El insoportable supremacismo nacionalista vasco
Tras las últimas elecciones municipales y forales del 28 de mayo, con un resultado no por predecible menos estomagante (inmensa mayoría de municipios vascos en manos del PNV o si no de EH Bildu), mi sensación es de hastío, hartazgo, incomprensión, perplejidad y, sobre todo, pena. Que se incrementa un poco más si cabe cuando observo la política de pactos y esa alianza extraña, incomprensible, entre dos partidos contrapuestos, PNV y PSOE, que lo único que históricamente hicieron juntos –porque hasta entonces se estuvieron zurrando de lo lindo– fue un Estatuto de Autonomía de mínimos solo aplicado a Vizcaya en medio de la Guerra Civil, para mayor gloria de ese personaje nefasto donde los haya, como la práctica totalidad de los dirigentes nacionalistas, que se llamó José Antonio Aguirre.
Me dirijo en primer lugar a los descendientes de inmigrantes al País Vasco procedentes de otras partes de España desde finales del siglo XIX hasta hoy y a todos aquellos que, sin serlo, no tienen apellidos eusquéricos. Ambos grupos forman en total más de la mitad de la población vasca actual. Y de ahí es de donde sale la mayoría de votos que han obtenido los partidos nacionalistas para alcanzar el poder y mantenerse en él. Y también me dirijo a quienes tienen alguno o muchos apellidos eusquéricos, o incluso todos, porque saben que eso, en el fondo, y por mucho que aquí algunos lo mitifiquen, no significa nada, nada importante, nada trascendente, nada que les diferencie de los demás que tienen a su alrededor, para su suerte. Porque muchos en el País Vasco, que tienen muchos apellidos eusquéricos, viven también con la losa que eso supone, que los nacionalistas les han puesto encima, y sienten esa condición como una pesada mochila que tienen que acarrear de por vida y a la que tienen que servir.
Porque los nacionalistas surgieron en el País Vasco con el expreso motivo de distinguirse tan solo por sus apellidos, como si fuera mérito personal el haberlos heredado, y con ellos marginar de la vida pública a todos los que no tienen esa marca apellidística en su carnet. Es su única regla, la más importante, a la que subordinan todo su comportamiento político. El caso es que luego, por la calle, es imposible diferenciar a alguien que tenga dos, ocho o sesenta y cuatro apellidos eusquéricos, de quien no los tenga. ¿Por qué? Pues porque esos apellidos no significan absolutamente nada, más allá de estar escritos en unas palabras de un idioma distinto al español, pero con el que este tiene una intimidad de origen que los hace a ambos muy próximos. Porque, por mucho que se resalten las diferencias entre ambos idiomas, que las hay, en sintaxis y vocabulario, el caso es que el español se originó en tierras donde se hablaba tanto latín como eusquera, con lo que ambos idiomas, eusquera y español, a diferencia de otros bien próximos como el francés, por ejemplo, tienen las mismas cinco vocales, tienen los verbos ser y estar (izan y egon) y en ambas la pronunciación es la misma: en francés, en cambio, esas características no se dan. En francés hay no sé cuántas vocales, no saben diferenciar entre ser y estar y no tiene nada que ver ni con el español ni con el eusquera a la hora de pronunciar y de leer. En eusquera y en español se pronuncia todo igual en ambos idiomas. En francés, en cambio, no.
Los del PNV y los de EH Bildu saben muy bien practicar la selección apellidística, lo hacen desde el origen mismo de su ideología, porque son unos excluyentes, unos supremacistas que consideran lo vasco mejor que lo español. Esa es toda la historia. No hay más. Y lo vasco para ellos, desengañaos todos, no es el eusquera, ni la cultura, ni la historia, son los puñeteros apellidos. Se les ha metido en la cabeza que lo vasco viene marcado por los apellidos, que son el signo de una raza diferenciada y esa es la única prueba para ellos de que son diferentes y superiores respecto del resto de los españoles.
