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Pedro Chacón
Sábado, 08 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:

La trapisonda nacionalista con Guernica

Dentro de poco tendremos otra dosis de Guernica con la visita anunciada del líder ucraniano Zelensky, que al parecer irá con el todavía presidente Sánchez a visitar el cuadro Guernica de Picasso al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Todo esto viene de su invocación al bombardeo de Guernica y lo que, a su juicio, significó para los españoles, tal como él mismo dijo en aquella conferencia virtual que dio a las dos cámaras del Parlamento español reunidas en el Congreso de los Diputados en abril de 2022. Y es que el Guernica, tal como lo concibió su autor, es un cuadro genuinamente español, tanto en su factura como en sus temas como en su significado: la denuncia de la guerra y la reconciliación entre los españoles. Pero ya verán cómo los nacionalistas vascos aprovecharán la ocasión, y más ahora que Sánchez está en las últimas, para volvernos a dar el turre con el tema.

 

Con lo bonito que es el pueblo de Guernica y lo a gusto que pasea uno por sus calles y sus edificios históricos, y el nacionalismo lo ha convertido en una suerte de Disneyland de la memoria colectiva del pueblo vasco que amenaza con ahogarlo de simbolismo. El Estatuto de Autonomía de 1979, ese con el que los partidos no se ponen de acuerdo ni para celebrar la festividad del País Vasco, que ha supuesto el acogotamiento de las instituciones forales tradicionales debido a que el nacionalismo ha inventado un organismo que parece un alien elefantiásico llamado lendacaricha que se ha superpuesto, con su masa mucilaginosa e insaciable sobre aquellas y amenaza con engullirlas, ese Estatuto, digo, se llama también Estatuto de Guernica.

 

Pero qué pelotera han tenido con el Estatuto de Guernica. Después de conseguir su aprobación, con un nivel de competencias estratosférico, y después de ponerle la fecha de aprobación el 25 de octubre, en recuerdo de la fecha de la ley foral de ese día del año 1839, en conmemoración de las libertades vascas perdidas, va y resulta que lo desprecian y que lo consideran un estatuto de mínimos. Y la fecha de 25 de octubre a la porra. Nos quedamos sin festividad. Ahí anduvieron los socialistas intentando que se conviertiera en la fiesta oficial del País Vasco, por ser el día de la aprobación del Estatuto. Ellos, tan acomplejados y tan seguidistas de todo lo que hace el nacionalismo. Pero como la fecha no estuvo escogida al azar sino que respondía a un criterio previo, pues nada, ahí se quedó, sin celebrar porque el nacionalismo no quiso, salvo los tres años aquellos del gobierno de Pachi López, cuando sí se celebró la festividad. Pero volvieron los nacionalistas y la quitaron.

 

Y eso que ellos fueron los que eligieron expresamente esa fecha para aprobar el Estatuto porque así se recordaba la de 1839, cuando, según el nacionalismo vasco, se perdió la independencia.

 

No hay cosa más absurda en la historia del nacionalismo vasco que la de esta suposición. Tan arraigado está en su ideario, que cuando José Antonio Aguirre entró como una exhalación en el PNV a partir de 1930, para acabar haciéndose con las riendas de su poder, lo primero que hizo fue dar una conferencia en la sede de Juventud Vasca, sita en la calle Bidebarrieta de Bilbao, el órgano que reunía al núcleo dirigente y más influyente entonces del PNV, sobre ese preciso tema. Se tituló “En torno a la Ley del 25 de octubre de 1839” y la dio ese mismo día de 1930, tal como la recogió el periódico Euzkadi del día siguiente.

 

Lo mismo hizo Juan José Ibarretxe cuando presentó su plan para convertir el País Vasco respecto de España en una suerte de Puerto Rico respecto de Estados Unidos: un Estado Libre Asociado. Aprobó su plan un 25 de octubre de 2003. Y también eligió esa fecha de 2008 para realizar la consulta al pueblo vasco. Hasta su tesis doctoral, ya fuera de la lendacaricha, la defendió un 25 de octubre de 2010. ¿Esto qué significa: fetichismo, obcecación, delirio?

