El Tour de Francia según el PNV
![[Img #24442]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2023/2572_screenshot-2023-06-30-at-15-36-46-teams-presentation-presented-by-tissot-tour-de-france-2023-youtube.png)
Todo lo que toca el PNV acaba convertido en un pastiche mediocre de lo que en realidad es: lo vasco, lo español, lo francés. Porque aquí no estamos hablando de una iniciativa del Gobierno Vasco ni de las Diputaciones ni de los Ayuntamientos, todos controlados por el PNV hasta las elecciones del pasado 28 de mayo y todos controlados por el PNV a partir de las mismas: porque, aunque el ayuntamiento de Vitoria lo va a dirigir una miembro del Partido Socialista, será gracias al pacto que tienen entre PNV y PSE. Y las demás instituciones seguirán más o menos como estaban.
El PNV se afligía en la noche electoral del 28 de mayo, por boca de su presidente –ya saben, el morrosco de Sanfuentes–, porque los resultados habían sido un poco peor de lo esperados. Pensaban que volverían a ganar con mayor holgura si cabe que en 2019, cuando es probable que este partido haya tocado ya techo y ahora solo le quede mantener lo conseguido, a salvo de que EH Bildu le birle alguno de sus feudos. Pero, por lo demás, el régimen no peligra.
Aquí de lo que estamos hablando, en realidad, es de que esto de la salida del Tour de Francia del País Vasco, con tres etapas y todo, conseguido después de mucho implorar (durante años y años) a la organización y habiéndole soltado un pastizal estimado a la baja entre 12 y 15 millones de euros, constituye ante todo y sobre todo una obra del PNV, del partido como tal, a través de todas las instituciones vascas que domina como coto privado, y todo con el objetivo de demostrarnos su imagen alicorta y retorcida del País Vasco y su forma de entender cualquier acontecimiento del tipo que sea, cultural, deportivo o benéfico.
Fijémonos en el diseño de estas primeras etapas del Tour que transcurren por tierra vasca. La primera de todas, la más importante, por ser la que abre la prueba francesa de este año, tiene su epicentro en Bilbao, donde empieza y acaba y donde, casualmente, está la sede central del PNV, y su recorrido será solo por Vizcaya, convertida desde el inicio de la Transición en feudo nacionalista inexpugnable. La segunda se la reparten entre Vitoria, de donde sale, y San Sebastián, a donde llega. Quiere decirse, por tanto, que las otras dos provincias vascas quedan juntas, equiparadas, en un segundo nivel respecto de Vizcaya. Y la tercera etapa parte de Amorebieta, que está de nuevo también en Vizcaya, y llega hasta Bayona, ya en Francia. Pero, claro, el PNV vende que Bayona también es País Vasco, o en este caso Pays Basque, qué más da. ¿No es suficientemente significativa la elección del recorrido del Tour de estos tres días en tierra vasca para darnos cuenta de que todo aquí es a mayor gloria de la mentalidad del PNV y de su traslación ideologizada a todo lo que toca?
Han inundado las capitales vascas de pancartas anunciadoras del Tour colgadas de todas las farolas, donde la mitad es amarilla y la otra mitad es la ikurriña. Y han recabado todo su arsenal de comentaristas deportivos de ETB así como de las radios y de la prensa que controlan y a todo el ciclismo vasco histórico, incluido Indurain, para que comenten la salida y recuerden constantemente dónde estamos. Un evento internacional, dicen que el segundo evento deportivo más importante del mundo después de las Olimpiadas, y que va a salir de aquí. Pero a alguien que lo vea desde fuera y no tenga ni idea de la intencionalidad del PNV en todo esto, ¿qué verá? Pues verá lo que cualquiera de nosotros vería si el Tour saliera, qué digo yo, de Flandes o de Luxemburgo o de algún lugar de Italia o de Dinamarca, qué sé yo. Verá sobre todo a los ciclistas, a los distintos equipos, al pelotón, se fijará en eso, en lo deportivo. Lo demás son casas, calles, paisajes, más o menos parecidos a los que se pueden ver en cualquier otra parte de Europa. Y quizás como mucho, en esta ocasión, se fijarán en el Guggenheim, que va a estar presente desde el minuto uno, desde el momento de la presentación de los equipos, para la que se ha habilitado un escenario al lado mismo del museo. Pero, si vamos al meollo del asunto, ¿me quiere decir alguien qué tiene de vasco el Guggenheim de Bilbao? He