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Viernes, 07 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:
Cómo una revolución silenciosa en astronomía está revelando los secretos más antiguos del cosmos

Los vigilantes del cielo oscuro

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En la madrugada del 2 de noviembre de 2025, mientras Europa dormía y América se preparaba para una nueva noche, un telescopio de medio metro en las colinas de Crimea capturó algo que casi nadie vería jamás: una mancha difusa, apenas perceptible, moviéndose entre las estrellas fijas. Para cualquier observador casual, no era nada. Para Gennadiy Borisov, era el cometa número doce.

 

Borisov —un hombre cuyo nombre ya estaba grabado en la historia de la astronomía desde 2019, cuando descubrió el segundo visitante interestelar confirmado— había vuelto a hacerlo. Pero esta vez no se trataba de un vagabundo de otro sistema solar. El C/2025 V1 que acababa de identificar era simplemente otro cometa más, uno de los miles que orbitan nuestro Sol, destinado a pasar cerca de la Tierra el 11 de noviembre a unos modestos 103 millones de kilómetros de distancia. Ordinario, sí. Pero en esa misma ordinaridad se esconde una verdad extraordinaria.

 

El despertar de los robots

 

Durante milenios, la humanidad solo conoció los cometas que se dignaban a mostrarse: objetos tan brillantes y cercanos que cualquiera con ojos podía verlos cruzar el firmamento. Eran visitantes dramáticos, apariciones que ocurrían tal vez una vez por generación, presagios que inspiraban tanto terror como asombro. El Gran Cometa de 1577 tenía una cola que se extendía cuarenta veces el diámetro de la Luna llena. El Halley de 1910 provocó histeria masiva cuando se detectó cianógeno —un veneno mortal— en su cola.

 

Pero ese era solo el límite de nuestra percepción, no la realidad del cosmos. «El universo siempre estuvo lleno de estos vagabundos helados. Nosotros éramos los ciegos.»

 

En 2015, algo cambió. En la cima del volcán Haleakalā, en Hawái, un telescopio robótico comenzó a escanear metódicamente todo el cielo visible, noche tras noche, sin descanso ni fatiga. Se llamaba ATLAS —Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System— y su misión original era detectar asteroides potencialmente peligrosos antes de que nos golpearan. Pero como efecto secundario de su búsqueda incansable, ATLAS se convirtió en algo más: un cazador de fantasmas cósmicos.

 

Para 2022, el sistema se había expandido a cuatro telescopios distribuidos por el globo —dos en Hawái, uno en Chile, uno en Sudáfrica— formando una red que podía observar el cielo completo cuatro veces cada noche. Robots que nunca parpadeaban, nunca dormían, procesando automáticamente millones de puntos de luz, buscando cualquier cosa que se moviera.

 

Y empezaron a encontrar cosas. Muchas cosas.

 

El intruso

 

El 1 de julio de 2025, el telescopio ATLAS en Río Hurtado, Chile, captó algo inusual. No era la trayectoria lo que llamó la atención al principio —los cometas siempre tienen órbitas extrañas— sino la velocidad. Este objeto se movía a 221.000 kilómetros por hora, demasiado rápido para estar atado gravitacionalmente al Sol. Cuando los astrónomos trazaron su órbita hacia atrás, la conclusión fue inequívoca: venía de fuera. No de la nube de Oort, esa esfera lejana de cometas que rodea nuestro sistema solar. No del cinturón de Kuiper más allá de Neptuno. Este objeto había nacido orbitando otra estrella, en algún lugar de la Vía Láctea, y ahora cruzaba nuestro vecindario por primera y última vez. Lo llamaron 3I/ATLAS. El tercer visitante interestelar confirmado en la historia humana.

 

Pero 3I/ATLAS no jugó según las reglas que esperábamos. Los primeros en darse cuenta fueron los científicos del Observatorio Neil Gehrels Swift de la NASA, que detectaron hidroxilo —la huella química del agua— cuando el cometa estaba casi tres veces más lejos del Sol que la Tierra. A esa distancia, el hielo de agua en la superficie de un cometa debería estar completamente inactivo. Sin embargo, 3I/ATLAS estaba perdiendo agua a un ritmo de 40 kilogramos por segundo.

 

Luego vino el cambio de color. No una vez, sino dos veces, mientras se acercaba al Sol. Y después, la aceleración no gravitacional: el cometa estaba cambiando su trayectoria de maneras que la gravedad sola no podía explicar.