Porque algunos dirán que en esos partidos hay personas con apellidos castellanos. Sí, claro que sí. Pero decidme qué manda esa gente, que capacidad de decisión tienen. Yo os lo diré: cero. Están ahí puestos para obedecer a los que mandan. Ya me diréis qué manda Aitor Esteban Bravo. Nada. Lo que le dice el morrosco de Sanfuentes es lo que hace. Ya me diréis qué manda el diputado general de Álava, el tal Ramiro González Vicente, natural de Burgos. Pues nada, cero patatero. Están ahí a lo que están, a hacer el caldo gordo de los pata negra que mandan. Ya me diréis qué manda Arkaitz Rodríguez Torres, el secretario general de Sortu, el partido clave dentro de EH Bildu, heredero directo de Herri Batasuna. Pues nada, absolutamente nada: lo que le digan los pata negra de turno, como el Otegui (él se pone Otegi) o ese cerebrito que dicen que tienen ahora, un tal Pello Otxandiano, a quien han puesto al frente de una fundación que se llama Telesforo Monzón, otro personaje de aúpa que da nombre al laboratorio de ideas aberchale.
Estos nacionalistas se ponen Otxandiano de apellido pero luego al pueblo Ochandiano le ponen Otxandio, como si Ochandio fuera más vasco que Ochandiano, cuando ambos términos, Ochandiano y Ochandio, existen como apellidos igualmente. ¿En qué quedamos? Y eso que el tal Pello es también originario de Ochandiano, o sea, que le pilla bien cerca la evidencia. O sea que al pueblo Ochandiano le ponemos Otxandio y al apellido Ochandiano le ponemos Otxandiano. Sobre todo habiendo, como hay, un apellido que es Ochandio y que algunos también se han puesto como Otxandio. ¿Por qué hacen con la toponimia y la onomástica lo que les da la santa gana, creando un batiburrillo que se salta por completo la relación histórica entre topónimos y apellidos? ¿No se dan cuenta del desajuste que están provocando con semejantes arbitrariedades, ellos, tan celosos de la memoria histórica o democrática o vasca? Por cierto, ¿sabéis cómo se apellida de segundo Pello Otxandiano? Pues se apellida Kanpo. Pero, claro, “kanpo” es una palabra de mucho uso en eusquera desde siempre y en todos sus dialectos, según nos dice el diccionario de Euscalchaindia. Se emplea mucho para decir eso de kanpora, que significa fuera, largo. Qué palabra más socorrida para los nacionalistas. Es su palabra preferida, talismán: la exclusión pública y social del discrepante. Habría que hacer un estudio en profundidad de su uso. Pero, ¿no les parece extraño que siendo tan eusquérica, en cambio, como apellido, solo se apelliden Kanpo ocho personas en toda España y solo de segundo apellido, como Pello Otxandiano Kanpo, y que de las ocho, cinco vivan en Vizcaya, se supone que como Pello Otxandiano Kanpo (las otras tres personas portadoras de Kanpo no sabemos dónde residen, porque el INE solo nos da lugares a partir de 5 residentes). En cambio, ¿qué podemos decir de Campo como apellido español? Pues que lo poseen nada menos que 12.873 personas como primer apellido y 12.849 de segundo, repartidas por toda España, incluidos, por supuesto, País Vasco y Navarra.
¿Y no será que ese Kanpo de Pello Otxandiano Kanpo, que es de Otxandio, sea simple y llanamente el Campo apellido español de toda la vida al que se le ha hecho la cirugía estético-aberchale para que quede Kanpo? ¿O sea, me quieren decir que ese Kanpo es vasco porque viene en el diccionario de Euskaltzaindia? ¿O porque se usa desde tiempos inmemoriales (“de uso general en todas las épocas y dialectos”, dice el Orotariko Euskal Hiztegia) en eusquera? ¿Y me quieren decir que no se corresponde al apellido español eusquerizado? Que en la página web llamada “Artxibo”, del Gobierno vasco, donde están los registros sacramentales que recogen los nombres de los bautizados en el País Vasco desde finales del siglo XV, no aparezca nunca Kanpo como apellido, sino Campo, se puede explicar porque nunca se ponían los apellidos con la grafía eusquérica actual. Pero, del mismo modo, también habría que demostrar que Kanpo es autóctono eusquérico y no una pura y simple adquisición del Campo español.