estado muchas veces, de pasada por fuera y viéndolo por dentro, y no recuerdo haber visto una ikurriña por ningún lado, ni un símbolo nacionalista, ni nada de esas cosas vascas que al PNV le parecen lo más, yo qué sé, una imagen de un caserío, un señor con boina, ni siquiera un pelotari ni nada por el estilo. El museo Guggenheim de Bilbao, que el PNV va a promocionar en su particular visión del Tour de Francia, por su singularidad resaltante desde el inicio mismo de la prueba, es lo menos nacionalista vasco que cabría imaginar. Y en cambio ahí lo ponen, como si fuera símbolo universal de lo vasco. Lo vasco internacionalizado, lo vasco enjuagado de multiculturalismo abstracto, de titanio inexpresivo, de perfecta vacuidad. Me recuerda a la obsesión que tienen con el Guernica de Picasso, que tiene de vasco si acaso el título y encima escrito en grafía española. Cuando la primera vez que lo vieron no lo entendieron y pensaron que era una tomadura de pelo del genio de Málaga, con su toro y su caballo en medio, ahí bien grandes: la tauromaquia que tanto detestan porque representa ante todo lo español. Y ahora lo quieren porque es la única forma de que en el mundo se fijen en algo vasco, porque allí hubo un bombardeo, y que no fue el más mortífero, pero eso les da igual. Así son estos nacionalistas vascos de pueblerinos en el peor sentido de la palabra, de mediocres, de aprovechados, de ridículos.
Esa va a ser la imagen de lo vasco que va a trasladar el PNV con la traída del Tour de Francia: centrada en Bilbao y en Vizcaya, en segundo nivel en Guipúzcoa y Álava y con el Guggenheim hasta en la sopa. Acabo de ver un resumen de la presentación de los equipos, que se ha hecho este jueves 29, y han conseguido que muchos de ellos, no todos, salgan a dar un paseo en sus bicicletas por el circuito de presentación con los ciclistas respectivos luciendo una boina vasca bien calada. Es lo mismo que habría ocurrido si la presentación hubiera sido en el País Vasco francés. La boina como símbolo folclórico de lo vasco. Hasta ahí es lo más que van a conseguir.
Pero lo que no podemos ignorar es que traen un evento típico francés, donde veremos a la gendarmería motorizada escoltando al pelotón, porque el Tour no consentiría de ninguna de las maneras que el pelotón fuera escoltado por otro cuerpo motorizado, y pondrán a los erchainas en un segundo escalón, de manera subalterna, cortando las carreteras para que pasen los gendarmes motorizados abriendo y cerrando el pelotón. Pero todo sea por tener el Tour aquí. Qué manera de quedar en evidencia: cuando a la Guardia Civil de Tráfico no le permiten que escolte al pelotón de la Vuelta Ciclista a España a su paso por el País Vasco.
Pero al Tour se le permite, claro, cómo no. Es el Tour de Francia. Una Francia donde el eusquera no es oficial en ningún ámbito de la enseñanza o de la administración; donde las icastolas son financiadas por el Gobierno Vasco a través de la red de icastolas vascas que rigen a ambos lados de los Pirineos, porque allí no les dan un euro; donde los municipios de la aglomeración de municipios vascos, que se supone que integran el País Vasco francés dentro del Departamento de Pirineos Atlánticos (quiere decirse que esa aglomeración vasca no tiene ninguna singularidad territorial reconocida allí), solo tienen la competencia del agua, del alcantarillado y de las basuras, y sin embargo, a su presidente (Jean-René Etcheverry) lo recibe el lendacari Urkullu con honores de presidente de comunidad autónoma española; donde los que se apellidan con un apellido vasco (no hay dos apellidos como aquí, solo hay uno) no pueden escribirlo de manera oficial en grafía eusquérica y solo pueden hacerlo en grafía francesa: Oyarçabal, Etcheverry, Jaureguy y así, porque allí no rige lo que diga Euscalchaindia; donde en los pueblos del País Vasco francés hay plazas que se llaman Place d’Espagne, algo prohibido por el nacionalismo en la propia España; donde, en definitiva, el presidente de Francia ha decidido que el tren de alta velocidad irá primero desde Burdeos a Toulouse y que después, para el año 2042, harán un ramal hasta la frontera con España, para darle salida a la "Y" griega vasca de alta velocidad, que se quedará, por tanto, a verlas venir, si no hay fuerza que haga cambiar de opinión al presidente de Francia en este asunto.
