Cuando Unamuno fue bizkaitarra
De las personalidades vascas de los últimos dos siglos, quizás la más compleja políticamente hablando fue la del escritor y filósofo vizcaíno Miguel de Unamuno, nacido en el Bilbao liberal amenazado por los carlistas y que al poco va a experimentar un rapidísimo crecimiento poblacional y desarrollo industrial.
Unamuno con su perenne inquietud intelectual evolucionó de forma un tanto caótica desde la militancia socialista a las ideas republicanas liberales, manteniendo siempre un profundo interés hacia la gente humilde. Contrario a la monarquía de Alfonso XIII y a la Dictadura de Primo de Rivera, fue uno de los impulsores de la II República, de la que acabó desilusionado, por lo que apoyó inicialmente la sublevación militar de 1936, con la que finalmente se enfrentó por su violencia sectaria. Y al final, desde su humanismo liberal, rechazaba a los hunos y los ‘hotros” en la guerra civil.
Es poco conocido que en su juventud Miguel de Unamuno tuvo una fase “bizkaitarra”, es decir, como nacionalista vizcaíno partidario de la independencia de Vizcaya (ella sola).
Don Miguel era sensible, pese a su mente racional y capacidad crítica, a toda la mitología histórica que flotaba en aquella época en torno al fuerismo liberal, el carlismo y el protonacionalismo en Vizcaya, que tantas y tan complejas consecuencias ha traído a la historia posterior del País Vasco, incluido nuestro presente.
Creo que comprender cómo veía Unamuno sus ideas bizkaitarras de aquellos días, de las que finalmente supo alejarse sin por ello dejar de amar a su tierra entrañablemente, es útil pues da las claves de su análisis de las mismas y refleja cómo fue consciente de que su origen no era el ancestral que en principio parecía a sus contemporáneos, sino mucho más moderno y en tal hecho residía su punto débil.
Para aproximarnos al Miguel de Unamuno bizkaitarra nos puede servir un curioso documento autógrafo suyo de septiembre de 1888, cuyo original estaba en el primer tomo (1885 -1914) de los Libros de firmas y dedicatorias de la Casa de Juntas de Guernica (Bizkaia), obra que, junto con los dos siguientes tomos se encuentra desaparecida pues alguien se los llevó de la Casa de Juntas en algún momento entre 2000 y quizás 2005, sin que los funcionarios y guardería presentes lo advirtieran. Hecho que se conoce tras la iniciativa parlamentaria que presenté en 2015 a las Juntas, señalando la falta de los tres álbumes . Por ello, el documento solo se conserva en fotocopia, al menos hasta que el desaprensivo que se llevó los libros los devuelva.
La dedicatoria de Unamuno, aprovecha una frase que tenía previamente escrita sobre el árbol viejo de Guernica y que procede de un artículo que publica en euskera vizcaíno en la “Revista Bascongada Euskal - Erria”.
La frase es muy interesante, pues es un compendio de las ideas bizkaitarras de aquella época juvenil de Unamuno. Es la siguiente:
“¡Agur eiten zaitut, arbola zarra, anaijen odolez eta amen negarrezerregatube, bañon Jaungoikoaren eskubagaitik bedeinkatube, arechmaitea, ondatuten dituzuzana zure sustraijak lur onetan, gizon prestuben biotzakaz oratube, gorde gaizuz danok zure kerizpian!”
(¡Te saludo, árbol viejo, regado por la sangre de los hermanos y las lágrimas de las madres, pero bendito por la mano de Dios, amado roble, tú que hundes tus raíces en esta tierra, honrado por los corazones de hombres nobles, cobíjanos a todos bajo tu sombra!)
Para comprender la naturaleza de los mitos bizkaitarras que atraían entonces a la mente juvenil de Unamuno, conviene leer completo el artículo del que este entresacó la frase, pues compendia la mezcla de fabulación romántica e idolatría hacia la lengua vasca que subyace amalgamada, formando un todo argumental que explica la génesis del nacionalismo vasco a finales del siglo XIX. Un cóctel que aún perdura en nuestra sociedad en muchos de sus planteamientos, y que para poder ser discutido debe ser primero comprendido.