Que la Academia de la Lengua Vasca considere “Campo” apellido vasco y ponga como su forma eusquérica “Kanpo” resulta, por tanto, de una arbitrariedad y confusionismo supremos, sabiendo además que Campo es un apellido corriente y muy abundante en español. En El solar vasco-navarro se dice del apellido Campo que, “aunque no es de origen vasco, hubo varias y distintas casas en las Vascongadas y Navarra”. Lo cual me parece más ajustado a la realidad histórica. Que Euskaltzaindia diga que “kanpo” es de uso general en todas las épocas y dialectos del eusquera me parece, por tanto, arriesgado cuando menos. Porque si el eusquera fuera anterior al origen del castellano en el País Vasco, entonces la etimología del término “campo” del español, podría ser perfectamente eusquérica. Pero no. “Campo”, en español, viene del latín “campus”, que significa terreno llano. O sea que, de la misma manera que estamos dispuestos a aceptar que Kanpo ha existido en todas las épocas en eusquera, como dice Euskaltzaindia, lo que no se puede ignorar es que es una palabra que existe con el mismo significado en español y que lo único que varía en ella es la utilización de la “k” en lugar de la “c” y de la “n” en lugar de la “m”. Y que, aparte del baile de letras, Kanpo, definitivamente, no es anterior a Campo, sino todo lo contrario: el que es anterior es Campo, porque procede del latín “campus”. Así que Kanpo es el Campo español de toda la vida, disimulado con la “k” y la “n”. Y que ya está bien de tomar el pelo al personal.
En esta serie de El balle del ziruelo ya llevamos dicho varias veces que, primero de todo, los apellidos se empezaron a poner en el siglo XV y que nunca tuvieron fijeza hasta el siglo XIX, es decir, que se ponían sin tener que ser precisamente los de los padres: a veces se ponía primero el del padre, otras el de la madre, otras el de cualquier pariente distinguido, otras veces se cambiaban en vida. ¿Cómo es posible, entonces, pensar que los apellidos son la marca del origen ancestral de nada, como piensan los nacionalistas? Segundo, que hay más personas con apellidos eusquéricos fuera del País Vasco y Navarra, es decir en el resto de España, que dentro, con lo cual es absurdo y falso considerar que dichas dos regiones españolas tienen el monopolio de los apellidos eusquéricos. Lo cual demuestra, de paso, la intensa imbricación histórica entre lo vasco y el resto de lo español. Y tercero, que ahí al lado, al norte, tenemos a Francia, de la que una pequeña porción, que linda con Guipúzcoa y Navarra, es el llamado País Vasco francés, donde viven muchas personas con apellidos eusquéricos que se sienten profundamente francesas y que no quieren saber nada de las mamarrachadas de sus primos hermanos vascos españoles.
Así que, por favor, convecinos vascos, haced cuentas con vuestro amor propio, con vuestro orgullo. Yo os entiendo, porque el nacionalismo ha conseguido montar, gracias a la lamentable y suicida comprensión de los poderes españoles, un verdadero mercado cerrado, organizado desde la administración que controlan y donde reina el clientelismo y la confabulación alrededor de un idioma construido artificialmente y que nadie se toma en serio, salvo por los beneficios que reporta su práctica dificultosa y plastificada dentro de la administración y la enseñanza. Yo os entiendo porque también vivo lo mismo, pero es que este montaje no tiene ni pies ni cabeza. Es completamente ahistórico, inventado.
Los nacionalistas han conseguido hacer creer al resto de la población que el País Vasco está conformado mayoritariamente por vascos de pura cepa, con muchos apellidos y que los que no los tienen son pocos y al ser tan pocos pues tienen que aceptar esa realidad social mayoritariamente vasca autóctona que les rodea. Pero todo eso es un espejismo, es el mundo al revés, es todo mentira. La nación vasca es un invento de cuatro chalados, resentidos e ignorantes. Fijaos bien en el que dicen que le inculcó la idea nacionalista a Sabino. Me refiero a su hermano, Luis Arana Goiri. Un tipo que odiaba a España pero que luego se amancebó con su criada zaragozana con la que tuvo cinco hijos. Y aun así, y aun cuando los hijos también se casaron con maquetas, él siguió a lo suyo, odiando a España. Y mientras, su hermano Sabino, que confiaba en él ciegamente, resulta que vivía ignorante de las andanzas de quien era su mano derecha. Por mucho, muchísimo menos de lo que hizo Luis, Sabino Arana expulsó sin contemplaciones a los primeros militantes nacionalistas que no cumplían o seguían sus preceptos ultraortodoxos. Y resulta que su mismísimo hermano, el todopoderoso Luis, su segundo de abordo, se lo montaba con una criada zaragozana, sin apellidos vascos y sin casarse con ella hasta seis años después de haber tenido el primer hijo.