Pero qué bonito va a ser ver el Tour saliendo del País Vasco. Y qué papanatismo, una vez más, del PNV con su peculiar manera de entender la realidad de lo vasco, con su acrisolado antiespañolismo que le hace rechazar a la Guardia Civil y que le hace babear con la Gendarmerie francesa. Y no se piensen, queridos lectores, que esto es cosa de ahora. Ya el propio Sabino Arana lo veía así. Estuvo poco antes de morir en un congreso ortográfico en Hendaya, para unificar la manera de escribir en eusquera a ambos lados de los Pirineos, pero los franceses al final siguieron escribiendo en eusquera a su manera, y así hasta hoy. No hay más que ver –ya lo hemos dicho antes– cómo escriben los nombres de sus calles y de sus apellidos cuando son eusquéricos. Pues este pobre hombre, que tanto daño ha hecho y está haciendo a este País Vasco nuestro, dejó escrito que era mucho mejor estar en Francia que estar en España, porque allí los vascos no se encontraban sometidos, como sí lo están aquí. Y lo dijo a principios del siglo XX, cuando ya en el País Vasco español regía el régimen de conciertos económicos que tenemos hoy y que constituye la mayor singularidad del País Vasco en el conjunto de España: “los del lado derecho no podrán comprender cuán grande peso se nos quita de encima a los patriotas de acá y cuán intenso placer experimentamos al pasar de la mano izquierda a la derecha del Bidasoa y sentirnos así libres del yugo español sin salir de tierra vasca”. Este pobre hombre está claro que no sabía de lo que hablaba, como les ocurre a sus fanatizados seguidores de ahora. España ha sido siempre infinitamente más generosa y comprensiva con la condición vasca de lo que lo ha sido Francia jamás con su porción de País Vasco francés, donde todo lo vasco queda folclorizado y convertido en atracción turística, mientras que aquí, en la parte española, ostentan el poder político y manejan a sus anchas el presupuesto global de toda nuestra economía pública. Y aún así, ahí siguen estos nacionalistas nuestros, herederos a día de hoy del mendrugo que dijo eso, considerando a Francia mejor que a España.
Estamos, por tanto, con esto del Tour de Francia en el País Vasco, ante la última, por ahora, demostración de lo que significa el nacionalismo vasco en realidad: un antiespañolismo enfermizo, supremacista y delirante, disfrazado de amor por lo propio, un amor que, en cambio, en el País Vasco francés brilla por su ausencia, porque allí son primero franceses y muy orgullosos de serlo.
Todo lo que toca el PNV acaba convertido en un pastiche mediocre de lo que en realidad es: lo vasco, lo español, lo francés. Porque aquí no estamos hablando de una iniciativa del Gobierno Vasco ni de las Diputaciones ni de los Ayuntamientos, todos controlados por el PNV hasta las elecciones del pasado 28 de mayo y todos controlados por el PNV a partir de las mismas: porque, aunque el ayuntamiento de Vitoria lo va a dirigir una miembro del Partido Socialista, será gracias al pacto que tienen entre PNV y PSE. Y las demás instituciones seguirán más o menos como estaban.
El PNV se afligía en la noche electoral del 28 de mayo, por boca de su presidente –ya saben, el morrosco de Sanfuentes–, porque los resultados habían sido un poco peor de lo esperados. Pensaban que volverían a ganar con mayor holgura si cabe que en 2019, cuando es probable que este partido haya tocado ya techo y ahora solo le quede mantener lo conseguido, a salvo de que EH Bildu le birle alguno de sus feudos. Pero, por lo demás, el régimen no peligra.
Aquí de lo que estamos hablando, en realidad, es de que esto de la salida del Tour de Francia del País Vasco, con tres etapas y todo, conseguido después de mucho implorar (durante años y años) a la organización y habiéndole soltado un pastizal estimado a la baja entre 12 y 15 millones de euros, constituye ante todo y sobre todo una obra del PNV, del partido como tal, a través de todas las instituciones vascas que domina como coto privado, y todo con el objetivo de demostrarnos su imagen alicorta y retorcida del País Vasco y su forma de entender cualquier acontecimiento del tipo que sea, cultural, deportivo o benéfico.
