Frente al derecho a decidir: legislación electoral alemana
Estoy leyendo el libro de Armando Besga Marroquín La democracia y el llamado «derecho a decidir que recomiendo vivamente. Es una exposición cargada de fundamentos y argumentos, tanto teóricos como históricos, para saber posicionarse ante el mayor desafío procedente del nacionalismo en la actualidad: ese artefacto estupefaciente llamado “derecho a decidir”.
Una fórmula abracadabrante con visos de haber descubierto la piedra filosofal, pero que no consiste en otra cosa que la pretensión de destruir España con el argumento de que hay que dejar que el pueblo se exprese libremente. Todo lleno de sofismas, falsas suposiciones y experimentalismo barato. Y lo peor de todo, aunque visto lo visto era de esperar, es que el principal teórico de ese engendro seudopolítico se llama Jaume López Hernández. Han leído bien. Un perfecto charnego que pretende que todo el nacionalismo catalán y vasco le consideren uno de los suyos por haber concebido semejante bodrio dialéctico.
Y de hecho lo ha conseguido. Vino al País Vasco en enero de 2015 a presentar su libro titulado La independencia de Cataluña explicada a mis amigos españoles (encima con cachondeo), donde estuvo presente el exlendacari Juan José Ibarretxe, el del Plan Ibarretxe, que le había prologado el libro. Fíjense cómo los charnegos y los maquetos están colaborando decisivamente a que los partidos nacionalistas que se fundaron con la pretensión expresa de estigmatizarlos y, cuando no, expulsarlos de Cataluña y de País Vasco respectivamente, sean ahora mayoritarios y determinantes, no solo en esas regiones sino sobre todo influyendo decisivamente en el Estado, como ellos dicen.
De qué iba a estar el prófugo Puigdemont, si no, en Bruselas condicionando al gobierno de España, si en lugar de tener su partido 7 escaños no tuviera ninguno por no alcanzar el mínimo de presencia necesaria en todo el ámbito nacional español. Para conseguirlo, tendrían los partidos nacionalistas que coaligarse entre sí, como hacen en las elecciones europeas. Porque también en las elecciones europeas hay un mínimo para conseguir escaño y nadie piensa por eso que las instituciones europeas no sean democráticas. Pues que se coaliguen también para ir al Parlamento español. Así les veríamos a todos juntos, a ver si así podrían seguir haciendo las políticas obstruccionistas e interesadas que hacen ahora, tal como están cómodamente instalados en el Congreso, cada uno con su propio grupo parlamentario, sus asesores, sus despachos y solo pensando en su propio beneficio e ignorando y perjudicando todo lo que pueden la gobernabilidad de España.
Cuando hace un par de semanas vino el presidente de Alemania a pedir perdón por el bombardeo de Guernica, acompañado del rey de España Felipe VI, los nacionalistas, encabezados por sus máximos dirigentes, los maquetos Pradales y Esteban, se deshicieron en arrumacos al dirigente teutón mientras que hacían como que no veían al rey de España. La ideología nacionalista demostró una vez más, pero esta vez de un modo antológico, que solo ve lo que quiere ver. Como por ejemplo cuando dice que España le tiene que pedir perdón a Euskadi. Hay que ser fanático para decir algo así. Pero el caso es que lo dicen y sobre todo, y eso es lo peor, que la gente les vota, porque si no no estábamos aquí refiriéndonos a nada de eso.
Cómo puede ser que la gente vote semejante discurso. Es lo que resulta difícil de entender. Lo más difícil de entender. Tiene que ser, a la fuerza, porque quienes votan al nacionalismo se creen mejores que el resto de los españoles o les han hecho creerse mejores que el resto de los españoles y que por eso se merecen tener los sueldos y el índice de absentismo laboral más altos de España. Y los que no votamos al nacionalismo tendríamos que decir más a menudo que no queremos participar de ese supremacismo ni siquiera de manera indirecta. Que no queremos cobrar más que el resto de españoles por hacer lo mismo, ni tener mejor asistencia sanitaria o social. No podremos decir, en cambio, que no queremos tener los mejores transportes, porque la obcecación del nacionalismo por hacer un tren de alta velocidad que una las tres capitales vascas antes de empezar por la conexión con Madrid nos ha proporcionado un retraso de treinta años en ese ámbito.
Pero, volviendo a la acogida del presidente alemán, el nacionalismo no sabía qué decir o qué hacer para diferenciar a Alemania de España, en aquella visita, para ningunear a España, para menospreciarla, para vejarla, que es lo que siempre intentan porque es el principal motivo de su ideología. Y no se les ocurrió otra cosa que proclamar que el gesto de Alemania de pedir perdón a Euskadi demuestra que estamos ante un Estado democrático. No como España les faltó decir, pero todo el mundo lo entendió: no como España, que no ha pedido perdón y que, por tanto, no es un Estado democrático.
El caso es que sabemos que en Alemania hay una constitución que prohíbe que haya partidos que vayan en contra de la constitución. Y además tiene un régimen electoral que obliga a que un partido que se presente al Parlamento de todo el Estado tenga que sacar el 5% del voto nacional o haber ganado en tres circunscripciones para conseguir escaño. Todo esto está muy claro.
