Sí, sin duda, la historia de la nación vasca es inventada
Aquí tienen la portada del libro al que nos vamos a referir, y que ya citamos en un artículo anterior de esta serie dedicado a la manipulación de mapas por parte del nacionalismo vasco. En esta portada, como vemos, aparece un mapa de Euskal Herria, que, como todos los que usan los nacionalistas, se sirve de los límites provinciales españoles y de los que se suponen para las provincias vascas históricas del sur de Francia, que no tienen en aquel país consideración administrativa de ningún tipo (bueno, sí, la aglomeración de municipios vascofranceses ha conseguido recientemente su única competencia, la de agua, basuras y alcantarillado). Pero observen cómo en ningún caso acotan en estos mapas el espacio del condado de Treviño, que ocupa una buena parte de Álava y que, como es sabido, pertenece a la provincia de Burgos. Y mucho menos el término de Valle de Villaverde, que es mucho más pequeño, que está en las Encartaciones vizcaínas y pertenece a Cantabria.
Al frente de la editorial Txalaparta (pronunciado en español Chalaparta), que tiene su sede en Navarra, hay un tal Jose Mari Esparza Zabalegi. Él escribe así su nombre de pila, sin la tilde, como muy eusquérico y con el Zabalegi también sin la “u” después de la “g”, como debe ser en eusquera también, aunque ya lo mismo sirve para pronunciarlo desde el español, que es como la mayoría lo pronunciamos, por una inconfesable asunción de una pronunciación y una escritura que hemos hecho ya como normal.
El mencionado señor, además de ser editor, también escribe libros. Entre ellos uno que habrá que ver en algún momento, puesto que promete emociones fuertes, titulado Cien razones por las que dejé de ser español, que es de 2006, y que, por el título, parece que se lo pensó bien. Lo que pasa es que dejó de ser español para ser no se sabe muy bien qué, porque si es navarro de origen lo suyo sería que se hubiera convertido en solo navarro. Porque si lo que se convirtió es en vasco, a lo mejor en Navarra no lo entienden eso muy bien. En realidad, tendría que considerarse vasco-navarro. Euscalduna tal vez, aunque no sabemos si sabe eusquera. Pero bueno, allá él.
En un artículo anterior de esta serie lo mencionamos por primera vez a cuenta de su afición a editar libros de mapas en su editorial. Concretamente nos vamos a referir ahora a uno de los que citamos entonces, que se titula Mapas para una nación, que es de 2011, donde se empeña en buscar mapas de Euskal Herria, cuanto más antiguos mejor. Y se encuentra con que no hay ninguno en toda la historia hasta que en 1863 el príncipe Luis Luciano Bonaparte publicó el mapa de los dialectos, donde se recogen las siete provincias reunidas de lo que viene siendo la Euskal Herria que se proclama hoy por el nacionalismo vasco como referente geográfico y sobre todo político. De unos años antes, de mediados del siglo XIX, hay unos mapas alemanes donde aparece coloreado como una manchita el área de ubicación de los vascos etnográficamente considerados, pero sin límites provinciales ni nada. Me da que estos mapas alemanes no le deben de gustar mucho a Esparza, porque no utilizan los límites provinciales españoles y dejan fuera a Tudela, por ejemplo. Pero quizás hablaremos de estos mapas más precisamente en otra ocasión. Antes de esas fechas de mediados del siglo XIX, no hay ni un solo mapa de la Euskal Herria completa que llevarse a la boca. Qué se le va a hacer. No existía para nadie, ni para los propios vascos.
Pues bien, en ese libro de Mapas para una nación viene un capitulillo titulado “¿Una historia inventada?”, en las páginas 75 y 76, donde vuelve a la clásica discusión sobre qué fue primero, si el huevo, de la nación vasca se entiende, o si la gallina, del nacionalismo vasco que reivindicó la necesidad de un Estado propio. Él opta, como buen nacionalista, por el huevo. Es decir, para un nacionalista que tiene asumido hasta el tuétano que su patria única y exclusiva es la vasca y sobre todo que España es repudiable (más bien esto último es lo primero y lo otro sería una mera consecuencia), la nación vasca existe desde siempre y lo único que habría que hacer es ir buscando testimonios de esa existencia a lo largo de la historia. En este caso mediante mapas. Ardua tarea. Que el nacionalismo como movimiento político que reivindica la conversión de esa nación en Estado no existiera hasta hace dos días es un hecho sin verdadera importancia para ellos. Lo importante es lo otro, lo de la nación vasca eterna.
