El Estado mata
Hace poco publicábamos en este periódico un artículo titulado La política mata en relación a las decisiones políticas que han provocado la muerte y la ruina en Valencia hace unos meses.
Ahora se ha desvelado otro acontecimiento brutal que es un ejemplo, uno más, de que el Estado mata, literal y metafóricamente. No voy a reiterar las atrocidades de las bandas paquistaníes que en el Reino Unido, durante años, se han dedicado a violar, incluso asesinar, a niñas, con la complicidad criminal por omisión del Estado británico. Sería doloroso reproducir aquí las barbaridades que se cuentan, algunas transcritas en sentencias judiciales firmes.
Tales noticias están totalmente confirmadas. Aún así, hay quienes ponen reparos a las informaciones en redes alegando que no es todo tal y como se cuenta. Puede ser, pero se basan para ello en las cifras oficiales, y debemos recordar que, según éstas, estamos hablando de unos dos mil casos. Aunque esta cifra fuera real, ya estaríamos ante un hecho histórico, de los que traumatizan a una sociedad. Pero no debemos olvidar que, precisamente por tratarse de datos oficiales, cuando las autoridades han hecho todo lo posible por ocultar esas atrocidades, debemos sospechar que estamos sólo ante la punta del iceberg y que, realmente, hay muchos más casos de los reconocidos.
Independientemente del número, es imposible que tales hechos, sucedidos por miles (o cientos, si se quiere ser reticente con las informaciones), hubieran permanecido, por su cantidad y virulencia, ocultos. Sólo desde la complicidad más obvia de las autoridades, policía y fiscalía, pudieron suceder y seguir sucediendo durante años.
La mayoría de las víctimas eran menores bajo protección social, lo cual ya es sintomático de que el Estado no cumple esta función de forma adecuada, como prueba que incluso, a mucha menor escala, hayan ocurrido episodios de abusos sexuales a menores tuteladas en nuestro país y que aquí también se hayan intentado ocultar por el poder político (Valencia y Baleares).
Mientras se producían estos hechos, el fiscal general, el ahora primer ministro del Reino Unido, buscaba una menor protección penal de las víctimas porque "estarían mejor protegidas (las víctimas) con la imposición de una sanción en forma de una orden comunitaria rigurosa", esto es, una pequeña sanción moral en lugar de una rigurosa pena de prisión. Hace unos meses dijimos aquí que este individuo, Starmer, debería ser juzgado por traición. Ahora podemos confirmar que no sólo debe ser juzgado por ese delito, sino por muchos otros.
Ante la evidencia de las noticias, alega lo que siempre excusa la izquierda, que clamar por la justicia es subirse al carro de la ultraderecha. Así lo confirma su ministra de protección de menores, Jess Phillips, quien también rechaza iniciar una investigación. Como no podía ser de otra manera en estamentos políticos que actúan contra su pueblo, el Parlamento se ha negado a iniciar la investigación.
Otra diputada laborista, cuando salieron estas noticias a la luz, dijo que las niñas debían cerrar la boca por el bien de la "diversidad". Por ello, aunque se tramitaron algunas denuncias, la mayoría fueron desatendidas, y hubo una evidente reticencia a investigar estos crímenes en favor de mantener la multiculturalidad como principio básico de convivencia, lo cual no suponía sino el sometimiento de la población autóctona a la violencia y agresión de la inmigrante. No sólo es que no se persiguiesen debidamente todos los delitos, es que incluso se actuó policialmente contra los familiares que pretendían denunciarlos.
Es ingenuo pensar que lo del Reino Unido es un caso aislado. Llevamos años comprobando cómo también en nuestro país se oculta intencionadamente el origen del agresor en la mayoría de noticias de sucesos, especialmente si es de origen musulmán. Y en mucho mayor medida ha ocurrido durante años en Suecia o en Alemania. Y sigue ocurriendo. El jefe de la policía metropolitana de Londres ya ha advertido que perseguirán a los ciudadanos estadounidenses (Musk) por sus publicaciones en las redes sociales si violan las normas sobre el discurso político. Ejemplo evidente de policía política de las que retrató Orwell.