Ahora que el nacionalismo quiere aprovechar lo que ellos llaman “ventana de oportunidad” con el gobierno extremadamente débil de un tal Pedro Sánchez, al que sostendrán hasta el final pase lo que pase (y no se crean para nada la cara compungida de la maqueta portavoz del PNV Maribel Vaquero Montero, al preguntarle por los continuos casos de corrupción del gobierno actual, porque nunca dejará de apoyar a Pedro Sánchez, como decimos, pase lo que pase). Y ahora que con este escenario lamentable y patético que tenemos en la política española, quieren volver a plantear el “derecho a decidir” y la necesidad de que el Estado reconozca las naciones vasca y catalana, ha llegado la hora de que desde el Estado se empiece a actuar en consecuencia.
Los partidos nacionalistas solo van a lo suyo, no tienen ningún interés en favorecer la situación nacional sino todo lo contrario, quieren que a España le vaya mal, cuanto peor mejor para ellos. Y por eso el Estado español hace muy mal en concederles a esos partidos una representación en los órganos legislativos tan generosa y que condiciona absolutamente (lo estamos viendo) el gobierno de España. El gobierno de España está en manos de quienes quieren destruirlo y solo tienen un contrapoder real y efectivo en las instituciones: la presidenta de la Comunidad de Madrid. Eso es lo que explica la demonización constante que practican con Isabel Díaz Ayuso. Menos mal que esta se sabe defender sola y les da de su propia medicina.
Pero lo que echamos en falta es que desde el Estado central se tomen las medidas necesarias, de mínima autoprotección, de mínima supervivencia, para que los partidos nacionalistas, que uno por uno no llegan ni al 2% del voto nacional y que uno por uno no consiguen ni ganar en dos circunscripciones, sigan teniendo el protagonismo y la capacidad de decisión que tienen sobre el gobierno de España. Tendría todo el sentido, como lo tiene en Alemania: al Parlamento de la nación solo pueden acudir partidos que representen los intereses de la nación, no los intereses locales. Para eso ya están los parlamentos regionales.
Por lo tanto, frente al derecho a decidir, lo dicho, legislación electoral alemana, porque si el Estado alemán es un Estado democrático, como dijeron los nacionalistas en la visita de su presidente a Guernica, pues España, si hace lo mismo que aquel país respecto de los partidos minoritarios que no tienen presencia nacional suficiente, también lo será.
Estoy leyendo el libro de Armando Besga Marroquín La democracia y el llamado «derecho a decidir que recomiendo vivamente. Es una exposición cargada de fundamentos y argumentos, tanto teóricos como históricos, para saber posicionarse ante el mayor desafío procedente del nacionalismo en la actualidad: ese artefacto estupefaciente llamado “derecho a decidir”.
Una fórmula abracadabrante con visos de haber descubierto la piedra filosofal, pero que no consiste en otra cosa que la pretensión de destruir España con el argumento de que hay que dejar que el pueblo se exprese libremente. Todo lleno de sofismas, falsas suposiciones y experimentalismo barato. Y lo peor de todo, aunque visto lo visto era de esperar, es que el principal teórico de ese engendro seudopolítico se llama Jaume López Hernández. Han leído bien. Un perfecto charnego que pretende que todo el nacionalismo catalán y vasco le consideren uno de los suyos por haber concebido semejante bodrio dialéctico.
Y de hecho lo ha conseguido. Vino al País Vasco en enero de 2015 a presentar su libro titulado La independencia de Cataluña explicada a mis amigos españoles (encima con cachondeo), donde estuvo presente el exlendacari Juan José Ibarretxe, el del Plan Ibarretxe, que le había prologado el libro. Fíjense cómo los charnegos y los maquetos están colaborando decisivamente a que los partidos nacionalistas que se fundaron con la pretensión expresa de estigmatizarlos y, cuando no, expulsarlos de Cataluña y de País Vasco respectivamente, sean ahora mayoritarios y determinantes, no solo en esas regiones sino sobre todo influyendo decisivamente en el Estado, como ellos dicen.
De qué iba a estar el prófugo Puigdemont, si no, en Bruselas condicionando al gobierno de España, si en lugar de tener su partido 7 escaños no tuviera ninguno por no alcanzar el mínimo de presencia necesaria en todo el ámbito nacional español. Para conseguirlo, tendrían los partidos nacionalistas que coaligarse entre sí, como hacen en las elecciones europeas. Porque también en las elecciones europeas hay un mínimo para conseguir escaño y nadie piensa por eso que las instituciones europeas no sean democráticas. Pues que se coaliguen también para ir al Parlamento español. Así les veríamos a todos juntos, a ver si así podrían seguir haciendo las políticas obstruccionistas e interesadas que hacen ahora, tal como están cómodamente instalados en el Congreso, cada uno con su propio grupo parlamentario, sus asesores, sus despachos y solo pensando en su propio beneficio e ignorando y perjudicando todo lo que pueden la gobernabilidad de España.
