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Arturo Aldecoa Ruiz
Sábado, 19 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura:

Democracias medievales

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En Vizcaya y, de rebote, en el País Vasco, llevamos tantos siglos disfrutando de las leyendas sobre nuestro origen,  mirándonos al ombligo orgullosos de nuestras instituciones democráticas medievales, que hemos perdido de vista lo obvio: que no estábamos solos y otras sociedades contemporáneas se gobernaban por instituciones parecidas en las que el conjunto de la sociedad tenía capacidad de decisión para imponer su voluntad a los poderosos.

 

De tanto no mirar lo que había “más allá del árbol Malato”  desde el medioevo, hemos llegado a desconocer esas otras “Guernicas” democráticas que existieron con sus lugares juraderos, tronos y ritos que en el fondo no fueron tan distintos de los nuestros, pues seguramente respondían a un tronco cultural común indoeuropeo de las sociedades del viejo mundo, pues, pese a lo que nos gusta creer, nuestras raíces se entrelazan desde hace milenios, y no somos tan “distintos” como algunos aún quieren seguir creyendo.

 

Cuando a finales del siglo XVIII la sociedad estamental del Antiguo Régimen estaba a punto de dar paso al mundo moderno y a las primeras democracias, quienes ideaban las nuevas formas de gobierno buscaban  referentes en la historia.

 

¿Podía ser  Vizcaya y sus centenarias instituciones forales un ejemplo a imitar de República democrática?

 

En uno de mis artículos anteriores  vimos que el futuro Presidente de los Estados Unidos, John Adams, tras visitar el Señorío en 1780, en su obra de 1787  “A defence of constitutions of Government of the United States of America” consideraba que en Vizcaya “el propio pueblo ha establecido por ley un gobierno  de la aristocracia  bajo la apariencia de una democracia liberal.”  Y concluía su análisis con la expresiva frase: “¡Americanos, cuidado!”, para que evitaran la desviación producida en el Señorío, que desde las antiguas asambleas multitudinarias de un pueblo de iguales, que él admiraba, había mudado hasta acabar gobernado por una aristocracia de familias poderosas, cosa que Adams, de origen humilde no quería para los Estados Unidos.

 

En la tradición republicana clásica, una idea central es que no hay libertad sin autogobierno, y que este depende, a su vez, de la virtud cívica de los ciudadanos: «La virtud pública es el único cimiento de las repúblicas -escribió John Adams en vísperas de la independencia norteamericana. Pero esa virtud pública llevaba tiempo desaparecida en aquellos años de las élites dirigentes del Señorío, como pudo comprobar en su visita de enero de 1780.

 

Aparte de Vizcaya, Adams analizó en su obra una serie  de repúblicas, gobiernos representativos y democracias conocidas en la historia y de sus experiencias sacó conclusiones útiles para la estructura de la nueva republica americana basadas sobre todo en la experiencia de la dieta general de los cantones suizos, los estados generales de los Países Bajos Unidos, y la unión de las ciudades hanseáticas “que se ha demostrado que responden a los propósitos tanto del gobierno como de la libertad”.

 

Ya  que el régimen foral del Señorío de Vizcaya no fue tomado como modelo de cara a extraer enseñanzas para la Constitución que estaban redactando, ¿hubo algún otro ejemplo de democracia surgida en época medieval que resultaba de interés para los padres fundadores de los Estados Unidos?

 

Sí lo hubo: las asambleas de un Ducado situado en tierras del Sacro Imperio Romano–Germánico, para aceptar y recibir el juramento de  sus Duques designados por la Corte. Un caso que tiene algunos aspectos muy parecidos a las asambleas vizcaínas para la jura y toma de posesión del Señor de Vizcaya.

 

Thomas Jefferson, también futuro Presidente de los Estados Unidos, se interesó por una tradición democrática surgida al pie de los Alpes, para la elección de sus Duques.  Al preparar el borrador de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, buscaba antecedentes que le sirvieran de guía para crear la nueva nación y sus instituciones.

 

Entre ellos se interesó por el de Carintia, mencionado  por Eneas Silvio Piccolomini, (futuro Papa Pío II), y glosado por Jean Bodin en su obra Los seis libros de la República sobre la soberanía como fundamento del Estado, que era el asunto que interesaba a Jefferson.

 

Jefferson consideraba el antiguo ritual de la toma de posesión de los duques de Carintia un precedente de derecho consuetudinario y una confirmación de la teoría contractual en la que basaba su reivindicación de la independencia estadounidense.

 

La antigua costumbre se practicó hasta 1414, cuando fue instalado en Carintia el duque Ernst der Eiserne, el abuelo del futuro emperador Maximiliano de Habsburgo.

 

Fuentes antiguas dispersas describen detalles de la ceremonia y dan pistas sobre sus paralelos. Pueden resumirse así :

 

Cuando  se envíaba desde la Corte un nuevo candidato a Duque a Carintia a tomar las riendas del gobierno del Ducado, se observaba una ceremonia singular.

 

Existía una piedra de mármol en una amplia pradera. En realidad se trataba de la parte superior de una columna romana  y su capitel, situada originalmente en  campo abierto cerca de Karnburg, un antiguo palacio imperial, cerca del Virunum romano. Hoy está desplazada de su lugar original

 

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Cuando se iba a realizar la investidura, un campesino, a quien pertenecía el cargo por derecho hereditario, se ponía  de pie sobre la piedra, teniendo a su derecha una vaca negra preñada y a su izquierda una yegua flaca y medio muerta de hambre.

