Nos robaron la libertad y ahora la verdad
El nacionalismo vasco puso los dicterios. El fin confirmaba los medios. Ser español en Euskadi era un grave problema. Ejercer los derechos como español una afrenta al régimen instaurado. Hasta el idioma se convirtió en un perverso instrumento para diferenciarse y excluir. La autonomía y tal como explicaba Carlos Garaicoechea tan sólo era un vehículo hacia la estación final. El andén de llegada tendría un cartel: Euskal Herria, y una bandera: la ikurriña.
Fui con una delegación del Parlamento Vasco a la convocatoria que en 1986 nos hiciera Andrés Zaldívar, descendiente de vascos, chileno, presidente de la Internacional Demócrata Cristiana. Tuve la oportunidad de sentir muy de cerca las armas y los métodos asesinos que promovía Pinochet. Nos apalearon. Intentaron secuestrarme en el hotel dónde celebramos el "congreso". Pude escuchar de primera mano lo que había sido la dinámica acción-reacción desde el régimen de Salvador Allende al golpe de Estado y operaciones para eliminar a sus partidarios por parte de carabineros, policía secreta y militares dirigidos con mando a distancia por la CIA en el espacio socio cultural chileno.
Recuerdo cómo el representante de Eskadiko Ezquerra, el parlamentario Javier Gurruchaga, llegó a confesar que ni en la época más dura del franquismo había sentido la ausencia de los derechos humanos que estábamos viviendo y sufriendo en nuestra estancia en Chile. Allí prendí que sin libertad no merecía la pena vivir y que merecía la pena morir para lograr tal estado multidisciplinar.
Lamentablemente, en la Euskadi dónde mandaban los nacionalistas vascos la situación era similar para los españoles que éramos tratados como los judíos en los territorios dónde mandaron los nazis. No había duda. Las instituciones públicas, los repetidos procesos electorales, el régimen de autogobierno procedente de la Constitución Española de 1978 y el Estatuto de Guernica además de no garantizarnos los derechos más elementales para el ejercicio de la ciudadanía democrática, es que chocaba con la violencia que asesinaba por mano de ETA y doctrina nacionalista más que en los tiempos de la presunta lucha por la libertad frente a la dictadura franquista. Vivíamos como en el gueto de la Varsovia ocupada por las SS o la Gestapo.
Y lo peor era no saber qué iba a ser de nosotros los españoles que ejercíamos la dignidad humana en aquel pequeño país de los vascos con dos millones de habitantes dónde no solo asesinaban, es que gritaban ¡ETA mátalos!. Era una continua invitación a matar para imponer su credo.
Compañeros del Foro de Ermua que procedían de la izquierda ideológica, que habían luchado por la libertad contra el franquismo estaban amenazados o exiliados y alguno de ellos, como José Luis López de la Calle con quien solía coincidir en actos por la libertad, fueron asesinados con un tiro en la nuca.
Nunca hubo una guerra en Euskadi. Había un bando que mataba y otro que moría. Había una doctrina nacionalista que trataban de imponer desde la escuela y dónde uno de los ingredientes era el odio a España y justificar la eliminación de los derechos humanos para los españoles con residencia en suelo vasco.
"La espiral de la violencia" en el País Vasco hace referencia al ciclo repetitivo de violencia que se desarrolló durante el conflicto vasco, involucrando a ETA y al PNV. Este ciclo, que incluyó actos terroristas, represiones y reacciones, se mantuvo por décadas, generando un clima de miedo y afectando la libertad de expresión. La "espiral del silencio" es un fenómeno social que se produce cuando las personas, por miedo al aislamiento o a la represión, se abstienen de expresar opiniones que consideran minoritarias o contrarias a la opinión predominante. En el País Vasco, la violencia terrorista de ETA durante décadas ha sido un factor que ha contribuido significativamente a la creación y fortalecimiento de la espiral del silencio.
De todo lo dicho ahora tácticamente se practica la limpieza del relato de como fue la verdad. hay que conseguir que la juventud ignore lo que sucedió y que haga, en todo caso, una relación causa efecto entre el terrorismo de ETA y el franquismo. Y así puede no sólo limpiarse la imagen del nacionalismo vasco más radical, es que se llega a justificar sus actuaciones o se exalta el patriotismo de los miembros de comandos o sus cómplices que señalaban a quien había que matar. La verdad una vez más se sustituye por el mito. Lo que comenzó siendo un relato casi enfermizo de un tal Sabino Arana, se convierte en una doctrina en la que los vascos patriotas defienden su identidad y justifican la eliminación de los invasores, algo similar a una nueva "reconquista" entre cristianos y musulmanes.
Una vez más hasta la Iglesia Vasca forma parte del conglomerado. El Obispo Setién y sus correligionarios justifican a llegan a bendecir la política de odio y violencia del nacionalismo vasco, por anteponer los derechos del pueblo vasco a los derechos humanos.
Los españoles, los universitarios, los testigos, las víctimas de la agresión. Todos desde nuestra propia iniciativa, debemos contar la verdad para evitar que se condene a las dictaduras y no se incluya en tal relación de tiranos a los que sometieron al tejido social de los españoles a los crímenes de ETA.