Fijémonos en el diseño de estas primeras etapas del Tour que transcurren por tierra vasca. La primera de todas, la más importante, por ser la que abre la prueba francesa de este año, tiene su epicentro en Bilbao, donde empieza y acaba y donde, casualmente, está la sede central del PNV, y su recorrido será solo por Vizcaya, convertida desde el inicio de la Transición en feudo nacionalista inexpugnable. La segunda se la reparten entre Vitoria, de donde sale, y San Sebastián, a donde llega. Quiere decirse, por tanto, que las otras dos provincias vascas quedan juntas, equiparadas, en un segundo nivel respecto de Vizcaya. Y la tercera etapa parte de Amorebieta, que está de nuevo también en Vizcaya, y llega hasta Bayona, ya en Francia. Pero, claro, el PNV vende que Bayona también es País Vasco, o en este caso Pays Basque, qué más da. ¿No es suficientemente significativa la elección del recorrido del Tour de estos tres días en tierra vasca para darnos cuenta de que todo aquí es a mayor gloria de la mentalidad del PNV y de su traslación ideologizada a todo lo que toca?
Han inundado las capitales vascas de pancartas anunciadoras del Tour colgadas de todas las farolas, donde la mitad es amarilla y la otra mitad es la ikurriña. Y han recabado todo su arsenal de comentaristas deportivos de ETB así como de las radios y de la prensa que controlan y a todo el ciclismo vasco histórico, incluido Indurain, para que comenten la salida y recuerden constantemente dónde estamos. Un evento internacional, dicen que el segundo evento deportivo más importante del mundo después de las Olimpiadas, y que va a salir de aquí. Pero a alguien que lo vea desde fuera y no tenga ni idea de la intencionalidad del PNV en todo esto, ¿qué verá? Pues verá lo que cualquiera de nosotros vería si el Tour saliera, qué digo yo, de Flandes o de Luxemburgo o de algún lugar de Italia o de Dinamarca, qué sé yo. Verá sobre todo a los ciclistas, a los distintos equipos, al pelotón, se fijará en eso, en lo deportivo. Lo demás son casas, calles, paisajes, más o menos parecidos a los que se pueden ver en cualquier otra parte de Europa. Y quizás como mucho, en esta ocasión, se fijarán en el Guggenheim, que va a estar presente desde el minuto uno, desde el momento de la presentación de los equipos, para la que se ha habilitado un escenario al lado mismo del museo. Pero, si vamos al meollo del asunto, ¿me quiere decir alguien qué tiene de vasco el Guggenheim de Bilbao? He estado muchas veces, de pasada por fuera y viéndolo por dentro, y no recuerdo haber visto una ikurriña por ningún lado, ni un símbolo nacionalista, ni nada de esas cosas vascas que al PNV le parecen lo más, yo qué sé, una imagen de un caserío, un señor con boina, ni siquiera un pelotari ni nada por el estilo. El museo Guggenheim de Bilbao, que el PNV va a promocionar en su particular visión del Tour de Francia, por su singularidad resaltante desde el inicio mismo de la prueba, es lo menos nacionalista vasco que cabría imaginar. Y en cambio ahí lo ponen, como si fuera símbolo universal de lo vasco. Lo vasco internacionalizado, lo vasco enjuagado de multiculturalismo abstracto, de titanio inexpresivo, de perfecta vacuidad. Me recuerda a la obsesión que tienen con el Guernica de Picasso, que tiene de vasco si acaso el título y encima escrito en grafía española. Cuando la primera vez que lo vieron no lo entendieron y pensaron que era una tomadura de pelo del genio de Málaga, con su toro y su caballo en medio, ahí bien grandes: la tauromaquia que tanto detestan porque representa ante todo lo español. Y ahora lo quieren porque es la única forma de que en el mundo se fijen en algo vasco, porque allí hubo un bombardeo, y que no fue el más mortífero, pero eso les da igual. Así son estos nacionalistas vascos de pueblerinos en el peor sentido de la palabra, de mediocres, de aprovechados, de ridículos.
Esa va a ser la imagen de lo vasco que va a trasladar el PNV con la traída del Tour de Francia: centrada en Bilbao y en Vizcaya, en segundo nivel en Guipúzcoa y Álava y con el Guggenheim hasta en la sopa. Acabo de ver un resumen de la presentación de los equipos, que se ha hecho este jueves 29, y han conseguido que muchos de ellos, no todos, salgan a dar un paseo en sus bicicletas por el circuito de presentación con los ciclistas respectivos luciendo una boina vasca bien calada. Es lo mismo que habría ocurrido si la presentación hubiera sido en el País Vasco francés. La boina como símbolo folclórico de lo vasco. Hasta ahí es lo más que van a conseguir.
