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La Tribuna del País Vasco
Lunes, 02 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

La vergüenza de un Gobierno Vasco que castiga a los que cuidan

Hay imágenes que deberían avergonzar a toda una sociedad. Una de ellas es la de un médico exhausto, derrumbado emocionalmente, obligado a detener su vocación porque sus superiores —burócratas con despacho y blindaje político— le reprochan haber acompañado, fuera del horario oficial, a una niña de cuatro años en el trance más terrible de la existencia: la muerte.

 

Esto no ocurre en un país sin recursos, ni en una sanidad colapsada por la guerra o la miseria. Ocurre en el País Vasco, tierra de altos presupuestos para imponer el euskera o para mantener la EiTB, de grandes palabras y constantes promesas de bienestar. Ocurre en un sistema público de salud donde los despachos están más preocupados por proteger su perímetro de poder que por sostener la dignidad de quienes —como el doctor Jesús Sánchez Etxaniz— se enfrentan al dolor humano más crudo sin pedir nada a cambio. Solo respeto.

 

El Gobierno nacionalsocialista vasco, tan celoso de su imagen progresista y de su propaganda política independentista, ha tolerado que se amoneste —o “advierta preventivamente”, como quieren maquillarlo— a un pediatra que, junto a su equipo, ha atendido durante años a menores en fase terminal, incluso en días festivos y madrugadas. Lo ha hecho sin más recompensa que la conciencia tranquila y la gratitud de las familias. ¿Y cuál ha sido la respuesta institucional del Ejecutivo de Pradales, "el vasco"? Señalarlos. Castigarlos. Desalentar el compromiso.

 

Mientras tanto, se multiplican las partidas millonarias para chiringuitos ideológicos, campañas de reeducación social, traducciones simultáneas en el Parlamento, oficinas de género y lenguaje, entidades pantalla y estudios que no curan, no acompañan y no consuelan. Porque cuando un niño se muere a las tres de la madrugada, no hay comisiones lingüísticas ni direcciones de igualdad que se presenten en su casa. Solo están los que se atreven a mirar la muerte de frente y no huyen.

 

¿Dónde está el modelo social vasco? ¿Dónde están los valores de solidaridad, atención personalizada y protección al vulnerable que tanto se proclaman en discursos oficiales y memorias institucionales? Desaparecen en cuanto interfieren con el reglamento, la estadística o la hora de salida de los directivos.

 

En Euskadi solo existe un equipo de cuidados paliativos pediátricos domiciliarios. Uno. Y está limitado a horario de oficina. Ni Álava ni Guipúzcoa cuentan con ese servicio. Mientras tanto, 200 menores cada año necesitan ese tipo de atención. ¿Qué hace el Departamento de Salud? ¿Qué hace Osakidetza? ¿Cómo se permite que un plan autonómico aprobado para 2023–2027 prometa cobertura 24/7… sin ni siquiera empezar a aplicarla en 2025?

 

Es una indecencia moral y una vergüenza política.

 

La sociedad vasca debe decidir de qué lado está. O del lado de quienes acompañan a los niños moribundos en su último suspiro —sin pedir hora ni esperar agradecimientos—, o del lado de quienes prefieren gastar en sus bobaditas ideológicas mientras castigan la compasión como si fuera una falta.

 

El doctor Sánchez no ha fallado. Han fallado sus jefes. Ha fallado el sistema. Y ha fallado un Gobierno nacionalsocialista que confunde gestión con insensibilidad, eficiencia con crueldad y autoridad con servilismo jerárquico. El precio lo pagan los más débiles: los niños que se mueren. Y sus familias, que tendrán que escuchar cómo, en nombre del “orden”, se niega el auxilio a quien más lo necesita.

 

Una sociedad que tolera esto está enferma. Y la sociedad vasca lo está mucho.

 

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