¿Europa?, ¿Qué Europa?
Una organización de Estados no puede dejar de ser estatista y, por tanto y en gran medida, socialista. Esperar lo contrario sería una ingenuidad. Pero la Unión Europea antes fue una simple unión aduanera y luego sólo un mercado común. Creo que fueron los mejores tiempos de Europa, pues favoreció el intercambio y la interconexión económica y social sin los perjuicios que la planificación socialista ha tenido a partir de crear una unión monetaria y política.
No es extraño que la mayoría de políticos a favor de la UE fueran socialistas (sólo Tatcher era remisa a aceptar esa Unión Europea). Algunos países, como España, entonces gobernada por Aznar, no tenía elección. Desde quince años antes, con la integración en la CEE, el impulso económico y social fue enorme y se notó durante los años de gobierno de Aznar más que en ningún otro momento. Si bien fue una decisión acertada en su momento, la deriva socialista y autoritaria de las actuales instituciones de la UE es un peligro.
Es evidente que se trata de una organización profundamente planificada, con normas de obligado cumplimiento para todos los países miembros independientemente de su historia, cultura o circunstancias, lo que ha provocado esta terrible deriva. No debemos olvidar que, según noticia publicada en esta Tribuna hace tan sólo unas semanas, casi el 60% de nuestra legislación es una traslación obligatoria de la legislación europea. Esto demuestra que la planificación ordenada a nivel europeo se traslada a todos los países independientemente de su idoneidad en cada uno.
Cierto que algunos países, como el Reino Unido en su momento, o como Francia o Alemania, sin ir más lejos, algunas veces se han negado a implantar directivas europeas arriesgándose a multas y sanciones que finalmente, cuando se trata de países importantes, ni siquiera han tenido que cumplir. En cambio, cuando se trata de países que no aceptan principios ideológicos tan discutibles como la educación LGTBI a menores, se sanciona a esos países, lo que demuestra la ingeniería social que se está practicando desde la UE, ingeniería social que no ha sido sancionada por las urnas en cada país y que, sin embargo, se impone porque obedece a la ideología de las élites europeas.
Elites europeas que si pretendían convertir Europa en un poder de contrapeso a EEUU y China y Rusia no lo han conseguido. Hoy es sabido que la humillación y el servilismo de nuestros políticos europeos a regímenes tan acrisoladamente respetables como el iraní, el de Qatar, el de Marruecos o el de Rusia no son sólo convicciones ideológicas que ocultan a sus votantes, sino ineptitud y corrupción. ¿Qué se puede esperar de Europa si Van der Leyen es nuestra presidenta? ¿Qué se puede esperar de Europa si el presidente de la cuarta potencia es Pedro Sánchez? (Cuenta Sandor Marái en Tierra, Tierra que los comunistas impusieron un presidente en Hungría en la primavera de 1947 que en una cena y tras unas copas se sinceró con sus amigos y dijo: ¡Ya os podéis hacer una idea de por dónde va este país si me nombran a mí primer ministro! Lo mismo podríamos decir nosotros de los resultados de nuestras propias votaciones: dónde queremos ir si elegimos a esos ineptos).
Debiera haber bastado vernos sometidos a la presión ajena por haber abandonado nuestras fuentes de energía y haberlas puesto en manos de nuestros potenciales enemigos para que todo gobierno nacional y europeo se viera obligado a dimitir y convocar nuevas elecciones y a sentarse en el banquillo. Lejos de amilanarse, la burocracia europea persiste en su poder a costa de los ciudadanos de una Europa que es conducida, ya casi irreversiblemente, a una decadencia brutal que tendrá un colofón seguramente no menos brutal (y probablemente violento).