En fin, todo un disparate. Esto quiere decir que Sabino Arana no se enteraba de nada de lo que pasaba en su propia familia, hasta el punto de que su propio hermano era el que más le engañó hasta traicionarle y dejarle tirado. Si no fuera por lo que ocasionó con su teoría, lo de Sabino Arana habría sido digno de lástima y conmiseración. Luis Arana Goiri decidió que estaba mejor con la mañica que con su hermano el vascazo y se quitó de en medio y no volvió a Bilbao a vivir hasta que cumplió los 64 años, para evitar que nadie que le conociera desde joven descubriera la farsa en que había consistido su vida política. Los tres últimos años de Sabino Arana, previos a su temprana muerte, fueron un auténtico infierno: él, que siempre había tenido el incondicional apoyo de su hermano Luis, se vio solo y empezó a desvariar. Ya iremos contando los episodios que marcaron el final trágico de su vida y donde cobran cada vez mayor fuerza la traición, el ninguneo o el abandono de sus más próximos, empezando por su propio hermano, el que le reveló el secreto de la patria vasca, para más escarnio.
Yo lo único que pido a mis convecinos vascos que no tienen apellidos eusquéricos y que somos la mayoría, es que se quieran un poco a sí mismos, que sientan orgullo por lo propio, que no se crean las patochadas de los nacionalistas, que son unos aprovechados, unos supremacistas, unos ridículos infatuados a los que solo les conocemos nosotros, los españoles que vivimos aquí, porque en el resto del mundo mundial pasan olímpicamente de ellos. Unos nacionalistas a los que les venimos aguantando con sus baladronadas y sus desprecios desde hace ya demasiado tiempo. Y todo tiene un límite, porque todo acaba cansando. Y los nacionalistas son muy cansinos, muy pelmas, muy inaguantables.
Pensad un poco en todo esto que os cuento, por favor. Hay que buscarle una solución, por nuestra propia dignidad, por nuestra propia salud mental. En qué cabeza cabe que la nación vasca existiera desde siglos inmemoriales pero que no fuera hasta 1890 que un señorito de Bilbao llamado Sabino Arana se diera cuenta de que Euskadi es la patria de los vascos. Para empezar, es que esa frase nunca la dijo él, cuando menos no la dejó escrita, sino que pertenece a uno de sus primeros seguidores, Engracio de Aranzadi. Es que los nacionalistas ni siquiera se saben la propia historia de su partido y de su fundador. Les da verdadero pánico conocer la verdad. Y luego, vamos a ver, resulta que hasta que llegó este señor ¿nadie sabía que existía la nación vasca y que los vascos solo pertenecían a ella y no a España? Y si lo sabían, ¿a nadie le había dado por reivindicar eso? ¿Qué pasa, que Sabino Arana era el primer vasco de inteligencia superior que se dio cuenta de lo que ninguno de sus congéneres había reparado hasta entonces en siglos? ¿No hubo vascos inteligentes y capaces hasta que llegó este personaje? Pero si le engañó hasta su propio hermano, menuda inteligencia superior. Hasta la persona que tenía más cerca le traicionó y le dejó tirado. Vaya capacidad psicológica de penetrar en la naturaleza humana, vaya perspicacia, vaya don de gentes que tenía Sabino Arana. ¿Y este fue el primero en darse cuenta de que los vascos eran superiores y distintos al resto de los españoles y por lo tanto había que alejarse de estos como de la peste? Menudo programa político. Como para pasar a la posteridad. Menudo avance para la humanidad. La apoteosis de la ignorancia y del sectarismo.
Así que, si os queréis un poco a vosotros mismos, convecinos vascos que leéis esto, si tenéis un poco de amor propio, si os queda un poco de orgullo, que seguro que sí, después de estos cincuenta últimos años de régimen nacionalista obligatorio, no sigáis votando más al nacionalismo en ninguna de sus formas. Y luego ya veremos qué hacemos con tantos votos huérfanos. Pero empecemos por ahí.
