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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 03 de Diciembre de 2018 Tiempo de lectura:

De cómo el nacionalismo ha tejido su red para la destrucción de España (II)

Continúo con lo introducido en mi artículo anterior en torno a cómo los nacionalismos secesionistas en España han ido haciéndose con el poder durante el periodo de la democracia constitucional sin tener prácticamente obstáculos, derruyendo en la práctica el entramado constitucional, con la inefable ayuda de la izquierda y el atontamiento estúpido de la derecha acomplejada.

 

Un ejemplo de ello es lo que está ocurriendo estos días en la campaña Euskaraldia, cuyo objeto es romper la atonía en el uso del euskera, porque es una evidencia a todas luces, reconocida por el propio Gobierno Vasco, que la gente es obligada a aprender euskera por razones imperativas, pero luego no lo usa, simplemente porque no le da la gana, porque nada que se impone impide, al final, el uso de la libertad. Porque no se puede poner puertas al campo. No se puede contener indefinidamente las necesidades de libertad de la población porque al final acaban rompiéndose los diques.

 

Pero a estos señores nacionalistas no les cabe en la cabeza que pueda haber libertad y democracia. Lo suyo es imponer. Y luego llaman dictador a Franco. No tienen ningún respeto a la libertad de la gente, a la simple disposición personal de hablar en la lengua materna o en lo que le de la gana siempre que los demás le entiendan.

 

La campaña de las chapitas lo que intenta es dos cosas: señalar a los que no se sumen a ella e imponer a los que, para no ser separados de la tribu se pongan el identificativo, hablar euskera. En tiempos de Hitler los alemanes se colocaban en el brazo la cruz gamada para no ser identificados como judíos.

    

Pero lo que ya riza el rizo es que eso se lleve a las aulas, en el mayor despropósito posible de utilización de los niños para sus intenciones políticas, marcando a los niños que no hagan caso a la consigna fascista, y obligándoles a hablar euskera cuando lo que hacen es utilizar la lengua de sus padres, que es la materna.

    

Como decía en mi anterior artículo, Sabino Arana propugnaba que los vascos debían conocer su patria para amarla y defenderla, en oposición a lo que él calificaba el “enemigo” español, construyendo un imaginario que en nada tenía que ver con los antecedentes históricos de las Vascongadas en España y aprovechándose de la situación de abolición relativa de los privilegios forales con Cánovas. Decía que “[…] el pueblo vasco no se estudia a sí mismo conociendo su historia y su situación actual”, como si lo que él  llamaba pueblo vasco, reducido a Vizcaya, fuera algo diferenciado del pueblo español, y olvidándose de que el “Señorío de Vizcaya”  ligado a Diego López de Haro, estuvo al lado de los reinos de Castilla sin constituir un sistema independiente de la evolución de España.

 

Abundaba en tamaña ignorancia en los siguientes términos:

 

Sólo un pueblo hay en la tierra ingrato para aquellos que a costa de su sangre le han dado el ser, desconocido para sus glorias pasadas y olvidado de todo lo  más grande que hay en su historia. No sabe quiénes fueron sus padres, ni quienes son hoy sus hijos, ignora lo que fue, y así también ignora lo que hoy es… Conserva su nombre… y, no obstante, no tiene conciencia de su ser… no se conoce… no sabe quién es. Ese pueblo es el euskaldun” Patético y absurdo. No se sabe a qué se refiere a las glorias pasadas. Lo más probable es que esté en relación con las guerras carlistas que, como todo el mundo sabe, salvo los nacionalistas, fueron guerras sucesorias, guerras españolas, no de vascos contra españoles, como reiterativamente expone la ETB cuando emite programas sobre la última guerra civil española.

 

Para transmitir ese ideario manipulado, basado en una historia mítica, el Partido de Sabino Arana necesitaba a la escuela como habitáculo de todo el bagaje falsificado a transmitir a las nuevas generaciones y manipulando con todo descaro la historia.  Es lo que llamamos, la “construcción nacional”, compuesta por una formulación ex novo de unos valores nacionales, una historia nacional, una lengua unificada, unos mitos, unos símbolos creados de la nada para dicho resultado, etc;  para lo cual el elemento fundamental era la escuela como instrumento de transmisión.

