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Winston Galt
Martes, 01 de Agosto de 2023 Tiempo de lectura:

Sanchismo, año 5

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Podría titularse este artículo Matadero 5, como la gran novela de Vonegutt, y sería un título tal vez más acertado, indicativo de hacia dónde se dirige el país. Conviene señalar la fecha del 23 de julio de 2023, quinto año de Hugo Sánchez, como el momento en que comenzó, realmente, el suicidio de España.

 

Hace dos meses hubo unas elecciones municipales con un excelente resultado para el PP. Todos veíamos el principio del final del régimen sanchista. No obstante, el PSOE mantuvo casi el mismo número de votos que en 2019, lo que se convertía en un mal presagio que se ha confirmado. Nos quisieron convencer, y nos dejamos convencernos, de que los resultados de las municipales y autonómicas eran extrapolables a unas generales. No ha sido así y ahora todos nos lamentamos.

 

No sé por qué las agencias de encuestas han cometido errores tan garrafales. Tampoco si se trató sólo de errores o de manipulaciones interesadas. El hecho es que vamos a pagar un altísimo precio.

 

Se culpa en gran medida a Vox por haber perdido 19 escaños que hubieran sido suficientes para alcanzar la mayoría absoluta. Pero esos 600.000 votos que ha perdido Vox lo han sido por la apelación al voto útil al PP que no ha resultado tan útil. Es evidente que los votos perdidos por Vox no se han ido a otro partido, por lo que es el PP el que ha defraudado las expectativas.

 

Indagar en los errores estratégicos de unos u otros ya no lleva a ninguna parte. Máxime cuando da la impresión de que ninguno de los dos partidos quiere rectificar sus estrategias. Pero creo que el partido comenzó a perderse el día que cargó Guardiola contra Vox. Aunque Vox fuera responsable de romper un acuerdo previo, si es que eso es cierto, lo que hizo Guardiola fue un punto de inflexión en la trayectoria de ambos partidos que no ha podido hacer más daño. La crítica continua y feroz de Vox por parte del PP ha sido catastrófica. Feijóo suplicando un pacto con el PSOE en lugar de con Vox o la entrevista indigna de Moreno Bonilla ayer en El Mundo en la que criticaba a Vox porque es menos aceptado que Bildu por el electorado prueban que el PP no tiene remedio y su postración ante el progresismo es una enfermedad que no tiene cura entre quienes no tienen ideología ni principios.

 

En lugar de normalizar los pactos con Vox se le ha tratado como quería el PSOE que lo hiciera, con asquito, como si realmente fuera un partido fascista. Que las campañas de Vox no son un modelo de estrategia lo sabe todo el mundo. En cualquier caso, entre todos la mataron y ella sola se murió.

 

Hubo, aún así, más de once millones de votos a la derecha. Alguien se preguntaba estos días si algo pasa en la derecha para perder con esa cantidad de votos. Lo que pasa, sencillamente, aunque alguien lo negó, es que la mayoría de los españoles se manifiestan de izquierdas y abrazan dos ideologías perniciosas: el socialismo y el nacionalismo.

 

Esto no es culpa de Feijóo, pero sí del PP. Ese PP que ha renunciado desde hace décadas a la batalla cultural, ese PP que dice que para qué molestarse en batallas culturales, que no le interesan a la gente, pero que han hecho que gran parte de la población piense que el socialismo es lo "progresista" y lo "bueno" y que la derecha es reaccionaria y le quita sus "derechos". Cuando permites que ese discurso impregne la mente, la cultura y el día a día de los que votan, te encuentras con el resultado de que millones de personas siguen votando a un individuo al que despreciarían profundamente si en lugar de presentarse bajo las siglas del partido supuestamente salvador de sus derechos hiciera exactamente lo mismo pero bajo otras siglas. Esto es, se permite propagar continuamente una ideología adictiva porque ésta no se combate.