 

Cuando las imágenes del 5 de noviembre finalmente llegaron —después de que el cometa pasara detrás del Sol— mostraron algo desconcertante: una fuente compacta de luz, sin la cola característica que debería tener un cometa activo. «Cada visitante interestelar ha sido una sorpresa. 'Oumuamua estaba seco, Borisov era rico en monóxido de carbono, y ahora ATLAS está liberando agua donde no esperábamos.»

 

La carrera espacial invisible

 

Mientras 3I/ATLAS pasaba cerca de Marte el 3 de octubre, algo sin precedentes estaba ocurriendo. No una misión, sino varias, convergían en el objeto. La sonda Tianwen-1 de China, originalmente enviada para estudiar Marte, giró sus cámaras hacia el visitante interestelar. Desde una distancia de 29 millones de kilómetros, capturó las primeras imágenes cercanas del cometa. China las publicó el 6 de noviembre. La NASA, no.

 

El Mars Reconnaissance Orbiter de la NASA también había fotografiado el cometa con su cámara HiRISE de alta resolución, capaz de ver detalles que las cámaras chinas no podían captar. Pero esas imágenes permanecieron clasificadas, retenidas por razones que la agencia no quiso explicar públicamente. En Washington, la congresista Anna Paulina Luna presionaba a Sean Duffy, el administrador interino de la NASA, exigiendo la liberación de los datos.

 

Mientras tanto, en las redes sociales y foros de astronomía, las especulaciones se multiplicaban. El comportamiento anómalo del cometa, su falta de cola visible, su aceleración inexplicable... para algunos, eran señales de algo más que un simple trozo de hielo y roca.

 

Avi Loeb, el astrofísico de Harvard conocido por sus teorías provocadoras, asignó al 3I/ATLAS un nivel 4 en su escala de amenaza tecnológica —no alarmante, pero merecedor de escrutinio intenso—. "La pregunta es", dijo Loeb, "qué tipo de plan deberíamos hacer en caso de que notemos alguna tecnología alienígena. Es algo de lo que no hemos discutido en el pasado y creo que deberíamos." No era paranoia. Era prudencia ante lo desconocido.

 

El cazador solitario

 

En medio de toda esta tormenta mediática y geopolítica, Gennadiy Borisov siguió haciendo lo que siempre había hecho: observar. Desde su observatorio casero en Nauchnyj, Crimea, con su telescopio de 50 centímetros —modesto para los estándares profesionales, gigantesco para un aficionado— continuaba escaneando el cielo noche tras noche.

 

Borisov representa algo fascinante en esta nueva era de la astronomía: el híbrido entre lo antiguo y lo nuevo. Usa tecnología moderna —cámaras CCD sensibles, software de procesamiento de imágenes, conexión instantánea con redes globales de confirmación— pero mantiene la paciencia monacal y la dedicación de los cazadores de cometas de antaño.

 

Su historial habla por sí mismo: más de una docena de cometas descubiertos, incluido el legendario 2I/Borisov, el primer cometa interestelar identificado y el que llevó su nombre a la eternidad astronómica. Cuando descubrió ese objeto en 2019, era un desconocido. Ahora, cada nuevo descubrimiento suyo es noticia.

 

El C/2025 V1 que encontró el 2 de noviembre no es interestelar. No es espectacular para el público general —con una magnitud de 12.85, necesitas un telescopio para verlo. Pero múltiples observadores confirmaron rápidamente su actividad cometaria: una coma visible y evidencia de cola. Otro visitante helado, catalogado y añadido al inventario creciente de objetos que ahora sabemos que existen.

 

Hace solo cincuenta años, encontrar un cometa requería miles de horas de observación paciente. Hoy, con las herramientas correctas y la dedicación adecuada, un solo individuo puede multiplicar ese rendimiento por diez.

 

El diluvio que viene

 

ATLAS es solo el principio. En algún lugar de Chile, en lo alto del Cerro Pachón, se está terminando de construir algo mucho más poderoso: el Observatorio Vera C. Rubin y su Legacy Survey of Space and Time (LSST).

 

Cuando empiece a operar completamente, el Rubin podrá detectar objetos tan débiles como magnitud 24.5 —unas 100,000 veces más tenue que cualquier cosa visible a simple vista— y barrer el cielo del hemisferio sur noche tras noche con una resolución y profundidad sin precedentes.

 

Las proyecciones son asombrosas. Los investigadores estiman que el LSST podría duplicar la tasa actual de descubrimientos de cometas de largo período. Para los cometas de su muestra, el observatorio los habría encontrado al menos cinco años antes de su perihelio, y al doble de la distancia a la que fueron descubiertos originalmente.

