Lo que impulsa a Vox
![[Img #29438]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2025/1418_screenshot-2025-12-22-at-17-23-40-abascal-exige-respeto-a-los-votantes-de-vox-y-advierte-que-no-aceptara-su-invisibilizacion-en-extremadura-vox.png)
El espectacular ascenso de Vox en elecciones regionales como las de Extremadura no puede entenderse como un fenómeno aislado ni meramente coyuntural. Forma parte de un proceso más amplio que atraviesa a buena parte de Europa y que se manifiesta en el crecimiento sostenido de partidos conservadores, patrióticos o nacional-populares que desafían el equilibrio político surgido tras el final de la Guerra Fría. Lejos de ser una anomalía, este auge responde a una combinación compleja de factores económicos, culturales, institucionales y demográficos que han ido acumulándose durante décadas ante la ceguera y el desprecio de las élites gllobalistas y socialdemócratas.
Desde comienzos del siglo XXI, distintos estudios académicos y análisis comparativos han señalado que las democracias europeas atraviesan una fase de desafección política estructural. La globalización económica, la desindustrialización de amplias regiones, la precarización del empleo, el empobrecimiento constante de las clases medias y el aumento del coste de la vida han generado una sensación persistente de vulnerabilidad social. Aunque muchos de estos procesos no se traducen necesariamente en empobrecimiento absoluto, sí producen una percepción extendida de pérdida de estatus, especialmente entre autónomos y clases trabajadoras que durante décadas habían disfrutado de estabilidad y expectativas de progreso. En este contexto, los discursos que prometen protección, control y prioridad nacional encuentran un terreno fértil.
A esta inseguridad material se suma una erosión progresiva de la confianza en las instituciones políticas tradicionales. Encuestas longitudinales realizadas por organismos europeos y por proyectos académicos como la European Social Survey muestran un descenso continuado de la confianza en partidos, parlamentos y gobiernos nacionales. Este desgaste no se explica solo por crisis económicas puntuales, sino por la percepción de que las élites políticas y tecnocráticas han quedado desconectadas de las preocupaciones reales de amplios sectores de la población. Los nuevos partidos conservadores y patriotas ser alimentan de esta brecha presentándose como fuerzas externas al sistema, aunque operen plenamente dentro de él.
Sin embargo, reducir el auge de formaciones como Vox a una reacción económica sería insuficiente. Una parte central del fenómeno tiene que ver con lo que numerosos politólogos han identificado como una “reacción cultural” o backlash identitario. El rápido avance de valores posmaterialistas, la transformación de las normas familiares, la expansión de políticas identitarias, la inmigración ilegal masiva y la cesión de soberanía a estructuras supranacionales a las que nadie ha elegido han generado una sensación de desarraigo en sectores que perciben estos cambios como una amenaza directa a su identidad nacional, cultural y moral. En este sentido, el voto a partidos como Vox no expresa solo protesta, sino también una voluntad afirmativa de preservación.
España, durante décadas, fue considerada una excepción dentro del panorama europeo por la ausencia de una derecha tradicional potente y electoralmente significativa. Ese excepcionalismo se rompió a partir de la segunda mitad de la década de 2010, cuando confluyeron varios factores específicos. Entre ellos destaca la crisis territorial derivada del desafío secesionista en Cataluña, que actuó como catalizador político y emocional. La percepción de debilidad del Estado, de cesiones constantes y de una respuesta institucional ambigua abrió un espacio político que Vox supo ocupar con un discurso de firmeza nacional, unidad territorial y crítica frontal al consenso autonómico.
El crecimiento posterior de Vox no se explica únicamente por esa coyuntura inicial. El partido ha logrado consolidar un electorado propio articulando un discurso que combina patriotismo, conservadurismo cultural, crítica a la inmigración irregular y un fuerte componente antielitista. Diversos estudios académicos sobre comportamiento electoral en España coinciden en que los factores culturales e identitarios pesan más que los puramente económicos a la hora de explicar el apoyo a Vox, especialmente en regiones donde la sensación de abandono institucional y desequilibrio territorial es más acusada.
A ello se suma el debilitamiento progresivo de los partidos tradicionales, tanto de la socialdemocracia como del centroderecha clásico. Incapaces de ofrecer respuestas convincentes a problemas estructurales como el empleo juvenil, el envejecimiento demográfico, la presión migratoria o la pérdida de soberanía efectiva, estos partidos han visto erosionarse su credibilidad. En muchos casos, han asumido vacuos marcos discursivos tecnocráticos o ideológicos percibidos como ajenos a la experiencia cotidiana de los ciudadanos, lo que ha facilitado la transferencia de votos hacia opciones que ofrecen relatos más efectivos, emocionales y reconocibles.
El papel del ecosistema mediático y digital también resulta relevante. La fragmentación del espacio público, la centralidad de las redes sociales y la lógica de la polarización favorecen mensajes claros, identitarios y confrontativos. Los partidos conservadores y patriotas han demostrado una notable capacidad para adaptarse a estos canales, reforzando la sensación de cercanía con sus votantes y construyendo comunidades políticas cohesionadas en torno a numerosos agravios compartidos y narrativas de resistencia cultural frente a la deshumanización progresista.
En conjunto, el ascenso de Vox en Extremadura y en otras regiones españolas debe interpretarse como parte de un proceso más amplio de reconfiguración política en Europa. No se trata de un fenómeno pasajero ni exclusivamente reactivo, sino de la expresión política de tensiones profundas entre la globalización socialista y la soberanía conservadora, entre unas élites corruptas y una ciudadanía depauperada, entre una modernización sin valores e identidades arraigadas. Mientras estas tensiones persistan, los partidos conservadores y patriotas seguirán expandiénsose y ocupando un espacio central en el debate político europeo, condicionando gobiernos, agendas y cuestionando intensamente el propio significado de la democracia representativa en el siglo XXI.
