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La Tribuna del País Vasco
Jueves, 29 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:

Avi Loeb y el monolito invisible: el valor de pensar más allá de lo establecido

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En el horizonte de la ciencia contemporánea, donde la especialización extrema y la corrección académica a menudo sofocan la imaginación, hay figuras que se atreven a levantar la vista. Una de ellas es Avi Loeb, astrofísico de Harvard, autor de ideas tan provocadoras como consistentes en su audacia. Su reciente ensayo, Is Consciousness Our Monolith?, publicado en Medium, no es solo una nueva provocación intelectual: es una invitación a pensar.

 

Loeb plantea una posibilidad que roza la herejía científica: que la conciencia humana podría haber sido sembrada, en algún punto del pasado remoto, por una inteligencia ajena a nuestro mundo. Inspirado en la icónica película 2001: Una odisea del espacio, utiliza el símbolo del monolito para especular si acaso no hubo una intervención externa que disparó la chispa de la autoconciencia en ciertos primates ancestrales, dando lugar a lo que hoy llamamos humanidad.

 

Desde luego, la hipótesis es altamente especulativa. No hay evidencias concluyentes, y muchos podrían argumentar que se desliza peligrosamente hacia el terreno de la pseudociencia. Y sin embargo, detenerse solo en eso sería perder de vista lo esencial: Loeb no está afirmando una verdad absoluta, sino planteando un marco alternativo, una pregunta incómoda pero legítima, en un campo —el origen de la conciencia— donde aún reina el misterio.

 

Lo que merece ser destacado no es tanto la literalidad de su propuesta, sino el gesto epistemológico que encarna. Loeb se atreve a cruzar los límites disciplinarios, a desafiar dogmas implícitos, a mirar el universo con ojos abiertos en lugar de encadenados por la ortodoxia. En tiempos donde la carrera científica parece cada vez más sujeta a consensos ideológicos, modelos estandarizados y cautela institucional, figuras como la suya resultan imprescindibles.

 

No es la primera vez que Loeb incomoda. Ya lo hizo con su defensa de que el objeto interestelar 'Oumuamua podría ser una sonda artificial; ahora lo vuelve a hacer al cuestionar si la conciencia debe ser entendida como un fenómeno exclusivamente biológico o evolutivo. Y lo hace, además, desde dentro de la academia, desde el corazón mismo de Harvard, no desde los márgenes del pensamiento.

 

A menudo olvidamos que las ideas más transformadoras comienzan así: como especulaciones incómodas. Galileo fue ridiculizado por afirmar que la Tierra se movía. Wegener fue ignorado por su teoría de la deriva continental. La ciencia progresa no solo con datos, sino también con imaginación. Y esa es la verdadera lección de Avi Loeb.

 

No se trata de aceptar sin crítica sus propuestas, sino de reconocer el valor de quien no teme formular preguntas que otros ni siquiera se atreven a plantear. Su tesis sobre la conciencia como un posible monolito extraterrestre puede no convencer a todos —quizá ni siquiera a la mayoría—, pero abre un espacio para la reflexión, y eso ya es una contribución fundamental.

 

La ciencia necesita más Loebs: mentes rigurosas, sí, pero también indómitas; académicos con valor para incomodar, para errar, para imaginar. Porque entre el dato y el misterio, entre la ecuación y el asombro, es donde suele aparecer el verdadero conocimiento.

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