Hasta ahora hemos pensado que la decadencia de Europa iba a ser paulatina, motivada por la inmigración ilegal y la planificación económica socialista, y que la irrelevancia política conduciría a la irrelevancia económica. Sin embargo, no es descartable que en breve veamos una decadencia económica súbita provocada precisamente por la incuria de las élites europeas que sólo han descubierto un modo socialista de superar las crisis: emitiendo dinero sin tasa. Sabemos por los ejemplos históricos cómo acaba esto: inflación imparable, dinero perdiendo su valor y colapso económico inevitable.
Lejos de rectificar, nuestros ínclitos políticos europeos persisten en sus propósitos. Nadie renuncia a la Agenda 2030, ni siquiera los partidos supuestamente no socialistas, como nuestro PP. Una Agenda 2030 que tiene un coste económico y social que han de soportar por decreto los ciudadanos europeos y que no servirá para ninguno de sus propósitos. Incluso si la emergencia climática fuera cierta, que no lo es, las emisiones de Europa son tan nimias comparadas con las del resto del mundo que no existiría un equilibrio entre el coste y el beneficio. Esto es, arruinamos a los ciudadanos europeos para que el resto de ciudadanos del mundo vivan cada vez mejor a su costa.
Dice Sándor Marái en el libro citado que en Europa, tras las II Guerra Mundial, "la mentira nunca fue una fuerza tan potente y tan determinante de la Historia como en aquellos años", porque "los distintos grupos de intereses que dominaban los países sólo veían en ellos la oportunidad para crear una sociedad limitada". Parece escrito hoy, pues vemos cómo esos grupos de los distintos países se han unido en torno a la UE para convertir ésta en una sociedad limitada a su servicio.
Los medios de todos los países cada vez más parecen haber tomado como modelo a Julius Streicher y es difícil encontrar medios que denuncien este autoritarismo socialista de la UE sobre los ciudadanos. La soberbia de nuestros por desgracia líderes, su falta de respeto a la realidad y a los intereses y necesidades reales y derechos de los ciudadanos europeos ya no es posible ocultarla ni disimularla.
El carácter antidemocrático de la UE se muestra en medidas como la eliminación obligatoria del motor de combustión. Basada tal decisión en la mentira de la emergencia climática y en la también falsa suposición de que los motores eléctricos son ecológicos sin tener en cuenta el proceso de construcción de las baterías ni el proceso de destrucción ni tampoco la ingente necesidad de energía eléctrica, imposible de obtener por medios llamados verdes, para alimentar el parque automovilístico europeo, nadie se plantea consultar a los millones de ciudadanos europeos que se verán afectados por un cambio obligatorio de automóvil por uno necesariamente más caro y mucho menos útil. Tampoco nadie informa que los motores eléctricos no funcionan bien ni con mucho frío ni con mucho calor. Pero esas falsedades no arredran a nuestros líderes, que toman decisiones como ésta sin contar con los afectados a pesar de que no se les cae la palabra democracia de su sucia boca.
Esta política energética europea no sólo es antidemocrática, sino que es traidora en tanto que provoca la dependencia de los países europeos de sus tradicionales enemigos (Rusia y el mundo musulmán), pero obedece a la planificación socialista que reina en la UE. Como lo es la política agraria que, con su ecologismo de salón, está provocando la destrucción de la agricultura, de la que han sido síntoma inequívoco las revueltas de los agricultores holandeses. El ejemplo de las nefastas políticas agrícolas lo tenemos en España. Se les llena la boca con la estúpida expresión de la España vaciada, que no deja de ser verdad en cierto sentido al haber sido vaciada por sus políticas, y que con las políticas ecológicas y sus elevadísimos costes fiscales está al borde de la muerte. Otro tanto se puede decir de las políticas pesqueras, siempre supeditadas a los intereses de terceros, como Marruecos (sospechábamos por qué y ahora lo sabemos con certeza) pero que está recibiendo el golpe de gracia con los reglamentos de acceso a aguas profundas y con las próximas prohibiciones de faenar en los caladeros que van desde Galicia al Golfo de Cádiz en el sur y de Galicia a Glasgow por el norte. Se calcula que más de mil barcos y más de diez mil pescadores pueden verse en la calle por culpa de nuestros criminales políticos (y de los españoles que, o bien sancionan esto en Bruselas o bien muestran su anuencia desde España).