Tras las últimas elecciones municipales y forales del 28 de mayo, con un resultado no por predecible menos estomagante (inmensa mayoría de municipios vascos en manos del PNV o si no de EH Bildu), mi sensación es de hastío, hartazgo, incomprensión, perplejidad y, sobre todo, pena. Que se incrementa un poco más si cabe cuando observo la política de pactos y esa alianza extraña, incomprensible, entre dos partidos contrapuestos, PNV y PSOE, que lo único que históricamente hicieron juntos –porque hasta entonces se estuvieron zurrando de lo lindo– fue un Estatuto de Autonomía de mínimos solo aplicado a Vizcaya en medio de la Guerra Civil, para mayor gloria de ese personaje nefasto donde los haya, como la práctica totalidad de los dirigentes nacionalistas, que se llamó José Antonio Aguirre.
Me dirijo en primer lugar a los descendientes de inmigrantes al País Vasco procedentes de otras partes de España desde finales del siglo XIX hasta hoy y a todos aquellos que, sin serlo, no tienen apellidos eusquéricos. Ambos grupos forman en total más de la mitad de la población vasca actual. Y de ahí es de donde sale la mayoría de votos que han obtenido los partidos nacionalistas para alcanzar el poder y mantenerse en él. Y también me dirijo a quienes tienen alguno o muchos apellidos eusquéricos, o incluso todos, porque saben que eso, en el fondo, y por mucho que aquí algunos lo mitifiquen, no significa nada, nada importante, nada trascendente, nada que les diferencie de los demás que tienen a su alrededor, para su suerte. Porque muchos en el País Vasco, que tienen muchos apellidos eusquéricos, viven también con la losa que eso supone, que los nacionalistas les han puesto encima, y sienten esa condición como una pesada mochila que tienen que acarrear de por vida y a la que tienen que servir.
Porque los nacionalistas surgieron en el País Vasco con el expreso motivo de distinguirse tan solo por sus apellidos, como si fuera mérito personal el haberlos heredado, y con ellos marginar de la vida pública a todos los que no tienen esa marca apellidística en su carnet. Es su única regla, la más importante, a la que subordinan todo su comportamiento político. El caso es que luego, por la calle, es imposible diferenciar a alguien que tenga dos, ocho o sesenta y cuatro apellidos eusquéricos, de quien no los tenga. ¿Por qué? Pues porque esos apellidos no significan absolutamente nada, más allá de estar escritos en unas palabras de un idioma distinto al español, pero con el que este tiene una intimidad de origen que los hace a ambos muy próximos. Porque, por mucho que se resalten las diferencias entre ambos idiomas, que las hay, en sintaxis y vocabulario, el caso es que el español se originó en tierras donde se hablaba tanto latín como eusquera, con lo que ambos idiomas, eusquera y español, a diferencia de otros bien próximos como el francés, por ejemplo, tienen las mismas cinco vocales, tienen los verbos ser y estar (izan y egon) y en ambas la pronunciación es la misma: en francés, en cambio, esas características no se dan. En francés hay no sé cuántas vocales, no saben diferenciar entre ser y estar y no tiene nada que ver ni con el español ni con el eusquera a la hora de pronunciar y de leer. En eusquera y en español se pronuncia todo igual en ambos idiomas. En francés, en cambio, no.
Los del PNV y los de EH Bildu saben muy bien practicar la selección apellidística, lo hacen desde el origen mismo de su ideología, porque son unos excluyentes, unos supremacistas que consideran lo vasco mejor que lo español. Esa es toda la historia. No hay más. Y lo vasco para ellos, desengañaos todos, no es el eusquera, ni la cultura, ni la historia, son los puñeteros apellidos. Se les ha metido en la cabeza que lo vasco viene marcado por los apellidos, que son el signo de una raza diferenciada y esa es la única prueba para ellos de que son diferentes y superiores respecto del resto de los españoles.