 

Ni que decir tiene que el 25 de octubre de 1839 el País Vasco no perdió ninguna independencia que tuviera antes. En qué cabeza cabe semejante elucubración. Hay que ser muy ignorante para suponer tal cosa. O hay que tener mucho descaro y muy poca vergüenza histórica. A los nacionalistas no les ha cabido nunca en la cabeza la cuestión de que el pueblo vasco nunca existió, ni que nunca fue un sujeto político. Las instituciones vascas se fueron haciendo a lo largo de los siglos con una vinculación extraordinaria con la corona de Castilla. Pensar otra cosa es vivir fuera de la realidad.

 

No estamos dispuestos a consentir ese tipo de mamarrachadas y hay que denunciarlas. Menos mal que la mayoría de la gente pasa de eso, el problema es que luego, si no lo asumen como propio, de alguna manera sí lo avalan, votando mayoritariamente al nacionalismo.

 

Ahora dicen los nacionalistas que quieren reformar el Estatuto. Y que quieren incluir el derecho a decidir. Cuando resulta que en el País Vasco, como dijo el pasado día 25 de octubre el secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza, se gestiona el 97% de lo que se recauda. Con lo cual, es posible que estemos asistiendo a las últimas boqueadas de lo que se llama ideología nacionalista, más que nada porque le va a faltar qué reivindicar, salvo la de que nos vayamos todos los de aquí a la Luna o a Marte, independientes del todo, cuanto más independientes mejor. Porque es materialmente imposible que ninguna otra entidad territorial delimitada por una estructura jurídico-política, como es el País Vasco y su actual Estatuto, tenga más que ese 97% de autogestión, ni se aproxime siquiera. En el Estado español, sin ir más lejos, muchas de sus competencias ya están gestionadas tanto por las Comunidades Europeas, hacia arriba, como por las propias Comunidades Autónomas, hacia abajo. Así que no sé si nos estamos dando cuenta de lo que tenemos aquí.

 

Y como al mayor genio de la pintura contemporánea, un malagueño llamado Pablo Picasso, se le ocurrió titular el cuadro en el que denunciaba los horrores de la guerra con el nombre de la villa que acababa de sufrir un bombardeo, no el más mortífero de la Guerra Civil (el de Durango provocó el doble de víctimas como es sabido), pues para qué quiero más: Guernica convertida en símbolo de la paz universal y la denuncia de los horrores de la guerra, que, gracias al cuajo supremacista y ombliguista del nacionalismo vasco, acabó situada al mismo nivel que Hiroshima, Nagasaki y Auschwitz, ahí es nada.

 

El problema para tanta sobrecarga de simbolismo focalizado en Guernica es que la historia del nacionalismo vasco no concuerda bien con esa guernicamanía. Y no solo porque Picasso, al pintar su cuadro, no pensara para nada en las libertades vascas ni en el eusquera (lo cual no creo que admita mucha discusión), sino en su interpretación de lo que estaba ocurriendo allí, representado singularmente por el caballo central y también por el toro que hay a la izquierda según miramos el cuadro (dos animales genuinamente españoles) y que llevaron a José Antonio Aguirre, presidente del Gobierno Vasco, a repudiarlo la primera vez que lo vio. Sino, básicamente, porque a Sabino Arana le caían muy mal Guernica y los guerniqueses. No los podía ni ver. Hasta el punto de que no vendría nada mal que el PNV, que tan aficionado es a que los demás pidan perdón por algo, pidiera perdón a Guernica por lo que dijo de ella y de los guerniqueses su fundador. Esto ya lo expliqué en un artículo de esta serie de El balle del ziruelo titulado precisamente así “La petición de perdón del PNV a Guernica”.

 

Esa sobreactuación simbólica del nacionalismo sobre Guernica halló también un punto culminante con la promulgación del primer Estatuto Vasco el 1 de octubre de 1936 y con la consiguiente proclamación del primer lendacari vasco en la persona de José Antonio Aguirre, junto con su gobierno, una semana después, el 7 de octubre de 1936. De entonces es esa famosa frase que José Antonio Aguirre y sus asesores se sacaron de la manga para realizar el acto de jura en la Casa de Juntas de Guernica y que ahora repiten con arrobo los lendacaris nacionalistas, cuando hacen lo mismo, como si estuvieran recitando la fórmula mágica del abracadabra pata de cabra. Hasta Pachi López la copió, quitándole, eso sí, las adherencias religiosas, algo que un socialista no se puede permitir. Pero la fórmula fue casi la misma: seguidismo ramplón.