El nacionalismo vasco puso los dicterios. El fin confirmaba los medios. Ser español en Euskadi era un grave problema. Ejercer los derechos como español una afrenta al régimen instaurado. Hasta el idioma se convirtió en un perverso instrumento para diferenciarse y excluir. La autonomía y tal como explicaba Carlos Garaicoechea tan sólo era un vehículo hacia la estación final. El andén de llegada tendría un cartel: Euskal Herria, y una bandera: la ikurriña.
Fui con una delegación del Parlamento Vasco a la convocatoria que en 1986 nos hiciera Andrés Zaldívar, descendiente de vascos, chileno, presidente de la Internacional Demócrata Cristiana. Tuve la oportunidad de sentir muy de cerca las armas y los métodos asesinos que promovía Pinochet. Nos apalearon. Intentaron secuestrarme en el hotel dónde celebramos el "congreso". Pude escuchar de primera mano lo que había sido la dinámica acción-reacción desde el régimen de Salvador Allende al golpe de Estado y operaciones para eliminar a sus partidarios por parte de carabineros, policía secreta y militares dirigidos con mando a distancia por la CIA en el espacio socio cultural chileno.
Recuerdo cómo el representante de Eskadiko Ezquerra, el parlamentario Javier Gurruchaga, llegó a confesar que ni en la época más dura del franquismo había sentido la ausencia de los derechos humanos que estábamos viviendo y sufriendo en nuestra estancia en Chile. Allí prendí que sin libertad no merecía la pena vivir y que merecía la pena morir para lograr tal estado multidisciplinar.
Lamentablemente, en la Euskadi dónde mandaban los nacionalistas vascos la situación era similar para los españoles que éramos tratados como los judíos en los territorios dónde mandaron los nazis. No había duda. Las instituciones públicas, los repetidos procesos electorales, el régimen de autogobierno procedente de la Constitución Española de 1978 y el Estatuto de Guernica además de no garantizarnos los derechos más elementales para el ejercicio de la ciudadanía democrática, es que chocaba con la violencia que asesinaba por mano de ETA y doctrina nacionalista más que en los tiempos de la presunta lucha por la libertad frente a la dictadura franquista. Vivíamos como en el gueto de la Varsovia ocupada por las SS o la Gestapo.
Y lo peor era no saber qué iba a ser de nosotros los españoles que ejercíamos la dignidad humana en aquel pequeño país de los vascos con dos millones de habitantes dónde no solo asesinaban, es que gritaban ¡ETA mátalos!. Era una continua invitación a matar para imponer su credo.
Compañeros del Foro de Ermua que procedían de la izquierda ideológica, que habían luchado por la libertad contra el franquismo estaban amenazados o exiliados y alguno de ellos, como José Luis López de la Calle con quien solía coincidir en actos por la libertad, fueron asesinados con un tiro en la nuca.
Nunca hubo una guerra en Euskadi. Había un bando que mataba y otro que moría. Había una doctrina nacionalista que trataban de imponer desde la escuela y dónde uno de los ingredientes era el odio a España y justificar la eliminación de los derechos humanos para los españoles con residencia en suelo vasco.
"La espiral de la violencia" en el País Vasco hace referencia al ciclo repetitivo de violencia que se desarrolló durante el conflicto vasco, involucrando a ETA y al PNV. Este ciclo, que incluyó actos terroristas, represiones y reacciones, se mantuvo por décadas, generando un clima de miedo y afectando la libertad de expresión. La "espiral del silencio" es un fenómeno social que se produce cuando las personas, por miedo al aislamiento o a la represión, se abstienen de expresar opiniones que consideran minoritarias o contrarias a la opinión predominante. En el País Vasco, la violencia terrorista de ETA durante décadas ha sido un factor que ha contribuido significativamente a la creación y fortalecimiento de la espiral del silencio.
De todo lo dicho ahora tácticamente se practica la limpieza del relato de como fue la verdad. hay que conseguir que la juventud ignore lo que sucedió y que haga, en todo caso, una relación causa efecto entre el terrorismo de ETA y el franquismo. Y así puede no sólo limpiarse la imagen del nacionalismo vasco más radical, es que se llega a justificar sus actuaciones o se exalta el patriotismo de los miembros de comandos o sus cómplices que señalaban a quien había que matar. La verdad una vez más se sustituye por el mito. Lo que comenzó siendo un relato casi enfermizo de un tal Sabino Arana, se convierte en una doctrina en la que los vascos patriotas defienden su identidad y justifican la eliminación de los invasores, algo similar a una nueva "reconquista" entre cristianos y musulmanes.
Una vez más hasta la Iglesia Vasca forma parte del conglomerado. El Obispo Setién y sus correligionarios justifican a llegan a bendecir la política de odio y violencia del nacionalismo vasco, por anteponer los derechos del pueblo vasco a los derechos humanos.
Los españoles, los universitarios, los testigos, las víctimas de la agresión. Todos desde nuestra propia iniciativa, debemos contar la verdad para evitar que se condene a las dictaduras y no se incluya en tal relación de tiranos a los que sometieron al tejido social de los españoles a los crímenes de ETA.