El intruso 3I/ATLAS: Crónica de un misterioso visitante del espacio profundo
Un objeto que desafía lo que sabemos sobre el cosmos atraviesa nuestro sistema solar mientras científicos y agencias espaciales guardan un silencio inquietante
![[Img #29064]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2025/7734_oooo.jpg)
Corría el 1 de julio de 2025 cuando el telescopio ATLAS, encaramado en las alturas de Río Hurtado (Chile), detectó algo que no debería estar ahí. Un punto de luz tenue, casi imperceptible, que se desplazaba a 220.000 kilómetros por hora. No venía de los confines helados del cinturón de Kuiper. No era un cometa errante de la nube de Oort. Venía de mucho más lejos. De otro sistema estelar. Los astrónomos lo bautizaron 3I/ATLAS. El tercer visitante interestelar jamás registrado.
Pero mientras el mundo observaba con curiosidad académica, nadie imaginaba que este objeto traería consigo más preguntas que respuestas. Que desafiaría las leyes que creíamos comprender. Que su simple paso por nuestro vecindario cósmico desataría un debate científico sin precedentes y reavivaría la pregunta más antigua de la humanidad: ¿estamos solos?
Desde el principio, 3I/ATLAS se comportó de forma extraña.
Los cometas tienen patrones predecibles. Cuando el Sol los calienta, sus hielos se subliman, forman comas brillantes de gas y polvo, desarrollan colas espectaculares. Pero 3I/ATLAS rompió el guion desde el primer acto.
Expulsaba agua como una manguera de bomberos a máxima presión —40 kilogramos por segundo— cuando aún se encontraba tres veces más lejos del Sol que la Tierra. Los cometas tradicionales no hacen eso. No tienen por qué hacerlo. La radiación solar no es lo suficientemente intensa a esa distancia.
Luego estaba el asunto de la luz. Las mediciones polarimétricas revelaron algo nunca visto: una polarización negativa extrema. La luz reflejada por su polvo se comportaba de manera completamente anómala, sugiriendo que podría pertenecer a "una clase completamente nueva de objetos interestelares", según concluyeron los astrónomos.
Y durante el eclipse lunar del 7 de septiembre, mientras los telescopios esperaban captar su brillo característico, 3I/ATLAS se tornó verde. No el verde pálido y difuso de los cometas ordinarios, sino un resplandor intenso, inexplicable. La química del objeto, dijeron los expertos con cautela, parecía "enteramente nueva".
Pero el verdadero enigma llegó cuando Avi Loeb —el controvertido astrofísico de Harvard que ya había sacudido a la comunidad científica con sus teorías sobre 'Oumuamua— publicó sus cálculos sobre 3I/ATLAS.
Entre mayo y septiembre de 2025, el objeto no mostró ninguna aceleración no gravitacional medible. Esto, en un cometa activo que expulsa gases a presión, es extraordinario. Los gases deberían actuar como pequeños cohetes, alterando su trayectoria. Pero 3I/ATLAS no se inmutaba.
La conclusión de Loeb fue inquietante: el núcleo del objeto debía tener una masa de más de 33 mil millones de toneladas y un diámetro superior a 5 kilómetros. Millones de veces más masivo que sus predecesores interestelares.
"Es anómalamente grande", escribió Loeb en su artículo científico. Demasiado grande, insinuó entre líneas.
El momento de la verdad llegó el 3 de octubre de 2025. Esa noche, mientras 3I/ATLAS pasaba a solo 29 millones de kilómetros de Marte, seis naves espaciales en órbita —Mars Express, MAVEN, Tianwen-1, Hope, ExoMars y el Mars Reconnaissance Orbiter— apuntaron sus cámaras al visitante. Era la oportunidad perfecta: el objeto atravesaba una región del sistema solar donde la observación desde la Tierra era imposible, oculto por el resplandor del Sol.
Las imágenes que regresaron encendieron las alarmas. El rover Perseverance, desde la superficie marciana, capturó algo que hizo vibrar las redes sociales y los foros científicos por igual: una franja alargada, cilíndrica, brillante. No la esfera difusa de un cometa típico. No el halo de gas y polvo que debería rodear su núcleo. Una forma geométrica. Definida. Casi... artificial.