Esta clase de nacionalistas vascos, la mayoría de ellos navarros, lo que hacen es rebajar la importancia de Sabino Arana como fundador del nacionalismo vasco. Ellos dicen que lo del de Abando fue un mero testimonio, que lo mismo que apareció entonces podría haber aparecido en otro momento, antes o después. Porque lo importante es la existencia de la nación vasca, la existencia por sí misma considerada, independientemente de los individuos que en un momento determinado la reivindican.
Pero veamos ya cómo el editor de Txalaparta empieza ese capítulo de su libro titulado “¿Una historia inventada?”: “La historia vasca es hoy un campo de batalla. Con sus poderosos medios, el hegemonismo español insiste en que todo fue un delirio de Sabino Arana, que de un día para otro se inventó un pueblo, una historia y un territorio, y con ellos, un problema.”
Empieza fuerte el hombre. Obviamente lo que hizo Sabino Arana fue crearle un buen problema a España, como se está viendo en este siglo y pico que llevamos con la matraca. Pero adviértase que todo el movimiento político que fundó ha alcanzado en los últimos cincuenta años una preeminencia que nunca tuvo, gracias fundamentalmente al aval del Estado español actual, el salido de la Constitución de 1978, que ha prestigiado al nacionalismo concediéndole presencia pública, dominio institucional y legitimidad política. Todo se lo ha dado el Estado español, hasta el punto de que muchos pensamos que el nacionalismo vasco, tal como hoy en día domina la vida política española y vasca en particular, es un producto acabado de una política de Estado llevada a cabo concienzudamente en la España contemporánea por los distintos gobiernos que esta ha tenido y que alcanza su clímax en este periodo en el que tenemos como presidente del Gobierno a un auténtico desaprensivo político como es Pedro Sánchez.
Sería, por utilizar las palabras de Esparza, un hegemonismo español, sí, desde luego, pero empeñado en que el nacionalismo vasco prospere. Algo impensable en Francia, naturalmente. Y por eso, paradójicamente, los nacionalistas vascos odian todo lo que pueden y más a España y sin embargo a Francia la mantienen en un limbo que les permite hasta disfrazarse de personajes genuinamente franceses, como Obélix, y no pasa nada, tal como vimos en esta serie con Andoni Ortuzar, el presidente actual del PNV.
Y sigue nuestro editor-escritor-demagogo: “Nadie explica, empero, en qué batzoki pudo adoctrinarse Arnauld d’Oihenart para publicar, en 1638, la primera historia de todo el País Vasco, la Notitia utriusque Vasconiae tum Ibericae, tum Aquitanicae, y de su lengua, que “en este lado de los Pirineos la utiliza la mayor parte de Navarra, toda Guipúzcoa, Álava y Bizcaya; al otro lado de los Pirineos las tres provincias conocidas con el nombre de Vasconia o Tierra de Vascos, Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa”. Bueno, un detalle o errata: Esparza escribe Arnauld, con “l” intercalada. Pero es Arnaud.
