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La Tribuna del País Vasco
Domingo, 07 de Diciembre de 2025 Tiempo de lectura:

Europa ante el espejo americano: crónica exacta y lúcida de una civilización que avanza hacia su eclipse

Hay documentos estratégicos que pasan desapercibidos. Otros generan algún debate técnico. Y luego están los textos que, sin proponérselo explícitamente, desnudan una era histórica y enuncian un juicio moral sobre civilizaciones enteras.
La
National Security Strategy of the United States of America (2025) pertenece a esta última categoría: no es solo una hoja de ruta para Washington; es —quizá sin quererlo— una autopsia anticipada del presente europeo.

 

Los norteamericanos no utilizan circunloquios. Hablan de declive económico, de erosión cultural, de implosión demográfica, de censura política, de desesperada pérdida del espíritu europeo. Y lo hacen con una frialdad quirúrgica. Europa aparece en el documento no como el aliado histórico y orgulloso que fue durante décadas, sino como un territorio confundido, acomplejado, debilitado y, sobre todo, profundamente desorientado sobre su propia identidad.

 

Por primera vez en una Estrategia Nacional estadounidense, el problema no es que Europa no gaste lo suficiente en defensa ni que dependa en exceso de Washington; el problema es mucho peor: Europa ya no sabe quién es. Y, sin saber quién es, no puede defender nada.

 

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I. El fin del Viejo Continente como sujeto histórico


Cuando Washington afirma que Europa se encamina hacia ser “irreconocible en veinte años”, no está hablando de un cambio de ciclo económico. Está hablando de una mutación antropológica. América observa un continente que se despuebla, que renuncia a reproducirse, que sustituye población sin integrar identidades y que, por tanto, pierde la continuidad histórica que define a cualquier civilización digna de ese nombre.

 

Europa ya no se “transforma”: se disuelve.

 

Lo que para las élites del continente es modernidad, para los estrategas estadounidenses es un suicidio demográfico voluntario, una renuncia masiva al instinto de supervivencia. El documento lo liga directamente a la pérdida de prosperidad, de industria y de carácter nacional. Y es aquí donde el juicio de Washington adquiere resonancia civilizacional: un continente que deja de creer en sí mismo deja también de producir, de innovar, de competir, de tener hijos, de defender sus fronteras y, finalmente, de proteger su libertad.

 

Europa no se muere por envejecimiento. Europa se muere por desgana histórica.

 

II. La élite sin pueblo: Bruselas como laboratorio de decadencia

 

La Estrategia describe un fenómeno que buena parte de los europeos sienten, pero rara vez se atreven a enunciar: las instituciones europeas se han separado de la vida real. Han construido un orden moral y burocrático impermeable al sufrimiento social, a la inseguridad cotidiana, a la ansiedad identitaria y al empobrecimiento progresivo de la clase media.

 

La UE aparece retratada como una maquinaria que:

 

  • reprime la disidencia bajo la bandera de “proteger la democracia”;

 

  • impulsa políticas migratorias que alteran por completo la composición de las sociedades europeas;

 

  • impone dogmas energéticos que destruyen industrias enteras;

 

  • castiga la libertad de expresión cuando esta cuestiona la ortodoxia vigente;

 

  • y, sobre todo, sustituye la soberanía por una tecnocracia que no responde a nadie salvo a sí misma.

 

Washington no habla de populismo ni de extremismos, sino de algo mucho más grave: una ruptura entre los pueblos europeos y quienes dicen gobernarlos. Una ruptura que ya no se limita al plano electoral, sino que amenaza con deslegitimar por completo el edificio político europeo.

 

Europa, sugiere el documento, ya no está gobernada por líderes: está administrada por gestores sin visión, sin arraigo histórico y sin comprensión de la magnitud del desafío civilizacional que se cierne sobre el continente.

 

III. Inmigración descontrolada: el tabú que Europa no puede seguir evitando

 

La Estrategia estadounidense plantea con brutal sinceridad lo que en Europa es casi indecible: la era de la migración masiva debe terminar.

 

No por xenofobia, sino por un principio elemental de supervivencia nacional. La migración desbordada —dice el documento— está alterando de manera irreversible los fundamentos sociales de Occidente, y lo hace en un momento en que las sociedades europeas están culturalmente debilitadas y demográficamente exhaustas.

 

Y aquí aparece la palabra prohibida: sustitución.
El texto no usa el término explícito, pero sí describe el proceso: poblaciones envejecidas, natalidad colapsada, y una llegada masiva de flujos migratorios que cambian la identidad histórica del continente en apenas dos generaciones.