Y si las políticas económicas están determinadas a empobrecer a toda Europa sin remisión, las planificadas políticas socialistas se imponen con urgencia y sin capacidad alguna de oposición. El wokismo se impone por doquier (sólo Hungría y Polonia resisten la presión ante la imposición de políticas LGTBI) y provoca lo que decíamos en nuestro anterior artículo: la debilidad del individuo y la decadencia social, que no son consecuencias indeseables de las políticas woke sino el resultado deseado.
Europa gasta el 50% del gasto social del mundo entero. Desde Bruselas se ha impuesto un estado de bienestar insostenible e insoportable que no podrá ser mantenido durante mucho tiempo. Se ha convertido la política en una estrategia de extracción de riqueza y renta por los Estados a una parte de la sociedad para costear a otra parte, mucho mayor. Todo se justifica con el concepto de justicia social, que no es sino una entelequia fabricada para justificar el robo y denigrar a quien se opone a él. Hemos dicho muchas veces que en España ya sólo hay dos clases sociales: los productores y los parásitos. Y así es también en Europa. Pero nos han fabricado una serie de "valores europeos", como el multiculturalismo, el ecologismo, el animalismo o la emergencia climática, que se imponen con la contundencia de la presión nazi para que nadie se salga del guión y convertir a los opositores en negacionistas o, peor, en "fascistas". Una de las peores imposiciones es el 'buenismo', que nos obliga a callarnos ante tales desmanes y ante la inmigración ilegal masiva musulmana, ante la que nuestros políticos de casi todos los partidos están rendidos (o sobornados). Hoy, un atentado islamista en Francia no se difunde en los medios de los otros países. A veces, pasan días hasta que tenemos noticias y siempre en sólo unos pocos medios, como éste en el que tengo el honor de publicar.
Como se preguntaba Javier Benegas, llama la atención la docilidad con que los europeos estamos aceptando estas imposiciones y con la que muchos aceptan una idea pervertida de progreso como un conjunto de prohibiciones y planificaciones que no auguran nada bueno.
Es el momento de exigir cuentas a nuestros políticos. Y es momento de exigir un debate sobre si nos interesa la Unión Europea, tal y como está diseñada o, por el contrario, nos interesa una unión económica que no imponga por decreto determinadas políticas a los países miembros. Cierto que, como hemos dicho en ocasiones anteriores, de no ser por Europa el cambio inconstitucional y los efectos de las leyes habilitantes de Sánchez, un calco de las de Hugo Chávez, seguramente tendrían un efecto aún más grave, pero una vez se solvente tal problema y se tomen medidas para que no pueda haber otra legislatura como la de Sánchez, con mayores controles del poder Ejecutivo, sería el momento de plantear otra UE con más libertad (ya sé que estoy soñando y que no cabe esperar que el PP arbitre políticas tan severas que limiten el poder para el futuro y que eviten otro Pedro Sánchez, pero hay que intentar que lo haga, por las buenas o por las malas).
Hay que oponerse a la creación de un superestado europeo que vemos que no nos conduce a ningún lugar decente; hay que reinterpretar la integración como una unión económica y de defensa, hay que hacer frente a la inmigración ilegal masiva, especialmente musulmana, hay que favorecer la familia y la natalidad propias y hay que recobrar la soberanía energética y minera para no depender al cien por cien de terceros.