 

El PP no puede evitar el rencor a Vox precisamente porque le recuerda lo que fue y, en parte, lo que debería ser

 

Y no se combate por complejo, por hartazgo o por convencimiento. Seguramente el Rajoy que no quería meterse en líos no lo hacía por complejo intelectual ante Sánchez, al que seguramente cualquier persona mediatamente culta desprecia en cuanto lo conoce, sino porque esperaba fiarlo todo a una gestión económica medianamente buena que arreglase los desmanes de Zapatero. Alguien con sentido común que piensa que todo el mundo aplica la misma clase de sentido común cuando en política, si algo demuestra la historia, es que el sentido común brilla por su ausencia y se actúa y se vota más de acuerdo a ideologías casi religiosas que de acuerdo a un mínimo de racionalidad, es alguien que desconoce la historia, la política y la naturaleza humana.

 

Esa actitud condena al PP a ser un partido de alternativa sólo cada vez que el PSOE deje arrasada la economía (a Sánchez no le ha dado tiempo gracias a los fondos europeos, pero la crisis viene de camino). El PP es un parche que la sociedad pone al desajuste económico y que se retira en cuanto la herida deja de sangrar. Ser segundo plato sólo para emergencias es algo que el PP se ha buscado y muchos de sus cuadros aceptan resignados.

 

Haber concentrado su campaña en captar voto del Psoe supone cometer dos errores que se le habían avisado desde muchos lugares: primero, esperar que te vote la izquierda es una esperanza vana; segundo, atacar y demonizar a Vox cuando se sabía desde el principio que un Vox fuerte era imprescindible para llegar a la mayoría absoluta, es una estupidez. Pero el PP no puede evitar el rencor a Vox precisamente porque le recuerda lo que fue y, en parte, lo que debería ser.

 

Otro error histórico cometido por el PP ha sido siempre el relativo a la comunicación. Jamás ha abogado por una liberalización de los medios de comunicación, de modo que funcionan por concesión administrativa, como en un régimen socialista. Esto ha provocado que quienes más propicios han sido siempre a la prevaricación acumulen mucho más poder en los medios. Además, por alguna razón que desconocemos, el PP siempre ha estado dispuesto a ceder también en la guerra de la propaganda, como si se rindiera de antemano. El gobierno de Aznar se negó a ejecutar la sentencia que le había dado la razón sobre la prevaricación del gobierno de González que acabó con Antena 3 radio. Y después lo que ha venido ha sido peor. Ha contribuido a mantener al grupo Prisa en pie a pesar de estar quebrado desde hace lustros y les regaló la Sexta y jamás ha competido por el favor de los venales grupos periodísticos. Ni siquiera ha sido capaz de amenazarles con represalias por apoyar descaradamente y sin límites ni fisuras al enemigo. Por algo será. Tal vez algún día lo sepamos.

 

El caso es que la izquierda goza de casi todos los medios en los cuales se acepta su lenguaje (progresista versus reaccionario), se ocultan o disculpan sus escándalos y siempre se mantiene una opinión positiva sobre su gestión, aunque sea objetivamente un desastre. En ocasiones anteriores hemos pedido un ajuste y una venganza debidas contra los medios de comunicación que ayudan a condenar y liquidar a nuestro país. No llegará jamás. El PP los venera y sólo aspira a ser tratado condescendientemente por tales medios.

 

Otro error histórico es haber dejado la educación en manos de la izquierda. Si perdió hace décadas el control de la universidad, el de las enseñanzas secundaria y primaria también se ha ido perdiendo a base de cambios generacionales en el profesorado que ahora es el producto de esas universidades y que predican las loas al progresismo y consideran todo lo opuesto como fascismo. Ahora esos millones de ciudadanos que pasan por los pesebres públicos de la educación viven en ese marco mental e ideológico. Sacarlos de ahí será imposible.

 

Lo que tenemos es una población convencida de que el socialismo es progreso y el comunismo defensa de sus derechos; una población que no aspira sino a convertirse en funcionarios en quienes aún mantienen un cierto deseo de trabajar y en cobrador de subsidios en quienes ni siquiera a eso aspiran; un país en que ocho millones de personas votan a un autócrata sin escrúpulos cuyas acciones de gobierno lo invalidarían para la política y seguramente lo mandarían a la cárcel en un país decente y en el que tres millones de personas han votado a una comunista de inteligencia límite.