Por ello conviene conocer la traducción al castellano del texto, cuyo original escribió Unamuno como hemos indicado en euskera vizcaíno:
“En el invierno se seca el árbol; las hojas caen a sus pies y allí las hojas secas les dan fuerzas a las hojas nuevas que saldrán en primavera.
Así como la figura para el cuerpo, igual es el idioma para el espíritu. Nos arrebataron las leyes viejas, que eran nuestra vida, pero guardemos nuestra alma euskaldún y de aquí nos saldrán de nuevo los fueros, sí, saldrán cuando brille el sol de la justicia, en el día de la eterna primavera.
Los vascos que no saben euskera ¡que lo aprendan!, para el de corazón fuerte es fácil amar a su pueblo; el que sepa, para que no lo olvide, porque el euskera es el nudo que una a abuelos con los nietos y recipiente de la sabiduría de los padres.
Los abuelos de nuestros abuelos hablaban euskera; aquellos hombres vinieron, no sabemos de dónde, vestidos con pieles, armados con hachas de piedra, para trabajar en paz en esta tierra dura. Después de ellos vinieron los iberos, celtas, romanos y árabes; trajeron cada uno su lengua, pero se aplastaron contra Euskalerria. Los dulces sonidos del euskera se oyeron en los pueblos de Terranova antes del nacimiento de Colón.
¡Te saludo, árbol viejo, regado por la sangre de los hermanos y las lágrimas de las madres, pero bendito por la mano de Dios, amado roble, tú que hundes tus raíces en esta tierra, honrado por los corazones de hombres nobles, cobíjanos a todos bajo tu sombra!
¡Te saludo, también a tí, Guernica, el mejor pueblo, pueblo santo para todos los vascos, porque en ti está asentado el árbol santo: si eres amado entre los euskaldunes, más que ellos te amo yo, porque en ti no he visto más que sueños de felicidad, he pasado un día más dulce que la miel, y porque aquí está el nido de lo más hondo de mi corazón!
¡Os saludo, también a vosotros, mis queridos hermanos. El tiempo que viene será mejor; tras el invierno oscuro viene la primavera!
¡Hasta ahora os han dicho, ¡adelante!, pero nuestro árbol, que levanta su cabeza al cielo del Dios que hizo nuestros montes de hierro, nos muestra el cielo como diciendo, arriba, siempre arriba! ¡Euskalerria comienza aquí, acabará en el cielo!”
Pero, ¿cómo recuerda Unamuno su conversión juvenil a las ideas bizkaitarras cuando años después ha evolucionado primero hacia posiciones de militancia socialista y posteriormente hacia ideas liberales progresistas moderadas?
Por un lado, en su novela “Paz en la guerra”, Unamuno escribe siguiendo sus recuerdos lo que vivió de joven y lo utiliza como argumento de su obra literaria:
“Juan José, fuera de sí desde la abolición de los fueros, echa chispas, pide la unión de los vasco-navarros todos, tal vez para una nueva guerra, guerra fuerista. Desahógase contra los "pozanos"; ha dado en desear saber vascuence, si lo pudiese recibir de ciencia infusa, como don al entusiasmo, sin labor lenta.
Empiézase en el ambiente en que el vive, a cobrar conciencia del viejo lema "Dios y Fueros", al que sirvió de tapujo en gran parte el de "Dios, Patria y Rey". Siéntense las generales corrientes étnicas que sacuden a toda Europa. Por debajo de las nacionalidades políticas, simbolizadas en banderas y glorificadas en triunfos militares, obra el impulso al disloque de ellas en razas y pueblos más de antiguo fundidos, ante-históricos, encarnados en lenguajes diversos y vivificados en la íntima comunión privativa de costumbres cotidianas peculiares a cada uno; impulso que la presión de aquellas encauza y endereza. Es el inconsciente anhelo a la patria espiritual, la desligada del terruño; es la atracción que sintiendo los pueblos hacia la vida silenciosa de debajo del tumulto pasajero de la historia, los empuja a su redistribución natural, según originarias diferencias y analogías, a la redistribución que permita el futuro libre agrupamiento de todos ellos en la gran familia humana; es, a la vez, la vieja lucha de razas, fuente de la civilización. Tales corrientes étnicas de debajo de la historia son las que, aunándose al proceso de las grandes nacionalidades históricas, hijas de la guerra y de ella sustentadoras, las impele al concierto del que haya de surgir la Humanidad pacífica. Por dentro de los grandes organismos históricos palpita su carne luchando por diferenciarse según la varia distribución de sus elementos originarios; en los suelos nacionales, hipotecas de los tenedores de las deudas públicas, alienta la vieja alma de las antiguas tribus errantes, que se asentaron en un tiempo en campos de propiedad común. Los pueblos, que forman las naciones, empujan a estas a integrarse, disolviéndose en el Pueblo.
Mas se va a tal finalidad cerrados los ojos a ella, en egoísta impulso de ciegos exclusivismos. Juan José y sus compañeros de aspiraciones entonan el solemne himno al árbol de Guernica, símbolo vivo de la genuina personalidad del pueblo vasco; cantan en vascuence, sin entenderla apenas, aquella estrofa que dice:
“Eman ta zabalzazu muduan frutua adoratzen zaitugu arbola santua!”
(¡Da y propaga tu fruto por el mundo, mientras te adoramos, árbol Santo!)
En la invocación a que de y extienda su fruto por el mundo todo, no ven los que la cantan, la genial intuición del bardo errante, que recorriera extraños pueblos, para llevarles el ensalmo de la canción de libertad, en música a todos comprensible, aunque la encarna en vieja lengua desconocida de ellos.”
Por otra parte, en su obra “Recuerdos de niñez y mocedad”, en su última parte, titulada “Estrambote”, escribe Don Miguel lo siguiente:
“Al poco de acabar yo mi primer año de bachillerato, el 21 de julio de 1876, siendo Cánovas del Castillo presidente del Consejo de Ministros, se dictó la ley abolitoria de los Fueros, cesaron las Juntas Generales del Señorío en Guernica, se empezó a echar quintas, se estancó el tabaco, etc. Y en medio de la agitación de espíritus que a esa medida se siguió fue formándose mi espíritu.
De aquí mi exaltación patriótica de entonces. Todavía conservo cuadernillos de aquel tiempo, en que en estilo lacrimoso, tratando de imitar a Ossian, lloraba la postración y decadencia de la raza, invocaba al árbol santo de Guernica —a su santidad general para los vascos se unía para mí entonces la especial de que a su pie, en Guernica, vivía la que luego fue y es mi mujer—, evocaba las sombras augustas de Aitor, Lecobide y Jaun Zuría y maldecía de la serpiente negra, que arrastrando sus férreos anillos y vomitando humo, horadaba nuestras montañas trayéndonos la corrupción de allende el Ebro.
Y siempre que podíamos nos íbamos al monte, aunque sólo fuese a Archanda, a execrar de aquel presente miserable, a buscar algo de la libertad de los primitivos euscaldunes que morían en la cruz maldiciendo a sus verdugos y a echar la culpa a Bilbao, al pobre Bilbao, de mucho de aquello. Un cierto soplo de rousseaunianismo nos llevaba a perdernos en las frondosidades de la encañada de Iturrigorri, hoy echada a perder por el fatídico mineral.
Y recuerdo una puerilidad a que la exaltación fuerista nos llevó a un amigo y a mí, puerilidad que durante años hemos tenido callada. Y fue que un día escribimos una carta anónima al rey don Alfonso XII increpándole por haber firmado la ley del 21 de junio y amenazándole por ello. Pusimos en el sobre: «A S. M. el rey don Alfonso XII.—Madrid», y al buzón la carta. Y cuando poco tiempo después llegó a Bilbao la noticia del atentado de Otero u Olivia —no recuerdo de cuál y ahora no voy a ponerme a comprobarlo— nos miramos a la cara mi amigo y yo aterrados.
