pasará cuando sean el treinta por ciento y cada vez más activos y fuertes y seguros de su poder? Creo que cuando ambienté mi novela Frío Monstruo en el año 2050 pequé de optimista. Ocurrirá antes, al menos en algunos lugares de Europa. Eurabia está en proceso de formación y no queremos verlo.
El cuadro anterior no deja lugar a otra opción que luchar: luchar contra la izquierda, contra las políticas de los burócratas de Bruselas y su planificación total y controlar la infiltración musulmana si queremos sobrevivir. Debemos utilizar nuestro voto a favor de quien se oponga a nuestra rendición, acudir a la desobediencia civil y realizar boicots a aquellas empresas que favorezcan nuestra derrota. Recientemente se ha realizado un boicot a la empresa norteamericana Target porque ésta favoreció la introducción de políticas a los niños niños. El boicot provocó que perdiera 9.000 millones de dólares de capitalización y la ha hecho rectificar. Deberíamos aprender en Europa.
O la lucha o la destrucción.