El caso es que este hombre utiliza una cita que aparece en la página 141 de la edición que manejamos de Oihenart. Lo de la página, no obstante, lo ponemos nosotros, porque él no lo pone: solo faltaba, darnos una precisión como esa. Esta edición de Notitia, dicho sea de paso, es la más autorizada hasta ahora, con la traducción de Javier Gorosterratzu y editada, junto con la original en latín, por el Parlamento Vasco en 1992. Pero, como suele ocurrir con gente indocumentada y manipuladora como Esparza, saca lo que le parece y omite lo que no le interesa que se sepa. Y en Oihenart hay muchas cosas que un nacionalista vasco no podría soportar leer hoy. Pasa como con Sabino Arana, que ningún nacionalista (empezando por Imanol Pradales) lo lee hoy. Pero como a Oihenart se le conoce menos todavía, pues se aprovechan para manipularlo de esta manera. Consignaremos un par de citas para que podamos apreciar de qué estamos hablando aquí. Oihenart era un tipo culto y meticuloso y, sobre todo, por serlo, nada parecido a lo que hoy tenemos con estos nacionalistas que se las dan de historiadores y solo hacen que ofender a la disciplina de la Historia, que exige un mínimo de rigor y honestidad intelectual, algo que estos personajillos no conocen ni de lejos.
Pero resulta que, del mismo modo que Oihenart nos dice quiénes hablaban eusquera, también nos dice quiénes conforman la Vasconia de la que él habla en su libro. Está en la página 175: “De los Vascos, unos viven en la Iberia, aquende del Pirineo, otros en la Aquitania, allende el Pirineo. Viven a esta parte los navarros, jaccenses, alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos; allende el Pirineo los gascones y los vascos.” ¿Qué le parece al señor Esparza que Oihenart, aparte de quienes hablan eusquera, considere también vascos a los de Jaca (jaccenses) y a los gascones del norte de Bayona hasta Burdeos? ¿Tiene eso algo que ver con la Euskal Herria de las siete provincias que tanto le obsesiona a usted? ¿Me lo estoy inventando yo acaso? Le estoy dando la página y la cita exacta para demostrárselo. ¿No será que estamos, con Oihenart, ante una especie de etnógrafo sin ningún afán de demostrar ninguna preeminencia de los vascos sobre los pueblos de su alrededor, en particular con el resto de los españoles, como hacen los nacionalistas, pues habla de los españoles y de la relación de lo español con lo vasco con toda naturalidad y sin ningún prejuicio?
Pero no queda aquí todo lo que nos oculta Esparza sobre Oihenart, cuando solo saca esa cita de los que hablan eusquera que tan bien encaja en su afán nacionalista, pero en cambio no la de los que Oihenart considera habitantes de Vasconia. Veamos ahora lo que dice Oihenart en la página 147 de esta edición que manejamos cuando habla sobre el eusquera y discute la teoría del vasco-iberismo, por la que se asimilaba entonces y hasta principios del siglo XX la lengua vasca con la antigua lengua de España, y veamos sobre todo en qué términos lo hace. Oihenart titula así ese capítulo: “Opinión del autor sobre la antigua lengua de los españoles”. Y comienza así: “Ahora bien, en esta lucha de pareceres opuestos entre sí, yo, así como no quiero sostener con demasiada pertinacia que fue una sola la lengua de todos los españoles en los tiempos pasados, sobre todo cuando Estrabón asegura, en el lib. 3, que hubo varias, tampoco admito que la vasca estuviese encerrada dentro de los mismos límites en que está actualmente; pues son muy estrechos; y por lo mismo no es verosímil que la sabia disposición de la naturaleza haya dado a un pueblo tan pequeño lengua propia, casi inadecuada para todo negocio, y para trato y fomento de consorcio con los pueblos vecinos incómoda. Diré, por eso, en breves palabras mi parecer. Creo que ésta fue la lengua de todos los pueblos montañeses, que vivían en el Norte de España, es decir, de los Vascos, Várdulos, Autrigones, Caristos, Astures, Cántabros, Gallegos y Lusitanos, pues ya que consta por Estrabón, que todos estos pueblos vivieron con las mismas costumbres y que practicaron la misma norma de vida, es justo creer que también tuvieron una lengua común; que además, la lengua de los demás españoles no fue tan distinta, que no tuviera con las demás muchas cosas comunes. Y que se distinguían más como dialectos que como idiomas (como ahora se distinguen los Castellanos, Portugueses y Catalanes), me lo persuade el hecho de encontrarse en la composición de la lengua española actual ciertas reliquias o restos muy conformes a los elementos de la vasca, muchísimas expresiones puramente vascas, o sacadas de éstas, de las cuales exhibiré una especie de muestra, tomada de las primeras letras del Alfabeto…”
Pues ya ven ustedes. Oihenart dice que el vasco era la lengua común de todos los españoles de la cornisa atlántica (considera a los vascos del norte de España unos españoles más, si se fijan) y que sería como una especie de dialecto en relación con el resto de los que habría en la península en aquel tiempo. ¿Dirían, después de leer lo que les acabo de transcribir, que estamos ante un precursor de Jose Mari Esparza Zabalegi o que más bien estamos ante su verdadera contraposición o antítesis? Un señor como Oihenart, que consideraba además al eusquera una lengua “casi inadecuada para todo negocio”, así como “incómoda” para “trato y fomento de consorcio con los pueblos vecinos”. ¿Dirían ustedes que Oihenart era un nacionalista como estos que nos rodean hoy dándonos la matraca todos los días, empezando por el propio Esparza?