    

Y, a tal efecto, había que crear artificialmente un enemigo:

 

“El español no pierde ocasión de destruir en nuestra Patria el espíritu de nacionalidad. No se ha contentado con que nuestras escuelas sean españolas y se enseñe la Doctrina Cristiana a los niños euskeldunes en un idioma que no entienden y se les obligue a la salvaje tiranía del anillo, a olvidar la lengua de sus padres, pretendiendo así borrar de sus tiernos corazones todo afecto a las dos partes de nuestro santo lea Jaun-Zarra: ahora trata de inculcar en su pecho el patriotismo extraño con que quiere sustituir al que les es natural, y al efecto se lo define mostrándoles la bandera española y se le impone obligándoles a venerarla y adorarla”. Denunciaban el anillo. ¿Y las chapas de Euskaraldia, qué es?

    

Hasta la entrada en el actual periodo constitucional los nacionalistas clamaban por el respeto a la lengua materna, si ésta era la de los vascos euskaldunes que eran una minoría muy minoritaria; tal como exigía el fundador del nacionalismo vasco. Evidentemente tenían razón en sus pretensiones si no fuera que, tras esta reclamación, estaban las pretensiones secesionistas. Sin embargo, pronto se han olvidado de dicho principio, y en la actualidad han hecho tabla rasa de ese axioma, rompiendo toda coherencia, e imponiendo la erradicación en las escuelas de la lengua materna de la absoluta mayoría de la población residente en las Vascongadas que es el español, la lengua de todos los españoles, incluidos los vascos.

 

“[…] ¿Qué podrá esperarse de esos niños que asisten a escuelas exotistas, en las que nada se les dice de su raza y de su sangre, ni de los derechos de ellas, en que se les impone una lengua que no es la de su raza, y se les induce a despreciar el euskera?”, añadía.

    

Ese ambiente respondía a los intentos de crear un sistema educativo nacional en España, al igual que se estaba haciendo en el resto de Europa, tras la emergencia de los sistemas nacionales liberales que tenían en  la idea de la educación unificada y centralizada el bastión de su configuración, verdadero baluarte para crear la base para la existencia de esos Estados modernos que superaran a las monarquías absolutas y posibilitaran las soberanías nacionales de esos estados. Pero los nacionalistas, como herederos del Antiguo Régimen y de los privilegios estamentales no lo aceptaban. No podían aceptar que llegaran de otras regiones españolas mano de obra que se sumara a la fuerza de trabajo necesaria para crear una industria fuerte que superara a las antiguas ferrerías de pequeña entidad y de explotación familiar, o el aprovechamiento de las minas por los jauntxos tradicionales, arrastrados por las realidades de la revolución industrial.

    

La escuela, tenía un sentido especial, algo imprescindible para inocular en las nuevas generaciones el espíritu patriótico vasco, el abertzalismo, cuyo destino era la lucha contra lo español, contra ese enemigo creado para reafirmar la identidad propia con una fundamentación excluyente, separatista.

    

“Los niños vascos de hoy pueden ser y deben ser los hombres patriotas del mañana. ¿Lo serán?  De nosotros depende. Esos niños serán lo que nosotros queramos que sean. La instrucción que reciban y la educación que se les dé determinarán lo que han de ser. Si se les instruye en el conocimiento de la Madre Patria, en el de los deberes que para con ella tienen, si se les educa en el amor a la raza y a sus características, como la lengua, esos niños de hoy serán mañana unos fervientes patriotas, hombres de acción, los salvadores, tal vez de la Patria vasca”    

 

En este texto publicado en el periódico sabiniano “Euskadi” en 1915, atribuido al inventor del nacionalismo vasco, se concentra, en esencia, la máxima del fundamento nacionalista, que tiene una médula totalitaria, una falta de respeto absoluto a los individuos, a las personas; y un sentido patrimonialista de lo que llaman el pueblo vasco como entelequia y ente abstracto sujeto a supuestos derechos colectivos que atropellan un básico concepto de ciudadanía y de democracia.

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