 

Hemos despreciado la capacidad de compra de votos de Sánchez. Seguramente no creíamos que la cultura del subsidio estuviera tan asentada en nuestro país, pero nos hemos engañado. El peronismo se propaga como gasolina e inflama los deseos de una sociedad enferma de bienestar inmoral y pagado por otros. El socialismo radical del PSOE y el moderado del PP han contribuido durante cuarenta años a crear la cultura del derecho al subsidio y la paguita a costa de otros. Esto es lo que hay.

 

De ese modo, las elecciones de ayer han legitimado para siempre el sanchismo, han puesto de manifiesto que Cataluña y el País Vasco son los que mandan en el país en colaboración con la izquierda y que la población española respalda el socialcomunismo y permite avanzar en la destrucción de la sociedad y la división de la nación.

 

Si alguien ingenuamente apeló al sentido común del votante debe convencerse de que la mitad del electorado español vota en función de otras consignas y que, nos guste o no, el voto a la izquierda y a los nacionalistas supone validar la corrupción del PSOE, que no exista separación de poderes; validar la desaparición de la sedición; validar la inacción primero y las medidas después que provocaron miles de muertos en la pandemia; validar que los hombres de la familia hayan perdido la presunción de inocencia ante la denuncia, falsa o no, de una mujer; validar que desde el poder te mientan constantemente; que se hayan soltado violadores y pederastas; las concesiones a los etarras, definitivamente blanqueados, las subidas de impuestos, la okupación, que no puedas entrar en las ciudades con tu coche diesel de currante, que sigan llegando inmigrantes ilegales a los que hay que darles de todo, que los 'trans' dominen el deporte femenino, que adoctrinen a tus hijos en las escuelas y que éstas tengan cada vez un nivel educativo inferior, que tus hijos paguen los excesos actuales...

 

El votante de izquierdas y nacionalista ha votado todo lo anterior y cualquier otra barrabasada de las hechas por Sánchez en estos años. Y ha votado lo que va a hacer: activar la separación de facto, total y definitiva, de Cataluña y el País Vasco (eso sí, pagando nosotros la factura). Hay ingenuos que dicen que no podrá, pensando en los límites legales. Pero depositan su esperanza en esos límites que no han servido hasta ahora para frenarlo. Además, si quedara alguno, ya está ahí el TC para validar lo que haga falta, para entender una ley en el sentido contrario a sus palabras sin despeinarse.

 

A este bloque de destrucción lo han votado 12.427.169 personas. Casi un millón y medio más que a PP y a Vox. Más españoles han votado por la división que por la unión. Cada uno de esos votos será responsable moral del daño que se haga al país y a la sociedad. Nadie podrá decir que Sánchez y sus socios lo han engañado. Han votado guerra civil, aún fría, pero guerra civil.

 

Esto es lo que hay. Así es el votante de izquierdas y nacionalista y nada lo va a cambiar. Ha votado una línea bolivariana y de ruptura del país y unas políticas fascistoides. Y lo saben perfectamente. Hay que ser conscientes del país que tenemos y de lo que viene.

 

Ya vivimos en una oclocracia insoportable. Y esto no tiene remedio. Algunos comentan que sin Cataluña y el País Vasco la derecha tendría mayoría. Y tenemos que preguntarnos, como hacíamos unos días: ¿para qué?

 

La propia derecha, cuanto más moderada, más responsable es de lo que pasa y de lo que ha pasado. Y, sinceramente, por las explicaciones dadas después del fracaso del 23J no creo que tengan intención de rectificar. Queda claro que después de todas las concesiones al socialismo moderado ésta no es la solución, pero la persistencia en el error es un atributo de los que no tienen ideas.

 

Año 5 en el matadero. Y continuamos con paso firme hacia la catástrofe.

 

(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela distópica Frío Monstruo

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