Pero lo que no podemos ignorar es que traen un evento típico francés, donde veremos a la gendarmería motorizada escoltando al pelotón, porque el Tour no consentiría de ninguna de las maneras que el pelotón fuera escoltado por otro cuerpo motorizado, y pondrán a los erchainas en un segundo escalón, de manera subalterna, cortando las carreteras para que pasen los gendarmes motorizados abriendo y cerrando el pelotón. Pero todo sea por tener el Tour aquí. Qué manera de quedar en evidencia: cuando a la Guardia Civil de Tráfico no le permiten que escolte al pelotón de la Vuelta Ciclista a España a su paso por el País Vasco.
Pero al Tour se le permite, claro, cómo no. Es el Tour de Francia. Una Francia donde el eusquera no es oficial en ningún ámbito de la enseñanza o de la administración; donde las icastolas son financiadas por el Gobierno Vasco a través de la red de icastolas vascas que rigen a ambos lados de los Pirineos, porque allí no les dan un euro; donde los municipios de la aglomeración de municipios vascos, que se supone que integran el País Vasco francés dentro del Departamento de Pirineos Atlánticos (quiere decirse que esa aglomeración vasca no tiene ninguna singularidad territorial reconocida allí), solo tienen la competencia del agua, del alcantarillado y de las basuras, y sin embargo, a su presidente (Jean-René Etcheverry) lo recibe el lendacari Urkullu con honores de presidente de comunidad autónoma española; donde los que se apellidan con un apellido vasco (no hay dos apellidos como aquí, solo hay uno) no pueden escribirlo de manera oficial en grafía eusquérica y solo pueden hacerlo en grafía francesa: Oyarçabal, Etcheverry, Jaureguy y así, porque allí no rige lo que diga Euscalchaindia; donde en los pueblos del País Vasco francés hay plazas que se llaman Place d’Espagne, algo prohibido por el nacionalismo en la propia España; donde, en definitiva, el presidente de Francia ha decidido que el tren de alta velocidad irá primero desde Burdeos a Toulouse y que después, para el año 2042, harán un ramal hasta la frontera con España, para darle salida a la "Y" griega vasca de alta velocidad, que se quedará, por tanto, a verlas venir, si no hay fuerza que haga cambiar de opinión al presidente de Francia en este asunto.
Pero qué bonito va a ser ver el Tour saliendo del País Vasco. Y qué papanatismo, una vez más, del PNV con su peculiar manera de entender la realidad de lo vasco, con su acrisolado antiespañolismo que le hace rechazar a la Guardia Civil y que le hace babear con la Gendarmerie francesa. Y no se piensen, queridos lectores, que esto es cosa de ahora. Ya el propio Sabino Arana lo veía así. Estuvo poco antes de morir en un congreso ortográfico en Hendaya, para unificar la manera de escribir en eusquera a ambos lados de los Pirineos, pero los franceses al final siguieron escribiendo en eusquera a su manera, y así hasta hoy. No hay más que ver –ya lo hemos dicho antes– cómo escriben los nombres de sus calles y de sus apellidos cuando son eusquéricos. Pues este pobre hombre, que tanto daño ha hecho y está haciendo a este País Vasco nuestro, dejó escrito que era mucho mejor estar en Francia que estar en España, porque allí los vascos no se encontraban sometidos, como sí lo están aquí. Y lo dijo a principios del siglo XX, cuando ya en el País Vasco español regía el régimen de conciertos económicos que tenemos hoy y que constituye la mayor singularidad del País Vasco en el conjunto de España: “los del lado derecho no podrán comprender cuán grande peso se nos quita de encima a los patriotas de acá y cuán intenso placer experimentamos al pasar de la mano izquierda a la derecha del Bidasoa y sentirnos así libres del yugo español sin salir de tierra vasca”. Este pobre hombre está claro que no sabía de lo que hablaba, como les ocurre a sus fanatizados seguidores de ahora. España ha sido siempre infinitamente más generosa y comprensiva con la condición vasca de lo que lo ha sido Francia jamás con su porción de País Vasco francés, donde todo lo vasco queda folclorizado y convertido en atracción turística, mientras que aquí, en la parte española, ostentan el poder político y manejan a sus anchas el presupuesto global de toda nuestra economía pública. Y aún así, ahí siguen estos nacionalistas nuestros, herederos a día de hoy del mendrugo que dijo eso, considerando a Francia mejor que a España.
Estamos, por tanto, con esto del Tour de Francia en el País Vasco, ante la última, por ahora, demostración de lo que significa el nacionalismo vasco en realidad: un antiespañolismo enfermizo, supremacista y delirante, disfrazado de amor por lo propio, un amor que, en cambio, en el País Vasco francés brilla por su ausencia, porque allí son primero franceses y muy orgullosos de serlo.