Las fotografías se filtraron rápidamente. En algunas, el objeto parecía medir decenas de miles de kilómetros de largo. Su resplandor verdoso lo hacía destacar contra el negro del espacio como una baliza, como una señal.
¿Una nave interestelar? ¿Una sonda de reconocimiento de una civilización lejana?
Internet estalló en especulación.
Pero entonces, algo aún más extraño ocurrió.
La NASA dejó de hablar. Justo cuando el mundo esperaba explicaciones, cuando los datos de las observaciones más detalladas estaban siendo procesados, la agencia espacial estadounidense entró en un apagón mediático. Su página web publicó un escueto mensaje: "Debido a la falta de financiación del gobierno federal, la NASA no está actualizando este sitio web".
El cierre presupuestal del gobierno de Estados Unidos había llegado en el peor momento posible. O en el mejor, dependiendo de a quién se le pregunte.
Las imágenes en alta resolución de la cámara HiRISE —la cámara más avanzada jamás enviada a otro planeta, capaz de distinguir objetos del tamaño de un escritorio desde la órbita marciana— permanecieron sin publicar. Los datos espectrales que podrían revelar la composición exacta del objeto, archivados. El análisis definitivo del tamaño y forma de 3I/ATLAS, suspendido. En los círculos científicos comenzaron a circular rumores. ¿Por qué ahora? ¿Por qué justo cuando el objeto pasaba por Marte? Los escépticos hablaban de mera coincidencia burocrática. Los curiosos, de algo más oscuro.
Avi Loeb fue el primero en intentar calmar las aguas. O en agitarlas aún más, según la perspectiva.
En un artículo publicado en Medium el 6 de octubre, el astrofísico explicó que la forma cilíndrica era una ilusión óptica. Un artefacto técnico. La cámara del Perseverance había tomado cientos de exposiciones cortas durante 10 minutos, y al combinarlas para aumentar el brillo, el movimiento ultrarrápido del objeto —200.000 km/h— había creado esa franja alargada.
"En realidad", escribió Loeb, "el objeto tiene una forma mucho más cercana a la de un círculo".
Pero su explicación vino acompañada de una advertencia: había que esperar las imágenes de HiRISE. Solo esas fotografías, con una resolución de 30 kilómetros por píxel, podrían revelar la verdadera forma de 3I/ATLAS. "Lo mejor está por venir", prometió. Esas imágenes, sin embargo, no llegaron. La NASA permanece en silencio. Y HiRISE, con sus 40 kilos de lentes y sensores apuntados al intruso interestelar, guarda sus secretos.
La Ventana de observación se cierra
Ahora, en estos días de octubre, 3I/ATLAS se acerca a su perihelio. El 29 de octubre alcanzará su punto más cercano al Sol —1.4 unidades astronómicas, justo entre las órbitas de la Tierra y Marte— y quedará completamente oculto por el resplandor de nuestra estrella.
No será visible desde la Tierra durante semanas.
Para cuando reaparezca a principios de diciembre, ya estará de salida. Pasará cerca de la Tierra el 19 de diciembre, a una distancia segura de 270 millones de kilómetros, y luego acelerará hacia Júpiter en marzo de 2026. Después, se perderá para siempre en la oscuridad interestelar, llevándose consigo sus secretos.
La Agencia Espacial Europea, mientras tanto, publicó sus propias imágenes el 8 de octubre. El orbitador ExoMars captó un punto blanco difuso moviéndose contra el fondo estelar. Nada espectacular. Nada definitivo. La cámara CaSSIS, admitieron, estaba diseñada para fotografiar la brillante superficie de Marte, no objetos tenues a millones de kilómetros de distancia. Las imágenes europeas no resolvieron nada. Si acaso, profundizaron el misterio.
Las teorías que no se van
Porque más allá de las explicaciones técnicas, más allá de los efectos ópticos y las resoluciones de cámara, hay datos que no cuadran.