Porque algunos dirán que en esos partidos hay personas con apellidos castellanos. Sí, claro que sí. Pero decidme qué manda esa gente, que capacidad de decisión tienen. Yo os lo diré: cero. Están ahí puestos para obedecer a los que mandan. Ya me diréis qué manda Aitor Esteban Bravo. Nada. Lo que le dice el morrosco de Sanfuentes es lo que hace. Ya me diréis qué manda el diputado general de Álava, el tal Ramiro González Vicente, natural de Burgos. Pues nada, cero patatero. Están ahí a lo que están, a hacer el caldo gordo de los pata negra que mandan. Ya me diréis qué manda Arkaitz Rodríguez Torres, el secretario general de Sortu, el partido clave dentro de EH Bildu, heredero directo de Herri Batasuna. Pues nada, absolutamente nada: lo que le digan los pata negra de turno, como el Otegui (él se pone Otegi) o ese cerebrito que dicen que tienen ahora, un tal Pello Otxandiano, a quien han puesto al frente de una fundación que se llama Telesforo Monzón, otro personaje de aúpa que da nombre al laboratorio de ideas aberchale.
Estos nacionalistas se ponen Otxandiano de apellido pero luego al pueblo Ochandiano le ponen Otxandio, como si Ochandio fuera más vasco que Ochandiano, cuando ambos términos, Ochandiano y Ochandio, existen como apellidos igualmente. ¿En qué quedamos? Y eso que el tal Pello es también originario de Ochandiano, o sea, que le pilla bien cerca la evidencia. O sea que al pueblo Ochandiano le ponemos Otxandio y al apellido Ochandiano le ponemos Otxandiano. Sobre todo habiendo, como hay, un apellido que es Ochandio y que algunos también se han puesto como Otxandio. ¿Por qué hacen con la toponimia y la onomástica lo que les da la santa gana, creando un batiburrillo que se salta por completo la relación histórica entre topónimos y apellidos? ¿No se dan cuenta del desajuste que están provocando con semejantes arbitrariedades, ellos, tan celosos de la memoria histórica o democrática o vasca? Por cierto, ¿sabéis cómo se apellida de segundo Pello Otxandiano? Pues se apellida Kanpo. Pero, claro, “kanpo” es una palabra de mucho uso en eusquera desde siempre y en todos sus dialectos, según nos dice el diccionario de Euscalchaindia. Se emplea mucho para decir eso de kanpora, que significa fuera, largo. Qué palabra más socorrida para los nacionalistas. Es su palabra preferida, talismán: la exclusión pública y social del discrepante. Habría que hacer un estudio en profundidad de su uso. Pero, ¿no les parece extraño que siendo tan eusquérica, en cambio, como apellido, solo se apelliden Kanpo ocho personas en toda España y solo de segundo apellido, como Pello Otxandiano Kanpo, y que de las ocho, cinco vivan en Vizcaya, se supone que como Pello Otxandiano Kanpo (las otras tres personas portadoras de Kanpo no sabemos dónde residen, porque el INE solo nos da lugares a partir de 5 residentes). En cambio, ¿qué podemos decir de Campo como apellido español? Pues que lo poseen nada menos que 12.873 personas como primer apellido y 12.849 de segundo, repartidas por toda España, incluidos, por supuesto, País Vasco y Navarra.
¿Y no será que ese Kanpo de Pello Otxandiano Kanpo, que es de Otxandio, sea simple y llanamente el Campo apellido español de toda la vida al que se le ha hecho la cirugía estético-aberchale para que quede Kanpo? ¿O sea, me quieren decir que ese Kanpo es vasco porque viene en el diccionario de Euskaltzaindia? ¿O porque se usa desde tiempos inmemoriales (“de uso general en todas las épocas y dialectos”, dice el Orotariko Euskal Hiztegia) en eusquera? ¿Y me quieren decir que no se corresponde al apellido español eusquerizado? Que en la página web llamada “Artxibo”, del Gobierno vasco, donde están los registros sacramentales que recogen los nombres de los bautizados en el País Vasco desde finales del siglo XV, no aparezca nunca Kanpo como apellido, sino Campo, se puede explicar porque nunca se ponían los apellidos con la grafía eusquérica actual. Pero, del mismo modo, también habría que demostrar que Kanpo es autóctono eusquérico y no una pura y simple adquisición del Campo español.