Hace tiempo Raúl González Zorrilla, director de este periódico, publicó un artículo titulado Y, de repente, llegaron los nuestros. Comparto su intención y su anhelo, pero debemos saber que los nuestros no llegarán si no los obligamos a servirnos en lugar de permitir que se sirvan de nosotros. En nuestra capacidad de decisión y arrojo estará salvar a Europa o permitir que se convierta en la moribunda a que está abocada si no hacemos nada.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo
Una organización de Estados no puede dejar de ser estatista y, por tanto y en gran medida, socialista. Esperar lo contrario sería una ingenuidad. Pero la Unión Europea antes fue una simple unión aduanera y luego sólo un mercado común. Creo que fueron los mejores tiempos de Europa, pues favoreció el intercambio y la interconexión económica y social sin los perjuicios que la planificación socialista ha tenido a partir de crear una unión monetaria y política.
No es extraño que la mayoría de políticos a favor de la UE fueran socialistas (sólo Tatcher era remisa a aceptar esa Unión Europea). Algunos países, como España, entonces gobernada por Aznar, no tenía elección. Desde quince años antes, con la integración en la CEE, el impulso económico y social fue enorme y se notó durante los años de gobierno de Aznar más que en ningún otro momento. Si bien fue una decisión acertada en su momento, la deriva socialista y autoritaria de las actuales instituciones de la UE es un peligro.
Es evidente que se trata de una organización profundamente planificada, con normas de obligado cumplimiento para todos los países miembros independientemente de su historia, cultura o circunstancias, lo que ha provocado esta terrible deriva. No debemos olvidar que, según noticia publicada en esta Tribuna hace tan sólo unas semanas, casi el 60% de nuestra legislación es una traslación obligatoria de la legislación europea. Esto demuestra que la planificación ordenada a nivel europeo se traslada a todos los países independientemente de su idoneidad en cada uno.
Cierto que algunos países, como el Reino Unido en su momento, o como Francia o Alemania, sin ir más lejos, algunas veces se han negado a implantar directivas europeas arriesgándose a multas y sanciones que finalmente, cuando se trata de países importantes, ni siquiera han tenido que cumplir. En cambio, cuando se trata de países que no aceptan principios ideológicos tan discutibles como la educación LGTBI a menores, se sanciona a esos países, lo que demuestra la ingeniería social que se está practicando desde la UE, ingeniería social que no ha sido sancionada por las urnas en cada país y que, sin embargo, se impone porque obedece a la ideología de las élites europeas.
Elites europeas que si pretendían convertir Europa en un poder de contrapeso a EEUU y China y Rusia no lo han conseguido. Hoy es sabido que la humillación y el servilismo de nuestros políticos europeos a regímenes tan acrisoladamente respetables como el iraní, el de Qatar, el de Marruecos o el de Rusia no son sólo convicciones ideológicas que ocultan a sus votantes, sino ineptitud y corrupción. ¿Qué se puede esperar de Europa si Van der Leyen es nuestra presidenta? ¿Qué se puede esperar de Europa si el presidente de la cuarta potencia es Pedro Sánchez? (Cuenta Sandor Marái en Tierra, Tierra que los comunistas impusieron un presidente en Hungría en la primavera de 1947 que en una cena y tras unas copas se sinceró con sus amigos y dijo: ¡Ya os podéis hacer una idea de por dónde va este país si me nombran a mí primer ministro! Lo mismo podríamos decir nosotros de los resultados de nuestras propias votaciones: dónde queremos ir si elegimos a esos ineptos).
Debiera haber bastado vernos sometidos a la presión ajena por haber abandonado nuestras fuentes de energía y haberlas puesto en manos de nuestros potenciales enemigos para que todo gobierno nacional y europeo se viera obligado a dimitir y convocar nuevas elecciones y a sentarse en el banquillo. Lejos de amilanarse, la burocracia europea persiste en su poder a costa de los ciudadanos de una Europa que es conducida, ya casi irreversiblemente, a una decadencia brutal que tendrá un colofón seguramente no menos brutal (y probablemente violento).
Hasta ahora hemos pensado que la decadencia de Europa iba a ser paulatina, motivada por la inmigración ilegal y la planificación económica socialista, y que la irrelevancia política conduciría a la irrelevancia económica. Sin embargo, no es descartable que en breve veamos una decadencia económica súbita provocada precisamente por la incuria de las élites europeas que sólo han descubierto un modo socialista de superar las crisis: emitiendo dinero sin tasa. Sabemos por los ejemplos históricos cómo acaba esto: inflación imparable, dinero perdiendo su valor y colapso económico inevitable.