Está la emisión de níquel sin hierro, algo que en la Tierra solo se obtiene mediante procesos industriales. Está la "anti-cola" que apunta hacia el Sol, contraria a toda lógica cometaria. Está la trayectoria perfectamente hiperbólica que no se desvía un milímetro a pesar de las fuerzas no gravitacionales que deberían afectarla. Está el hecho de que su órbita discurre casi exactamente en el plano de los planetas, con una inclinación de apenas 5 grados. ¿Casualidad? Los objetos interestelares deberían llegar desde cualquier ángulo. Y está, sobre todo, su antigüedad estimada: hasta 7 mil millones de años, tres mil millones más que nuestro propio sistema solar. Un viajero del tiempo cósmico, surgido cuando la galaxia era más joven, más caótica, más extraña. "Podría revelar procesos completamente nuevos", afirman los astrónomos. "O materiales que nunca hemos visto".
¿O tecnologías que nunca hemos imaginado?
El silencio es parte del misterio
Hoy, 16 de octubre de 2025, mientras escribo estas líneas, 3I/ATLAS continúa su danza silenciosa alrededor del Sol. Invisible para nosotros, oculto en el resplandor solar, acercándose inexorablemente a su perihelio. Las imágenes de HiRISE siguen sin publicarse. La NASA permanece muda. Y la humanidad, una vez más, se enfrenta a la incomodidad de no saber. De observar algo que desafía nuestras categorías, que se escabulle entre las grietas de nuestro conocimiento, que nos recuerda lo poco que entendemos del universo y lo mucho que aún nos queda por descubrir. O por encontrarnos.
Porque al final, más allá de las teorías y los cálculos, de las conspiraciones y las explicaciones, 3I/ATLAS nos deja con una certeza inquietante: no está solo. Es el tercero. Antes llegaron 'Oumuamua y Borisov. Y vendrán más. Muchos más.
El espacio interestelar, ese océano negro entre las estrellas que creíamos vacío, está lleno de viajeros. De objetos que surcan la galaxia a velocidades imposibles, con orígenes desconocidos y destinos inciertos.
Algunos serán rocas antiguas, remanentes de sistemas planetarios extintos.
Otros, cometas errantes expulsados por gigantes gaseosos.
¿Y algunos? Algunos, quizás, sean algo completamente distinto.
La verdad está ahí afuera. Y viene hacia nosotros a 220.000 kilómetros por hora.
El cometa 3I/ATLAS reaparecerá en los cielos terrestres a principios de diciembre de 2025. Hasta entonces, solo nos queda esperar. Y preguntarnos qué veremos cuando vuelva a mostrarse. Si es que nos lo muestran.
Corría el 1 de julio de 2025 cuando el telescopio ATLAS, encaramado en las alturas de Río Hurtado (Chile), detectó algo que no debería estar ahí. Un punto de luz tenue, casi imperceptible, que se desplazaba a 220.000 kilómetros por hora. No venía de los confines helados del cinturón de Kuiper. No era un cometa errante de la nube de Oort. Venía de mucho más lejos. De otro sistema estelar. Los astrónomos lo bautizaron 3I/ATLAS. El tercer visitante interestelar jamás registrado.
Pero mientras el mundo observaba con curiosidad académica, nadie imaginaba que este objeto traería consigo más preguntas que respuestas. Que desafiaría las leyes que creíamos comprender. Que su simple paso por nuestro vecindario cósmico desataría un debate científico sin precedentes y reavivaría la pregunta más antigua de la humanidad: ¿estamos solos?
Desde el principio, 3I/ATLAS se comportó de forma extraña.
Los cometas tienen patrones predecibles. Cuando el Sol los calienta, sus hielos se subliman, forman comas brillantes de gas y polvo, desarrollan colas espectaculares. Pero 3I/ATLAS rompió el guion desde el primer acto.
Expulsaba agua como una manguera de bomberos a máxima presión —40 kilogramos por segundo— cuando aún se encontraba tres veces más lejos del Sol que la Tierra. Los cometas tradicionales no hacen eso. No tienen por qué hacerlo. La radiación solar no es lo suficientemente intensa a esa distancia.
Luego estaba el asunto de la luz. Las mediciones polarimétricas revelaron algo nunca visto: una polarización negativa extrema. La luz reflejada por su polvo se comportaba de manera completamente anómala, sugiriendo que podría pertenecer a "una clase completamente nueva de objetos interestelares", según concluyeron los astrónomos.