La complicidad criminal de los medios es innegable. Sin su colaboración, los políticos no podrían permitir estos ataques a la ciudadanía. Cada día se confirma, con mayor claridad, esa complicidad criminal deliberada de los medios y su credibilidad ya es nula para alguien mediatamente informado.
Debemos recordar que en el Reino Unido el principal denunciante de esta situación es un activista de origen obrero: Tommy Robinson. Mientras él está en la cárcel (aunque sea por desacato), muchos agresores campan a sus anchas. En los últimos meses hemos visto cómo la policía y la fiscalía británicas encarcelaban a los denunciantes o a quienes simplemente tuiteaban estas noticias en las redes sociales mientras que los agresores continuaban disfrutando de su impunidad, al amparo de la injusticia de nuestras sociedades y de una religión que les ampara moralmente porque "Alá permite que los hombres musulmanes violen a las mujeres no musulmanas para humillarlas en la lucha contra el infiel".
Ya lo advertía hace décadas Oriana Fallaci: no se puede negociar ni convivir con esta religión, es incompatible con cualquier otra forma de vida. Pero la izquierda, inasequible al desaliento de la destrucción y de la ruina económica y moral, a pesar de las evidencias, pretende continuar con su discurso multicultural y de diversidad, a costa de nuestra historia, de nuestro bienestar y de nuestra cultura y a costa de que las generaciones venideras sufran como no han sufrido desde la II Guerra Mundial. Sus propios hijos sufrirán las consecuencias, pero no les importa si nos arrastran a la destrucción.
Los políticos europeos son, hoy, los Don Rodrigo de nuestro tiempo, abriendo la puerta de Europa al invasor y a la destrucción. La prioridad de la casta política europea socialista y popular es continuar beneficiando una inmigración destructiva, aunque estén matando a la población nativa. Es la rendición, gratuita y sin causa, de una civilización. Basada solo en la convicción ideológica de una izquierda con retraso mental que no comprende que esas ideas creadas en las cocinas de las universidades radicales de izquierda marxista se urdieron para provocar la caída de la civilización que sostiene a los hijos y nietos de los imbéciles que están aplicando esa estrategia.
Starmer, Sánchez, Van der Leyen, son igualmente repugnantes y perversos. Representan lo peor de Europa, como Hitler, Mussolini y Stalin lo representaron hace un siglo. No podemos contar con sus instituciones, ni con su policía, ni con sus fiscalías ni con sus medios para nuestra defensa. Como ocurrió con el fascismo y con el comunismo, sus policías nos detendrán, sus fiscalías nos acusarán, sus jueces nos condenarán y sus medios nos conducirán a la muerte civil. Y la mitad de las poblaciones de los países europeos, como entonces, no querrán ver la destrucción a la que se verán arrojados ellos también en función de los principios con que la izquierda, que ha demostrado ser la misma basura en todas partes, ha llenado sus cerebros y sus almas vacías.
Los hechos revelados demuestran que el Estado, que no es sino la casta política, mata. Pero no sólo mata personas, también mata civilizaciones.
Es difícil comprender cómo aún queda gente que piensa que los políticos trabajan por nuestro bienestar y nuestro futuro cuando los hechos son tan tozudos. Me temo que, como predije en Frío Monstruo, distopía en la que predecía el final de la Europa conducida al abismo por la colusión entre la izquierda y el Islám político, no nos quedará otra opción que la rebelión. Y cuanto más se tarde en intentar revertir la situación, la reacción tendrá que ser, forzosamente, más cruda y violenta. Es imprescindible comenzar ya una nueva Reconquista, pero esta vez no bastará con la península, habrá de ser de toda Europa.