Lejos de rectificar, nuestros ínclitos políticos europeos persisten en sus propósitos. Nadie renuncia a la Agenda 2030, ni siquiera los partidos supuestamente no socialistas, como nuestro PP. Una Agenda 2030 que tiene un coste económico y social que han de soportar por decreto los ciudadanos europeos y que no servirá para ninguno de sus propósitos. Incluso si la emergencia climática fuera cierta, que no lo es, las emisiones de Europa son tan nimias comparadas con las del resto del mundo que no existiría un equilibrio entre el coste y el beneficio. Esto es, arruinamos a los ciudadanos europeos para que el resto de ciudadanos del mundo vivan cada vez mejor a su costa.
Dice Sándor Marái en el libro citado que en Europa, tras las II Guerra Mundial, "la mentira nunca fue una fuerza tan potente y tan determinante de la Historia como en aquellos años", porque "los distintos grupos de intereses que dominaban los países sólo veían en ellos la oportunidad para crear una sociedad limitada". Parece escrito hoy, pues vemos cómo esos grupos de los distintos países se han unido en torno a la UE para convertir ésta en una sociedad limitada a su servicio.
Los medios de todos los países cada vez más parecen haber tomado como modelo a Julius Streicher y es difícil encontrar medios que denuncien este autoritarismo socialista de la UE sobre los ciudadanos. La soberbia de nuestros por desgracia líderes, su falta de respeto a la realidad y a los intereses y necesidades reales y derechos de los ciudadanos europeos ya no es posible ocultarla ni disimularla.
El carácter antidemocrático de la UE se muestra en medidas como la eliminación obligatoria del motor de combustión. Basada tal decisión en la mentira de la emergencia climática y en la también falsa suposición de que los motores eléctricos son ecológicos sin tener en cuenta el proceso de construcción de las baterías ni el proceso de destrucción ni tampoco la ingente necesidad de energía eléctrica, imposible de obtener por medios llamados verdes, para alimentar el parque automovilístico europeo, nadie se plantea consultar a los millones de ciudadanos europeos que se verán afectados por un cambio obligatorio de automóvil por uno necesariamente más caro y mucho menos útil. Tampoco nadie informa que los motores eléctricos no funcionan bien ni con mucho frío ni con mucho calor. Pero esas falsedades no arredran a nuestros líderes, que toman decisiones como ésta sin contar con los afectados a pesar de que no se les cae la palabra democracia de su sucia boca.
Esta política energética europea no sólo es antidemocrática, sino que es traidora en tanto que provoca la dependencia de los países europeos de sus tradicionales enemigos (Rusia y el mundo musulmán), pero obedece a la planificación socialista que reina en la UE. Como lo es la política agraria que, con su ecologismo de salón, está provocando la destrucción de la agricultura, de la que han sido síntoma inequívoco las revueltas de los agricultores holandeses. El ejemplo de las nefastas políticas agrícolas lo tenemos en España. Se les llena la boca con la estúpida expresión de la España vaciada, que no deja de ser verdad en cierto sentido al haber sido vaciada por sus políticas, y que con las políticas ecológicas y sus elevadísimos costes fiscales está al borde de la muerte. Otro tanto se puede decir de las políticas pesqueras, siempre supeditadas a los intereses de terceros, como Marruecos (sospechábamos por qué y ahora lo sabemos con certeza) pero que está recibiendo el golpe de gracia con los reglamentos de acceso a aguas profundas y con las próximas prohibiciones de faenar en los caladeros que van desde Galicia al Golfo de Cádiz en el sur y de Galicia a Glasgow por el norte. Se calcula que más de mil barcos y más de diez mil pescadores pueden verse en la calle por culpa de nuestros criminales políticos (y de los españoles que, o bien sancionan esto en Bruselas o bien muestran su anuencia desde España).