Y durante el eclipse lunar del 7 de septiembre, mientras los telescopios esperaban captar su brillo característico, 3I/ATLAS se tornó verde. No el verde pálido y difuso de los cometas ordinarios, sino un resplandor intenso, inexplicable. La química del objeto, dijeron los expertos con cautela, parecía "enteramente nueva".
Pero el verdadero enigma llegó cuando Avi Loeb —el controvertido astrofísico de Harvard que ya había sacudido a la comunidad científica con sus teorías sobre 'Oumuamua— publicó sus cálculos sobre 3I/ATLAS.
Entre mayo y septiembre de 2025, el objeto no mostró ninguna aceleración no gravitacional medible. Esto, en un cometa activo que expulsa gases a presión, es extraordinario. Los gases deberían actuar como pequeños cohetes, alterando su trayectoria. Pero 3I/ATLAS no se inmutaba.
La conclusión de Loeb fue inquietante: el núcleo del objeto debía tener una masa de más de 33 mil millones de toneladas y un diámetro superior a 5 kilómetros. Millones de veces más masivo que sus predecesores interestelares.
"Es anómalamente grande", escribió Loeb en su artículo científico. Demasiado grande, insinuó entre líneas.
El momento de la verdad llegó el 3 de octubre de 2025. Esa noche, mientras 3I/ATLAS pasaba a solo 29 millones de kilómetros de Marte, seis naves espaciales en órbita —Mars Express, MAVEN, Tianwen-1, Hope, ExoMars y el Mars Reconnaissance Orbiter— apuntaron sus cámaras al visitante. Era la oportunidad perfecta: el objeto atravesaba una región del sistema solar donde la observación desde la Tierra era imposible, oculto por el resplandor del Sol.
Las imágenes que regresaron encendieron las alarmas. El rover Perseverance, desde la superficie marciana, capturó algo que hizo vibrar las redes sociales y los foros científicos por igual: una franja alargada, cilíndrica, brillante. No la esfera difusa de un cometa típico. No el halo de gas y polvo que debería rodear su núcleo. Una forma geométrica. Definida. Casi... artificial.
Las fotografías se filtraron rápidamente. En algunas, el objeto parecía medir decenas de miles de kilómetros de largo. Su resplandor verdoso lo hacía destacar contra el negro del espacio como una baliza, como una señal.
¿Una nave interestelar? ¿Una sonda de reconocimiento de una civilización lejana?
Internet estalló en especulación.
Pero entonces, algo aún más extraño ocurrió.
La NASA dejó de hablar. Justo cuando el mundo esperaba explicaciones, cuando los datos de las observaciones más detalladas estaban siendo procesados, la agencia espacial estadounidense entró en un apagón mediático. Su página web publicó un escueto mensaje: "Debido a la falta de financiación del gobierno federal, la NASA no está actualizando este sitio web".
El cierre presupuestal del gobierno de Estados Unidos había llegado en el peor momento posible. O en el mejor, dependiendo de a quién se le pregunte.
Las imágenes en alta resolución de la cámara HiRISE —la cámara más avanzada jamás enviada a otro planeta, capaz de distinguir objetos del tamaño de un escritorio desde la órbita marciana— permanecieron sin publicar. Los datos espectrales que podrían revelar la composición exacta del objeto, archivados. El análisis definitivo del tamaño y forma de 3I/ATLAS, suspendido. En los círculos científicos comenzaron a circular rumores. ¿Por qué ahora? ¿Por qué justo cuando el objeto pasaba por Marte? Los escépticos hablaban de mera coincidencia burocrática. Los curiosos, de algo más oscuro.
Avi Loeb fue el primero en intentar calmar las aguas. O en agitarlas aún más, según la perspectiva.
En un artículo publicado en Medium el 6 de octubre, el astrofísico explicó que la forma cilíndrica era una ilusión óptica. Un artefacto técnico. La cámara del Perseverance había tomado cientos de exposiciones cortas durante 10 minutos, y al combinarlas para aumentar el brillo, el movimiento ultrarrápido del objeto —200.000 km/h— había creado esa franja alargada.
"En realidad", escribió Loeb, "el objeto tiene una forma mucho más cercana a la de un círculo".
