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Miércoles, 10 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:
Un apartamento en venta, una foto colgada en una web inmobiliaria y un secreto que conecta la guerra, el franquismo y los refugios nazis en Argentina.

El misterio del cuadro robado: de Bilbao a Argentina, la sombra interminable del expolio nazi

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La imagen parecía inocente: un salón luminoso, sofás de cuero, una lámpara encendida y, sobre la pared, un cuadro que pasaba inadvertido para cualquiera… salvo para los ojos entrenados de un periodista. Fue en esa fotografía, publicada en la página argentina Robles Casas y Campos, donde un redactor del diario holandés AD reconoció algo más que un retrato antiguo. Allí, sobre el sofá, estaba “El retrato de una dama”, del pintor italiano Giuseppe Ghislandi.

 

Una obra desaparecida desde hacía décadas, perteneciente a la saqueada colección Goudstikker, uno de los mayores tesoros artísticos despojados a los judíos por el nazismo. Ese hallazgo casual, fruto de un clic en Internet, destapó una historia que conecta la persecución de Hitler, los puertos de Bilbao y las mansiones ocultas de la Patagonia argentina.


El espectro de Jacques Goudstikker
 

En los años treinta, Jacques Goudstikker era sinónimo de arte en Europa. Marchante judío, poseía una de las colecciones privadas más valiosas del continente: más de 1.200 piezas que iban desde Rembrandt y El Greco hasta Goya. Cuando los nazis invadieron Holanda en 1940, Goudstikker huyó en barco hacia Inglaterra. No llegó: una caída accidental en la bodega del buque lo mató antes de alcanzar la costa.


Su colección quedó atrás. Y allí estaba Hermann Göring, mano derecha de Hitler, dispuesto a apropiarse de todo lo que brillara. Lo hizo con la ayuda de un personaje oscuro, Alois Miedl, un banquero alemán que se enriqueció obligando a judíos a vender sus tesoros por migajas. Göring se llevó 600 obras de la colección Goudstikker. El resto desapareció en un torbellino de ventas, chantajes y traslados clandestinos.

 

El paso por Bilbao
 

Mayo de 1944. La derrota de Hitler era inminente y Miedl huía con un convoy hacia la frontera vascofrancesa. En sus manos llevaba al menos 22 pinturas de gran formato, parte del botín de Göring. Lo detuvieron en Irún. La carga —tesoros envueltos en silencio— terminó en el puerto franco de Bilbao, bajo custodia de las autoridades del General Franco.


Allí, en los almacenes portuarios, durante cinco años, las obras fueron rehenes de un litigio diplomático. Los aliados exigían su devolución. Miedl blandía contratos para justificar que eran “legales”. España, presionada pero ambigua, jugaba a dos bandas: protegía a nazis fugitivos, pero despreciaba al especulador que había perdido el favor de Göring. Al final, el régimen optó por lo insólito: devolvió los cuadros al marchante y lo expulsó del país.
Lo que Miedl realmente logró introducir por la frontera —esos supuestos camiones con más de 200 obras— se convirtió en un enigma que todavía hoy no tiene respuesta. De Bilbao, solo una pintura fue localizada. El resto sigue sumido en la niebla de la historia.


El refugio argentino


Décadas después, el fantasma del saqueo reapareció en Argentina. En Mar del Plata, en una casa que perteneció a Friedrich Gustav Kadgien, miembro de las SS y organizador del expolio, colgaba el retrato de Ghislandi. Su hija, Patricia Kaidgen, lo conservaba como si fuese parte natural del mobiliario familiar.


Cuando el diario AD publicó la noticia, la Policía acudió al lugar. El cuadro había desaparecido. Hubo registros, interrogatorios, acusaciones. Finalmente, presionados por la Fiscalía, los Kaidgen entregaron la obra. Hoy está bajo custodia judicial, mientras los tribunales deciden si debe regresar a los descendientes de Goudstikker.


Un enigma que no muere
 

El hallazgo reabre heridas. La colección Goudstikker lleva décadas siendo rastreada por su familia, especialmente por Marie von Sayer, nuera del marchante, que incluso venció al Gobierno holandés en los tribunales para recuperar parte del legado. Cada cuadro que aparece es como una pieza rescatada de un naufragio, pero también recuerda lo que falta: cientos de obras dispersas por el mundo, escondidas en mansiones, cajas fuertes o galerías de dudosa procedencia.


La dama sin descanso
 

La imagen de la dama pintada por Ghislandi, viajando desde un palacio holandés hasta un puerto vizcaíno, pasando por las arcas de Göring y terminando en un salón argentino, encierra una metáfora brutal: la cultura como botín, la belleza convertida en rehén de la barbarie.


Quizá nunca sepamos cuántos Rembrandt, Goya o Greco cruzaron la frontera de Irún en aquellos convoyes de 1944. Pero cada hallazgo, como este cuadro, devuelve a la superficie una verdad incómoda: los ecos del saqueo nazi siguen vivos, y el País Vasco forma parte de esa ruta secreta del expolio.


Y “El retrato de una dama”, tras décadas de silencio, se convierte ahora en testigo. Un recordatorio de que el arte, incluso cuando parece colgado en un salón cualquiera, guarda historias capaces de atravesar generaciones.

 

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