Y si las políticas económicas están determinadas a empobrecer a toda Europa sin remisión, las planificadas políticas socialistas se imponen con urgencia y sin capacidad alguna de oposición. El wokismo se impone por doquier (sólo Hungría y Polonia resisten la presión ante la imposición de políticas LGTBI) y provoca lo que decíamos en nuestro anterior artículo: la debilidad del individuo y la decadencia social, que no son consecuencias indeseables de las políticas woke sino el resultado deseado.
Europa gasta el 50% del gasto social del mundo entero. Desde Bruselas se ha impuesto un estado de bienestar insostenible e insoportable que no podrá ser mantenido durante mucho tiempo. Se ha convertido la política en una estrategia de extracción de riqueza y renta por los Estados a una parte de la sociedad para costear a otra parte, mucho mayor. Todo se justifica con el concepto de justicia social, que no es sino una entelequia fabricada para justificar el robo y denigrar a quien se opone a él. Hemos dicho muchas veces que en España ya sólo hay dos clases sociales: los productores y los parásitos. Y así es también en Europa. Pero nos han fabricado una serie de "valores europeos", como el multiculturalismo, el ecologismo, el animalismo o la emergencia climática, que se imponen con la contundencia de la presión nazi para que nadie se salga del guión y convertir a los opositores en negacionistas o, peor, en "fascistas". Una de las peores imposiciones es el 'buenismo', que nos obliga a callarnos ante tales desmanes y ante la inmigración ilegal masiva musulmana, ante la que nuestros políticos de casi todos los partidos están rendidos (o sobornados). Hoy, un atentado islamista en Francia no se difunde en los medios de los otros países. A veces, pasan días hasta que tenemos noticias y siempre en sólo unos pocos medios, como éste en el que tengo el honor de publicar.
Como se preguntaba Javier Benegas, llama la atención la docilidad con que los europeos estamos aceptando estas imposiciones y con la que muchos aceptan una idea pervertida de progreso como un conjunto de prohibiciones y planificaciones que no auguran nada bueno.
Es el momento de exigir cuentas a nuestros políticos. Y es momento de exigir un debate sobre si nos interesa la Unión Europea, tal y como está diseñada o, por el contrario, nos interesa una unión económica que no imponga por decreto determinadas políticas a los países miembros. Cierto que, como hemos dicho en ocasiones anteriores, de no ser por Europa el cambio inconstitucional y los efectos de las leyes habilitantes de Sánchez, un calco de las de Hugo Chávez, seguramente tendrían un efecto aún más grave, pero una vez se solvente tal problema y se tomen medidas para que no pueda haber otra legislatura como la de Sánchez, con mayores controles del poder Ejecutivo, sería el momento de plantear otra UE con más libertad (ya sé que estoy soñando y que no cabe esperar que el PP arbitre políticas tan severas que limiten el poder para el futuro y que eviten otro Pedro Sánchez, pero hay que intentar que lo haga, por las buenas o por las malas).
Hay que oponerse a la creación de un superestado europeo que vemos que no nos conduce a ningún lugar decente; hay que reinterpretar la integración como una unión económica y de defensa, hay que hacer frente a la inmigración ilegal masiva, especialmente musulmana, hay que favorecer la familia y la natalidad propias y hay que recobrar la soberanía energética y minera para no depender al cien por cien de terceros.
Hace tiempo Raúl González Zorrilla, director de este periódico, publicó un artículo titulado Y, de repente, llegaron los nuestros. Comparto su intención y su anhelo, pero debemos saber que los nuestros no llegarán si no los obligamos a servirnos en lugar de permitir que se sirvan de nosotros. En nuestra capacidad de decisión y arrojo estará salvar a Europa o permitir que se convierta en la moribunda a que está abocada si no hacemos nada.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo