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Sábado, 02 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:
Astrónoma sueca

Beatriz Villarroel: "La presencia en órbita de objetos altamente reflectantes antes de la era de los satélites humanos tiene unas implicaciones enormes”

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En un pequeño despacho de Estocolmo, entre placas fotográficas de más de medio siglo y pantallas que muestran extensos mapas del cielo, la astrónoma Beatriz Villarroel dedica su vida a perseguir algo que, a primera vista, suena imposible: estrellas que desaparecen. No busca supernovas ni fenómenos luminosos deslumbrantes. Su obsesión es mucho más silenciosa y, quizás, más perturbadora: luces que estuvieron ahí en el pasado y ya no están. El proyecto que lidera, llamado VASCO —siglas de Vanishing & Appearing Sources during a Century of Observations—, compara miles de imágenes astronómicas tomadas en los años 50, cuando todavía no existían satélites humanos ni basura espacial, con los mapas más precisos de la astronomía moderna. Su objetivo es encontrar objetos o destellos que aparecían entonces y que hoy no existen, o que brillaron durante apenas unos segundos para después desvanecerse para siempre.

 

Lo que comenzó como una búsqueda de estrellas moribundas o posibles esferas de Dyson —estructuras hipotéticas de civilizaciones avanzadas— se convirtió rápidamente en algo mucho más intrigante. En esas placas antiguas, Villarroel y su equipo hallaron miles de “transitorios”: puntos de luz que aparecen en una única fotografía y desaparecen en la siguiente. La mayoría podrían tener explicaciones naturales, pero algunos desafían todas las categorías conocidas. Un grupo de nueve destellos simultáneos en una placa de 1950, o varios transitorios alineados que coinciden con fechas históricas como la oleada de avistamientos ovni de Washington D. C. en 1952, han convertido a VASCO en uno de los proyectos más comentados de la astronomía contemporánea. “Aunque todo lo demás fueran errores, incluso una sola detección auténtica cambiaría la historia”, ha dicho Villarroel.

 

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Mientras VASCO escudriña el cielo del pasado, Beatriz impulsa también un experimento hacia el presente: EXOPROBE, una red global de telescopios ópticos diseñada para detectar en tiempo real destellos que podrían ser reflejos de objetos artificiales en el espacio cercano a la Tierra. A diferencia de la búsqueda tradicional de señales de radio extraterrestres, EXOPROBE mira el cielo en busca de flases de luz, como si rastreara espejos invisibles orbitando a decenas de miles de kilómetros de altura. “Buscamos estrellas que desaparecen, anomalías y sondas extraterrestres cerca de la Tierra”, resume ella misma su trabajo.

 

El perfil personal y profesional de Beatriz Villarroel es tan singular como sus investigaciones. Nacida en Suecia, con raíces españolas y rusas marcadas por el exilio de la Guerra Civil y el cruce de culturas, combina la precisión científica con una sensibilidad poco común. Quizá por eso su investigación ha despertado tanta fascinación y también resistencia: hablar de tecnofirmas y de posibles artefactos no humanos antes de la era de los satélites supone, sin duda, desafiar muchas convenciones. En 2023 recibió el premio Open Inquiry por su defensa de la libertad intelectual frente al estigma académico. Para ella, la ciencia no avanza sin riesgo: “Cada vez que elegimos nuestra brújula interior por encima de lo que otros piensan, liberamos nuestra creatividad”.

 

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En la siguiente conversación, Beatriz Villarroel reflexiona sobre su historia personal, sobre las emociones que estallan detrás de los datos y de cómo es buscar, en la penumbra de un observatorio y entre miles de placas de vidrio antiguas, una luz que se apaga y podría cambiar todo lo que creemos saber sobre el cielo.

 

Usted nació y se crio en Suecia, pero su nombre tiene un fuerte origen español. ¿Podría contarnos un poco sobre la historia de su familia y cómo ha influido en su identidad como científica?

 

Mi madre nació en Moscú. Sin embargo, su padre, mi abuelo, nació en Asturias, cerca de Oviedo. Cuando era niño, estalló la Guerra Civil española y lo enviaron solo, lejos de la guerra, a la URSS, junto con miles de otros niños. Mi madre, por su parte, creció en Moscú, donde conoció a mi padre, que en ese momento era un estudiante chileno de intercambio en la universidad soviética. Estaban a punto de mudarse a Chile cuando se produjo allí el golpe militar y no tuvieron más remedio que quedarse en Suecia. Creo que la historia de mi familia me ha moldeado en el sentido de que defiendo la libertad personal y la libertad de pensamiento. Sé que el dogma y la ideología tienden a infiltrarse en todos los rincones de la sociedad, y el mundo académico no es una excepción.

 

Para los lectores que no son científicos, ¿cómo describiría VASCO en términos sencillos? ¿Qué es exactamente lo que busca cuando compara esas placas centenarias con los estudios modernos?