 

Washington no entra en sentimentalismos: si Europa pierde su carácter cultural, perderá también su estabilidad política, su cohesión social y —esto es decisivo para EE. UU.— su capacidad de actuar como aliado fiable.

 

Una Europa irreconocible será también una Europa irreconocible para la OTAN.

 

IV. El autoengaño climático y la desindustrialización suicida

 

Los estrategas estadounidenses no esconden su estupor ante la deriva energética europea. Para ellos, la obsesión de Bruselas con el Net Zero no es un gesto de liderazgo moral, sino una autoamputación económica. Europa, que construyó su prosperidad gracias a una energía abundante y accesible, ha decidido desmantelar su propio sistema productivo y entregar su futuro a fuentes que no pueden sostener ni su industria ni su nivel de vida.

 

El resultado es devastador:

 

  • industrias clave marchándose a China,

 

  • dependencia energética de potencias que no comparten sus valores,

 

  • y un empobrecimiento estructural de las clases trabajadoras europeas.

 

Estados Unidos, que está reindustrializándose y ampliando su capacidad energética, ve con asombro cómo Europa se desarma a sí misma en nombre de una causa que no reduce emisiones globales, pero sí reduce la capacidad del continente para sobrevivir.

 

V. El fantasma de Rusia: miedo sin potencia, potencia sin estrategia

 

Uno de los análisis más incisivos del documento es la relación —casi neurótica— que Europa mantiene con Rusia.
El texto subraya un dato esencial: Europa es mucho más rica, más poblada y tecnológicamente superior a Rusia, pero actúa como si Moscú fuese una amenaza existencial imparable.

 

El miedo europeo no es militar: es psicológico. Europa teme a Rusia porque ha perdido la confianza en sí misma.

 

Y esta debilidad anímica convierte cualquier crisis internacionales —especialmente la guerra en Ucrania— en una tormenta perfecta que sacude gobiernos, paraliza economías, exacerba censuras internas y profundiza la fractura entre ciudadanos y élites.

 

Washington dice algo muy claro: Europa necesita paz no solo para evitar una escalada, sino para recuperar su estabilidad interna y detener la descomposición política.

 

VI. El veredicto estadounidense: la civilización europea se deshace

 

La conclusión del documento es tan contundente que no necesita adornos: Europa está en riesgo de desaparición civilizacional.

 

No inmediata. No violenta. Pero sí profunda e irreversible.
Es una desaparición por:

 

  • abdicación cultural,

 

  • suicidio demográfico,

 

  • dirigismo burocrático,

 

  • renuncia a la soberanía,

 

  • desindustrialización voluntaria,

 

  • pérdida de libertades e imposición ideológica,

 

  • y, sobre todo, pérdida del orgullo de ser Europa.

 

Para Estados Unidos, el continente que fue cuna de la ciencia moderna, del humanismo, de los derechos individuales, de la democracia parlamentaria y del capitalismo ha dejado de creer en su propio legado. Y una civilización que deja de creer en sí misma deja, inevitablemente, de existir.

 

VII. ¿Qué quiere realmente Estados Unidos?

 

La respuesta está formulada con claridad sorprendente:

 

EE.UU. quiere una Europa que vuelva a ser Europa.
Una Europa fuerte, culturalmente consciente, soberana, industrialmente robusta, con identidad, con familia, con natalidad, con libertad de expresión plena, con dirigentes que representen a sus pueblos y no a consorcios ideológicos sin legitimidad democrática.

 

Una Europa que, lejos de disolverse en un magma burocrático, vuelva a pensar en términos de naciones, de historia, de destino compartido.

 

Una Europa que se parezca más a Polonia o a Hungría —a su vitalidad demográfica, su autoestima cultural, su resistencia al desarraigo— que al cansancio existencial de la Europa occidental.

 

Porque EE.UU. entiende algo que Europa ha olvidado:
Occidente no es un tratado ni una alianza: es una civilización.
Y una civilización necesita raíces, continuidad, memoria, orgullo y energía vital para sobrevivir.

 

Epílogo: el continente que camina hacia el precipicio Mirándose al espejo

 

La Estrategia estadounidense no dicta sentencia. Pero sí lanza una advertencia histórica: Europa está entrando en un punto de no retorno. Si no recupera su alma, no habrá geopolítica capaz de salvar su cuerpo.

 

Y tal vez ese sea el verdadero mensaje del documento:
En el siglo XXI no sobrevive la economía más grande, ni la nación mejor armada, ni la sociedad más tecnificada.
Sobrevive la civilización que aún tiene fe en sí misma.

 

Y hoy, entre Europa y Estados Unidos, es evidente dónde queda esa fe y dónde comienza la duda.

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