En aquel muelle del Arenal, frente a Ripa, ¡cuántas y cuántas veces no nos paseamos disertando de los males de la Euscalerría y lamentando la cobardía presente! ¡Cuántas veces no echamos planes para cuando Vizcaya fuese independiente!
Por el mismo tiempo se formaba, en el mismo ambiente, el espíritu de Sabino Arana.
Empezaba a ponerse de moda entre nosotros lo de la aldeanería y el maldecir la Villa, invención de hombres corrompidos. Había quien se avergonzaba de confesar que era de Bilbao, y decía ser del pueblo de alguno de sus padres o abuelos siempre que fuese pueblo más genuina y exclusivamente vascongado.
Y, sin embargo, era la Villa la que nos moldeaba el espíritu, era la Villa la que nos infundía esa exaltación, era la Villa la que estaba incubando el bizkaitarrismo, era Bilbao.”
Resulta curioso comprobar cómo la mente lúcida de Unamuno advierte finalmente que el bizkaitarrismo nace no de los ambientes rurales muy conservadores apegados a lo tradicional, como pudiera en principio parecer que sucedía, como reacción a las transformaciones económicas y sociales en marcha en la época, sino de las áreas urbanas e industriales en pleno crecimiento por el rápido desarrollo que experimentan a finales del siglo XIX.
Por tanto, el bizkaitarrismo (hoy nacionalismo) no es un producto de la tradición vizcaína o vasca ni un reclamo de las “voces ancestrales” de los antepasados, sino una consecuencia de la propia modernidad que aparentemente se desea combatir.
No es por tanto la recuperación de algo que “estaba dormido”, sino la creación de algo totalmente nuevo, ajeno a la realidad histórica anterior y, en el fondo, una ruptura con ella, por más que pretenda envolverse en la misma.
Posiblemente por eso Unamuno se alejó del bizkaitarrismo, pues pensaba que “los vascos debemos tratar de ser los padres de nuestro futuro, en vez de los descendientes de nuestro pasado”, y menos si este es ficticio.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
De las personalidades vascas de los últimos dos siglos, quizás la más compleja políticamente hablando fue la del escritor y filósofo vizcaíno Miguel de Unamuno, nacido en el Bilbao liberal amenazado por los carlistas y que al poco va a experimentar un rapidísimo crecimiento poblacional y desarrollo industrial.
Unamuno con su perenne inquietud intelectual evolucionó de forma un tanto caótica desde la militancia socialista a las ideas republicanas liberales, manteniendo siempre un profundo interés hacia la gente humilde. Contrario a la monarquía de Alfonso XIII y a la Dictadura de Primo de Rivera, fue uno de los impulsores de la II República, de la que acabó desilusionado, por lo que apoyó inicialmente la sublevación militar de 1936, con la que finalmente se enfrentó por su violencia sectaria. Y al final, desde su humanismo liberal, rechazaba a los hunos y los ‘hotros” en la guerra civil.
Es poco conocido que en su juventud Miguel de Unamuno tuvo una fase “bizkaitarra”, es decir, como nacionalista vizcaíno partidario de la independencia de Vizcaya (ella sola).
Don Miguel era sensible, pese a su mente racional y capacidad crítica, a toda la mitología histórica que flotaba en aquella época en torno al fuerismo liberal, el carlismo y el protonacionalismo en Vizcaya, que tantas y tan complejas consecuencias ha traído a la historia posterior del País Vasco, incluido nuestro presente.
Creo que comprender cómo veía Unamuno sus ideas bizkaitarras de aquellos días, de las que finalmente supo alejarse sin por ello dejar de amar a su tierra entrañablemente, es útil pues da las claves de su análisis de las mismas y refleja cómo fue consciente de que su origen no era el ancestral que en principio parecía a sus contemporáneos, sino mucho más moderno y en tal hecho residía su punto débil.
