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Pedro Chacón
Sábado, 25 de Noviembre de 2023 Tiempo de lectura:

La rebelión de los boronos

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En consonancia con lo que dijimos aquí en el reciente artículo de esta serie de El balle del ziruelo titulado “Los deberes del maestrillo Urkullu”, no es cierto que el PNV haya echado a Iñigo Urkullu sino que es este el que se ha ido. No los aguantaba más.

 

Ya saben todo lo que he venido escribiendo en esta serie sobre Iñigo Urkullu. Aparte del artículo recién citado, les puedo recordar estos otros: “Selección natural en el gabinete Urkullu” (donde me ocupaba de los apellidos de los miembros del gobierno de Urkullu, en los que, por mucho que los eligiera con apellidos eusquéricos, también esos apellidos están más presentes en el resto de España que aquí) y “Urcullu/Urkullu” (donde recordaba personajes de la historia de España con apellido Urcullu, no eusquerizado en Urkullu, que demostraban todos un patriotismo español inquebrantable, hasta llegar a Urkullu, que con solo ponerse la “k” se convierte en un personaje sin historia, al margen de la que vivieron sus antecesores del mismo apellido, todos patriotas españoles, no como él, un renegado de su propia condición, como todos los nacionalistas que le siguen).

 

El personaje era robótico e inexpresivo, pero yo le reconocía sus méritos ideológicos y organizativos. Es un político de más nivel que la mayoría de los de su partido que pasaron por el cargo, tanto de presidente como de lendacari. Arzalluz le despreciaba y le llamaba “maestrillo”, porque no pasó de un título que en su época era de nivel medio, no superior, a diferencia de él, Arzalluz, que también había sido maestrillo en Alemania para los emigrantes españoles allí, pero que entonces ya era profesor en Deusto y eso le hacía verse a sí mismo como superior. Pero Urkullu ha demostrado tener dotes de mando y de autoridad, porque fue él quien formó un grupo de irreductibles, con Ortúzar, José Luis Bilbao y José Antonio Aurrekoetxea, como más próximos, con los que conquistó el poder desde dentro del partido y se supo mantener en él. También se supo rodear de gente que le dio pautas ideológicas, como Daniel Innerarity, y de gente que le supo escribir artículos en prensa, como antes José Manuel Bujanda Arizmendi y ahora Juan José Álvarez Rubio. Y también acogió en su seno, subvencionándolo y premiándolo, a un escritor probablemente sobrevalorado, como Kirmen Uribe. Quiere decirse que supo hacer equipo y proporcionar ideología al partido.

 

Pero lo que no supo controlar es el carácter peculiar de los que le rodeaban, incluido él mismo, claro. Él representaba al borono un poco más cultivado o pulido, digamos así. Pero los que tenía alrededor eran boronos auténticos, bueno, más que auténticos, redomados, y ya se sabe que la cabra tira al monte. Cuando han visto la oportunidad no han sabido resistirse y ahí no valen admoniciones ni amenazas. El que lo lleva dentro le sale y no hay nada que hacer. El que es borono lo lleva escrito en la frente y acude a la llamada ancestral de la boronez. Es lo que han hecho los Ortuzar, Aurrekoetxea y compañía, cuando han visto el campo libre con Pedro Sánchez. Parecía que aquí no iba a llegar lo de Cataluña, pero ya ha llegado. Pedro Sánchez se ha encargado de ello y los superboronos de aquí le han seguido.

 

Veíamos salir los últimos días a Iñigo Urkullu diciendo lo que no había dicho nunca. Una vez se metió con los que iban a protestar a la calle Ferraz, frente a la sede del PSOE, diciéndoles que no tenían que hacer eso, que estaba mal. Como cuando se pone a reñir a los herchainas porque protestan, o a los enfermeros y médicos de Osaquidecha, pues lo mismo. Como si los que estaban en Ferraz le fueran a hacer caso. Ahí demostró Urkullu una primera caída en la vulgaridad boronítica, acostumbrados como estábamos a un lenguaje extremadamente ponderado, reprimido, controlado hasta el abotargamiento. Las intervenciones públicas, conferencias de prensa y actos electorales de Urkullu siempre han sido como pesadas losas de atontamiento y adormecimiento: monocordes, inexpresivas, inarticuladas, martilleantes, definitivamente planas y mortecinas. Aunque chillara de vez en cuando no había forma de levantar aquello, de animarlo mínimamente.

 

La segunda ocasión reciente en que tampoco reconocimos al Urkullu de siempre fue cuando declaró, poco después de la anterior, que ahora que ya sabíamos –con lo de la amnistía– que se puede hacer todo lo que la Constitución no prohíbe, podía ser el momento de pedir también el referéndum para la independencia de Euscadi. Cosa que no se la creía ni él, pero se puso a decirla, infatuado de boronez como nunca.

 

Es lo que pasa, que si estás rodeado de boronos y se ponen todos a la vez a pedir y ven que desde fuera a los boronos de otras partes les conceden cosas, pues ellos también quieren. Total, que se le ha revolucionado el corral a Iñigo Urkullu. Y que si él ya era un borono antes, los que le rodean no te quiero ni contar. Y así llegamos a la rebelión de los boronos. Que es lo que le está pasando al PNV ahora mismo.

 

Si el menos borono de todos se va, no te quiero ni contar lo que vamos a tener a partir de ahora. El principal partido del País Vasco dirigido por una panda de boronos sin cabeza y buscando uno que sea el más borono de todos para que les dirija en las próximas elecciones autonómicas. Mientras tanto tendremos que esperar a que Urkullu, el defenestrado, anuncie convocatoria electoral. La cosa más extraña que cabía imaginar. Urkullu, que ya no va a seguir, tendrá que hacer ahora lo que le digan los superboronos, en cuanto a qué fecha convocar. Porque a él, lo que se dice a él, la fecha ya ni le irá ni le vendrá, será algo ajeno. Porque él lo que quiere es irse ya. Está clarísimo.

 

Nunca pensé que veríamos a este hombre adoptando una resolución tan irresponsable, dejando la región que ha venido gobernando durante los últimos doce años, a la buena de Dios. Y todo porque no aguanta más el papel que se le estaba reservando en la última etapa de su mandato: seguir obedientemente los pasos de un iluminado como Pedro Sánchez, adoptar el papel secundario de seguidor adocenado y además en segundo plano, porque el primero está ocupado por los más radicalizados, como la EH Bildu del maqueto Matute y la ERC del charnego Rufián. Y, si no, lo único que le queda es pegarse al costado de Junts, con un prófugo de la justicia española dirigiendo el gobierno desde el extranjero.

 

Lo dicho, un borono acosado por los acontecimientos, llevado por las circunstancias, que ya no soporta más a los más boronos que él y que para irse ha tenido que hacer el paripé de decir que son ellos los que le echan, para no dejar mal al partido. Es ese precisamente, el de posibilitar que sea el partido el que diga que le echan y no que sea él el que se va, el último gesto que diferencia al borono de los superboronos.

 

Que alguien se apiade de nosotros, porque la que se nos viene encima es de pronóstico reservado.

 

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