 

Pero lo más revolucionario son las predicciones sobre objetos interestelares. Los astrónomos proyectan que el Rubin podría identificar docenas, quizás cientos, de visitantes de otros sistemas solares durante su década de operación.

 

Piénsenlo: pasamos de ver cero objetos interestelares en toda la historia humana registrada hasta 2017, a encontrar tres en ocho años. Y en la próxima década, podríamos catalogar cientos. «Los objetos interestelares se volverán más comunes en nuestro universo a medida que nuestra detección mejore.» No es que de repente más cometas estén llegando. Es que finalmente podemos verlos.

 

Los mensajeros antiguos

 

¿Por qué importa todo esto? Porque cada cometa, especialmente cada visitante interestelar, es una cápsula del tiempo. Los cometas son los restos primordiales de la formación de sistemas planetarios, material que nunca se fusionó en planetas, que nunca fue procesado por el calor de una estrella cercana.

 

Cuando el telescopio James Webb observó 3I/ATLAS el 6 de agosto, encontró que el cometa era inusualmente rico en dióxido de carbono comparado con la mayoría de los cometas conocidos del sistema solar. El Very Large Telescope en Chile detectó cianuro y, sorprendentemente, níquel en cantidades anómalas para un cometa tan lejos del Sol.

 

Cada medición, cada espectro, cada imagen, nos está contando la historia de cómo se formó ese objeto alrededor de otra estrella. Estamos leyendo, literalmente, notas de otros sistemas planetarios.

 

Y esas notas están reescribiendo lo que creíamos saber. 'Oumuamua estaba seco, sin agua detectable. 2I/Borisov era rico en monóxido de carbono. Ahora 3I/ATLAS está liberando agua a distancias donde no debería hacerlo. Cada visitante interestelar ha desafiado nuestras suposiciones, mostrándonos que la diversidad química en la galaxia es mucho mayor de lo que imaginábamos. Son recordatorios humillantes de que nuestro sistema solar, con todos sus planetas y lunas y cometas, es solo un ejemplo entre miles de millones. Y cada ejemplo es diferente.

 

El fin de la ceguera

 

En la noche del 6 de noviembre de 2025, mientras escribo esto, el 3I/ATLAS está emergiendo de su paso detrás del Sol, volviéndose visible nuevamente para los telescopios terrestres. Los astrónomos esperan que brille alrededor de magnitud 11.5, lo suficientemente brillante para los telescopios inteligentes pero aún invisible a simple vista.

 

El cometa continuará su viaje, pasando cerca de Júpiter en marzo de 2026 antes de salir de nuestro sistema solar para siempre, adentrándose nuevamente en el vacío interestelar del que vino. Lo veremos por unas pocas semanas más, tal vez meses. Y luego se habrá ido, llevándose sus secretos parcialmente revelados.

 

Mientras tanto, en Crimea, Gennadiy Borisov está preparando su telescopio para otra noche de observación. En Hawái, Chile y Sudáfrica, los robots de ATLAS continúan su barrido incansable del cielo. En la Tierra, los astrónomos analizan petabytes de datos, buscando patrones, anomalías, señales de lo desconocido.

 

Y en algún lugar ahí fuera, en la oscuridad entre las estrellas, más visitantes están en camino. Siempre lo han estado. La diferencia ahora es que cuando lleguen, ya no seremos ciegos.

 

Estamos viviendo el despertar de una nueva era en astronomía, una en la que los vagabundos del cosmos ya no pueden esconderse en la oscuridad. Cada punto de luz que se mueve, cada mancha difusa que aparece donde no debería, cada visitante de mundos lejanos: todos están siendo catalogados, estudiados, entendidos.

 

La pregunta ya no es si encontraremos más cometas interestelares, más mensajeros de otros sistemas solares. La pregunta es qué nos dirán cuando lo hagamos. Y si estaremos listos para escuchar.

 

«Durante milenios miramos al cielo con ojos ciegos. Ahora, por fin, podemos ver. Y lo que estamos descubriendo es más extraño y maravilloso de lo que jamás imaginamos.»

 

Epílogo: Los números del despertar

 

• Cometas conocidos actualmente: 3,743

• Objetos interestelares confirmados: 3 (hasta noviembre 2025)

• Cometas descubiertos por Gennadiy Borisov: 14+

• Telescopios ATLAS en operación: 4 (Hawái x2, Chile, Sudáfrica)

• Proyección de descubrimientos interestelares con LSST: docenas a cientos en una década

• Velocidad de 3I/ATLAS: 221,000 km/h

• Distancia de paso más cercano de C/2025 V1 Borisov: 103 millones de km (11 nov 2025)

 

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