Que la Academia de la Lengua Vasca considere “Campo” apellido vasco y ponga como su forma eusquérica “Kanpo” resulta, por tanto, de una arbitrariedad y confusionismo supremos, sabiendo además que Campo es un apellido corriente y muy abundante en español. En El solar vasco-navarro se dice del apellido Campo que, “aunque no es de origen vasco, hubo varias y distintas casas en las Vascongadas y Navarra”. Lo cual me parece más ajustado a la realidad histórica. Que Euskaltzaindia diga que “kanpo” es de uso general en todas las épocas y dialectos del eusquera me parece, por tanto, arriesgado cuando menos. Porque si el eusquera fuera anterior al origen del castellano en el País Vasco, entonces la etimología del término “campo” del español, podría ser perfectamente eusquérica. Pero no. “Campo”, en español, viene del latín “campus”, que significa terreno llano. O sea que, de la misma manera que estamos dispuestos a aceptar que Kanpo ha existido en todas las épocas en eusquera, como dice Euskaltzaindia, lo que no se puede ignorar es que es una palabra que existe con el mismo significado en español y que lo único que varía en ella es la utilización de la “k” en lugar de la “c” y de la “n” en lugar de la “m”. Y que, aparte del baile de letras, Kanpo, definitivamente, no es anterior a Campo, sino todo lo contrario: el que es anterior es Campo, porque procede del latín “campus”. Así que Kanpo es el Campo español de toda la vida, disimulado con la “k” y la “n”. Y que ya está bien de tomar el pelo al personal.
En esta serie de El balle del ziruelo ya llevamos dicho varias veces que, primero de todo, los apellidos se empezaron a poner en el siglo XV y que nunca tuvieron fijeza hasta el siglo XIX, es decir, que se ponían sin tener que ser precisamente los de los padres: a veces se ponía primero el del padre, otras el de la madre, otras el de cualquier pariente distinguido, otras veces se cambiaban en vida. ¿Cómo es posible, entonces, pensar que los apellidos son la marca del origen ancestral de nada, como piensan los nacionalistas? Segundo, que hay más personas con apellidos eusquéricos fuera del País Vasco y Navarra, es decir en el resto de España, que dentro, con lo cual es absurdo y falso considerar que dichas dos regiones españolas tienen el monopolio de los apellidos eusquéricos. Lo cual demuestra, de paso, la intensa imbricación histórica entre lo vasco y el resto de lo español. Y tercero, que ahí al lado, al norte, tenemos a Francia, de la que una pequeña porción, que linda con Guipúzcoa y Navarra, es el llamado País Vasco francés, donde viven muchas personas con apellidos eusquéricos que se sienten profundamente francesas y que no quieren saber nada de las mamarrachadas de sus primos hermanos vascos españoles.
Así que, por favor, convecinos vascos, haced cuentas con vuestro amor propio, con vuestro orgullo. Yo os entiendo, porque el nacionalismo ha conseguido montar, gracias a la lamentable y suicida comprensión de los poderes españoles, un verdadero mercado cerrado, organizado desde la administración que controlan y donde reina el clientelismo y la confabulación alrededor de un idioma construido artificialmente y que nadie se toma en serio, salvo por los beneficios que reporta su práctica dificultosa y plastificada dentro de la administración y la enseñanza. Yo os entiendo porque también vivo lo mismo, pero es que este montaje no tiene ni pies ni cabeza. Es completamente ahistórico, inventado.
Los nacionalistas han conseguido hacer creer al resto de la población que el País Vasco está conformado mayoritariamente por vascos de pura cepa, con muchos apellidos y que los que no los tienen son pocos y al ser tan pocos pues tienen que aceptar esa realidad social mayoritariamente vasca autóctona que les rodea. Pero todo eso es un espejismo, es el mundo al revés, es todo mentira. La nación vasca es un invento de cuatro chalados, resentidos e ignorantes. Fijaos bien en el que dicen que le inculcó la idea nacionalista a Sabino. Me refiero a su hermano, Luis Arana Goiri. Un tipo que odiaba a España pero que luego se amancebó con su criada zaragozana con la que tuvo cinco hijos. Y aun así, y aun cuando los hijos también se casaron con maquetas, él siguió a lo suyo, odiando a España. Y mientras, su hermano Sabino, que confiaba en él ciegamente, resulta que vivía ignorante de las andanzas de quien era su mano derecha. Por mucho, muchísimo menos de lo que hizo Luis, Sabino Arana expulsó sin contemplaciones a los primeros militantes nacionalistas que no cumplían o seguían sus preceptos ultraortodoxos. Y resulta que su mismísimo hermano, el todopoderoso Luis, su segundo de abordo, se lo montaba con una criada zaragozana, sin apellidos vascos y sin casarse con ella hasta seis años después de haber tenido el primer hijo.