 

VASCO es un proyecto que busca cambios producidos en el cielo durante los últimos 70 años. Comparamos placas fotográficas antiguas, tomadas antes del lanzamiento del primer satélite humano, con estudios modernos. Estas imágenes antiguas capturan un cielo sin satélites artificiales ni desechos espaciales. A través de nuestra plataforma de ciencia ciudadana, estudiantes y astrónomos aficionados, principalmente de España, Argelia y Nigeria, nos ayudan a buscar fenómenos inusuales en el cielo. Colaboramos estrechamente con el Observatorio Virtual Español.

 

En un principio, buscábamos estrellas que pudieran haber desaparecido, con la esperanza de encontrar indicios de supernovas fallidas o esferas de Dyson (estructuras hipotéticas de civilizaciones avanzadas). Pero, en lugar de eso, descubrimos algo inesperado: miles de transitorios ópticos de corta duración, visibles solo durante un breve instante (puntos de luz que aparecen en una única fotografía y desaparecen en la siguiente).

 

Algunos de sus hallazgos coinciden con momentos críticos de la historia, como los avistamientos ovni en Washington D. C. en 1952. ¿Cómo equilibra la cautela científica con el peso de tales coincidencias?

 

La coincidencia es notable: los transitorios aparecieron durante los dos fines de semana de la oleada de ovnis en Washington D. C. en 1952 (cabe señalar que el evento no solo fue visto por radar, sino también por muchos testigos oculares). Esto nos inspiró a mi colega Stephen Bruehl y a mí a investigar si existían correlaciones más amplias entre los transitorios VASCO, los eventos históricos de ovnis y los ensayos con bombas nucleares. Y, efectivamente, encontramos correlaciones estadísticamente significativas. El artículo está en proceso de revisión por pares, pero la preimpresión ya está disponible públicamente. Por supuesto, la correlación no es causalidad, pero sugiere claramente que estos transitorios son detecciones astronómicas reales, y no un ruido aleatorio o defectos de captura.

 

Con EXOPROBE, básicamente están ustedes creando un SETI óptico para objetos artificiales en el espacio cercano a la Tierra. ¿Qué les inspiró a pasar de la investigación de archivos a impulsar una red de detección en tiempo real?

 

Nuestro descubrimiento de múltiples transitorios inexplicables nos dejó más preguntas que respuestas. Para comprender realmente qué son estos eventos, necesitábamos un sistema de detección en tiempo real. Así es como nació EXOPROBE. El cielo nocturno está ahora lleno de millones de fragmentos de basura espacial creados por el hombre, todos ellos con el potencial de crear destellos de luz solar. EXOPROBE nos permite detectar destellos transitorios en tiempo real, localizarlos y, finalmente, obtener espectros para comprender mejor su naturaleza. Actualmente tenemos un telescopio en funcionamiento y estamos ampliando gradualmente la red. Esperamos encontrar una sonda espacial extraterrestre que emita activamente.

 

En 2023 recibió el Premio Open Inquiry por defender la integridad intelectual. ¿Cómo le afectó ese reconocimiento después de años de lucha contra la resistencia?

 

Me dio el apoyo que necesitaba en un momento crítico. Me recordó que debía seguir mi intuición, incluso cuando me enfrentaba a la resistencia de mis colegas. La ciencia, como cualquier otra actividad humana, tiene sus retos, especialmente cuando toca temas controvertidos.

 

¿Cuál ha sido el momento más emotivo para usted hasta ahora en esta investigación? ¿Una placa, un destello, un dato que le hizo detenerse?

 

Ocurrió hace solo unas semanas. Realizamos una prueba para comprender si nuestros transitorios pre-Sputnik podían ser reflejos de la luz solar procedentes de objetos cerados artificiales. Si se trata de reflejos de superficies planas y altamente reflectantes, como espejos o cristales, no deberían aparecer en la sombra de la Tierra, donde no llega la luz solar. Así que analizamos casi 100.000 transitorios y encontramos un claro déficit dentro de la sombra de la Tierra. Darnos cuenta de que muchos de nuestros transitorios se comportaban exactamente como los reflejos solares, tal y como habíamos hipotetizado, fue muy emotivo. No puedo decir que me hiciera feliz, solo pensar en ello o hablar de ello me provocaba un dulce dolor de estómago.

 

Explica Beatriz Villaroel que cuando dice que fue un momento “emotivo” y que sintió “un dulce dolor de estómago” es porque los datos apuntaban a que esos fenómenos podrían ser reales y no simples errores de placa o ruido aleatorio. No está afirmando que los objetos en cuestión sean sondas extraterrestres, pero sí que el comportamiento observado es coherente con la presencia de objetos altamente reflectantes en órbita antes de la era de los satélites humanos. Esa posibilidad, por sus implicaciones, es enorme. Se trata, en definitiva, de un análisis estadístico crucial que apoyó la hipótesis de que algunos de los transitorios son reflejos de superficies artificiales, y no fenómenos naturales ni fallos de los negativos. Por eso lo recuerda como un momento emocional y casi físico: por primera vez sintió que la evidencia iba más allá de la simple especulación.

 

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