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El espectacular ascenso de Vox en elecciones regionales como las de Extremadura no puede entenderse como un fenómeno aislado ni meramente coyuntural. Forma parte de un proceso más amplio que atraviesa a buena parte de Europa y que se manifiesta en el crecimiento sostenido de partidos conservadores, patrióticos o nacional-populares que desafían el equilibrio político surgido tras el final de la Guerra Fría. Lejos de ser una anomalía, este auge responde a una combinación compleja de factores económicos, culturales, institucionales y demográficos que han ido acumulándose durante décadas ante la ceguera y el desprecio de las élites gllobalistas y socialdemócratas.
Desde comienzos del siglo XXI, distintos estudios académicos y análisis comparativos han señalado que las democracias europeas atraviesan una fase de desafección política estructural. La globalización económica, la desindustrialización de amplias regiones, la precarización del empleo, el empobrecimiento constante de las clases medias y el aumento del coste de la vida han generado una sensación persistente de vulnerabilidad social. Aunque muchos de estos procesos no se traducen necesariamente en empobrecimiento absoluto, sí producen una percepción extendida de pérdida de estatus, especialmente entre autónomos y clases trabajadoras que durante décadas habían disfrutado de estabilidad y expectativas de progreso. En este contexto, los discursos que prometen protección, control y prioridad nacional encuentran un terreno fértil.
A esta inseguridad material se suma una erosión progresiva de la confianza en las instituciones políticas tradicionales. Encuestas longitudinales realizadas por organismos europeos y por proyectos académicos como la European Social Survey muestran un descenso continuado de la confianza en partidos, parlamentos y gobiernos nacionales. Este desgaste no se explica solo por crisis económicas puntuales, sino por la percepción de que las élites políticas y tecnocráticas han quedado desconectadas de las preocupaciones reales de amplios sectores de la población. Los nuevos partidos conservadores y patriotas ser alimentan de esta brecha presentándose como fuerzas externas al sistema, aunque operen plenamente dentro de él.
Sin embargo, reducir el auge de formaciones como Vox a una reacción económica sería insuficiente. Una parte central del fenómeno tiene que ver con lo que numerosos politólogos han identificado como una “reacción cultural” o backlash identitario. El rápido avance de valores posmaterialistas, la transformación de las normas familiares, la expansión de políticas identitarias, la inmigración ilegal masiva y la cesión de soberanía a estructuras supranacionales a las que nadie ha elegido han generado una sensación de desarraigo en sectores que perciben estos cambios como una amenaza directa a su identidad nacional, cultural y moral. En este sentido, el voto a partidos como Vox no expresa solo protesta, sino también una voluntad afirmativa de preservación.
España, durante décadas, fue considerada una excepción dentro del panorama europeo por la ausencia de una derecha tradicional potente y electoralmente significativa. Ese excepcionalismo se rompió a partir de la segunda mitad de la década de 2010, cuando confluyeron varios factores específicos. Entre ellos destaca la crisis territorial derivada del desafío secesionista en Cataluña, que actuó como catalizador político y emocional. La percepción de debilidad del Estado, de cesiones constantes y de una respuesta institucional ambigua abrió un espacio político que Vox supo ocupar con un discurso de firmeza nacional, unidad territorial y crítica frontal al consenso autonómico.
El crecimiento posterior de Vox no se explica únicamente por esa coyuntura inicial. El partido ha logrado consolidar un electorado propio articulando un discurso que combina patriotismo, conservadurismo cultural, crítica a la inmigración irregular y un fuerte componente antielitista. Diversos estudios académicos sobre comportamiento electoral en España coinciden en que los factores culturales e identitarios pesan más que los puramente económicos a la hora de explicar el apoyo a Vox, especialmente en regiones donde la sensación de abandono institucional y desequilibrio territorial es más acusada.
A ello se suma el debilitamiento progresivo de los partidos tradicionales, tanto de la socialdemocracia como del centroderecha clásico. Incapaces de ofrecer respuestas convincentes a problemas estructurales como el empleo juvenil, el envejecimiento demográfico, la presión migratoria o la pérdida de soberanía efectiva, estos partidos han visto erosionarse su credibilidad. En muchos casos, han asumido vacuos marcos discursivos tecnocráticos o ideológicos percibidos como ajenos a la experiencia cotidiana de los ciudadanos, lo que ha facilitado la transferencia de votos hacia opciones que ofrecen relatos más efectivos, emocionales y reconocibles.
El papel del ecosistema mediático y digital también resulta relevante. La fragmentación del espacio público, la centralidad de las redes sociales y la lógica de la polarización favorecen mensajes claros, identitarios y confrontativos. Los partidos conservadores y patriotas han demostrado una notable capacidad para adaptarse a estos canales, reforzando la sensación de cercanía con sus votantes y construyendo comunidades políticas cohesionadas en torno a numerosos agravios compartidos y narrativas de resistencia cultural frente a la deshumanización progresista.
En conjunto, el ascenso de Vox en Extremadura y en otras regiones españolas debe interpretarse como parte de un proceso más amplio de reconfiguración política en Europa. No se trata de un fenómeno pasajero ni exclusivamente reactivo, sino de la expresión política de tensiones profundas entre la globalización socialista y la soberanía conservadora, entre unas élites corruptas y una ciudadanía depauperada, entre una modernización sin valores e identidades arraigadas. Mientras estas tensiones persistan, los partidos conservadores y patriotas seguirán expandiénsose y ocupando un espacio central en el debate político europeo, condicionando gobiernos, agendas y cuestionando intensamente el propio significado de la democracia representativa en el siglo XXI.