Para aproximarnos al Miguel de Unamuno bizkaitarra nos puede servir un curioso documento autógrafo suyo de septiembre de 1888, cuyo original estaba en el primer tomo (1885 -1914) de los Libros de firmas y dedicatorias de la Casa de Juntas de Guernica (Bizkaia), obra que, junto con los dos siguientes tomos se encuentra desaparecida pues alguien se los llevó de la Casa de Juntas en algún momento entre 2000 y quizás 2005, sin que los funcionarios y guardería presentes lo advirtieran. Hecho que se conoce tras la iniciativa parlamentaria que presenté en 2015 a las Juntas, señalando la falta de los tres álbumes . Por ello, el documento solo se conserva en fotocopia, al menos hasta que el desaprensivo que se llevó los libros los devuelva.
La dedicatoria de Unamuno, aprovecha una frase que tenía previamente escrita sobre el árbol viejo de Guernica y que procede de un artículo que publica en euskera vizcaíno en la “Revista Bascongada Euskal - Erria”.
La frase es muy interesante, pues es un compendio de las ideas bizkaitarras de aquella época juvenil de Unamuno. Es la siguiente:
“¡Agur eiten zaitut, arbola zarra, anaijen odolez eta amen negarrezerregatube, bañon Jaungoikoaren eskubagaitik bedeinkatube, arechmaitea, ondatuten dituzuzana zure sustraijak lur onetan, gizon prestuben biotzakaz oratube, gorde gaizuz danok zure kerizpian!”
(¡Te saludo, árbol viejo, regado por la sangre de los hermanos y las lágrimas de las madres, pero bendito por la mano de Dios, amado roble, tú que hundes tus raíces en esta tierra, honrado por los corazones de hombres nobles, cobíjanos a todos bajo tu sombra!)
Para comprender la naturaleza de los mitos bizkaitarras que atraían entonces a la mente juvenil de Unamuno, conviene leer completo el artículo del que este entresacó la frase, pues compendia la mezcla de fabulación romántica e idolatría hacia la lengua vasca que subyace amalgamada, formando un todo argumental que explica la génesis del nacionalismo vasco a finales del siglo XIX. Un cóctel que aún perdura en nuestra sociedad en muchos de sus planteamientos, y que para poder ser discutido debe ser primero comprendido.
Por ello conviene conocer la traducción al castellano del texto, cuyo original escribió Unamuno como hemos indicado en euskera vizcaíno:
“En el invierno se seca el árbol; las hojas caen a sus pies y allí las hojas secas les dan fuerzas a las hojas nuevas que saldrán en primavera.
Así como la figura para el cuerpo, igual es el idioma para el espíritu. Nos arrebataron las leyes viejas, que eran nuestra vida, pero guardemos nuestra alma euskaldún y de aquí nos saldrán de nuevo los fueros, sí, saldrán cuando brille el sol de la justicia, en el día de la eterna primavera.
Los vascos que no saben euskera ¡que lo aprendan!, para el de corazón fuerte es fácil amar a su pueblo; el que sepa, para que no lo olvide, porque el euskera es el nudo que una a abuelos con los nietos y recipiente de la sabiduría de los padres.
Los abuelos de nuestros abuelos hablaban euskera; aquellos hombres vinieron, no sabemos de dónde, vestidos con pieles, armados con hachas de piedra, para trabajar en paz en esta tierra dura. Después de ellos vinieron los iberos, celtas, romanos y árabes; trajeron cada uno su lengua, pero se aplastaron contra Euskalerria. Los dulces sonidos del euskera se oyeron en los pueblos de Terranova antes del nacimiento de Colón.
¡Te saludo, árbol viejo, regado por la sangre de los hermanos y las lágrimas de las madres, pero bendito por la mano de Dios, amado roble, tú que hundes tus raíces en esta tierra, honrado por los corazones de hombres nobles, cobíjanos a todos bajo tu sombra!
¡Te saludo, también a tí, Guernica, el mejor pueblo, pueblo santo para todos los vascos, porque en ti está asentado el árbol santo: si eres amado entre los euskaldunes, más que ellos te amo yo, porque en ti no he visto más que sueños de felicidad, he pasado un día más dulce que la miel, y porque aquí está el nido de lo más hondo de mi corazón!