Hace poco publicábamos en este periódico un artículo titulado La política mata en relación a las decisiones políticas que han provocado la muerte y la ruina en Valencia hace unos meses.
Ahora se ha desvelado otro acontecimiento brutal que es un ejemplo, uno más, de que el Estado mata, literal y metafóricamente. No voy a reiterar las atrocidades de las bandas paquistaníes que en el Reino Unido, durante años, se han dedicado a violar, incluso asesinar, a niñas, con la complicidad criminal por omisión del Estado británico. Sería doloroso reproducir aquí las barbaridades que se cuentan, algunas transcritas en sentencias judiciales firmes.
Tales noticias están totalmente confirmadas. Aún así, hay quienes ponen reparos a las informaciones en redes alegando que no es todo tal y como se cuenta. Puede ser, pero se basan para ello en las cifras oficiales, y debemos recordar que, según éstas, estamos hablando de unos dos mil casos. Aunque esta cifra fuera real, ya estaríamos ante un hecho histórico, de los que traumatizan a una sociedad. Pero no debemos olvidar que, precisamente por tratarse de datos oficiales, cuando las autoridades han hecho todo lo posible por ocultar esas atrocidades, debemos sospechar que estamos sólo ante la punta del iceberg y que, realmente, hay muchos más casos de los reconocidos.
Independientemente del número, es imposible que tales hechos, sucedidos por miles (o cientos, si se quiere ser reticente con las informaciones), hubieran permanecido, por su cantidad y virulencia, ocultos. Sólo desde la complicidad más obvia de las autoridades, policía y fiscalía, pudieron suceder y seguir sucediendo durante años.
La mayoría de las víctimas eran menores bajo protección social, lo cual ya es sintomático de que el Estado no cumple esta función de forma adecuada, como prueba que incluso, a mucha menor escala, hayan ocurrido episodios de abusos sexuales a menores tuteladas en nuestro país y que aquí también se hayan intentado ocultar por el poder político (Valencia y Baleares).
Mientras se producían estos hechos, el fiscal general, el ahora primer ministro del Reino Unido, buscaba una menor protección penal de las víctimas porque "estarían mejor protegidas (las víctimas) con la imposición de una sanción en forma de una orden comunitaria rigurosa", esto es, una pequeña sanción moral en lugar de una rigurosa pena de prisión. Hace unos meses dijimos aquí que este individuo, Starmer, debería ser juzgado por traición. Ahora podemos confirmar que no sólo debe ser juzgado por ese delito, sino por muchos otros.
Ante la evidencia de las noticias, alega lo que siempre excusa la izquierda, que clamar por la justicia es subirse al carro de la ultraderecha. Así lo confirma su ministra de protección de menores, Jess Phillips, quien también rechaza iniciar una investigación. Como no podía ser de otra manera en estamentos políticos que actúan contra su pueblo, el Parlamento se ha negado a iniciar la investigación.
Otra diputada laborista, cuando salieron estas noticias a la luz, dijo que las niñas debían cerrar la boca por el bien de la "diversidad". Por ello, aunque se tramitaron algunas denuncias, la mayoría fueron desatendidas, y hubo una evidente reticencia a investigar estos crímenes en favor de mantener la multiculturalidad como principio básico de convivencia, lo cual no suponía sino el sometimiento de la población autóctona a la violencia y agresión de la inmigrante. No sólo es que no se persiguiesen debidamente todos los delitos, es que incluso se actuó policialmente contra los familiares que pretendían denunciarlos.
Es ingenuo pensar que lo del Reino Unido es un caso aislado. Llevamos años comprobando cómo también en nuestro país se oculta intencionadamente el origen del agresor en la mayoría de noticias de sucesos, especialmente si es de origen musulmán. Y en mucho mayor medida ha ocurrido durante años en Suecia o en Alemania. Y sigue ocurriendo. El jefe de la policía metropolitana de Londres ya ha advertido que perseguirán a los ciudadanos estadounidenses (Musk) por sus publicaciones en las redes sociales si violan las normas sobre el discurso político. Ejemplo evidente de policía política de las que retrató Orwell.