Esparza titula su capitulillo, como decíamos “¿Una historia inventada?”. Como es una pregunta, se la vamos a contestar rápidamente: pues sí, señor mío, una historia inventada es la que usted nos acaba de dar ofreciéndonos su particular versión de Oihenart como precursor de lo que usted dice, como precursor de la nación vasca, por una cita que nos saca, aislada y sin tener en cuenta todo lo demás que escribió este hombre en el siglo XVII.
Otro día quizás les hable del resto del capítulo este de Esparza, porque es que es todo así. Porque más adelante cita a José Antonio Zamacola, como reivindicador de la nación vasca, porque escribió su Historia de las naciones vascas en su exilio de Auch, en Francia. Cuando resulta que este Zamacola era un español hasta las trancas, experto en folklore (escribió un tratado sobre flamenco) y partidario de José Bonaparte, porque pensaba, como otros de su generación, que el hermano de Napoleón traería la renovación que le hacía falta a la política y a la sociedad españolas. Pero de eso hablaremos, como digo, en otro artículo de esta serie.
Aquí tienen la portada del libro al que nos vamos a referir, y que ya citamos en un artículo anterior de esta serie dedicado a la manipulación de mapas por parte del nacionalismo vasco. En esta portada, como vemos, aparece un mapa de Euskal Herria, que, como todos los que usan los nacionalistas, se sirve de los límites provinciales españoles y de los que se suponen para las provincias vascas históricas del sur de Francia, que no tienen en aquel país consideración administrativa de ningún tipo (bueno, sí, la aglomeración de municipios vascofranceses ha conseguido recientemente su única competencia, la de agua, basuras y alcantarillado). Pero observen cómo en ningún caso acotan en estos mapas el espacio del condado de Treviño, que ocupa una buena parte de Álava y que, como es sabido, pertenece a la provincia de Burgos. Y mucho menos el término de Valle de Villaverde, que es mucho más pequeño, que está en las Encartaciones vizcaínas y pertenece a Cantabria.
Al frente de la editorial Txalaparta (pronunciado en español Chalaparta), que tiene su sede en Navarra, hay un tal Jose Mari Esparza Zabalegi. Él escribe así su nombre de pila, sin la tilde, como muy eusquérico y con el Zabalegi también sin la “u” después de la “g”, como debe ser en eusquera también, aunque ya lo mismo sirve para pronunciarlo desde el español, que es como la mayoría lo pronunciamos, por una inconfesable asunción de una pronunciación y una escritura que hemos hecho ya como normal.
El mencionado señor, además de ser editor, también escribe libros. Entre ellos uno que habrá que ver en algún momento, puesto que promete emociones fuertes, titulado Cien razones por las que dejé de ser español, que es de 2006, y que, por el título, parece que se lo pensó bien. Lo que pasa es que dejó de ser español para ser no se sabe muy bien qué, porque si es navarro de origen lo suyo sería que se hubiera convertido en solo navarro. Porque si lo que se convirtió es en vasco, a lo mejor en Navarra no lo entienden eso muy bien. En realidad, tendría que considerarse vasco-navarro. Euscalduna tal vez, aunque no sabemos si sabe eusquera. Pero bueno, allá él.