En fin, todo un disparate. Esto quiere decir que Sabino Arana no se enteraba de nada de lo que pasaba en su propia familia, hasta el punto de que su propio hermano era el que más le engañó hasta traicionarle y dejarle tirado. Si no fuera por lo que ocasionó con su teoría, lo de Sabino Arana habría sido digno de lástima y conmiseración. Luis Arana Goiri decidió que estaba mejor con la mañica que con su hermano el vascazo y se quitó de en medio y no volvió a Bilbao a vivir hasta que cumplió los 64 años, para evitar que nadie que le conociera desde joven descubriera la farsa en que había consistido su vida política. Los tres últimos años de Sabino Arana, previos a su temprana muerte, fueron un auténtico infierno: él, que siempre había tenido el incondicional apoyo de su hermano Luis, se vio solo y empezó a desvariar. Ya iremos contando los episodios que marcaron el final trágico de su vida y donde cobran cada vez mayor fuerza la traición, el ninguneo o el abandono de sus más próximos, empezando por su propio hermano, el que le reveló el secreto de la patria vasca, para más escarnio.
Yo lo único que pido a mis convecinos vascos que no tienen apellidos eusquéricos y que somos la mayoría, es que se quieran un poco a sí mismos, que sientan orgullo por lo propio, que no se crean las patochadas de los nacionalistas, que son unos aprovechados, unos supremacistas, unos ridículos infatuados a los que solo les conocemos nosotros, los españoles que vivimos aquí, porque en el resto del mundo mundial pasan olímpicamente de ellos. Unos nacionalistas a los que les venimos aguantando con sus baladronadas y sus desprecios desde hace ya demasiado tiempo. Y todo tiene un límite, porque todo acaba cansando. Y los nacionalistas son muy cansinos, muy pelmas, muy inaguantables.
Pensad un poco en todo esto que os cuento, por favor. Hay que buscarle una solución, por nuestra propia dignidad, por nuestra propia salud mental. En qué cabeza cabe que la nación vasca existiera desde siglos inmemoriales pero que no fuera hasta 1890 que un señorito de Bilbao llamado Sabino Arana se diera cuenta de que Euskadi es la patria de los vascos. Para empezar, es que esa frase nunca la dijo él, cuando menos no la dejó escrita, sino que pertenece a uno de sus primeros seguidores, Engracio de Aranzadi. Es que los nacionalistas ni siquiera se saben la propia historia de su partido y de su fundador. Les da verdadero pánico conocer la verdad. Y luego, vamos a ver, resulta que hasta que llegó este señor ¿nadie sabía que existía la nación vasca y que los vascos solo pertenecían a ella y no a España? Y si lo sabían, ¿a nadie le había dado por reivindicar eso? ¿Qué pasa, que Sabino Arana era el primer vasco de inteligencia superior que se dio cuenta de lo que ninguno de sus congéneres había reparado hasta entonces en siglos? ¿No hubo vascos inteligentes y capaces hasta que llegó este personaje? Pero si le engañó hasta su propio hermano, menuda inteligencia superior. Hasta la persona que tenía más cerca le traicionó y le dejó tirado. Vaya capacidad psicológica de penetrar en la naturaleza humana, vaya perspicacia, vaya don de gentes que tenía Sabino Arana. ¿Y este fue el primero en darse cuenta de que los vascos eran superiores y distintos al resto de los españoles y por lo tanto había que alejarse de estos como de la peste? Menudo programa político. Como para pasar a la posteridad. Menudo avance para la humanidad. La apoteosis de la ignorancia y del sectarismo.
Así que, si os queréis un poco a vosotros mismos, convecinos vascos que leéis esto, si tenéis un poco de amor propio, si os queda un poco de orgullo, que seguro que sí, después de estos cincuenta últimos años de régimen nacionalista obligatorio, no sigáis votando más al nacionalismo en ninguna de sus formas. Y luego ya veremos qué hacemos con tantos votos huérfanos. Pero empecemos por ahí.