Cuando hace un par de semanas vino el presidente de Alemania a pedir perdón por el bombardeo de Guernica, acompañado del rey de España Felipe VI, los nacionalistas, encabezados por sus máximos dirigentes, los maquetos Pradales y Esteban, se deshicieron en arrumacos al dirigente teutón mientras que hacían como que no veían al rey de España. La ideología nacionalista demostró una vez más, pero esta vez de un modo antológico, que solo ve lo que quiere ver. Como por ejemplo cuando dice que España le tiene que pedir perdón a Euskadi. Hay que ser fanático para decir algo así. Pero el caso es que lo dicen y sobre todo, y eso es lo peor, que la gente les vota, porque si no no estábamos aquí refiriéndonos a nada de eso.
Cómo puede ser que la gente vote semejante discurso. Es lo que resulta difícil de entender. Lo más difícil de entender. Tiene que ser, a la fuerza, porque quienes votan al nacionalismo se creen mejores que el resto de los españoles o les han hecho creerse mejores que el resto de los españoles y que por eso se merecen tener los sueldos y el índice de absentismo laboral más altos de España. Y los que no votamos al nacionalismo tendríamos que decir más a menudo que no queremos participar de ese supremacismo ni siquiera de manera indirecta. Que no queremos cobrar más que el resto de españoles por hacer lo mismo, ni tener mejor asistencia sanitaria o social. No podremos decir, en cambio, que no queremos tener los mejores transportes, porque la obcecación del nacionalismo por hacer un tren de alta velocidad que una las tres capitales vascas antes de empezar por la conexión con Madrid nos ha proporcionado un retraso de treinta años en ese ámbito.
Pero, volviendo a la acogida del presidente alemán, el nacionalismo no sabía qué decir o qué hacer para diferenciar a Alemania de España, en aquella visita, para ningunear a España, para menospreciarla, para vejarla, que es lo que siempre intentan porque es el principal motivo de su ideología. Y no se les ocurrió otra cosa que proclamar que el gesto de Alemania de pedir perdón a Euskadi demuestra que estamos ante un Estado democrático. No como España les faltó decir, pero todo el mundo lo entendió: no como España, que no ha pedido perdón y que, por tanto, no es un Estado democrático.
El caso es que sabemos que en Alemania hay una constitución que prohíbe que haya partidos que vayan en contra de la constitución. Y además tiene un régimen electoral que obliga a que un partido que se presente al Parlamento de todo el Estado tenga que sacar el 5% del voto nacional o haber ganado en tres circunscripciones para conseguir escaño. Todo esto está muy claro.
Ahora que el nacionalismo quiere aprovechar lo que ellos llaman “ventana de oportunidad” con el gobierno extremadamente débil de un tal Pedro Sánchez, al que sostendrán hasta el final pase lo que pase (y no se crean para nada la cara compungida de la maqueta portavoz del PNV Maribel Vaquero Montero, al preguntarle por los continuos casos de corrupción del gobierno actual, porque nunca dejará de apoyar a Pedro Sánchez, como decimos, pase lo que pase). Y ahora que con este escenario lamentable y patético que tenemos en la política española, quieren volver a plantear el “derecho a decidir” y la necesidad de que el Estado reconozca las naciones vasca y catalana, ha llegado la hora de que desde el Estado se empiece a actuar en consecuencia.
Los partidos nacionalistas solo van a lo suyo, no tienen ningún interés en favorecer la situación nacional sino todo lo contrario, quieren que a España le vaya mal, cuanto peor mejor para ellos. Y por eso el Estado español hace muy mal en concederles a esos partidos una representación en los órganos legislativos tan generosa y que condiciona absolutamente (lo estamos viendo) el gobierno de España. El gobierno de España está en manos de quienes quieren destruirlo y solo tienen un contrapoder real y efectivo en las instituciones: la presidenta de la Comunidad de Madrid. Eso es lo que explica la demonización constante que practican con Isabel Díaz Ayuso. Menos mal que esta se sabe defender sola y les da de su propia medicina.
Pero lo que echamos en falta es que desde el Estado central se tomen las medidas necesarias, de mínima autoprotección, de mínima supervivencia, para que los partidos nacionalistas, que uno por uno no llegan ni al 2% del voto nacional y que uno por uno no consiguen ni ganar en dos circunscripciones, sigan teniendo el protagonismo y la capacidad de decisión que tienen sobre el gobierno de España. Tendría todo el sentido, como lo tiene en Alemania: al Parlamento de la nación solo pueden acudir partidos que representen los intereses de la nación, no los intereses locales. Para eso ya están los parlamentos regionales.
Por lo tanto, frente al derecho a decidir, lo dicho, legislación electoral alemana, porque si el Estado alemán es un Estado democrático, como dijeron los nacionalistas en la visita de su presidente a Guernica, pues España, si hace lo mismo que aquel país respecto de los partidos minoritarios que no tienen presencia nacional suficiente, también lo será.