En un artículo anterior de esta serie lo mencionamos por primera vez a cuenta de su afición a editar libros de mapas en su editorial. Concretamente nos vamos a referir ahora a uno de los que citamos entonces, que se titula Mapas para una nación, que es de 2011, donde se empeña en buscar mapas de Euskal Herria, cuanto más antiguos mejor. Y se encuentra con que no hay ninguno en toda la historia hasta que en 1863 el príncipe Luis Luciano Bonaparte publicó el mapa de los dialectos, donde se recogen las siete provincias reunidas de lo que viene siendo la Euskal Herria que se proclama hoy por el nacionalismo vasco como referente geográfico y sobre todo político. De unos años antes, de mediados del siglo XIX, hay unos mapas alemanes donde aparece coloreado como una manchita el área de ubicación de los vascos etnográficamente considerados, pero sin límites provinciales ni nada. Me da que estos mapas alemanes no le deben de gustar mucho a Esparza, porque no utilizan los límites provinciales españoles y dejan fuera a Tudela, por ejemplo. Pero quizás hablaremos de estos mapas más precisamente en otra ocasión. Antes de esas fechas de mediados del siglo XIX, no hay ni un solo mapa de la Euskal Herria completa que llevarse a la boca. Qué se le va a hacer. No existía para nadie, ni para los propios vascos.
Pues bien, en ese libro de Mapas para una nación viene un capitulillo titulado “¿Una historia inventada?”, en las páginas 75 y 76, donde vuelve a la clásica discusión sobre qué fue primero, si el huevo, de la nación vasca se entiende, o si la gallina, del nacionalismo vasco que reivindicó la necesidad de un Estado propio. Él opta, como buen nacionalista, por el huevo. Es decir, para un nacionalista que tiene asumido hasta el tuétano que su patria única y exclusiva es la vasca y sobre todo que España es repudiable (más bien esto último es lo primero y lo otro sería una mera consecuencia), la nación vasca existe desde siempre y lo único que habría que hacer es ir buscando testimonios de esa existencia a lo largo de la historia. En este caso mediante mapas. Ardua tarea. Que el nacionalismo como movimiento político que reivindica la conversión de esa nación en Estado no existiera hasta hace dos días es un hecho sin verdadera importancia para ellos. Lo importante es lo otro, lo de la nación vasca eterna.
Esta clase de nacionalistas vascos, la mayoría de ellos navarros, lo que hacen es rebajar la importancia de Sabino Arana como fundador del nacionalismo vasco. Ellos dicen que lo del de Abando fue un mero testimonio, que lo mismo que apareció entonces podría haber aparecido en otro momento, antes o después. Porque lo importante es la existencia de la nación vasca, la existencia por sí misma considerada, independientemente de los individuos que en un momento determinado la reivindican.
Pero veamos ya cómo el editor de Txalaparta empieza ese capítulo de su libro titulado “¿Una historia inventada?”: “La historia vasca es hoy un campo de batalla. Con sus poderosos medios, el hegemonismo español insiste en que todo fue un delirio de Sabino Arana, que de un día para otro se inventó un pueblo, una historia y un territorio, y con ellos, un problema.”
Empieza fuerte el hombre. Obviamente lo que hizo Sabino Arana fue crearle un buen problema a España, como se está viendo en este siglo y pico que llevamos con la matraca. Pero adviértase que todo el movimiento político que fundó ha alcanzado en los últimos cincuenta años una preeminencia que nunca tuvo, gracias fundamentalmente al aval del Estado español actual, el salido de la Constitución de 1978, que ha prestigiado al nacionalismo concediéndole presencia pública, dominio institucional y legitimidad política. Todo se lo ha dado el Estado español, hasta el punto de que muchos pensamos que el nacionalismo vasco, tal como hoy en día domina la vida política española y vasca en particular, es un producto acabado de una política de Estado llevada a cabo concienzudamente en la España contemporánea por los distintos gobiernos que esta ha tenido y que alcanza su clímax en este periodo en el que tenemos como presidente del Gobierno a un auténtico desaprensivo político como es Pedro Sánchez.