 

El campesino tenía derecho, en nombre de todos, a rechazar a un candidato, a enviarlo de vuelta a la Corte  y a exigir otro candidato.

 

El pueblo estaba por todas partes y había una inmensa concurrencia de campesinos.

 

El candidato llegaba en compañía de sus nobles lujosamente vestidos. Mientras avanzaba hacia la piedra las insignias de su cargo eran llevadas delante suyo.

 

El candidato asistía con traje gris de campesino: pantalones grises, botas de campesino rojas con correas rojas y una túnica gris, sin cuello, que le llegaba  justo por debajo de las rodillas, quedando desnudas las pantorrillas. Con un abrigo gris sin ningún adorno y un sombrero gris más parecía más un pobre que un príncipe. Además llevaba un cayado de pastor en la mano.

 

En cuanto aparecía, el hombre que está sobre la piedra gritaba en lengua eslovena: «¿Quién es el que viene con tanto orgullo?»

 

«El señor de la tierra viene», respondía la multitud de nobles que lo rodeaba.

 

«¿Es un juez justo?», preguntaba. «¿Busca el bien de su país? ¿Es un hombre libre y digno de esa dignidad? ¿Practica y promueve la piedad cristiana?»

 

«Lo hace y lo hará», respondía la multitud de nobles.

 

El campesino continuaba: «Por favor, dígame con qué derecho puede privarme de este asiento».

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Se le respondía: «El lugar se te ha comprado por sesenta denarios y el ganado; tendrás la ropa que se quita el duque y tú y toda tu familia estaréis libres de tributos».  Ello si aceptaba al candidato.

 

Después de este diálogo, el campesino, si aceptaba, daba una ligera bofetada en la mejilla al candidato, le ordenaba que fuera un juez justo y, tras recibir el dinero, se retiraba de su puesto llevándose el ganado.

 

El duque aceptado subía entonces al capitel de mármol, blandía su espada hacia los cuatro puntos cardinales y mientras daba vueltas, se dirigía al pueblo y prometía que sería un juez justo.

 

Al final, bebía agua que le ofrecían en una gorra de campesino como prenda de su futura sobriedad. Y se encendían  fogatas.

 

Luego, toda la asamblea se dirigía a la cercana iglesia de Maria Saal, donde se celebraba una misa solemne.

 

Después de una comida ceremonial, el duque celebraba la Corte en un segundo monumento, la llamada silla ducal (Herzogstuhl, “sedes tribunalis”), situada a unos kilómetros de allí, cerca de Maria Saal y que aún está en su emplazamiento original.

 

Es un auténtico trono que consta de dos partes, una de mármol y la otra de piedra arenisca. En el mismo el duque recién instalado infundía feudos a sus vasallos y juzgaba los casos que se le presentaban.

 

¿Qué paralelos tiene la jura y toma de posesión del Duque de Carintia con la del Señor de e Vizcaya?  Algunos curiosos.

 

Alfonso de Palencia en la segunda de sus “Décadas”, escrita  en el siglo XV, nos da cuenta del complejo ritual que debía seguir el rey cuando acudía a jurar en la villa de Guernica de forma parecida en algunos detalles  al candidato a Duque de Carintia, “a pie, descalzo del pie izquierdo, vestido con sencillo jubón y rústico sayo”, también, “llevando en la diestra un ligero venablo”  para jurar “observar las antiguas instituciones de los pueblos, no ir en nada contra sus libertades y mantenerlos exentos de todo tributo”.

 

 El rito realizado por el rey castellano tiene como motivo el cumplir el formalismo necesario para entrar en posesión como Señor de Vizcaya, como el rito de Carintia.

 

Acude a pie,  como el de Carintia.

 

Va descalzo del pie izquierdo, mientras que el de Carintia lleva sus pantorrillas al aire. Parte de la ceremonia que siglos más tarde se consideraba en ambos casos indecente y vergonzosa por  mostrar partes del cuerpo al aire, y se tendía a ocultar.

 

Va vestido con ropas humildes, como en Carintia, lo que le sitúa en pie de igualdad con el pueblo que le rodea, que es su igual, ante el que va a jurar.

 

Lleva un bastón de madera en la mano, como en Carintia.

 

También puede ser rechazado por los vizcaínos si quieren otro señor. Como comprobó por cierto  Enrique IV, cuando fue sustituido por Isabel la católica en el Señorío de Vizcaya.

 

El lugar concreto al que se acude andando, el viejo árbol de Guernica, lo mismo que la columna de Carintia, actúan como sucedáneo del conjunto del territorio ante el que el elegido  realiza una declaración pública de respeto a los usos locales.

 

El lugar se trata de un emplazamiento singular, conocido y aceptado por todos para la ceremonia, próximo a un edificio sagrado, y a un trono donde se manifestará luego el poder conferido. Recordemos el cuadro de Mendieta con la Jura de Fernando el Católico en 1473.

 

Aunque otras partes de la ceremonia difieran, hay un fondo ideológico común de igualdad en la Vizcaya y Carintia medievales: el Señor o el Duque que vienen a jurar no son más nobles que el pueblo que lo elige en cada caso y que puede rechazarlo. 

 

Como vemos, no fuimos tan distintos a los demás en nuestras tradiciones democráticas medievales, por lo que todo el discurso político ligado desde el siglo XVI a nuestra “diferencia” no fue sino el cultivo interesado del mito por intereses ajenos al conocimiento de la historia real, que siempre es mucho más interesante que las leyendas.

 

(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

 

 

 

 

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