La complicidad criminal de los medios es innegable. Sin su colaboración, los políticos no podrían permitir estos ataques a la ciudadanía. Cada día se confirma, con mayor claridad, esa complicidad criminal deliberada de los medios y su credibilidad ya es nula para alguien mediatamente informado.
Debemos recordar que en el Reino Unido el principal denunciante de esta situación es un activista de origen obrero: Tommy Robinson. Mientras él está en la cárcel (aunque sea por desacato), muchos agresores campan a sus anchas. En los últimos meses hemos visto cómo la policía y la fiscalía británicas encarcelaban a los denunciantes o a quienes simplemente tuiteaban estas noticias en las redes sociales mientras que los agresores continuaban disfrutando de su impunidad, al amparo de la injusticia de nuestras sociedades y de una religión que les ampara moralmente porque "Alá permite que los hombres musulmanes violen a las mujeres no musulmanas para humillarlas en la lucha contra el infiel".
Ya lo advertía hace décadas Oriana Fallaci: no se puede negociar ni convivir con esta religión, es incompatible con cualquier otra forma de vida. Pero la izquierda, inasequible al desaliento de la destrucción y de la ruina económica y moral, a pesar de las evidencias, pretende continuar con su discurso multicultural y de diversidad, a costa de nuestra historia, de nuestro bienestar y de nuestra cultura y a costa de que las generaciones venideras sufran como no han sufrido desde la II Guerra Mundial. Sus propios hijos sufrirán las consecuencias, pero no les importa si nos arrastran a la destrucción.
Los políticos europeos son, hoy, los Don Rodrigo de nuestro tiempo, abriendo la puerta de Europa al invasor y a la destrucción. La prioridad de la casta política europea socialista y popular es continuar beneficiando una inmigración destructiva, aunque estén matando a la población nativa. Es la rendición, gratuita y sin causa, de una civilización. Basada solo en la convicción ideológica de una izquierda con retraso mental que no comprende que esas ideas creadas en las cocinas de las universidades radicales de izquierda marxista se urdieron para provocar la caída de la civilización que sostiene a los hijos y nietos de los imbéciles que están aplicando esa estrategia.
Starmer, Sánchez, Van der Leyen, son igualmente repugnantes y perversos. Representan lo peor de Europa, como Hitler, Mussolini y Stalin lo representaron hace un siglo. No podemos contar con sus instituciones, ni con su policía, ni con sus fiscalías ni con sus medios para nuestra defensa. Como ocurrió con el fascismo y con el comunismo, sus policías nos detendrán, sus fiscalías nos acusarán, sus jueces nos condenarán y sus medios nos conducirán a la muerte civil. Y la mitad de las poblaciones de los países europeos, como entonces, no querrán ver la destrucción a la que se verán arrojados ellos también en función de los principios con que la izquierda, que ha demostrado ser la misma basura en todas partes, ha llenado sus cerebros y sus almas vacías.
Los hechos revelados demuestran que el Estado, que no es sino la casta política, mata. Pero no sólo mata personas, también mata civilizaciones.
Es difícil comprender cómo aún queda gente que piensa que los políticos trabajan por nuestro bienestar y nuestro futuro cuando los hechos son tan tozudos. Me temo que, como predije en Frío Monstruo, distopía en la que predecía el final de la Europa conducida al abismo por la colusión entre la izquierda y el Islám político, no nos quedará otra opción que la rebelión. Y cuanto más se tarde en intentar revertir la situación, la reacción tendrá que ser, forzosamente, más cruda y violenta. Es imprescindible comenzar ya una nueva Reconquista, pero esta vez no bastará con la península, habrá de ser de toda Europa.