Sería, por utilizar las palabras de Esparza, un hegemonismo español, sí, desde luego, pero empeñado en que el nacionalismo vasco prospere. Algo impensable en Francia, naturalmente. Y por eso, paradójicamente, los nacionalistas vascos odian todo lo que pueden y más a España y sin embargo a Francia la mantienen en un limbo que les permite hasta disfrazarse de personajes genuinamente franceses, como Obélix, y no pasa nada, tal como vimos en esta serie con Andoni Ortuzar, el presidente actual del PNV.
Y sigue nuestro editor-escritor-demagogo: “Nadie explica, empero, en qué batzoki pudo adoctrinarse Arnauld d’Oihenart para publicar, en 1638, la primera historia de todo el País Vasco, la Notitia utriusque Vasconiae tum Ibericae, tum Aquitanicae, y de su lengua, que “en este lado de los Pirineos la utiliza la mayor parte de Navarra, toda Guipúzcoa, Álava y Bizcaya; al otro lado de los Pirineos las tres provincias conocidas con el nombre de Vasconia o Tierra de Vascos, Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa”. Bueno, un detalle o errata: Esparza escribe Arnauld, con “l” intercalada. Pero es Arnaud.
El caso es que este hombre utiliza una cita que aparece en la página 141 de la edición que manejamos de Oihenart. Lo de la página, no obstante, lo ponemos nosotros, porque él no lo pone: solo faltaba, darnos una precisión como esa. Esta edición de Notitia, dicho sea de paso, es la más autorizada hasta ahora, con la traducción de Javier Gorosterratzu y editada, junto con la original en latín, por el Parlamento Vasco en 1992. Pero, como suele ocurrir con gente indocumentada y manipuladora como Esparza, saca lo que le parece y omite lo que no le interesa que se sepa. Y en Oihenart hay muchas cosas que un nacionalista vasco no podría soportar leer hoy. Pasa como con Sabino Arana, que ningún nacionalista (empezando por Imanol Pradales) lo lee hoy. Pero como a Oihenart se le conoce menos todavía, pues se aprovechan para manipularlo de esta manera. Consignaremos un par de citas para que podamos apreciar de qué estamos hablando aquí. Oihenart era un tipo culto y meticuloso y, sobre todo, por serlo, nada parecido a lo que hoy tenemos con estos nacionalistas que se las dan de historiadores y solo hacen que ofender a la disciplina de la Historia, que exige un mínimo de rigor y honestidad intelectual, algo que estos personajillos no conocen ni de lejos.
Pero resulta que, del mismo modo que Oihenart nos dice quiénes hablaban eusquera, también nos dice quiénes conforman la Vasconia de la que él habla en su libro. Está en la página 175: “De los Vascos, unos viven en la Iberia, aquende del Pirineo, otros en la Aquitania, allende el Pirineo. Viven a esta parte los navarros, jaccenses, alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos; allende el Pirineo los gascones y los vascos.” ¿Qué le parece al señor Esparza que Oihenart, aparte de quienes hablan eusquera, considere también vascos a los de Jaca (jaccenses) y a los gascones del norte de Bayona hasta Burdeos? ¿Tiene eso algo que ver con la Euskal Herria de las siete provincias que tanto le obsesiona a usted? ¿Me lo estoy inventando yo acaso? Le estoy dando la página y la cita exacta para demostrárselo. ¿No será que estamos, con Oihenart, ante una especie de etnógrafo sin ningún afán de demostrar ninguna preeminencia de los vascos sobre los pueblos de su alrededor, en particular con el resto de los españoles, como hacen los nacionalistas, pues habla de los españoles y de la relación de lo español con lo vasco con toda naturalidad y sin ningún prejuicio?