Pero su explicación vino acompañada de una advertencia: había que esperar las imágenes de HiRISE. Solo esas fotografías, con una resolución de 30 kilómetros por píxel, podrían revelar la verdadera forma de 3I/ATLAS. "Lo mejor está por venir", prometió. Esas imágenes, sin embargo, no llegaron. La NASA permanece en silencio. Y HiRISE, con sus 40 kilos de lentes y sensores apuntados al intruso interestelar, guarda sus secretos.
La Ventana de observación se cierra
Ahora, en estos días de octubre, 3I/ATLAS se acerca a su perihelio. El 29 de octubre alcanzará su punto más cercano al Sol —1.4 unidades astronómicas, justo entre las órbitas de la Tierra y Marte— y quedará completamente oculto por el resplandor de nuestra estrella.
No será visible desde la Tierra durante semanas.
Para cuando reaparezca a principios de diciembre, ya estará de salida. Pasará cerca de la Tierra el 19 de diciembre, a una distancia segura de 270 millones de kilómetros, y luego acelerará hacia Júpiter en marzo de 2026. Después, se perderá para siempre en la oscuridad interestelar, llevándose consigo sus secretos.
La Agencia Espacial Europea, mientras tanto, publicó sus propias imágenes el 8 de octubre. El orbitador ExoMars captó un punto blanco difuso moviéndose contra el fondo estelar. Nada espectacular. Nada definitivo. La cámara CaSSIS, admitieron, estaba diseñada para fotografiar la brillante superficie de Marte, no objetos tenues a millones de kilómetros de distancia. Las imágenes europeas no resolvieron nada. Si acaso, profundizaron el misterio.
Las teorías que no se van
Porque más allá de las explicaciones técnicas, más allá de los efectos ópticos y las resoluciones de cámara, hay datos que no cuadran.
Está la emisión de níquel sin hierro, algo que en la Tierra solo se obtiene mediante procesos industriales. Está la "anti-cola" que apunta hacia el Sol, contraria a toda lógica cometaria. Está la trayectoria perfectamente hiperbólica que no se desvía un milímetro a pesar de las fuerzas no gravitacionales que deberían afectarla. Está el hecho de que su órbita discurre casi exactamente en el plano de los planetas, con una inclinación de apenas 5 grados. ¿Casualidad? Los objetos interestelares deberían llegar desde cualquier ángulo. Y está, sobre todo, su antigüedad estimada: hasta 7 mil millones de años, tres mil millones más que nuestro propio sistema solar. Un viajero del tiempo cósmico, surgido cuando la galaxia era más joven, más caótica, más extraña. "Podría revelar procesos completamente nuevos", afirman los astrónomos. "O materiales que nunca hemos visto".
¿O tecnologías que nunca hemos imaginado?
El silencio es parte del misterio
Hoy, 16 de octubre de 2025, mientras escribo estas líneas, 3I/ATLAS continúa su danza silenciosa alrededor del Sol. Invisible para nosotros, oculto en el resplandor solar, acercándose inexorablemente a su perihelio. Las imágenes de HiRISE siguen sin publicarse. La NASA permanece muda. Y la humanidad, una vez más, se enfrenta a la incomodidad de no saber. De observar algo que desafía nuestras categorías, que se escabulle entre las grietas de nuestro conocimiento, que nos recuerda lo poco que entendemos del universo y lo mucho que aún nos queda por descubrir. O por encontrarnos.
Porque al final, más allá de las teorías y los cálculos, de las conspiraciones y las explicaciones, 3I/ATLAS nos deja con una certeza inquietante: no está solo. Es el tercero. Antes llegaron 'Oumuamua y Borisov. Y vendrán más. Muchos más.
El espacio interestelar, ese océano negro entre las estrellas que creíamos vacío, está lleno de viajeros. De objetos que surcan la galaxia a velocidades imposibles, con orígenes desconocidos y destinos inciertos.
Algunos serán rocas antiguas, remanentes de sistemas planetarios extintos.
Otros, cometas errantes expulsados por gigantes gaseosos.
¿Y algunos? Algunos, quizás, sean algo completamente distinto.
La verdad está ahí afuera. Y viene hacia nosotros a 220.000 kilómetros por hora.
El cometa 3I/ATLAS reaparecerá en los cielos terrestres a principios de diciembre de 2025. Hasta entonces, solo nos queda esperar. Y preguntarnos qué veremos cuando vuelva a mostrarse. Si es que nos lo muestran.