¡Os saludo, también a vosotros, mis queridos hermanos. El tiempo que viene será mejor; tras el invierno oscuro viene la primavera!
¡Hasta ahora os han dicho, ¡adelante!, pero nuestro árbol, que levanta su cabeza al cielo del Dios que hizo nuestros montes de hierro, nos muestra el cielo como diciendo, arriba, siempre arriba! ¡Euskalerria comienza aquí, acabará en el cielo!”
Pero, ¿cómo recuerda Unamuno su conversión juvenil a las ideas bizkaitarras cuando años después ha evolucionado primero hacia posiciones de militancia socialista y posteriormente hacia ideas liberales progresistas moderadas?
Por un lado, en su novela “Paz en la guerra”, Unamuno escribe siguiendo sus recuerdos lo que vivió de joven y lo utiliza como argumento de su obra literaria:
“Juan José, fuera de sí desde la abolición de los fueros, echa chispas, pide la unión de los vasco-navarros todos, tal vez para una nueva guerra, guerra fuerista. Desahógase contra los "pozanos"; ha dado en desear saber vascuence, si lo pudiese recibir de ciencia infusa, como don al entusiasmo, sin labor lenta.
Empiézase en el ambiente en que el vive, a cobrar conciencia del viejo lema "Dios y Fueros", al que sirvió de tapujo en gran parte el de "Dios, Patria y Rey". Siéntense las generales corrientes étnicas que sacuden a toda Europa. Por debajo de las nacionalidades políticas, simbolizadas en banderas y glorificadas en triunfos militares, obra el impulso al disloque de ellas en razas y pueblos más de antiguo fundidos, ante-históricos, encarnados en lenguajes diversos y vivificados en la íntima comunión privativa de costumbres cotidianas peculiares a cada uno; impulso que la presión de aquellas encauza y endereza. Es el inconsciente anhelo a la patria espiritual, la desligada del terruño; es la atracción que sintiendo los pueblos hacia la vida silenciosa de debajo del tumulto pasajero de la historia, los empuja a su redistribución natural, según originarias diferencias y analogías, a la redistribución que permita el futuro libre agrupamiento de todos ellos en la gran familia humana; es, a la vez, la vieja lucha de razas, fuente de la civilización. Tales corrientes étnicas de debajo de la historia son las que, aunándose al proceso de las grandes nacionalidades históricas, hijas de la guerra y de ella sustentadoras, las impele al concierto del que haya de surgir la Humanidad pacífica. Por dentro de los grandes organismos históricos palpita su carne luchando por diferenciarse según la varia distribución de sus elementos originarios; en los suelos nacionales, hipotecas de los tenedores de las deudas públicas, alienta la vieja alma de las antiguas tribus errantes, que se asentaron en un tiempo en campos de propiedad común. Los pueblos, que forman las naciones, empujan a estas a integrarse, disolviéndose en el Pueblo.
Mas se va a tal finalidad cerrados los ojos a ella, en egoísta impulso de ciegos exclusivismos. Juan José y sus compañeros de aspiraciones entonan el solemne himno al árbol de Guernica, símbolo vivo de la genuina personalidad del pueblo vasco; cantan en vascuence, sin entenderla apenas, aquella estrofa que dice:
“Eman ta zabalzazu muduan frutua adoratzen zaitugu arbola santua!”
(¡Da y propaga tu fruto por el mundo, mientras te adoramos, árbol Santo!)
En la invocación a que de y extienda su fruto por el mundo todo, no ven los que la cantan, la genial intuición del bardo errante, que recorriera extraños pueblos, para llevarles el ensalmo de la canción de libertad, en música a todos comprensible, aunque la encarna en vieja lengua desconocida de ellos.”
Por otra parte, en su obra “Recuerdos de niñez y mocedad”, en su última parte, titulada “Estrambote”, escribe Don Miguel lo siguiente:
“Al poco de acabar yo mi primer año de bachillerato, el 21 de julio de 1876, siendo Cánovas del Castillo presidente del Consejo de Ministros, se dictó la ley abolitoria de los Fueros, cesaron las Juntas Generales del Señorío en Guernica, se empezó a echar quintas, se estancó el tabaco, etc. Y en medio de la agitación de espíritus que a esa medida se siguió fue formándose mi espíritu.