Pero no queda aquí todo lo que nos oculta Esparza sobre Oihenart, cuando solo saca esa cita de los que hablan eusquera que tan bien encaja en su afán nacionalista, pero en cambio no la de los que Oihenart considera habitantes de Vasconia. Veamos ahora lo que dice Oihenart en la página 147 de esta edición que manejamos cuando habla sobre el eusquera y discute la teoría del vasco-iberismo, por la que se asimilaba entonces y hasta principios del siglo XX la lengua vasca con la antigua lengua de España, y veamos sobre todo en qué términos lo hace. Oihenart titula así ese capítulo: “Opinión del autor sobre la antigua lengua de los españoles”. Y comienza así: “Ahora bien, en esta lucha de pareceres opuestos entre sí, yo, así como no quiero sostener con demasiada pertinacia que fue una sola la lengua de todos los españoles en los tiempos pasados, sobre todo cuando Estrabón asegura, en el lib. 3, que hubo varias, tampoco admito que la vasca estuviese encerrada dentro de los mismos límites en que está actualmente; pues son muy estrechos; y por lo mismo no es verosímil que la sabia disposición de la naturaleza haya dado a un pueblo tan pequeño lengua propia, casi inadecuada para todo negocio, y para trato y fomento de consorcio con los pueblos vecinos incómoda. Diré, por eso, en breves palabras mi parecer. Creo que ésta fue la lengua de todos los pueblos montañeses, que vivían en el Norte de España, es decir, de los Vascos, Várdulos, Autrigones, Caristos, Astures, Cántabros, Gallegos y Lusitanos, pues ya que consta por Estrabón, que todos estos pueblos vivieron con las mismas costumbres y que practicaron la misma norma de vida, es justo creer que también tuvieron una lengua común; que además, la lengua de los demás españoles no fue tan distinta, que no tuviera con las demás muchas cosas comunes. Y que se distinguían más como dialectos que como idiomas (como ahora se distinguen los Castellanos, Portugueses y Catalanes), me lo persuade el hecho de encontrarse en la composición de la lengua española actual ciertas reliquias o restos muy conformes a los elementos de la vasca, muchísimas expresiones puramente vascas, o sacadas de éstas, de las cuales exhibiré una especie de muestra, tomada de las primeras letras del Alfabeto…”
Pues ya ven ustedes. Oihenart dice que el vasco era la lengua común de todos los españoles de la cornisa atlántica (considera a los vascos del norte de España unos españoles más, si se fijan) y que sería como una especie de dialecto en relación con el resto de los que habría en la península en aquel tiempo. ¿Dirían, después de leer lo que les acabo de transcribir, que estamos ante un precursor de Jose Mari Esparza Zabalegi o que más bien estamos ante su verdadera contraposición o antítesis? Un señor como Oihenart, que consideraba además al eusquera una lengua “casi inadecuada para todo negocio”, así como “incómoda” para “trato y fomento de consorcio con los pueblos vecinos”. ¿Dirían ustedes que Oihenart era un nacionalista como estos que nos rodean hoy dándonos la matraca todos los días, empezando por el propio Esparza?
Esparza titula su capitulillo, como decíamos “¿Una historia inventada?”. Como es una pregunta, se la vamos a contestar rápidamente: pues sí, señor mío, una historia inventada es la que usted nos acaba de dar ofreciéndonos su particular versión de Oihenart como precursor de lo que usted dice, como precursor de la nación vasca, por una cita que nos saca, aislada y sin tener en cuenta todo lo demás que escribió este hombre en el siglo XVII.
Otro día quizás les hable del resto del capítulo este de Esparza, porque es que es todo así. Porque más adelante cita a José Antonio Zamacola, como reivindicador de la nación vasca, porque escribió su Historia de las naciones vascas en su exilio de Auch, en Francia. Cuando resulta que este Zamacola era un español hasta las trancas, experto en folklore (escribió un tratado sobre flamenco) y partidario de José Bonaparte, porque pensaba, como otros de su generación, que el hermano de Napoleón traería la renovación que le hacía falta a la política y a la sociedad españolas. Pero de eso hablaremos, como digo, en otro artículo de esta serie.