 

No es por dar ideas, pero qué habría pasado si los jerifaltes del nacionalismo vasco, en lugar de pedirle a Pedro Sánchez el palacete de París, a cambio de su apoyo parlamentario, le hubieran pedido el Guernica de Picasso. A mí no me cabe la menor duda de que se lo hubiera dado, o por lo menos prestado a modo de exposición permanente en un lugar apropiado del País Vasco. ¿Y qué lugar creen ustedes que habría sido el más apropiado para exponer el Guernica? Imagínense de qué manera tan sencilla y tan drástica se habrían resuelto con esa instalación, de un plumazo, todas las dudas que asaltan a las instituciones gobernadas por los nacionalistas en Vizcaya y en el País Vasco para colocar un Guggenheim 2 en la ría del Urdaibai, con el Guernica dentro.

 

En fin, que tendremos que seguir pensando por qué los nacionalistas prefirieron el palacete de París. Cuando con el palacete lo que han dado es una muestra de acaparamiento y de confusión entre lo que es de todos y lo que es de ellos, que no tiene ni por dónde cogerse. Creo, sinceramente, que lo del palacete de París marcará un antes y un después en la historia del PNV. Sencillamente porque no han dicho la verdad en toda esta historia y se han emperrado en un bien que no les corresponde. El PNV, durante la Guerra Civil, actuó básicamente dentro del Gobierno Vasco, que de donde recibía generosamente toda su financiación y que era un organismo plural, dentro de esa pluralidad forzada que había entre lo que quedó de Segunda República tras la sublevación militar. Un poco como lo que tenemos ahora con el sanchismo, que ya estamos viendo cómo va derivando. Los nacionalistas instalados en América enviaron mucho dinero desde los primeros compases de la guerra, sí, pero fue básicamente para armas. A quién se le ocurre que pudieran enviar dinero, en los momentos más duros del acoso de las tropas sublevadas sobre Vizcaya, para comprar un palacete en París, con las necesidades urgentes, apremiantes que había en esos momentos: necesidad de armas, de suministros de todo tipo, de comida, de atención a los heridos.

 

En el último recordatorio que hicieron del bombardeo del 26 de abril de 1937, me refiero al pasado mes de abril de este año 2025, los nacionalistas volvieron a pedir que el Guernica de Picasso sea trasladado al País Vasco. ¿Por qué consideran Guernica como si fuera de ellos, cuando en aquella época había por lo menos tantos o más no nacionalistas que nacionalistas en la villa foral? Además, recordemos la ojeriza que les tenía Sabino Arana, precisamente porque los guerniqueses de su tiempo no se distinguían por ser nacionalistas precisamente ni por caerles en gracia siquiera las ocurrencias del fundador del nacionalismo.

 

Pero así es el nacionalismo: con todo hace lo mismo. Donde pone la mano todo se pervierte, todo se tergiversa, todo pierde su significado original.

 

A mí lo que más me gusta de Guernica es su estatua de don Tello, Señor de Vizcaya y fundador de la villa de Guernica. Tan discreta, tan genuinamente representativa de lo que fue el régimen foral y la figura del Señor, esa que tan odiosa resulta para los nacionalistas, que hasta quitaron su símbolo (los dos lobos) del escudo de Vizcaya y hasta le negaron la condición de Señorío a la provincia. Y es que es consustancial al nacionalismo la ausencia de señorío. Hasta ahí todo lógico. Pero si don Tello me resulta tan entrañable no es por su persona precisamente, a la que no le tengo especial simpatía por lo que hizo en vida: pero así se comportaba aquella gente en aquellos tiempos, eran iguales en todas partes. Por lo que me gusta es porque quiso que, cuando le sorprendiera la muerte –en medio de aquellos turbulentos y azarosos tiempos y de la vida que se pegaban los elementos de la nobleza de entonces, correteando por toda España y haciendo de las suyas–, su sepulcro estuviera en la iglesia de San Francisco de Palencia, donde lo descubrió el investigador Ricardo Martínez en 1978. Don Tello, Señor de Vizcaya y fundador de la villa de Guernica, murió en 1370 a los 33 años, en la localidad extremeña de Medellín, y dejó dispuesto que donde quería estar enterrado era justamente en esa espectacular iglesia de Palencia, de donde trajeron el sepulcro con sus restos en 2016, para una exposición con motivo del 650 aniversario de la fundación de la villa en 1366.

 

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