De aquí mi exaltación patriótica de entonces. Todavía conservo cuadernillos de aquel tiempo, en que en estilo lacrimoso, tratando de imitar a Ossian, lloraba la postración y decadencia de la raza, invocaba al árbol santo de Guernica —a su santidad general para los vascos se unía para mí entonces la especial de que a su pie, en Guernica, vivía la que luego fue y es mi mujer—, evocaba las sombras augustas de Aitor, Lecobide y Jaun Zuría y maldecía de la serpiente negra, que arrastrando sus férreos anillos y vomitando humo, horadaba nuestras montañas trayéndonos la corrupción de allende el Ebro.
Y siempre que podíamos nos íbamos al monte, aunque sólo fuese a Archanda, a execrar de aquel presente miserable, a buscar algo de la libertad de los primitivos euscaldunes que morían en la cruz maldiciendo a sus verdugos y a echar la culpa a Bilbao, al pobre Bilbao, de mucho de aquello. Un cierto soplo de rousseaunianismo nos llevaba a perdernos en las frondosidades de la encañada de Iturrigorri, hoy echada a perder por el fatídico mineral.
Y recuerdo una puerilidad a que la exaltación fuerista nos llevó a un amigo y a mí, puerilidad que durante años hemos tenido callada. Y fue que un día escribimos una carta anónima al rey don Alfonso XII increpándole por haber firmado la ley del 21 de junio y amenazándole por ello. Pusimos en el sobre: «A S. M. el rey don Alfonso XII.—Madrid», y al buzón la carta. Y cuando poco tiempo después llegó a Bilbao la noticia del atentado de Otero u Olivia —no recuerdo de cuál y ahora no voy a ponerme a comprobarlo— nos miramos a la cara mi amigo y yo aterrados.
En aquel muelle del Arenal, frente a Ripa, ¡cuántas y cuántas veces no nos paseamos disertando de los males de la Euscalerría y lamentando la cobardía presente! ¡Cuántas veces no echamos planes para cuando Vizcaya fuese independiente!
Por el mismo tiempo se formaba, en el mismo ambiente, el espíritu de Sabino Arana.
Empezaba a ponerse de moda entre nosotros lo de la aldeanería y el maldecir la Villa, invención de hombres corrompidos. Había quien se avergonzaba de confesar que era de Bilbao, y decía ser del pueblo de alguno de sus padres o abuelos siempre que fuese pueblo más genuina y exclusivamente vascongado.
Y, sin embargo, era la Villa la que nos moldeaba el espíritu, era la Villa la que nos infundía esa exaltación, era la Villa la que estaba incubando el bizkaitarrismo, era Bilbao.”
Resulta curioso comprobar cómo la mente lúcida de Unamuno advierte finalmente que el bizkaitarrismo nace no de los ambientes rurales muy conservadores apegados a lo tradicional, como pudiera en principio parecer que sucedía, como reacción a las transformaciones económicas y sociales en marcha en la época, sino de las áreas urbanas e industriales en pleno crecimiento por el rápido desarrollo que experimentan a finales del siglo XIX.
Por tanto, el bizkaitarrismo (hoy nacionalismo) no es un producto de la tradición vizcaína o vasca ni un reclamo de las “voces ancestrales” de los antepasados, sino una consecuencia de la propia modernidad que aparentemente se desea combatir.
No es por tanto la recuperación de algo que “estaba dormido”, sino la creación de algo totalmente nuevo, ajeno a la realidad histórica anterior y, en el fondo, una ruptura con ella, por más que pretenda envolverse en la misma.
Posiblemente por eso Unamuno se alejó del bizkaitarrismo, pues pensaba que “los vascos debemos tratar de ser los padres de nuestro futuro, en vez de los descendientes de nuestro pasado”, y menos si este es ficticio.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019