Varados en la órbita: el invisible enemigo que retiene a tres astronautas chinos en el espacio
![[Img #29168]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/11_2025/7437_3333333333.jpg)
A más de 400 kilómetros sobre nuestras cabezas, tres astronautas chinos contemplan la Tierra con una mezcla de serenidad y ansiedad. Su nave de retorno, la Shenzhou-20, los espera acoplada a la estación Tiangong, pero algo invisible ha cambiado los planes: un fragmento sospechoso de basura orbital ha impactado contra la cápsula que debía traerlos a casa.
Ya estaban a punto de despegar. Ya habían empacado, completado seis meses de misión impecable en la única estación espacial operativa además de la ISS. Pero la Agencia Espacial Tripulada de China fue tajante en su comunicado: el regreso quedaba suspendido mientras se evalúan "el impacto y los riesgos asociados".
Lo que mantiene en vilo a estos astronautas no es un fallo técnico ni una tormenta solar. Es algo mucho más insidioso: la creciente cantidad de chatarra espacial que orbita nuestro planeta. Fragmentos de cohetes muertos, satélites obsoletos, pedazos de metal que vagan como fantasmas mecánicos por el vacío.
"No los ves, y son mortales", advierte Christophe Bonnal, experto en desechos espaciales de la Academia Internacional de Astronáutica. Y es que incluso un objeto de apenas un centímetro de diámetro puede liberar energía equivalente a una granada de mano cuando viaja a 16,900 kilómetros por hora. La Tiangong, para mantener su órbita, surca el espacio a más de 27,000 km/h. Hagan las cuentas.
El problema se agrava con pruebas de armas antisatélite, como la que ejecutó Rusia en 2021, que dispersan aún más escombros en una órbita ya saturada. No es solo cosa de China: la Estación Espacial Internacional debe encender rutinariamente sus propulsores para esquivar basura. Una danza cósmica donde un error de cálculo puede significar la catástrofe.
Los científicos trabajan febrilmente en soluciones para limpiar este vertedero orbital, pero el progreso es lento. Mientras tanto, cada misión espacial se convierte en una ruleta rusa donde las balas son invisibles y viajan a velocidad supersónica.
Las autoridades chinas barajan un Plan B: enviar una cápsula Shenzhou no tripulada como nave de rescate. Pero por ahora, la espera continúa. Afortunadamente, estar "atrapado" en la Tiangong no es el peor de los destinos: esta semana, videos mostraron a los astronautas asando alitas de pollo en su "horno espacial", un recordatorio de que incluso a 400 kilómetros de altura, la humanidad persiste en sus pequeños rituales de consuelo.
Mientras la evaluación del daño continúa, tres personas flotan en la frontera del vacío, rehenes involuntarios de nuestra propia basura tecnológica. Un recordatorio escalofriante: lo que enviamos al espacio, eventualmente, nos devuelve la factura.
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A más de 400 kilómetros sobre nuestras cabezas, tres astronautas chinos contemplan la Tierra con una mezcla de serenidad y ansiedad. Su nave de retorno, la Shenzhou-20, los espera acoplada a la estación Tiangong, pero algo invisible ha cambiado los planes: un fragmento sospechoso de basura orbital ha impactado contra la cápsula que debía traerlos a casa.
Ya estaban a punto de despegar. Ya habían empacado, completado seis meses de misión impecable en la única estación espacial operativa además de la ISS. Pero la Agencia Espacial Tripulada de China fue tajante en su comunicado: el regreso quedaba suspendido mientras se evalúan "el impacto y los riesgos asociados".
Lo que mantiene en vilo a estos astronautas no es un fallo técnico ni una tormenta solar. Es algo mucho más insidioso: la creciente cantidad de chatarra espacial que orbita nuestro planeta. Fragmentos de cohetes muertos, satélites obsoletos, pedazos de metal que vagan como fantasmas mecánicos por el vacío.
"No los ves, y son mortales", advierte Christophe Bonnal, experto en desechos espaciales de la Academia Internacional de Astronáutica. Y es que incluso un objeto de apenas un centímetro de diámetro puede liberar energía equivalente a una granada de mano cuando viaja a 16,900 kilómetros por hora. La Tiangong, para mantener su órbita, surca el espacio a más de 27,000 km/h. Hagan las cuentas.
El problema se agrava con pruebas de armas antisatélite, como la que ejecutó Rusia en 2021, que dispersan aún más escombros en una órbita ya saturada. No es solo cosa de China: la Estación Espacial Internacional debe encender rutinariamente sus propulsores para esquivar basura. Una danza cósmica donde un error de cálculo puede significar la catástrofe.
Los científicos trabajan febrilmente en soluciones para limpiar este vertedero orbital, pero el progreso es lento. Mientras tanto, cada misión espacial se convierte en una ruleta rusa donde las balas son invisibles y viajan a velocidad supersónica.
Las autoridades chinas barajan un Plan B: enviar una cápsula Shenzhou no tripulada como nave de rescate. Pero por ahora, la espera continúa. Afortunadamente, estar "atrapado" en la Tiangong no es el peor de los destinos: esta semana, videos mostraron a los astronautas asando alitas de pollo en su "horno espacial", un recordatorio de que incluso a 400 kilómetros de altura, la humanidad persiste en sus pequeños rituales de consuelo.
Mientras la evaluación del daño continúa, tres personas flotan en la frontera del vacío, rehenes involuntarios de nuestra propia basura tecnológica. Un recordatorio escalofriante: lo que enviamos al espacio, eventualmente, nos devuelve la factura.




